Los bocetos de Rubens

No bastan sus obras terminadas: El Prado muestra el enorme valor de sus trabajos previos

Los bocetos de Rubens
Rubens. Pintor de bocetos - Museo del Prado

Es la tercera gran exposición de Pedro Pablo Rubens en el Prado en una década, y es la tercera que monta Alejandro Vergara, conservador de la colección de pintura flamenca del museo. Tratamiento de honor quizás nunca alcanzando por otro artista, incluidos Velázquez y Goya. Quizás sea mucho Rubens, sobre todo en momentos de recambio y en una temporada en la que las temporales se han visto reducidas a tres, -junto a esta ‘El espíritu de la pintura. Cai Guo-Qiang en el Prado’ y ‘Fortuny (1838-1874)’-, frente a las seis de 2016-2017, la de despedida del anterior director.

Rubens está considerado el pintor de bocetos más importante del arte europeo. 73 de los cerca de 500 bocetos que pintó a lo largo de su vida forman esta interesante y original exposición temporal que presenta El Prado en colaboración con el Museo Boijmans Van Beuningen, en un trabajo conjunto de los conservadores de ambos museos. El Prado insiste en Rubens, lo que sin duda responde a la continúa necesidad de los museos de potenciar la estima general de sus fondos.

Los bocetos al óleo son pinturas realizadas como preparación para otras obras. Algunos le servían para elaborar sus ideas sobre la nueva composición, y muchos los pintó para enseñárselos a sus clientes o como guía para sus colaboradores –es probable que en su mayoría cumplieran a la vez esas funciones-.  Según su finalidad, pueden ser obras muy abocetadas o muy acabadas, y también pequeñas o relativamente grandes. Pedro Pablo Rubens (1577-1640) lo hizo con tal maestría y abundancia que estableció un jalón con pocos precedentes y continuadores en la historia del arte europeo. Un jalón que le hace saltar tres siglos y colocarse en tiempos impresionistas, cuando el arte europeo descubre que basta aludir, bosquejar, impresionar y que el arte puede dejar de captar la realidad tal como se ve, para reflejarla tal como el artista la intuye e interpreta.

Los pintores que le precedieron habían utilizado sobre todo el dibujo para preparar sus obras, y no dejó de ser así en el caso de Rubens. Su innovadora aportación consistió en ampliar ese proceso preparatorio incluyendo sistemáticamente imágenes pintadas al óleo y en soportes más duraderos que el papel. Mientras que los dibujos eran normalmente monocromos, los bocetos pintados de Rubens contenían casi siempre color, que generaba en sus figuras la ilusión de la piel y el músculo. Por su misma función, se diferencian del resto de su producción pictórica: son menos pulidos y detallados, la capa de pintura es más delgada, y con frecuencia se ve la imprimación. Bocetos que exponen las cualidades esenciales de su arte, esa pincelada, vigorosa y a la vez ligera, y ese dinamismo explosivo de sus escenas.

En la primera mitad de la década de 1620 Rubens diseñó veinte tapices dedicados al triunfo de la Eucaristía. Se los encargó la infanta Isabel Clara Eugenia para el monasterio madrileño de las Descalzas Reales y tratan el dogma principal que la archiduquesa defendía como gobernadora de los Países Bajos meridionales. Rubens hizo dos series de bocetos al óleo, de las que se exponen uno de la serie pequeña, el único que incluye en una misma imagen varios de los tapices proyectados, y seis de la grande, propiedad el Prado. Los bocetos le servían al artista para definir la composición y para enseñárselos a quien los había encargado, y eran además una guía para los ayudantes que debían pintar los grandes cartones que se emplearían como modelo para tejer los tapices.

En 1620 los jesuitas le encargaron a Rubens 39 obras para su iglesia de Amberes. En su mayoría se iban a colocar en los techos, y por tanto se verían desde abajo. Los cuadros finales, que un incendio destruyó en 1718, fueron pintados por Van Dyck y otros ayudantes del maestro. Para preparar este ciclo Rubens realizó pequeños bocetos monocromos, otros en color y más elaborados, en ambos casos al óleo, y algunos dibujos. Los complicados escorzos exigieron un riguroso trabajo previo, Los bocetos más pequeños son estudios de las luces y las sombras. En los más grandes ya está plenamente desarrollado el color.

La dedicada a Aquiles es la última serie de tapices que diseñó Rubens. En ella representa, en ocho escenas, diversos episodios de la vida del héroe griego. Rubens preparó el proyecto con dos juegos de bocetos al óleo. Los del primero son más pequeños y menos acabados, y tres de ellos figuran en esta sección de la exposición. Los del segundo juego son de un formato mayor y están más detallados. Estos últimos fueron los modelos para pintar los cartones en los que se basarían los tejedores. Esta sección se completa en la Galería Central del edificio Villanueva donde se expone el Aquiles descubierto por Ulises y Diomedes.

Rubens pintó los bocetos para el techo de la Banqueting House –del palacio londinense de Whitehall– con las nueve escenas y algunas figuras sueltas y elementos arquitectónicos. En el que representa la unión de las coronas de Inglaterra y Escocia se conmemora el hecho más importante del reinado de Jacobo: las personificaciones de ambas naciones están unidas por Cupido, que representa el amor; encima está Minerva, quien ata las dos coronas. En el segundo, la Paz abraza a la Abundancia. Y en el tercero una figura que encarna tanto a la Templanza como a la Modestia somete a un vicio que en el programa iconográfico del conjunto se identifica como la Impudicia.

En 1636, Felipe IV le encargó a un Rubens ya mayor que pintara más de sesenta escenas mitológicas para decorar un pabellón de caza conocido como la Torre de la Parada y situado en las afueras de Madrid. Rubens diseñó todas las escenas en pequeños bocetos al óleo y pintó solo algunas de las obras finales, las demás se confiaron a otros artistas. Realizados con rapidez y con poca pintura, revelan la riqueza del vocabulario pictórico de Rubens y su viva imaginación. Se puede ver claramente en ellos el proceso de su creación: la delgada imprimación que funciona como un fondo, las frecuentes líneas verticales negras que le ayudaban a encajar la figura o figuras en la composición… Otras líneas más pequeñas y marcas incisas, a lo largo de los bordes de la tabla, tienen que ver con la transferencia de estas pequeñas imágenes a las obras grandes finales.

El catálogo estudia con detalle, y acompañado de excelentes ilustraciones, ochenta y dos de los bocetos más expresivos del maestro flamenco. Y en dos ensayos se analizan el contexto histórico del que nacieron, sus principales características y la forma en que fueron recibidos en su época.

Los bocetos de Rubens comparten con su cuadros esas excepcionales composiciones de nutridos conjuntos de personajes, de asombroso detallismo de ambientes y desbordante fantasía de composiciones. Cinco siglos después, desprestigiado completamente el arte que imita a la realidad, pueden leerse como una propuesta bien actual, de contornos llenos de bruma, de impresiones sin concretar, de retazos de una realidad que es ya solo arqueológica. Una exposición original y repleta de sugerencias.

La muestra actúa a modo de reclamo y prólogo de un rediseño ambicioso del Museo. El próximo mes se presentarán las nuevas salas de pintura flamenca y holandesa, y como corazón de ella, el renovado despliegue de la obra de Rubens en el museo que muestra la mejor colección mundial de obra del pintor flamenco. Y los 21 bocetos de Rubens de que dispone el museo pasarán a exhibirse de forma permanente, convertidos en un conjunto enriquecedor y atractivo.

En 2008 el Prado montó “Rembrandt. Pintor de historias” (ver nuestra reseña de entonces), primera muestra monográfica del maestro holandés que se hacía en España, para la que llegaron tres decenas de grandes obras procedentes de 20 museos del mundo. Tan solo dos años después, en 2010, el Prado presentó por todo lo alto y también a cargo de Alejandro Vergara, las noventa obras del artista que guarda, y lo hizo en un formato muy original, exponer todos sus Rubens, hacerlo de forma cronológica, sin secciones ni cartelas, tal como hacían los museos antiguamente. Pegado el uno al otro según fueron pintados, los 90 ‘rubens’ del Prado constituyeron una explosión visual sin parangón, una visión inédita de verdad, algo increíble que merecía ser visto (ver nuestra reseña de entonces). Ahora le ha tocado a sus bocetos, que en algunos casos se exponen acompañando a la obra definitiva posterior.

Junto a los bocetos de Rubens, y frente por frente en la segunda planta, el Prado presenta también ‘In lapide depictum. Pintura italiana sobre piedra, 1530-1555’, un vistazo de excelente factura a una temática muy poco conocida, tanto por la singularidad de la materia utilizada en el soporte como por su fragilidad, una selección de nueve obras realizadas sobre piedra monocroma -pizarra y mármol blanco-, por autores italianos como Sebastiano del Piombo, Tiziano, Daniele da Volterra y Leandro Bassano, que reflejan la consolidación de una corriente de cambio en las técnicas artísticas que se produjo en las primeras décadas del siglo XVI. Junto a ellas, obras del mundo clásico romano y materiales pétreos en bruto contextualizan la relación de la pintura con la Historia Natural, la Geología y la Arqueología. No deje de visitar este recoleto lugar.

También se exponen nuevas incorporaciones procedentes de una donación, la de Óscar Alzaga Villaamil, que constituye, por la elevada calidad de las piezas que la integran, una importante contribución al enriquecimiento de las colecciones del Museo. Se trata de siete pinturas que comprenden un amplio abanico cronológico, desde las postrimerías del siglo XVI a mediados del XIX, realizadas por autores italianos, españoles y un bohemio. Todas ellas fueron pintadas en España, a excepción del Ligozzi, pero cuatro fueron adquiridas por el donante en el extranjero, por lo que su entrada en el Museo del Prado supone un importante acrecentamiento del patrimonio artístico nacional. La donación incluía también una dotación económica para la adquisición de Retrato de Manuela Isidra Téllez-Girón de Esteve, también en la exposición.

Además, el Museo incorpora tres nuevas obras a sus colecciones, dos de ellas como adquisiciones estatales, y una tercera adquirida con fondos propios, obras singulares tanto por la materia del soporte como por la técnica utilizada, poco habitual en sus salas. San Juan Bautista en un paisaje de Juan Bautista Maíno (1569-1649), que se expone en la sala 7 A,  es una prueba de la maestría pictórica alcanzada por este artista al concluir su formación en Roma; Auto de Fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid, en la sala 16 A, será la única representación de grabador madrileño Gregorio Fosman y Medina (1635-1713) en el Prado; y, La Celestina y los enamorados, en la sala 93, es una obra de Luis Paret (1746-1799) de carácter único y excepcional, sin parangón en la obra este artista ni en la de los artistas de su tiempo. Más razones para volver al Prado esta primavera.

Aproximación a la exposición Rubens. Pintor de bocetos (del 1 al 10)
Interés: 7
Despliegue: 8
Comisariado: 8
Catálogo: 8
Folleto de mano: 8
Documentación a los medios: 8

Museo Nacional del Prado
Rubens. Pintor de bocetos
10/04/2018 – 05/08/2018
Museo del Prado y el Museo Boijmans Van Beuningen
Comisarios: Friso Lammertse y Alejandro Vergara
Patrocinio: Fundación AXA
Colaboración: Gobierno de Flandes
Catálogo: Páginas 248 Medidas 24 x 30 cms. Encuadernación Rústica. Idioma Castellano e inglés.

In lapide depictum
Pintura italiana sobre piedra, 1530-1555
17/04/2018-05/08/2018
Sala D. Edificio Jerónimos

La donación Óscar Alzaga
07/11/2017 – 17/06/2018
Sala 60. Edificio Villanueva.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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