El (difícil) arte de la (buena) comedia, por J.C.Deus


Aparentemente poca cosa pasa en escena. Una obra costumbrista sobre un mundo provinciano desaparecido. Escenografía y actores, se muestran discretos. El espectador exigente permanece expectante intentando adivinar si será una noche tediosa. Pero pronto aparecen los primeros signos que muestran que esta vez la velada será grata. ‘El arte de la comedia’ hace honor al título y se va decantando conforma avanza en un gran trabajo en todas las facetas. Di Filippo se mueve en la estela del gran Pirandello que planteaba seis personajes en busca de autor, porque así es si así os parece. Teatro dentro del teatro; actores interpretando personajes que pueden ser actores. Un juego que parecería anticuado pero que meticulosamente desarrollado va atrapando al espectador en su inocente trama hasta convencer de pleno.

El arte de la comedia, el del teatro en general, es bien difícil como todos sabemos. Aún con los ingredientes precisos de un buen texto y un buen director, una buena escenografía y unos buenos autores, las cosas pueden torcerse por motivos nimios en apariencia, casi indetectables, esa química que los espectáculos tienen y que es el factor principal de diferencia entre un éxito y una obra pasable.

El Teatro de la Abadía, esa singular institución madrileña de gestión privada y subvención pública, ha escogido una obra italiana desconocida en España cuyo título es una consigna, para celebrar su décimoquinto aniversario. No debe ser una casualidad y sí debería entenderse como una proclama en acción, un manifiesto tácito, un ejemplo de cómo entienden el teatro José Luis Gómez y sus gentes.

El director de una humilde compañía familiar de teatro pide audiencia al nuevo gobernador de una pequeña capital italiana durante los años cincuenta, el día en que inicia las tareas de su cargo asistido por su eficaz secretario. Es una jornada muy particular, porque de madrugada ha habido un accidente ferroviario y todas las fuerzas del orden han sido enviadas a las tareas de rescate. El político decide recibir antes que al médico, al cura o a la profesora de primaria, al cómico, pensando que será más entretenido que el resto de las fuerzas vivas. Pero su condescendencia trocará en fastidio cuando la entrevista derive en diálogo de sordos. Expulsado finalmente, el veterano artista promete vengarse con el arte de la comedia, la capacidad mágica de simulación que tanto nos fascina en los actores.

La obra se estrenó en Nápoles en 1964, con el autor interpretándose a sí mismo en la persona de Oreste Campese, este humilde empresario-director de una ‘troupe’ que subsiste por esos mundos haciendo ‘shakespeares’ y ‘dianunzios’. ‘En la base de todo mi teatro siempre hay
un conflicto entre individuo y sociedad’ decía quien tres años antes de su fallecimiento terminó siendo nombrado senador vitalicio en reconocimiento a su popularidad.

El director, Carles Alfaro, nos planteó en 2008 Tío Vania de Chéjov para el CDN y Macbethladymacbeth de Shakespeare en el Teatro Español. Sin duda que con esta obra apuntala su creciente prestigio. Todo ocurre en el despacho del señor gobernador y en el marco de unas horas, así que no hay grandes alharacas escenográficas ni falta que hace en ese escenario que fue altar mayor de una abadía y guarda aún efluvios de sacralidad bajo la alta cúpula.

Entre Pedro Casablanc y José Luis Alcobendas puede dudarse un buen rato en repartir preferencias; los dos están casi perfectos, todavía más meritorio el largo papel del primero. Alcobendas hizo a las órdenes de José Luis Gómez La paz perpetua de Juan Mayorga en el CDN, en este mismo teatro Medida por medida dirigido por Carlos Aladro, y muy recientemente el Drácula de I. Gª May, también en el Centro Dramático Nacional. En las tres piezas lo hizo bien, y en ésta todavía mejor. Entre tanto galán, tenemos un verdadero actor de carácter. El resto del reparto -con Enric Benavent por supuesto a la cabeza- no se queda atrás. La obra podía haberse acortado para redondear su buen efecto, pero cuando asoma la fatiga, un genial desenlace corta la llegada de nuevos y temidos personajes.

No siempre hay que cavilar en el teatro para que sea bueno. Puede y debe haber comedias que distraigan de tanto penar, como defiende ‘il reggista’ Campese, que tiene parrafadas criticonas sobre el llamado ‘teatro de denuncia’, que naturalmente no gustaba al bueno de Eduardo di Filippo. Aquí no hay denuncia airada; sí observación no por caritativa menos incisiva. La suficiencia de los cargos públicos, la confusión de los ciudadanos probos cuando pretenden aportar soluciones, las quejas de los profesionales descontentos, las paranoias varias del profesorado. Todo de otro siglo, como ese cura mandón, de cuando todavía el mundo era inteligible y controlable.

El arte de la comedia
Eduardo di Filippo
Una producción del Teatro de La Abadía

Dirección: Carles Alfaro
Traducción: Ana Isabel Fernández Valbuena
Escenografía e iluminación: Carles Alfaro
Vestuario: María Araujo
Ambientación musical: José Manuel Gutiérrez

REPARTO (por orden de aparición)
Oreste Campese, director de una compañía de cómicos: Enric Benavent
Armando Veronesi, guarda: Markos Marín/Luis Moreno
Palmira, dueña del bar: Carmen Machi/Lidia Otón
Excelentísimo De Caro, Gobernador: Pedro Casablanc,
Giacomo Franci, secretario del Gobernador: José Luis Alcobendas
Quinto Bassetti, médico: Jesús Barranco
Padre Salvati, párroco: Joaquín Hinojosa
Lucia Petrella, maestra: Lola Manzano
Un montañés: Ernesto Arias/Cipriano Lodosa/Óscar de la Fuente
Su mujer: Palmira Ferrer/María Miguel/Ana Cerdeiriña
Girolamo Pica, farmacéutico: Diego Galeano
Sacristán: Óscar de la Fuente/José Manjón

Teatro de La Abadía
Del 3 de febrero al 21 de marzo
Miércoles a sábado: 20.30h
Martes y domingo: 19h
Sala Juan de la Cruz
Precios, 20 euros
Duración aproximada: 2 horas
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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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