Una rusalka en nuestros días

Una rusalka en nuestros días

Esta duendecilla acuática de la mitología eslava sirvió a Dvořák para componer una ópera importante. Casi un siglo después de estrenarla, el Teatro Real la repone en una coproducción notable, con interesante puesta en escena y sobresaliente interpretación musical y vocal. Una Rusalka demasiado laica en tiempos de invocar a los espíritus.

La rusalka es una antiquísima figura de los cuentos de hadas, una sirena que habita en un lago o en un río. Aparece en la literatura europea ya en el año 1387 y pertenece a un reino intermedio de la existencia, como las ninfas y las ondinas, un espíritu elemental, ligado con el cuerpo y la sangre al reino de los hombres, pero también a causa de su falta de alma, al mundo de los espíritus. Eran tiempos cuando en vez de en virus y bacterias, se creía en otras intangibles criaturas que aportaban el mal y el bien a los humanos.

Antonín Leopold Dvořák (1841-1904) fue un músico centroeuropeo por excelencia, nacido en Bohemia, en el imperio austrohúngaro, hoy república checa, uno de los grandes compositores de la segunda mitad del siglo XIX. Su obra más célebre es que compuso en sus tres años en Nueva York, la Sinfonía del Nuevo Mundo y el Cuarteto americano, pero su deseo más grande era lograr un éxito rotundo con una ópera, quizá llegar a escribir auténticas óperas populares, como Verdi. Compuso la música en siete meses trabajando todos los días durante horas junto a un lago solitario en el bosque.

Se nota que el libreto es obra de un poeta, de alguien que cree en dimensiones intagibles junto al mundo material. Y su Rusalka quiere lo que no tiene, como todos, y anhela convertirse en humana y poder amar como una mujer terrenal. Pero constatará que es imposible, porque no tiene sentimientos ni pasiones, es un espíritu puro pero frío e insensible, y su viaje a la realidad será un fracaso, con un triste final de difícil interpretación, que puede juzgarse en claves liberadoras o pesimistas, en todo caso alejado de divertimentos superficiales y, aunque vestido de historieta amorosa, de vuelo trascendente y mensaje turbador.

Se supone que Dvorák se valió de todos los recursos estilísticos de moda musical en aquella época, el desarrollo clásico, la técnica del leitmotiv, las formas del lied y del aria, todos ellos se sintetizan de manera armoniosa para ofrecer una mezcla interesante de los modismos de la música impresionista y tintes del expresionismo. Algunas arias son en efecto similares a las melodías folclóricas, hay algunas armonías típicas de la música checa, el libreto recuerda a las baladas checas de Erben, pero sobre todo, la melodía y las palabras en checo corresponden perfectamente. Es, para entendernos, un capítulo propio entre Chaikovski y Wagner, y la partitura es de una belleza coherente realmente especial.

Ivor Bolton ejerce la dirección musical con la solvencia acostumbrada, la orquesta conmueve en las numerosas intervenciones insturmentales que tiene una partitura que brinda al arpa algunos muy bellos momentos.

La dirección escénica de Christof Loy confirma igualmente su alta consideración actual, especialmente para nosotros en la dirección actoral, un dechado de perfección expresiva que convierte a los cantantes en actores de primera categoría. Menos nos gusta la elección de un contexto conceptual que elimina misterios en una ópera protagonizada por una criatura fantasmal y muda; una presentación escénica muy terrenal donde los espíritus son ‘charlots’ y las sirenas, bailarinas, y sobre todo el recurso a las muletas en la sirenita, que el dios azar agrava con el mismo recurso en el príncipe, esta vez producto de un pequeño accidente del protagonista.

El escenógrafo Johannes Leiacker dice presentar el hall de un teatro desvencijado, pero no se notará mucho, a pesar de una extraña taquilla y por esa injustificada cama donde yace la protagonista; y a modo de ruptura formal introduce una especie de ribera rocosa que resulta fea e ininteligible. La figurinista Ursula Rezenbrink comparte la idea de eliminar toda referencia sobrenatural, elige para los hombres trajes de etiqueta monótonos que colaboran a que el príncipe y Voznik parezcan el mismo. Y esta premeditada huida materialista de cualquier fantasía espiritual se agrava con la propuesta del coreógrafo Klevis Elmazaj, números chabacano-eróticos para reflejar los males mundanos tan bien interpretados por danzantes y actores como un tanto desabridos.

Le falta alma a este envoltorio pero por fortuna se la ponen los intérpretes. En .lo referente al primer reparto, realmente la soprano lituana Asmik Grigorian es una de las voces excelentes de los últimos tiempos, y el ruso Maxim Kuzmin-Karavaev un bajo que impresiona en su papel de Vodník, ese duende paternal de rígido tradicionalismo que personifica la condena de cualquier infracción del orden divino. Más apagado resulta el tenor estadounidense Eric Cutler -pero heroico haciendo frente al papel después de su accidente- y más estridente la princesa extranjera a cargo de la soprano finlandesa Karita Mattila, mientras cumple en la maga Ježibaba la mezzo sueca Katarina Dalayman. El guardabosques de Manel Esteve y el pinche de cocina de Juliette Mars interpretan un dúo vocal y actoral muy destacable clon larga escalera de por medio, y las tres ninfas también merecen reconocimiento en su coordinada intervención del inicio del primer acto.

Las casi cuatro horas de función debido a dos largos intermedios ‘profilácticos’ dificulta sin duda la llegada victoriosa a un final enigmático. Sorprendentemente, había bastante localidades vacías, algo inmerecido para un espectáculo de primera magnitud en tiempos tan difíciles para producciones tan exigentes. Con Rusalka puede eliminarse un tanto el estrés y la angustia de lo que nos está pasando: nunca hemos gozado los humanos de control total y nunca lo tendremos.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 8
Dirección musical: 8
Dirección artística: 7
Voces: 8
Orquesta: 8
Escenografía: 6
Producción: 7

Teatro Real
RUSALKA
Antonín Dvořák (1841-1904)
Libreto de Jaroslav Kvapil
Ópera en tres actos
12, 13, 14, 15, 16, 22, 24, 25, 26, 27 de noviembre

Estrenada en el Teatro Nacional de Praga el 31 de marzo de 1901
Estrenada en el Teatro Real el 15 de marzo de 1924
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Semperoper de Dresde, el Teatro Comunale de Bolonia, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia

EQUIPO ARTÍSTICO
Director musical Ivor Bolton
Director de escena Christof Loy
Escenógrafo Johannes Leiacker
Figurinista Ursula Rezenbrink
Iluminador Bernd Purkrabek
Coreógrafo Klevis Elmazaj
Director del coro Andrés Máspero

REPARTO
Rusalka Asmik Grigorian (12, 14, 16, 22, 25, 27)
           Olesya Golovneva (13, 15, 24, 26)
El príncipe Eric Cutler (12, 14, 16, 22, 25, 27)
                David Butt Philip (13, 15, 24, 26)
La princesa extranjera Karita Mattila (12, 14, 16, 22, 25, 27)
                                Rebecca von Lipinski (13, 15, 24, 26)
Vodník Maxim Kuzmin-Karavaev (12, 14, 16, 22, 25, 27)
           Andreas Bauer (13, 15, 24, 26)
Ježibaba Katarina Dalayman (12, 14, 16, 22, 25, 27)
             Okka von der Damerau (13, 15, 24, 26)

El cazador Sebastià Peris
El guardabosques Manel Esteve
El pinche de cocina Juliette Mars
Primera ninfa Julietta Aleksanyan
Segunda ninfa Rachel Kelly
Tercera ninfa Alyona Abramova

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

DURACIÓN APROXIMADA: 3 horas y 43 minutos
Parte I: 57 minutos
Pausa de 30 minutos
Parte II: 47 minutos
Pausa de 30 minutos
Parte III: 59 minutos

19.30 horas; domingos 18.00 horas.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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