Jawlensky, el escrutador de rostros

Jawlensky, el escrutador de rostros

A mi modo de ver, la cara no es solo la cara, sino todo el cosmos… En la cara se manifiesta todo el universo’. El ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941) se hizo alemán, vivió en la órbita del privilegiado cosmopolitismo centroeuropeo de entreguerras y murió atormentado por la artrosis. Su obra es una serie de variaciones sobre la misma obsesión: encontrar el rastro divino en todos nosotros.

Fue uno de los principales protagonistas en la formación del expresionismo alemán y nunca dio el paso a la abstracción. En el retrato y, más concretamente, en la indagación sobre las facciones humanas hasta sus líneas maestras esenciales, se singulariza la producción pictórica de Jawlensky. Un recorrido que pasa por las Cabezas de preguerra, las Cabezas místicas, las Cabezas geométricas (o Cabezas abstractas)y las Meditaciones que pone de manifiesto una pintura en constante tensión entre la plasmación de la imagen del individuo y la reducción del mismo a un arquetipo: ‘Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimiento religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana’. Esa tenacidad en pintar rostros resulta hoy especialmente significativa en un momento, el actual, en que todos se nos presentan depriumentemente ocultos tras las horribles mascarillas de la pandemia.

Durante sus primeros años, su obra se centra en la representación de naturalezas muertas, paisajes y retratos, en un estilo deudor del postimpresionismo de Cézanne, Van Gogh y Gauguin que irá derivando en un uso cada vez más intenso y autónomo del color desde cierta filiación fovista. Obligado a refugiarse en Suiza durante la Primera Guerra Mundial, el artista da inicio a lo que será su característica forma de trabajo serial, y fija su atención en una misma escena de paisaje, a la que vuelve una y otra vez con gran libertad y sentido de la investigación cromática: se trata de las Variaciones, que cuestionan, a través de su formato vertical, la horizontalidad a la que tradicionalmente se había vinculado este género.

A pesar de la profunda evolución que experimenta su pintura a lo largo de las sucesivas etapas de su carrera, en toda la producción de Jawlensky subyace una búsqueda espiritual, casi religiosa, que lo convierte, desde los primeros años del siglo XX, en uno de los más destacados impulsores de un lenguaje libre y expresivo en el que forma y color sirven para manifestar la vida interior. Según Itzhak Goldberg, el organizador de la muestra de su obra, Jawlensky dedicó buena parte de su energía a revivir los iconos tradicioanles en una versión modernista; de ellos partió en los inicios de su carrera y a ellos volvió en sus últimas obras convencido de que entre el arte y la religión existe escasa distancia.

La exposición es de la mitad de la extensión habitual en las salas de la Fundación Mapfre debido a los problemas logísticos enormes en esta pandemia, una selección de un centenar de obras en recorrido cronológico a través de seis secciones, con ciertya presencia de otros artistas con los quer compartió inquietudes e intereses, o le influenciaron, de André Derain a Henri Matisse o Maurice de Vlaminck. Faltaría Vincent van Gogh, por el que sentía cierta devoción.

‘Durante años necesité encontrar una forma para el rostro, puesto que había comprendido que el gran arte tenía que estar pintado únicamente con un sentimiento religioso. Y esto lo podía transmitir solo el rostro humano. Entendía que el artista tiene que decir en su arte, a través de formas y colores, lo que de divino se encuentre en él. Por eso una obra de arte es Dios visible y el arte es ansia de Dios. Pinté rostros durante muchos años. Estaba sentado en mi estudio y pintaba, y la naturaleza ya no me era necesaria como inspiradora. Era suficiente profundizar en mí mismo, rezando y preparando mi alma en un estado religioso’. Así opinaba tres años antes de su fallecimiento.

Jawlensky puede producir cierta fascinación inconfesable y un poso de atracción inconsciente que nunca desaparece. Es seguro que los que vieron la exposición que le dedicaran la Fundación Juan March y el Museo Picasso en 1992 no lo hayan olvidado. Entonces la portada del catálogo era ‘Lola’, ahora es ‘Princesa Turandot’, ambos rostros de la misma ficción, ambos soñados y pintados en 1912. Era un burgués de origen aristocrático y aspecto convencional -grueso, calvo, con bigote y perilla-, en situación desahogada como para dedicarse a la pintura. A algunos les parecerá un expresionista más. Pero tiene algo especial.

Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 7
Despliegue: 7
Comisariado: 8
Catálogo: 7

Fundación Mapfre
JAWLENSKY. EL PAISAJE DEL ROSTRO
11 de febrero – 9 de mayo de 2021
Comisario: Itzhak Goldberg
Organizada por Fundación Mapfre, Madrid; Musée Cantini, Marsella, y La Piscine, Musée d’Art et d’Industrie André Diligent, Roubai, Francia.
Sala Recoletos (Paseo de Recoletos, 23. Madrid)

HORARIO GENERAL Lunes (excepto festivos): 14:00 – 20:00 h Martes a sábados: 11:00 – 20:00 h Domingos y festivos: 11:00 – 19:00
VISITA GUIADA De martes a viernes a las 12:30 y 18:30 horas Por la actual normativa de prevención sanitaria, cada grupo estará formado por un máximo de 5 visitantes, más el/la guía.
AUDIOGUÍAS Disponibles en español e inglés.
PREVENCIÓN COVID19
IMPORTANTE: No se facilita servicio de consigna. Botellas de agua y cualquier tipo de comida serán retiradas antes de acceder a la sala y no se podrán recuperar a la salida. No se podrá acceder con mochilas, maletas, bolsos de gran tamaño o cualquier otro objeto que por su tamaño se considere un riesgo para la seguridad de las obras expuestas.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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