Para obispo, se busca gente más fiel y más segura, pero con menos capacidad de liderazgo
(José Manuel Vidal).- No suena tanto como los Kikos, pero es uno de los movimientos más originales, plurales y vivos de la Iglesia. Se llama Adsis y también nació en España, de la mano de José Luis Pérez Álvarez, un sacerdote salmantino, músico, doctor en Filosofía y en Teología. Movimiento y fundador atípicos. Por ejemplo, hace ya unos años que dejó su puesto de presidente, porque «la mitificación tonta que se hace de los fundadores no es buena para ninguna institución de la Iglesia». Su movimiento, especialmente dirigido a los jóvenes, admite hombres, mujeres, célibes, curas o casados.
Usted es el fundador de Adsis, aunque prefiere que le digan «iniciador». ¿Cómo surgió el movimiento?
La palabra fundador me parece demasiado. Fundador es Jesús, o el Espíritu, y los demás somos instrumentos del Señor en cualquier momento de la Iglesia. El Señor tiene que servirse de alguien para que empiece y empuje. Con tal de que salvemos el sentido, no es problema que lo llamemos fundador.
Adsis surgió en pleno Concilio, a mitad de los años 60, cuando un gran cambio se estaba promoviendo en la sociedad (sobre todo en la europea) entre los jóvenes, los universitarios, en el mundo del trabajo (con afecto al marxismo como instrumento de cambio)… y sobre todo a nivel de fe, con la gran experiencia del Concilio Vaticano II. Con lo que el Concilio Vaticano fue, no solamente en los documentos, sino como acontecimiento.
¿Qué edad tenía usted en aquella época?
Cuando empezó Adsis tenía 30 años. Yo me había ordenado en el año 62, cuando comenzó el Concilio, y acababa de estudiar en Italia Teología y Filosofía.
¿Era salesiano?
Sí. Cuando el movimiento adquirió su reconocimiento eclesial, como se iban ordenando sacerdotes del movimiento ya reconocidos, los que jurídicamente seguíamos siendo salesianos (aunque estábamos fuera de la congregación con todos los permisos) vimos que era necesario, de acuerdo con los obispos, que la situación jurídica de los curas se igualase. Entonces, yo y otros 7 salesianos pasamos a ser incardinados en diócesis donde el movimiento también estaba reconocido. Cada uno en una. Yo, en Bilbao, que es donde surgió el movimiento. Lo que pasa es que se extendió en seguida, y en Madrid también tuvo mucho auge. Además, Tarancón, como presidente de la Conferencia Episcopal de entonces, nos ayudó bastante en temas jurídicos, etc. Hasta que en los años 90 pasó a Roma, y obtuvimos reconocimiento jurídico pontificio, porque ya el movimiento estaba extendido por América Latina, etc.
¿O sea que ahora dependen directamente de Roma?
Desde el 97 somos una asociación de fieles de carácter pontificio, constituido consejo de laicos (porque el Papa Juan Pablo II hizo una comisión especial en el consejo de laicos incluyendo algunos sacerdotes romanos de la congregación de los obispos para aquellos movimientos nuevos que incluyeran sacerdotes). Pero el estatuto jurídico que se dio a todos los movimientos fue el de asociación de fieles. Las teresianas, por ejemplo, también pasaron a ser asociación de fieles.
Menos el Opus Dei, que pasó a ser prelatura.
Sí, fue una cosa distinta. También hubo otros movimientos que fueron reconocidos como vida consagrada por la Congregación de Institutos de Vida Consagrada.
¿Cuál es la clave que le llevó a crear Adsis?
Lo primero, que la pastoral de los colegios terminaba cuando los jóvenes realmente empezaban a ser jóvenes. Una preocupación que tenía era que no se podía abandonar una pastoral de juventud justo cuando llega el momento crítico de la misma, que es cuando la juventud tiene que abordar la problemática de la vida inicialmente adulta, e insertarse en ambientes seculares. Había que continuar esto a través del trabajo en centros juveniles, a través de asociaciones que las congregaciones tenían, a través de las parroquias con una nueva concepción del laicado, etc. Y había que preparar a los jóvenes. Los jóvenes tenían que ser protagonistas y fermento.
¿La idea era formar jóvenes que educaran a jóvenes?
Sí. En el mundo universitario, en el mundo del trabajo, en el mundo del asociacionismo juvenil (cristiano o no cristiano)… Por eso la formación de dirigentes fue la primera idea. Hacer unos cursos de 10 días para jóvenes a partir de 18 años, por toda España. Estos cursos llevaban a formar grupos, y estos grupos se insertaban en los ambientes de las distintas ciudades, creando proyectos de acción y formación, de testimonio cristiano y de militancia. La palabra dirigente suena hoy un poco extraña, pero en aquella sociedad se empleaba tanto a nivel industrial, laboral y cristiano. Pero al paso de los años cambiamos esa palabra por «fermento», para que no pareciera que estábamos formando una élite especial.
Empezamos en el 64, y en el 67 hicimos un cursillo especial con los más mayores, para profundizar en la identidad de lo que queríamos ofrecer. En el 64, nada más terminado el primer encuentro en Bilbao, los jóvenes se dieron un nombre. Yo les propuse varios, entre ellos, Adsis, que es una palabra latina que quiere decir «estés presente». Ser Adsis es una vocación que da sentido y configura la vida a través del compromiso y la pertenencia, de cualquier situación humana. Yo quiero seguir a Jesús haciéndole presente en el mundo en el que estoy. Sea hombre, mujer, célibe, cura o casado. Cualquier estado o situación humana es vocación. La vocación no excluye ningún tipo de condición humana, porque Adsis no es una presencia personal, sino con otros.
¿Formaron comunidades?
Pequeñas comunidades. Todas tenían su significatividad y sus proyectos dentro de la Iglesia.
¿Vivían en común?
La vida en común llegó 10 años más tarde. Al principio había comunicación de vida, reuniones de fe, comunidades de eucaristía, compromiso solidario, etc.
¿Quiénes estaban en ese primer momento?
Hasta el año 73 hubo casi 10 años de maduración y crecimiento, de ir incluyendo elementos que luego se consolidarán. Estaban conmigo 7 salesianos. Uno de ellos ahora es obispo de Loja (Ecuador). La Iglesia tiene mucho cuidado con quién hace obispo, sobre todo si pertenece a movimientos, así que esta elección es una señal de que el Vaticano tiene mucha confianza hacia nosotros. Pero vamos, es que si no nos conocen en el Vaticano, ¿quién nos va a conocer?
¿El espaldarazo tuvo lugar en Madrid, a través de Tarancón?
No. El movimiento siguió muy vinculado a los obispos de allá donde estaba. Tarancón tuvo protagonismo en determinados momentos, evidentemente, por ser el presidente de la Conferencia Episcopal, y yo le mantenía siempre informado. Él era un hombre genial. Un día, charlando, me dijo que había tres cosas con las que teníamos que tener cuidado: primero, dejarle claro a la Iglesia quién manda, porque a la Iglesia no le gusta dialogar con colectivos; quiere saber quién es el responsable para poder llamarle si surge cualquier cosa. Segundo: seguir tomando las decisiones en la comunidad, pero tener a la vez delegados para tener una representatividad.
¿Combinar lo asambleario con la representación?
Sí, las dos cosas. Y lo tercero que me dijo fue que los curas son la mano de obra de la Iglesia, y que tuviéramos cuidado a ver cómo conseguíamos que los nuestros fueran curas Adsis y a la vez curas de la Iglesia. Por último, me preguntó de quién era el dinero, y me recomendó que las propiedades, las casas, etc., las lleváramos por lo civil. Nosotros no teníamos personalidad jurídica eclesial que pudiera estar reconocida en lo civil, para constatar, por ejemplo, que lo que es de todos es de todos.
¿Siguieron esos consejos?
Sí. Lo primero que hicimos fue hacer unas asociaciones civiles provinciales para que los bienes estuvieran a nombre de esas asociaciones, y luego una Federación Nacional. Todo eso desapareció cuando nos llegó el reconocimiento jurídico y pasamos al Ministerio de Justicia, etc. Pero Tarancón me ayudó mucho en momentos así, determinados. Todos los obispos eran muy respetuosos con Adsis.
¿Cuándo dieron el paso a la vida en comunidad, tanto de consagrados como de laicos?
Cada 6 años hacemos una asamblea, para revisar el contenido de la identidad y marcar objetivos para los años siguientes. En el 73 aprobamos el primer ideario Adsis, aprovechando la asamblea conjunta de curas y obispos. Cuando estaba ya preparado para ser votado en las comunidades, me pidieron que hiciese una introducción, y entonces hice el Credo.
Es un documento histórico.
Yo lo hice en un ratito en mi cuarto. Nunca tuve conciencia de que estaba haciendo un escrito al que el tiempo y la acción de Dios daría dimensión. Lo que me llamó la atención es que en la misma Asamblea que hicimos aquí en Madrid en el 73, el regulador (moderador, que era un seglar canario) dijo que el Credo no se votaba. Y ahí quedó. Lo que se votaron fueron los objetivos, y uno de ellos salió la presencia en los barrios y ambientes de pobreza. La mayoría de jóvenes universitarios que estaban con nosotros necesitaban volverse hacia los pobres, hacia las periferias de Madrid. Así que uno de los objetivos fue ir a vivir en común con esa gente.
¿Las comunidades que mantienen hoy son mixtas?
Todas: familias, curas, seglares, célibes, casados… Incluso hay gente viviendo en nuestras comunidades porque no tiene otro sitio, y aunque no son miembros Adsis del movimiento, son parte de la comunidad.
¿Los bienes de la comunidad son todos comunes?
Sí, todos compartidos. Todo lo que se tiene y todo lo que se necesita es comunitario. Nosotros tomamos como opción desde el principio no tener estructuras propias de acción.
¿No tener obras?
Eso. No tenemos colegios, guarderías o residencias propias. Eso yo lo aprendí de los salesianos: con ellos aprendí mucho, sobre todo lo que no había que hacer. No porque estuviera mal, sino porque, en los tiempos de secularización y en los tiempos en que se iba creando un estado social del bienestar, la Iglesia tiene que entender que su principal obra es la comunidad, no tanto la subsidiariedad.
¿Esa suplencia ya no era tan necesaria?
Claro. El Concilio también nos hizo plantearnos que nuestra presencia, en vez de cómo una Iglesia en competencia con el mundo (sindicato católico, prensa católica, colegios católicos, etc.), como simple presencia de los cristianos en los ambientes que de por sí son seculares: en la escuela, en la educación, en la prensa… Adsis intuyó desde el principio que estas comunidades seculares plurales que asumían toda la realidad humana, no podían luego quedar encerradas en una estructura.
¿Cuántos son en la actualidad?
Estamos hablando de unas mil seiscientas personas. En el año 90 nos marchamos a América, y en 8 años ya estábamos presentes en Chile, Argentina, Uruguay, Perú, Bolivia y Ecuador. También extendimos una comunidad a Roma, porque al ser ya romanos teníamos que tener una comunidad allí. A partir de ahí nos dimos cuenta de que el movimiento tenía que abrirse a otras formas de ser. Que podía haber gente, además de lo que llamamos los hermanos de comunidad, que tuviera carisma de presencia en el mundo de los jóvenes, de los pobres y de la Iglesia, y que a lo mejor tenía un proyecto autónomo de matrimonio o de trabajo. No teníamos por qué pretender que todos vivieran en comunidad, globalizando en ella toda su vida.
¿O sea que permitieron un segundo anillo de simpatizantes?
Sí, de asociados. Y luego surgieron también todos los que trabajaban con nosotros en los proyectos (porque a mitad de los años 90 constituimos una Fundación con carácter internacional). Hicimos la Fundación porque llegó un momento en que nos dimos cuenta de que, sin tener estructuras propias de acción, podíamos no obstante como comunidad atender ciertos servicios. Así que hicimos una fundación civil, y la presentamos a los ministerios, a las Comunidades Autónomas, a la Iglesia, etc., para realizar proyectos con juventud marginada. En esos proyectos las estructuras son del estado o de la Iglesia, no nuestras.
¿Ustedes solo gestionan?
Proponemos el proyecto y ofrecemos las personas. Una vez que la autoridad competente los aprueba y los subvenciona, entonces sí los gestionamos, y ellos los controlan. Así fomentamos que haya servicios necesarios en aquellos lugares que no existen, sin tener estructuras propias.
De las 1.600 personas que forman Adsis, ¿cuántos son curas?
Unos 55 sacerdotes. Y no nos interesan muchos más. No queremos clericalizar el movimiento.
¿Todos tienen la misma voz y el mismo voto en las asambleas?
Todos iguales. Puede ser moderador general una hermana célibe o casada, un cura o seglar… cualquiera. Las comunidades están organizadas por regiones (para que haya una cierta coordinación entre las comunidades más cercanas), y cada comunidad tiene un delegado elegido. Luego, el movimiento tiene un Consejo, formado por consejeros regionales (elegidos cada 6 años por la Asamblea General), y un moderador general, que es la figura que el Derecho Canónico pone a estas asociaciones de fieles.
Usted dejó de ser moderador general a motu proprio en el año 2001. ¿Por qué?
Cuando logré la ascensión del movimiento en América Latina y el reconocimiento jurídico lo decidí, porque siempre había pensado que en los movimientos tiene que primar lo profético, no lo administrativo. Para administrar ya están los contables o los gerentes. Entonces, pensé que no era bueno que una institución cualquiera de la Iglesia mitifique tontamente a los fundadores.
¿A contracorriente de todos los movimientos?
El que tome el Evangelio realmente en serio, irá a contracorriente.
¿Así que puso en marcha su propia sucesión?
Sí, con normalidad. Escribí una carta a los hermanos miembros de la Asamblea, diciendo que yo creía que era bueno para todos. Pero a mí me quedaba una asignatura pendiente, porque en la historia del movimiento Adsis había habido curas que habían sido más curas que miembros o hermanos. Yo tenía que ser simplemente un hermano. Y creo que he hecho más bien en estos 11 años siendo simplemente un hermano, que en los 40 anteriores siendo jefe o fundador o lo que fuera.
¿Esa falta de culto a la personalidad del fundador le hace menos conocido que otros?
Nunca me lo he planteado. Yo quiero ser conocido por aquellas personas a las que mi conocimiento les puede repercutir. Ser conocido en ambientes donde no pintas nada, ¿a qué contribuye?
¿Por eso no se ha prodigado a nivel mediático?
Es que si alguien quiere charlar conmigo, como tú, pues charlamos, pero yo no me voy a hacer propaganda.
La editorial PPC acaba de publicar un libro tuyo: «Sendas de vida con los jóvenes». ¿Encontrar salidas pastorales para la juventud sigue siendo tu carisma?
Cuando estudié en Italia, mi vocación era la teología y la filosofía. Cuando me mandaron de profesor de Teología Dogmática a Salamanca, tuve una eclosión en un encuentro con jóvenes en la ciudad que me cambió totalmente. Una ciudad tan pontificia como esa, con tanta congregación, los jóvenes estaban de lado.
¿Y usted se constituyó en pastor itinerante, en busca de los jóvenes por la ciudad?
Sí, no tenía ninguna casa ni nada. Me reunía con los jóvenes en los parques, en los bares… yo mismo era extraño ante ese fenómeno. Ni yo mismo lo entendía. Hubo una eclosión de tanta gente, que me preguntaba cómo era posible que tuvieran tanta hambre de relación, de comprensión, de amistad, de cariño. En el 65 ya me marché de ahí, aunque me costó muchísimo salir por toda la gente joven. Luego me llamó el obispo diciéndome que sacerdotes de la diócesis me habían acusado ante él porque confesaba por las calles a los jóvenes.
¿Ha cambiado la Conferencia Episcopal desde entonces?
Con los nuevos obispos tengo menos relación, pero creo que no han cambiado nada.
¿Por qué tienen miedo al diálogo?
Bueno, cuando a uno le nombran obispo no deja de ser lo que ha sido antes. El origen, la trayectoria espiritual y la formación que has tenido te marcan luego también cuando eres obispo. Por tanto, lo primero que hay que pensar es de qué cepa se eligen los obispos. Yo creo que en general se busca gente más fiel y más segura pero con menos capacidad de liderazgo.
¿Menos brillante?
Sí, con menos capacidad de liderazgo, pero con más certeza y garantía de responder a una fidelidad establecida.
¿De ahí viene, quizá, la falta de creatividad pastoral, que aborda usted en el libro?
Claro. Estamos más marcados por la fidelidad a lo eclesial que por la fidelidad a la misión de la Iglesia como sierva del mundo. Las claves que dominan son muy importantes, porque desde ellas se interpretan, después, muchas realidades. Las ramas y las uvas serán como sea la cepa. La concepción que tengamos de Iglesia, de Reino, son más importantes, a veces, que las palabras que tenemos en común.
¿Utilizamos palabras comunes para designar realidades distintas?
El lenguaje siempre es ambiguo y limitado. No expresa historias, traumas, sentimientos, procesos formativos. Es una realidad que vas adquiriendo por cultura, por formación, por relación.
¿Estamos retrocediendo en el uso del lenguaje? ¿La Iglesia conecta cada vez menos con la gente joven porque utiliza un lenguaje y una jerga eclesiástica ininteligible?
Tenemos que darnos cuenta de que, cuando hablamos de evangelización, podemos estar hablando de cosas muy distintas, que pueden ser sentimientos, «a prioris», actitudes diferentes. Para mí el joven no es una clientela que tengo que meter en la Iglesia, sino una oportunidad que Dios me da para encontrarle.
¿Para salir al encuentro de Dios?
El mundo es el instrumento del que el Espíritu Santo se sirve para cambiar a la gente. Es verdad que la Iglesia cambia dos siglos más tarde, pero de igual manera, para aprobar la democracia tuvo que pasar un siglo y medio.
¿No le duele que la Iglesia tarde tanto en cambiar?
Es condición humana, porque la Iglesia también es humana. Pero en la medida en que la Iglesia se fíe más de Dios y se haga más itinerante, sin sandalias y sin refajos, dejará más libre al Espíritu para penetrar en el mundo. A veces le cortamos las alas.
¿No se ha perdido aún la oportunidad de recuperar a las generaciones jóvenes?
No. Seremos capaces.
¿Es optimista?
Soy tremendamente optimista, porque los jóvenes me han enseñado a serlo. Ahora mismo tenemos los fines de semana un proyecto con africanos, que vienen a aprender castellano, informática… y con ellos hay unos 70 voluntarios. La mayoría jóvenes. Cuando yo veo por ejemplo, a las chicas universitarias enseñando afanosas a los grupos de negros, o a los abogados atendiendo los problemas que tienen; no pregunto si son creyentes. Jesús no andaba preocupado, cuando se sentaba a comer con prostitutas y fariseos, por si eran creyentes o no.
¿Ése es el fallo de la Iglesia: Buscar más al cliente que a la persona?
Claro. Proyectamos la realidad de los demás desde nuestra realidad. Primero, porque tenemos unas concepciones teológicas que no hemos puesto en duda, cuando de muchas de ellas no sólo hay que dudar, sino prescindir. Por ejemplo: la Iglesia, que es la prolongación del Cuerpo de Cristo, es un sacramento; pero no tiene como misión fundamental propia (suya) salvar al mundo. Su misión es significar que Dios nos salva a través de Jesucristo.
¿Y esa «significatividad» no está también de capa caída en estos momentos?
La significatividad está toda dada por la naturaleza esencial del signo. Si el mundo habla portugués, ¿de qué sirve que la Iglesia organice grandes congresos para perfeccionar el alemán?
¿Tan equivocados estamos?
No estamos equivocados, estamos distorsionados.
¿Y hay forma de reconducir la situación?
La Iglesia muchas veces anda dando palos de ciego, pero luego la gente es muy buena. Yo recibí una inyección grandísima de amor a la Iglesia durante nuestro reconocimiento jurídico en Roma, donde encontré mucha gente buena, arzobispos y cardenales con los que hablaba sin encontrar dificultades. Un arzobispo me mecía: «Padre, usted lo que ha fundado es el arca de Noé, todas las especies juntas…». Me lo puso a huevo. Le contesté: «Claro, y todos unidos se salvaron del diluvio». Hermanos rodeados de hermanos.
¿Eso se está perdiendo?
Sí. Tenemos que recuperar el profetismo humilde.
¿De denuncia?
De denuncia a través del amor y la claridad. Tú puedes decir las cosas más claras y más evangélicas con dulzura. Porque no estás diciendo cosas turbias. Los jóvenes son los jóvenes de siempre, y necesitan que alguien les escuche.
Algunos titulares
Adsis es una palabra latina que quiere decir «estés presente».
La palabra fundador me parece demasiado. Fundador es Jesús, o el Espíritu, y los demás somos instrumentos del Señor
Hombre, mujer, célibe, cura, casado… para nosotros cualquier estado o situación humana es vocación
En Adsis, todo lo que se tiene y todo lo que se necesita es comunitario
Tarancón me dijo que a la Iglesia no le gusta dialogar con colectivos y que los curas son la mano de obra de la Iglesia
Con los salesianos aprendí mucho, sobre todo lo que no había que hacer
No nos interesa tener más curas, no queremos clericalizar el movimiento
La mitificación tonta que se hace de los fundadores no es buena para ninguna institución de la Iglesia
El que tome el Evangelio realmente en serio, irá a contracorriente
He hecho más bien en estos 11 años siendo simplemente un hermano, que en los 40 anteriores siendo jefe o fundador o lo que fuera
Hay que pensar de qué cepa se eligen los obispos, porque cuando a uno le nombran obispo no deja de ser lo que ha sido antes
Para obispo, se busca gente más fiel y más segura, pero con menos capacidad de liderazgo
Para mí el joven no es una clientela que tengo que meter en la Iglesia
El mundo es el instrumento del que el Espíritu Santo se sirve para cambiar a la gente
A veces le cortamos las alas al Espíritu
Jesús no andaba preocupado, cuando se sentaba a comer con prostitutas y fariseos, por si eran creyentes o no
Soy tremendamente optimista, porque los jóvenes me han enseñado a serlo
Un arzobispo me mecía: «Padre, usted lo que ha fundado es el arca de Noé, todas las especies juntas…»
Tenemos que recuperar el profetismo humilde y de denuncia a través del amor y la claridad