Manuel Mandianes

La sonrisa del Buen Dios

"Siento el calor de un plato caliente, la luz pálida del atardecer"

La sonrisa del Buen Dios
Mandianes

El tsunami del amanecer, entro al valle por donde se va el río

(Manuel Mandianes).- La dudosa luz del alba apareció detrás de la última colina incendiando los últimos retazos de nieve. Luego se ocultó. El sol se levantó en la actitud del que se está yendo. Por la tarde no se dejó ver detrás de la otra última colina coronada aún por la nieve que también se está yendo. Así vivimos, siempre despidiéndonos de algo, de alguien.

La luz pálida de este atardecer borra los límites del mundo y llena el aire de sueños. Solo por la falda de la montaña, cresta de todo lo creado, me siento como un hálito del cosmos, como el calor de un plato caliente. Siento el pálpito de la divinidad en todo lo que me rodea como si estuviera posando sobre el mundo la primera mirada.

El domingo viajé al futuro visitando las sepulturas de los antepasados, el futuro es fruto del pasado, antes de entrar a misa; y del futuro al presente porque este es la anticipación del aquel. Por la tarde di un paseo por la nieve. Los árboles nacían en el cielo y crecían hasta la tierra, salían del caos originario, parecían fantasmas. Seguía andando y el fin del mundo siempre quedaba a la misma distancia. Respiraba, pisoteaba, caminaba, manoteaba la belleza del caos. Entonces recordé que «lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible» (Rilke).

El tsunami del amanecer, entro al valle por donde se va el río. Los pueblecitos de la ladera de la montaña se encendieron como pavesas que prendieron fuego a la nieve que lo coronaba todo. Alguien me dijo: «Esta mañana los pueblos, el valle, parecían coladas al sol». Coladas, pavesas. Lo maravilloso es ese sol inmenso que entra arrasándolo todo como un tsunami, como la sonrisa del Buen Dios.

Bajaba de escuchar el silencio de la nieve cuando los castaños me salieron al encuentro y de dijeron: Dimos castañas a generaciones y generaciones. Mientras nos asaban escuchamos leyendas, cuentos, aprendimos la genealogía de todas las casas, la historia de cada pedazo de tierra y hasta de las vacas. En nuestras ramas anidaron los pájaros, hasta pájaros que ya no vienen por aquí. Hemos visto desaparecer costumbres, palabras. Hemos asistido a nacimientos, a muertes de gentes en plena juventud. A nuestra sombra pastaron vacas y muchos burros cargaron con sacos de nuestras castañas. Ya no vemos vacas ni burros. Con nuestras ramas ya no hacen vigas porque las utilizan de hierro y cemento. Ahora vienen por aquí gentes que no son de aquí y dicen: «Parece una escultura», cosas bonitas, pero no saben nuestra historia y muchos ni siquiera saben que las castañas asadas son nuestras lágrimas y nuestras sonrisas.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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