Está en el punto de mira del Gobierno y ha recibido amenazas de muerte

Silvio Báez, el obispo que hizo frente al ‘comandante’ Ortega

Cuenta con el apoyo de la gente, del Papa y de la Conferencia episcopal nicaraguense

Silvio Báez, el obispo que hizo frente al 'comandante' Ortega
Silvio Béz, en una manifestación

He llorado, porque han muerto tantos jóvenes sin necesidad y de modo injusto y con una crueldad sin límites. He llorado, porque muchos han sido torturados de una manera inhumana

(José Manuel Vidal).- Hay que tener valor para enfrentarse al mecanismo, bien engrasado durante décadas, del poder omnímodo del régimen sandinista (venido a menos) de Nicaragua, encarnado por la pareja Ortega-Murillo, que, según dicen, tanto monta. Hay que tener un valor especial, sobre todo, siendo obispo de la Iglesia católica y auxiliar del cardenal Brenes en Managua. Y hay que tener madera de líder para llamar a practicar la no-violencia activa en medio de las protestas que inflaman el país.

El obispo valiente se llama Silvio José Báez Ortega (Masaya, 1958) y lleva años plantando cara al sandinismo reciclado del presidente Ortega. De hecho, se dice que Benedicto XVI lo nombró auxiliar de Managua, precisamente para eso, para seguir de cerca y criticar a fondo la deriva totalitaria de movimiento que nació con la pátina de la «primera revolución cristiana» de América allá por el año 1979, cuando las columnas guerrilleras entran en Managua y consuman la derrota de la sangrienta dictadura de Somoza.

La Teología de la Liberación impregnaba la revolución sandinista y, de hecho, en sus gobiernos entraron como ministros los jesuitas Fernando y Ernesto Cardenal, y el también religioso Miguel d’Escoto, como canciller. Eran los líderes de la llamada ‘Iglesia popular’, identificada con la revolución y con la causa de los pobres, y enfrentada a los planteamientos conservadores de la mayoría del clero, de un episcopado muy tradicional y de la propia Roma.

En el Vaticano, el Papa Wojtyla no mira con buenos ojos a la Teología de la Liberación (que, de hecho, su número dos, el entonces cardenal Ratzinger, condena públicamente y por escrito dos veces), y, menos aún, el que curas y frailes participen directa y activamente en política. Y menos aún, en partidos de izquierdas, como era, entonces, el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Por eso, no le gustó en absoluto la enorme pancarta que le recibió en el aeropuerto en su visita al país en 1983, y que rezaba así: «Bienvenido a la Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución». Indignado, Juan Pablo II aprovechó la primera ocasión que se le presentó, para amonestar públicamente a Ernesto Cardenal. Aquella célebre foto dio la vuelta al mundo, con el Papa levantando el dedo y exigiendo a Cardenal que abandonase la política, mientras el jesuita hincaba la rodilla en tierra, se quitaba la boina, le miraba entre sonriente y sorprendido, mientras aguantaba estoicamente el chaparrón.

Así lo cuenta el propio Ernesto Cardenal: «No permitió él que le besara el anillo y, blandiendo el dedo como si fuera un bastón, me dijo en tono de reproche: ‘Usted debe regularizar su situación’. Como no contesté nada, volvió a repetir la brusca admonición, mientras enfocaban todas las cámaras del mundo».

Con el paso del tiempo y el disfrute del poder, la revolución sandinista, de la mano de Ortega, se fue convirtiendo en un régimen, cada vez más autoritario. Y los primeros en dejarlo y darse de baja fueron los dos hermanos jesuitas. Tanto fue así que Ernesto Cardenal pasó de ser ministro y el poeta de la revolución a perseguido político. Pero el jesuita no se ha dejado amedrentar y lleva años acusando de «dictadura» al régimen de Ortega y, en estos momentos, está abiertamente alineado con los que piden que se vaya.

«El diálogo no tiene sentido porque el diálogo es para entenderse, y nosotros no nos podemos entender», dice el autor de ‘El Evangelio de Solentiname’. Y añade: «Lo que queremos es que haya otro Gobierno, una república democrática. ¿Para qué diálogo? Nada de diálogo».

Toda esta historia la conoce bien monseñor Báez. El obispo auxiliar de Managua sabe que el sandinismo está ya muy lejos de la mística liberadora de sus comienzos y que ha perdido el apoyo de los católicos. No sólo de los ancianos líderes progresistas, como Ernesto Cardenal, sino también de toda la Iglesia. Tanto de la Iglesia popular como de la más tradicional.

Lo sabe monseñor Báez y lo sabía el Papa Benedicto XVI, cuando, en 2009, lo sacó de su relativamente cómoda vida religiosa e intelectual en Roma, para enviarlo de auxiliar a Managua. La Iglesia necesitaba un intelectual de prestigio, para seguir de cerca y criticar con argumentos y razones la deriva autoritaria del sandinismo de Ortega, que, además, seguía empeñado en manipular a su favor los sentimientos profunda y mayoritariamente religiosos del pueblo nica.

Y lo encontró en monseñor Báez. Un obispo con un recorrido vital sembrado de éxitos. Silvio Báez ingresaba, precisamente en 1979, el año del triunfo de la revolución, en los carmelitas descalzos. Tras sus estudios en el Instituto Teológico de América Central en San José de Costa Rica, sus superiores decidieron enviarlo a Roma, donde las congregaciones religiosas suelen enviar a sus alumnos más inteligentes y destacados.

Báez se licenció en Sagrada Escritura y, desde entonces, se dedicó a especializarse en esa disciplina religiosa, una de las más apreciadas y de las más exigentes del mundo religioso. Y con notable éxito. De hecho, tras pasar por la prestigiosa ‘Ecole biblique’ de Jerusalén, se doctoró en la Gregoriana de Roma, la universidad de los jesuitas y cuna de obispos y Papas, con una brillante tesis doctoral, que todavía hoy se utiliza como ejemplo de investigación exegético-teológica.

Con su buen bagaje intelectual, Báez estaba destinado a hacer carrera también en su congregación religiosa, donde fue maestro de estudiantes, consejero y profesor en diversas universidades de Latinoamérica y de España. Hasta que, en 2006, los carmelitas se lo llevan a Roma, como vicepresidente de la Facultad de Teología del ‘Teresianum’, la universidad de l congregación en Roma, donde estuvo varios años, feliz con sus clases, con sus conferencias sobre espiritualidad por medio mundo y con sus libros e investigaciones.

Hasta que la Iglesia lo sacó de su retiro intelectual, para ponerlo a pié de obra, en Managua, como ayudante y auxiliar del arzobispo de la ciudad, monseñor Leopoldo Brenes, el que, pocos años, después, sería elevado a la dignidad cardenalicia por el Papa Francisco.

Y al intelectual le salió su vena pastoral y, en poco tiempo, puso pié en tierra, se bajó de las nubes teóricas, para aterrizar en la realidad de un país corroído por el autoritarismo y de una Iglesia, necesitada de profetas, con capacidad de anuncio y de denuncia.

Y Báez tiene las dos. Es capaz de ganarse el corazón de la gente por su cercanía, su bondad, su desprendimiento y sus entrañas de misericordia. Es un enamorado de Francisco y de su Iglesia-hospital de campaña. Y la gente lo descubrió rápido y comenzó a confiarle sus penas y sus alegrías. Y empezó a buscarlo como líder. Y le llovieron los ‘gritos de dolor’ de su pueblo desde todos los rincones de su país.

Y el obispo tuvo que combinar el anuncio con la denuncia. Una denuncia profética que inició hace ya unos años, avisando de la deriva autoritaria del régimen. Pero el punto de inflexión, el momento en el que se colocó en la diana del régimen y de sus medios adictos, fue, cuando en las últimas elecciones presidenciales de 2016, dijo públicamente (para ser voz de otros muchos que ni siquiera lo podían susurrar) que no iba a votar, porque «en Nicaragua estamos ante un sistema viciado de raíz, autoritario y antidemocrático».

Su protagonismo fue creciendo hasta que, en las últimas manifestaciones, se convirtió en el máximo referente. Primero, para animar a sus paisanos a pronunciarse con libertad. Después, para pedir que no entrasen en la dinámica perversa de violencia y muerte del régimen de Ortega. Ni siquiera, después de la sangre vertida de jóvenes e inocentes estudiantes, cuyo único delito fue pedir democracia y libertad.

Y, para invitar a la no-violencia activa y denunciar las torturas a las que las autoridades sometieron a algunos jóvenes, el prelado pedía, suplicaba, animaba, arengaba y hasta lloraba en directo. «He llorado, porque han muerto tantos jóvenes sin necesidad y de modo injusto y con una crueldad sin límites. He llorado, porque muchos han sido torturados de una manera inhumana. Ayer en la noche supe de tres jóvenes de nuestra pastoral juvenil de la parroquia a quienes en la cárcel les arrancaron las uñas de las manos. Las historias son terribles y nuestra juventud no merece eso».

Y el obispo valiente se convierte en líder a su pesar, para buscar una salida negociada y dialogada, en la que la Iglesia va a ejercer de mediadora, siempre que se den las mínimas condiciones para ello. Ortega no se lo va a poner fácil, pero, ahora, la Iglesia sabe que en sus filas tiene un referente creíble y capaz, en el que la gente sencilla cree a fondo perdido.

Y también lo sabe el presidente Ortega, que lo ha colocado en su punto de mira. Con ataques contra el obispo procedentes del Gobierno y orquestados a través de periodistas progubernamentales, medios de comunicación oficialistas, y cuentas anónimas en redes sociales, como Facebook y Twitter, donde precisamente monseñor Báez es muy activo desde hace años. Quizás sea uno de los mejores obispos de todo el mundo en la utilización de las nuevas tecnologías y de las redes sociales.

El Gobierno de Ortega repite y copia contra el obispo Báez las técnicas utilizadas por la ultraderecha salvadoreña contra el pronto nuevo santo, monseñor Romero, que terminaron en su asesinato. De hecho, acusan a monseñor Báez de ser «la cabeza de la subversión» y ya ha recibido varias amenazas de muerte.

Pero ni las técnicas mafiosas del Gobierno ni las amenazas de muerte detendrán al ‘obispo valiente’ en su lucha por la justicia, la paz y el respeto a los derechos humanos de su pueblo y de su gente. Porque Silvio Báez es un ‘líder blanco’, es decir un tipo de líder que basa su poder únicamente en su autoridad moral. Un líder que no busca sus propios intereses ni los de partido alguno. Se mueve por ideales. Le mueve el celo apostólico y la defensa de los pobres y descartados, a los que el Papa llama ‘la carne de Cristo’.

Por eso, al igual que el Papa, el escudo del obispo Báez es la gente, el pueblo humilde y sencillo, que se fía de él, le sigue y le protege. Le defiende el pueblo ciudadano y también le defiende el pueblo santo de Dios. Todo entero. Los católicos nicaragüenses están con él. Sean de la sensibilidad eclesial que sean. Da igual que provengan de la Iglesia popular o de la más tradicional. Todos apoyan a muerte al prelado.

Y no es fácil, ni en Nicaragua ni en cualquier otro lugar del mundo, que un obispo concite el apoyo y las simpatías de todos, católicos y no católicos. Como se dice en España, algo tendrá el agua de Don Silvio, cuando tanto y tantos la bendicen. Incluso a nivel internacional, porque su popularidad ha trascendido las fronteras de su país.

Y, por supuesto, cuenta asimismo con el apoyo directo y explícito del Papa Francisco, que conoce perfectamente la situación actual de Nicaragua y sabe bien que en el país centroamericano se está jugando su propio futuro democrático. Por eso, monseñor Báez, el cardenal Brenes y la Conferencia episcopal de Nicaragua cuentan con todas las bendiciones de Roma.

Por eso, la Conferencia episcopal actuará de mediadora en el proceso de diálogo, que, según la nota hecha pública ayer, tendrá como objetivo «revisar el sistema político de Nicaragua desde su raíz, para lograr una auténtica democracia» y «esclarecer a fondo el tema de las dolorosas muertes sufridas durante las manifestaciones universitarias». Mediación, sí, pero vigilante. Y uno de los encargados de esa vigilancia estrecha será el ‘obispo valiente’, monseñor Silvio Báez, que proclama: «Que los criminales que han asesinado y torturado a nuestros jóvenes no piensen que el diálogo nacional será un manto de impunidad. Ante todo verdad y justicia».

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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