Terminadas las guerras europeas entre distintos países con similares culturas, y la llamada guerra fria entre esos países europeos y la Unión Sovietica, pasamos a otro tipo de “guerra”, no declarada, entre esos países europeos, incluyendo ya los restos de la Unión Sovietica, y el extremismo islámico, aliado anímicamente con los partidos de extrema, y no tan extrema, izquierda europea, con antisistemas, y con la ayuda de la neutralidad mediática.
Se trata de una nueva forma de hacer la guerra, un conflicto de natalidades que se está librando en Europa y que a la larga tiene vencedor asegurado (según los más recientes estudios, a partir de 2050 habrá más musulmanes que otra cosa en Europa), pues se trata de un proceso puramente matemático en el que a este ritmo de entrada en Europa de musulmanes, y con su alto indice de natalidad, en unos pocos años en algunos países, y en mayor plazo en otros, a la hora de aplicar nuestra inocente democracia, ellos serán más, gobernarán, cambiarán las leyes a su gusto, y la esperada y planificada transformación de Europa en beneficio del Islam se habrá consumado, algo que nuestros hijos o nietos deberán sin duda a los políticos actuales y a esa sociedad cobarde y adormecida de la que viven. Por supuesto, esta sola manifestación de un proceso puramente matemático, es rechazada no solo en su realidad, ya manifestada en ciertos barrios de grandes ciudades de centro Europa, sino simplemente en su exposición, por el reinante y bobalicón buenísimo de la izquierda, de una izquierda que se nutre de la mezcla entre lo más ingenuo e ignorante de nuestra juventud.
Cumple aquí exponer una broma que ilustra en gran parte lo expuesto. Se trata de hacernos con Portugal (menos mal que nos queda Portugal). La estrategia es la siguiente: le declaramos la guerra a Portugal y acto seguido nos rendimos, con lo que pasamos a ser portugueses hasta las primeras elecciones, en las que la mayoría de españoles ganarían las elecciones para volver a llamarnos España, y completar así la península ibérica pero ya como españoles todos.
Lo de los musulmanes va en serio, pues así lo han manifestado ya repetidas veces, aviso al que seguimos sin inmutarnos.
Aquí, no obstante, en pocos años, los mismos perros tienen hoy distintos collares al amparo de la dictadura de lo políticamente correcto. Hoy, los antiguos fascistas se han convertido en nacionalistas, que acusan de fascistas, sin tener idea de lo que va lo del fascismo, a quienes les combaten, acusación que también recibe la derecha, aunque se trate de la más moderada. Los partidos de extrema izquierda, generalmente muy bien tratados por los medios en general, hoy son considerados, no comunistas, sino populistas, al amparo de unas formas que cada día cuentan con mayor aprobación, en detrimento del fondo de las cuestiones, cada vez con menor protagonismo, y hoy tratado como rechazable intransigencia.
Por otra parte, la idea de la democracia, que en realidad nunca ha llegado a materializarse de verdad, ha sido explotada por los partidos en su transformación en partitocracias en manos de oligarquías internas y posterior conversión en dictaduras, que al amparo de medios afines se transforman en dictablandas de cara a la galería, aceptadas por la transformación del dictador en un líder, cultivado para obtener los máximos apoyos hacia el votante y sostenido por una legión de agradecidos, encargados de ocupar todo tipo de poltronas, desde el interior del propio partido, pagado todo ello por un pueblo al que los propios medios al servicio de tales partidos se encargan de adormecer, y todo ello manejado por las grandes fortunas, grandes corporaciones y multinacionales, que son quienes en la sombra apadrinan a los más visibles para que cambie lo que cambie de puertas afuera, todo siga igual.
Evidentemente todo este montaje se sostiene por la existencia de dos o tres organizaciones más de similares características (una sola sería ya reconocer abiertamente una dictadura), que pugnan por lo mismo y que como “entre bomberos no se pisan la manguera”, a la hora de venderle al pagano pueblo la idea de que en eso se basa la democracia, no pueden estar más de acuerdo. Todo ello se acuña como políticamente correcto, se masacra a quien no opina lo mismo tildándole de todo, y como el pueblo llega a creérselo y a pensar que tal democracia se trata del menos malo de los sistemas conocidos, y que en realidad es el único sistema válido, el asunto no tiene discusión. Por supuesto, a tales partidos les importe un bledo el bienestar del pueblo más que el suyo propio, y la consecución del voto que les permita perpetuarse en el poder cuatro años más, y vuelta a empezar a cultivar el ya manido deporte de la mentira con la que por encima de cualquier otro argumento “enamorar” a un pueblo, acostumbrado ya a no beber de otra fuente que la de los medios que diariamente les aleccionan.
Hoy nuestras “democracias”, sostenidas formalmente por los medios de comunicación, quienes aleccionan a las masas de votantes, son la consecuencia directa de las teorías de un hombre ilustrado, conocedor absoluto del manejo de las masas, el nazi Joseph Goebbels, ministro de propaganda del nacional-socialismo, quien enunció 11 principios para el logro de sus fines, con los que consiguió hacerse con el pueblo alemán, los mismos que hoy utilizan nuestros “líderes”, ya sea en el gobierno europeo, en nuestros gobiernos nacionales, en las autonomías, diputaciones, o ayuntamientos. A saber:
1.- Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2.- Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3.- Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
4.- Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5.- Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
6.- Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
7.- Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8.- Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9.- Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contra programando con la ayuda de medios de comunicación afines.
10.- Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11.- Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.
Evidentemente llegar a aplicar todos esos “principios” resulta mucho más sencillo cuanto menor es la demarcación, donde en general no existen medios en contradicción, y si existen es más fácil hacerse con ellos, como en el caso de ayuntamientos o diputaciones (véase el caso del Ayuntamiento de Vigo y la Diputación de Pontevedra), pero incluso puede darse de forma absolutamente escandalosa, como en la Generalitat de Cataluña, donde el fascismo, al estilo actual, está fuertemente instaurado, y medios como TV3 y los principales diarios, están fuertemente financiados, subvencionados y mantenidos por quienes pretenden sacar la mayor tajada de la locura secesionista, utilizando la mentira como principal argumento. “Miente, miente, miente que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá” (Goebbels). Se trata de un principio de manipulación de masas absolutamente certero, tanto en política como, sobre todo en religión, principio sobre el que no ha podido sistema alguno, y que en la democracia incluso ha cosechado y está cosechando éxitos asombrosos.
El ejemplo reciente de la Diputación de Pontevedra en el que alguien ataca a su máximo responsable por entregarse a las permanentes ordenes de un alcalde, a quien debe su puesto, dilapidando gran parte de su presupuesto en detrimento de las necesidades del resto de la provincia (acusación gravísima), y que el acusado convierte, al ser ella mujer, en un ataque al feminismo, ahogando con ello el fondo del asunto, es profundamente Goebbeliano (concurren casi todos los principios enunciados), como lo es el condenar permanentemente al presidente de la Xunta de todo aquello que le ocurre a Vigo, potenciar permanentemente el victimismo, silenciar aquello de lo que se es responsable (marisquiño), y mentir, mentir y mentir permanentemente en cuanto a futuros logros, etc.
Es evidente que existen multitud de ejemplos de los llamados 11 “principios” enunciados en los dos organismos apuntados, como en muchos otros conocidos, pero donde el asunto adquiere proporciones similares a las conseguidas por el propio Goebbels, es en la Cataluña de Puigdemont y Torra, donde a la práctica fascista de la alemania nazi solo le falta la violencia, por otra parte más difícil de conseguir en la España actual, cuyos gobiernos le han permitido y le están permitiendo prácticamente todo, pero que el resultado final de la aventura etarra, por esa vía, condiciona cualquier aspiración totalitaria de ese fascismo de nuevo cuño.
De todas formas, mientras nos entretenemos con estas técnicas de manipulación de nuestros “demócratas”, las tácticas islámicas siguen su trabajo de ir poblando cada vez más nuestro viejo continente con sangre afin al profeta y a los planteamientos de sus más intransigentes seguidores.
Finalmente, la política, y como siempre la religión, volverán a impedir que la sociedad alcance un estado de paz, sosiego y felicidad, que anhela desde ya muchos siglos atrás, y lo harán por el entreguismo ciudadano, la desidia, la ignorancia, la comodidad, el egoísmo y la absoluta estupidez de un buenismo irresponsable que de nuevo hará real aquello de que lo que más se paga en la vida son las debilidades.
Hitler, Mussolini y Franco pueden haber muerto, pero Goebbels, o al menos su espíritu, sigue vivito y coleando, y más fresco que cuando hace ya cerca de un siglo enunció sus once principios, inspiradores de gran parte de las acciones de nuestros “demócratas” actuales, en su principal cometido de manipulación consentida del ciudadano.