Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La insufrible, mediocre y castrante dictadura de lo políticamente correcto

Hoy vivimos inmersos en una especie de dictadura, capaz de borrar de la militancia social, en un instante, a cualquier ciudadano que no se someta a lo que determinados grupos han impuesto como el pensamiento correcto, con el agravante de que para nada se le considere a ese ciudadano ningún mérito que haya atesorado a lo largo de su vida, ya sea un eminente científico, literato, investigador, etc., si sus opiniones sobre la materia que sea, no coinciden con las de aquellos que imponen el canon de lo correcto. Se prescinde de su protagonismo social y… a continuar buscando entre aquellos, sospechosos de no gustarnos, por medio de todo tipo de procedimientos inquisitoriales, nuevas víctimas a las que inmolar en aras de la solemne estupidez imperante.

Como ya tengo muchos años, siempre he sido un díscolo, solo me importa la opinión de mis amigos, y esa sé que puedo discutirla en armonía (son amigos, ¿no?) voy a seguir opinando. 

Como todos los movimientos extremos, estos colectivos que imponen sus “verdades” a golpe de descalificación mediática, ya sea a través de periódicos, radio, televisión, redes sociales, en tertulias de todo tipo con tertulianos a sueldo, manifestaciones de parte, o en grupos organizados, siempre en actitudes corales, la mayor parte de las veces de una crueldad inmisericorde, con datos parciales, fuera de contexto, verdades a medias, mentiras en buena parte de los casos, y siempre sin contar para nada con el inmolado, lo hacen a golpe de timón, pasándose al otro extremo, aunque sea casi siempre como reacción a anteriores situaciones de manifiesta injusticia.

Como no podía ser de otra forma, los partidos políticos, siempre a la que salta al oler la sangre, acaban traduciendo a votos el éxito de tales imposiciones y en consecuencia apadrinando tales posturas reivindicativas, lo que no estaría para nada mal sino es por hacerlo con el mismo grado de intolerancia que los inquisidores a los que acaban apoyando.

De entre todos esos grupos de imposición de lo “políticamente correcto”, incapaces de defender sus justas reivindicaciones de forma inteligente a través de un correcto y equilibrado conocimiento de hechos y situaciones, se encuentran cantidad de grupos que se hacen llamar feministas (un insulto a las auténticas feministas) que realmente lo que defienden es un “hembrismo” cada vez más irracional y que, quienes se sitúan en el otro extremo les conocen ya como “feminazis”.

El mundo que conocemos, a lo largo de los siglos, ha sido permanentemente machista, desde la política, la religión (sobre todo), y la propia sociedad, en la que la mujer, en general, era relegada a determinadas misiones consideradas necesarias, pero de exigua significación.

Hace escasamente un par de siglos, y en países considerados civilizados, la mujer empezó a reivindicar su papel en la sociedad, un papel de exigencia de igualdad de derechos que hiciera de la mujer una ciudadana de igual consideración a todos los efectos que la que le era asignada al hombre, y lo hizo a través de un movimiento conocido como feminismo, organizándose en grupos de lucha en pos de los objetivos propuestos. 

Gracias a esa lucha y a esos grupos que pretendían la igualdad, hoy la mayor parte de los países democráticos disponen en su legislación de leyes que han hecho realidad ese objetivo. Así las cosas, hoy la sociedad en general ha evolucionado hacia realidades mucho más igualitarias, situaciones en las que, como en todos los ordenes de la vida, sigue habiendo un porcentaje de ciudadanos a los que les cuesta aceptarlo, no solo en sus planteamientos, sino en sus propios actos, buena parte de ellos situados en la empresa, en el mundo conservador, y sobre todo en la religiones, que siguen considerando a la mujer un ser relegado a misiones de absoluto sometimiento.

Considerando que la igualdad conseguida en gran parte ya, y desde planteamientos teóricos, no se encuentra en su totalidad asentada, la solución pasa evidentemente por dos caminos, por un lado el jurídico de denuncia de las vulneraciones legales que se cometan, y por otro el del convencimiento a través de la razón para aquellos colectivos o grupos sociales menos sensibilizados, pero nunca por la imposición hacia posturas que pretendan inclinar la balanza hacia otro lado, a los efectos de sustituir machismo por hembrismo, y convertir tales actitudes en “políticamente correctas”.

Curiosamente, en mi linea políticamente incorrecta, quiero señalar que estos movimientos hembristas, nunca organizan expediciones a países en los que la mujer no solo es discriminada, sino perseguida, esclavizada, torturada, o asesinada por querer reivindicar sus derechos, abandonándolas a su suerte mientras aquí discuten como si les fuera la vida, si son miembros o miembras de la sociedad, de una sociedad en la que al haber recibido multitud de inmigrantes, ya se dan aquí mismo esas situaciones sin necesidad alguna de viajar a otros países, pero ni con esas, no vaya a ser que le parezca mal al moro y la liemos, las mismas que defienden a capa y espada a los “sin papeles” y okupas, pero que no albergan a ninguno de ellos en sus casas, o que en nada se oponen a que la Iglesia siga negándole el menor protagonismo a la mujer, relegada a los conventos, a cuidar enfermos, o a labores domésticas en las iglesias, mientras ellos son los únicos que pintan algo en todo el negocio, violaciones incluidas, o que el Papa acabe de declarar que “todo” feminismo acaba convirtiéndose en machismo, cuando el auténtico feminismo, no las gilipolleces actuales, ha sido en buena parte la causa de los principales avances sociales en los últimos siglos. 

De entre los múltiples ejemplos que se dan a diario sobre el particular, como las “cuotas”, algo que no deja de ser un insulto a la mujer y su capacidad, el burdo y paleto atropello al lenguaje, el insulto a la inteligencia que supone la llamada “discriminación positiva”, etc., me ha llamado la atención en estos días algo relacionado con el deporte.

Partía el asunto de unas declaraciones de la que fue una eminente tenista, concretamente Martina Navrátilová, quien ya en su día, y desde su posición de mujer, se declaró públicamente lesviana, situación que ha vivido hasta ahora con absoluta integración en la sociedad, como no podía ser menos en el país en el que reside. Como amante del tenis, el deporte de su vida, pone ahora de manifiesto, de nuevo con valentía, una situación que cada vez se da con mayor asiduidad en el mundo del deporte y que considera inadecuada, cual es la de que deportistas nacidos hombres, se transformen en mujeres, y a partir de ahí se inscriban en competiciones femeninas acaparando trofeos con suma facilidad y desvirtuando las competiciones.

La reacción de los grupos hembristas no se hizo esperar. El simplista razonamiento, de libro, consiste en que si alguien es ya mujer u hombre, ha de serlo con todas sus consecuencias, lo cual, como la mayor parte de los razonamientos simplistas, parece tener cierta base lógica, pero para ello es preciso, como ya apuntamos, tener un conocimiento del campo que juzgamos, que en este caso se ha obviado radicalmente, antes de poner el lugar en el que debería estar el cerebro, muy difícil de ubicar en algunos y algunas, a pasear.

Partimos de la base de que el hombre y la mujer tienen los mismos derechos. Partimos de la base también, aunque discutida por unos y otras, de que ambos disponen de las mismas capacidades mentales, intelectivas, racionales, etc. Pero hay algo, a parte de determinadas características propias de cada sexo, en lo que en nada somos iguales, como son las condiciones físicas, en las que, en general, el hombre es más alto, más corpulento, más fuerte, más rápido, más ágil, más musculoso, dispone de mayor capacidad pulmonar y cardíaca, etc. 

Tal es así que no existe prácticamente deporte alguno en el que hombres y mujeres compitan en la misma categoría, ni equipos mixtos, dándose el caso de que en los pocos en los que ocurre el hecho de competir en la misma categoría, como puede ser automovilismo, motociclismo, o algún otro, prácticamente en la totalidad de los casos los campeones son siempre hombres.

Admitido eso como un planteamiento objetivo, el deporte se lleva practicando, de forma aceptada por todos, a través de unas competiciones para hombres y otras para mujeres (al contrario de los colegios mixtos), mientras que en la práctica de determinados deportes, cuando quienes los practican no son profesionales, como en el caso del golf, pueden competir hombres con mujeres, pero en esos casos la mujer ha de jugar siempre, para competir en igualdad, desde posiciones más adelantadas, más cercanas al hoyo en cada calle, no así entre profesionales en donde los hombres compiten entre si, al igual que lo hacen las mujeres entre ellas.

No se trata de discriminación alguna, ni de menosprecio, sino simplemente de poder competir en igualdad de condiciones, debido a diferencias puramente naturales.

La solución que se propone, desde posturas hembristas, es que si un hombre “se siente” mujer, que compita con las mujeres y si una mujer “se siente” hombre, que compita con los hombres.

Evidentemente, por desconocimiento y por puro fanatismo, la solución es absolutamente de una torpeza, por ser suave, preocupante.

La persona que nace hombre, en general dispone de las características ya enunciadas, propias de la condición física del hombre, con independencia de que se haya cambiado el sexo y su identificación le lleve a sentirse mujer, por lo que de participar en una competición femenina, con mujeres de menor altura, peso, envergadura, condición muscular, etc., su ventaja es enorme, distorsionando por completo la competición, por muy mujer que se sienta. El ejemplo más claro se puede dar en el boxeo. En ese deporte, en competición femenina, la categoría reina, el peso pesado, se practica a partir de los 80 kg. aproximadamente, y en el masculino a partir de los 90 Kg. Por la propia constitución física de hombre y mujer, si enfrentamos a dos individuos de 100 Kg., ella generalmente será más baja y por su constitución muscular, los kilos no residirán en sus musculatura, sino en otras partes del cuerpo, al tiempo que será más estrecha de hombros y su fuerza será mucho menor. Lo normal, en ese caso, será que la mujer no llegue ni siquiera a terminar el primer asalto. Si ahora particularizamos el ejemplo, y el famoso Mike Tysson que, el muy bruto, ha llegado a pedir que le dejen encerrarse en una jaula con un gorila, de la noche a la mañana dice que se siente muy mujer, y que quiere volver al boxeo, no solo se acabó la competición del peso pesado en el boxeo femenino, sino que si llega a los cien años puede seguir siendo “campeona” del mundo de boxeo.

Curiosamente la tontería está repartida por igual y, gracias a la dictadura de lo políticamente correcto, a la propuesta hembrista descrita se han sumado ya una proporción similar de hombres y mujeres, quienes se apuran ya en elaborar la propuesta resultado de su mediocre inteligencia, para que las categorías masculina y femenina en el deporte no dependan de la constitución física natural de cada uno, sino de como se sientan, con independencia de que ese sentimiento pueda ser voluble (hoy mujer, mañana hombre y pasado nuevamente mujer: transgéneros reversibles) o de que deportivamente les interese más una u otra condición, de manera que los controles anti dopoing sigan practicándose exhaustivamente como hoy se hace para no adulterar la competición, pero esta pueda ser adulterada perfectamente y sin problema, dependiendo de como se sientan los participantes.Todo ello sin pensar que, con tamañas ocurrencias, a quien perjudican realmente son a las mujeres.

Tontos, es que sois tontos, pero no para un rato, tooooontos para siempre, aunque eso si, políticamente correctos… y correctas.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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