Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La izquierda sublime, altanera, intolerante y vacía

 

Confieso que ni la derecha ni la izquierda de este, nuestro país, me mueven lo más mínimo a nada positivo, sino más bien a mandarlos a tomar por la retaguardia, mucho y fuerte, no se si uno tras otro o al unísono, aunque hoy, que le vamos a hacer, le toca a la izquierda como elemento de reflexión.

La izquierda en España suele presentar una composición variopinta, desde la clase de tropa, hasta los auto considerados élite de la sociedad, pasando por la tardía adolescencia, los idealistas, los eternos odiadores, los paletos (comunes a la mayoría de los partidos), los políticamente correctos, gilipollas y gilipollos (estos los hay en la mayoría de partidos), militantes incondicionales, zurdos tradicionales, anti todo, anti sistema, apóstoles del “no”, resentidos unidos jamás serán vencidos, feministas de chicha y nabo o naba, carpetovetónicos, aprovechados (estos son comunes a todos los partidos), etc., etc., pero he de confesar que, respetando a gran parte de su colectivo, hay una clase que no soporto, y son aquellos que se consideran a si mismos la élite, la reserva ética de la sociedad, los sublimes, altaneros, intolerantes, descodificadores por sistema, encasilladores, adjetivadores compulsivos, y en general vacíos de contenido, a quienes la contemplación de su ombligo, el auto bombo, la ostentación y el colegueo intelectualoide, les pone, por encima de cualquier actitud pragmática a la hora de proponer nada y ser coherentes con lo que la izquierda, en general, se supone que pretende.

Hace un tiempo, un amigo me propuso entrar en un foro, al parecer de debate sobre asuntos relacionados con el pensamiento, las ideas, etc. que, quizá de forma algo pretenciosa, había sido bautizado como “foro de filosofía”. Accedí a la espera de encontrarme con debates interesantes sobre cuestiones de actualidad, sobre los que “filosofar” desde la exclusiva neutralidad del uso del pensamiento propio, de nuestras ideas y de enriquecernos con ello, sin tener que tocar de oido, necesariamente. 

Ya desde el principio mi decepción iba en aumento con cada sonidito del teléfono que anunciaba un regalo filosófico en forma de “guasa” de algún participante, seguido de aleluyas de aprobación por parte de los más receptivos del grupo, que coreaban entusiasmados las exhibiciones de pesadísimos alardes de cultureta filosófica, que invariablemente hacían referencia a citas y consideraciones de afamados filósofos que en el mundo han sido, pero con una ausencia absoluta de aportación de ideas, pensamientos y propuestas originales sobre asunto alguno de actualidad, de trascendencia, o simplemente de entretenimiento.

Un poco hartito de tanta ostentación, de tanta vanidad y auto complacencia por parte de los gurús de tan pretenciosa cuna filosófica, decidí enviar “guasas” ajenos a toda esa monserga de profunda cultureta, con la esperanza de que el grupo entrase en algo actual, cotidiano, vivo, sobre lo que “filosofar”, en general sin resultado positivo alguno, pues seguían empeñados en su filosofía de manual y tente tieso.

En esas estábamos cuando mi amigo me propone que le envíe mis artículos a los filósofos, a lo que me resistí, pero ante su insistencia les comuniqué que si me remitían sus correos, a sugerencia de nuestro común amigo, les enviaría mis artículos para poder ver si con ello se suscitaba alguna controversia actual sobre el particular. La respuesta recibida de uno de los líderes, fue la de recomendar al resto que si alguno pudiera estar interesado, era una opción preferible entrar en el periódico que tiene a bien publicármelos y listo. Ante tamaño fracaso, que yo ya esperaba, dejé abierta al resto la posibilidad de que si alguno estaba interesado, amablemente se los remitiría, cosechando, como también era de esperar, un nuevo fracaso, al que sumar el que al parecer tampoco para ninguno fue el periódico una ventana a tal ofrecimiento, con lo que comuniqué a mi amigo que “estos prefieren darse clases unos a otros sobre los clásicos y jalearse mutuamente, por lo que no te preocupes, tampoco me interesa demasiado, por lo que es preferible desistir de tal objetivo”.

Pasados unos días y ante la sempiterna colección de citas por parte de los gurús  de turno, y aprovechando que alguien me envió un correo que entendí que podría levantar algún interés, ya que los retrataba en profundidad, pasé a reenviárselo a los filósofos, a ver si con ello se abría un debate sobre el particular, una cierta autocrítica, algo en definitiva. El debate fue el siguiente:

Mi correo: “El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, se enfrentó con políticos de izquierda similares a los nuestros. A continuación, lo que les dijo después de una votación que le fue favorable: Hoy hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. De esos que el pensamiento único es el del que todo lo sabe, y que condena la política mientras la practica. Desde hoy no permitiremos mercantilizar un mundo en el que no quede lugar para la cultura: desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos impusieron el relativismo: la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes. Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Que la autoridad estaba muerta, que las buenas maneras habían terminado, que no había nada sagrado, nada admirable. El slogan era “vivir sin obligaciones y gozar sin trabas…”. Quisieron terminar con la escuela de excelencia y del civismo. Asesinaron los escrúpulos y la ética. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los grandes directivos y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Esa izquierda está en la política, en los medios de comunicación, en la economía. Le ha tomado el gusto al poder. La crisis de la cultura del trabajo es una crisis moral. Hay que rehabilitar la cultura del trabajo. Dejaron sin poder a las fuerzas del orden y crearon una frase: se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud. Los vándalos son buenos y la policía es mala. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente inocente. Defienden los servicios públicos pero jamás usan el transporte colectivo. Aman mucho a la escuela pública pero mandan a sus hijos a colegios privados. Adoran la periferia pero jamás viven en ella, a no ser que sea en caras urbanizaciones. Firman peticiones cuando se expulsa a algún invasor, pero no aceptan que se instalen en sus casas. Son esos que han renunciado al mérito y al esfuerzo y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la república. Hoy debemos volver a los antiguos valores del respeto, de la educación, de la cultura y de las obligaciones antes que los derechos. Estos se ganan haciendo valer y respetar los anteriores.”

Respuesta del filosofo de turno: “No me parece bueno. Un apunte solo: el relativismo moderno lo introdujo la ciencia, un monje matemático: Copérnico. Eso dividió el ámbito del conocimiento, los valores. No fueron los del 68.”

Mi respuesta: “Bueno pero, concretamente, ¿en que no te parece bueno?, ¿que parte del texto no te parece bueno?”.

De nuevo el filosofo: “Entiendo que lo que se dice depende de lo que entiende por relativismo de antiguos valores, por cierto, de valores solo se habla en la modernidad, y si eso lo mal entiende, entonces, creo, que en el mejor de los casos es un discurso meramente retórico”.

De nuevo el que suscribe: “Pero, concretado, del texto en concreto, ¿en qué no estas de acuerdo?.

El filósofo: “Creo que ya he contestado. Aunque sea un comentario político creo que debería respetar el viejo valor de decir la verdad. En todos los párrafos hay afirmaciones falsas o extravagantes. Así en el primero la única afirmación contrastable, la de que desde el 68 no se podía hablar de moral, es falsa. En y a partir de los sesenta, tiene lugar un enorme debate sobre cuestiones éticas. De hecho se puso de moda la filosofía moral con autores como Rawls y Habermas. Por cierto, en ese debate se coló un gran filosofo andaluz, Javier Muguerza, recientemente fallecido.

Mi respuesta: “O sea, nada en concreto”.

La suya: “Bueno, me temía esta respuesta.”

Yo: “Cuando no se concreta cuesta dar otra respuesta.”

Él: “Bien. ¿Qué hay de concreto en el discurso de Sarkozy?”

Yo, de nuevo: “Es solo cuestión de leerlo”

Pues anda que no contiene concreciones el discurso del francés…

Su conclusión: Gracias. Salud y república.

La mía: Gracias. Salud y contraste de pareceres…, cuando se pueda. Hasta siempre.

Su final: Hasta siempre.

Evidentemente y tras el saludo deseándome “república”, preferí desearle “contraste de pareceres”, ya que esto último se echaba de menos y lo de la república, francamente no estoy muy por la labor, pues estos son capaces de hacer presidente de la república a Pepiño Blanco, o en caso de necesitar alianzas, visto lo visto en cuanto a la ausencia absoluta de escrúpulos, repartirse el poder entre Sánchez y el coletas, uno al gobierno y el de “unidas podemos”, el que prefería vivir en un barrio, cerca del panadero al que saludar todas la mañanas y no ser casta, aunque ahora lo haga en un casoplón con policía a la puerta para cuidar de que no se le cuele ningún okupa, con referéndum aprobatorio incluido por parte de los suyos (que tiene tela), representando a España mundo adelante. O si la poltrona depende de los republicanos catalanes, poner al frente de la presidencia de esa supuesta república, a un republicano de pro, experto en profesión alguna pero si en todo tipo de insultos, que al menos hace honor a su apellido, el provocador Rufian. O si también de catalanes depende, pero de independentistas, ya puestos, a Puigdemont, que ya está en Europa y ya lo van conociendo. O si de los pro etarras vascos dependiera, ver en ese cargo, representando a España por el mundo, al dirigente de asesinos Arnaldo Otegui, y todo en lugar de quien mejor que nadie puede ejercer el cargo de representar a España en el mundo, Felipe VI, algo de lo que afortunadamente gozamos, y no por ser un monarca, que ya lo era su padre y estaba a años luz en honorabilidad, honradez, decencia y unas cuantas cosas más, sino por haber sido muy bien preparado para ello desde su nacimiento, disponiendo de la mejor agenda de contactos del mundo, según se reconoce Urbi et orbe, de un prestigio sin discusión, de una independencia y de una preparación intachable, etc.

Francamente, si la calidad de salud deseada tiene algo que ver con los hipotéticos resultados de una república manejada por esa izquierda y su decencia a la hora de buscar aliados, quizá habría que ir encargando la morada postrera, la cajita de madera, la misma que contuviera lapicitos de color…

No demasiado contentos con el dialogo para besugos habido entre un servidor y el filosofo 1, entra en escena ahora el otro gurú que, como no, suelta su perorata.

Filósofo 2: “Las tesis de Sarkozy coinciden con el diagnostico de Ratzinger, quien acaba de publicar un documento sobre abusos sexuales en la iglesia y busca la etiología en la revolución sexual del 68 y culpa también al Vaticano II, por dejarse contaminar por la moral laxista, de origen secular. Olvida que los abusos vienen de muy atrás y que él tapó al depredador Maciel y otros múltiples casos cuando ejercía como cancerbero de la ortodoxia con el papa polaco. El conservador Ratzinger es además uno de los inspiradores de Rod Dreyer, en su ultraconservador libro “la opción benedictina”, quien busca las causas del ocaso de la moral cristiana en la revolución sexual de los 60 y en el veneno laicista y nihilista que viene de la anticristiana ilustración”. 

Toma ya… Olé tus congojos.

Mi corta respuesta: “Muy bien, pero… concretamente, ¿en que no estáis de acuerdo?.

Fin. A partir de ahí, silencio filosófico total.

La izquierda “intelectual”, de libro. 

No están de acuerdo con un discurso, ligeramente de derechas, pero que suscribiríamos todos aquellos que, habiendo vivido lo expuesto, no somos prisioneros de una ideología totalitaria, y no lo están, no por su contenido, que incapaces de rebatirlo pretenden ignorarlo, sino por el origen político del que lo pronuncia, viéndose entonces abocados a descargar su perorata filosófica de distracción, antes de aceptar o simplemente debatir lo expuesto, en una actitud muy propia del fanático político o religioso, que cuando algo no le gusta, acaba por matar al mensajero, por negar la controversia, o por mandarlo a la hoguera si tal poder hubiera.

Si, no son precisamente los culpables de esa perdida de valores los militantes de base, ni la clase de tropa, ni los ingenuos idealistas, ni siquiera los gilipollas o los paletos, los culpables de esta inversión social que nada aporta al logro de una sociedad mejor, sino todo lo contrario, son esta clase de supuestos intelectuales, filósofos de chicha y nabo, que incapaces de sostener su propio mensaje, no hacen otra cosa que nutrirse de munición ajena, inspiradores del desequilibrio entre derechos y deberes, gurús del zurdo atontamiento de una sociedad condenada a tener que redescubrir que hay otras formas de convivir en comunidad con unos valores, ya conocidos, pero que, por su influencia, les han sido negados de experimentar a unas cuantas generaciones, por toda esa ralea de filósofos de paupérrima progresía, incapaces de ver más allá de sus propios ombligos y de creerse la reserva ética, filosófica y de conocimientos de un mundo que solo ellos, y los políticos que tontamente les siguen, han contribuido a su mediocridad.

Una izquierda vacía, incapaz de cualquier debate pragmático que justifique sus prejuicios, de respetar a quien les pide explicaciones, de dar portazo a quien no piensa como ellos, depositarios de la única verdad, intolerantes en su altanería.

Sarkozy, nunca fuiste santo de mi devoción, pero que razón tenías…     

       

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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