Anticipo: uno no es negacionista del cambio climático, ni niega que éste sea producido por la mano del hombre, en absoluto, y no por un seguidismo fácil al establishment, si no por pura humildad, al considerar que un pobre mortal como yo no tiene la capacidad intelectual ni los conocimientos suficientes para valorar si la influencia humana es capaz o no de perturbar los ciclos climáticos en el planeta tierra.
Pero lo que si soy es un absoluto afirmador de la idiotez humana imperante en nuestros días, en los que todo se ha pervertido y convertido en un circo marketiniano para dirigir a la masa aborregada, hipersensible y teledirigida por las redes sociales.
Greta no es más que un triste personaje artificialmente creado y explotado para la causa. Una sueca del primer mundo que supone un insulto a aquellos millones de niños que realmente sí han sufrido el robo de su infancia, bien por hambre, guerras o pobreza; y no ella, tal y como declaró de forma malencarada ante absortos dirigentes en la sede de la ONU.
Lo del Parlamento Europeo y la ONU escuchando a una adolescente no es la inocente payasada que pueda parecer, es una acción directa, psicológica, sobre la «sensibilidad política a la distribución de dinero público» que menciona con preocupación el amigo Gilles Moec. De ahí la emergencia de creación de la «niña icono».
Greta me recuerda a aquella niña protagonista de la típica película sensiblera de sobremesa que se enfrenta al maléfico promotor que quiere construir un centro comercial y un campo de golf en la pradera de su pueblo. Pero nada más, no hay más profundidad en el personaje. Un elemento más del circo.
Una niña que desembarca de forma mesiánica a la península ibérica en un magnifico catamarán con propaganda en las velas, flanqueada por una idílica familia de recursos bastantes, y que se desplazará en tren –con motor diésel, por cierto– a Madrid, que al llegar dará un predecible discurso junto a Javier Bardem – ese simpático comunista millonario que vuela en avión privado emisor de CO2 contaminante-, y dónde miles de devotos les esperarán extasiados desde abajo tocando el bongo, danzando ritmos tribales, multiculturales, (con alguna de Manu Chao y Macaco, of course) embutidos en sus ropajes de estilo montañero fabricado mayoritariamente en el sudeste asiático, y grabando el ritual con sus teléfonos de última generación repletos de litio.
Y esos urbanitas ecologistas, cual feligreses cacatúas, al final repetirán esas soflamas-alabanzas que inevitablemente ya conviven en sus cabezas.
Por cierto, ya se comenta que a la hermana pequeña de Greta la están preparando para ser el próximo icono del movimiento feminista mundial. Ya casi tenemos el pack. En breve podrán a empezar a comprar ustedes toda clase de productos de merchandising (fabricados con material reciclado en cualquier país asiático) para regalar a sus sobrinos adolescentes.
Nadie sabe a ciencia cierta quién está financiando todo este espectáculo, pero se sospecha que George Soros se lamenta profundamente de que la familia Thunberg no haya tenido un par de hijas más, una para la causa animalista y otra para la causa LGTBI.
El espectáculo, la manipulación de masas y el marketing están servidos. Mientras todo esto ocurre, un 80% de la población mundial sueña con catamaranes navegando en azules aguas oceánicas y compartir soflamas en sus móviles con litio.