Mediodía soleado en Vidrà, mi pueblo de referencia a caballo entre las localidades catalanas de Ripoll y Olot. Allá yacen los restos de mi padre. Hoy hemos acudido al predio que le aloja a recordarle que le tenemos presente en nuestros recuerdos. Las vacas del predio vecino nos contemplaban con estupefacción mientras interrumpíamos su plácido rumiar.
El entorno está verde a pesar de que no ha sido una primavera lluviosa. Una bandera catalana independentista ondea en un montículo junto a una cruz de madera que siempre ha estado allí. Escasas ráfagas de viento la mecen. Es un día calmo.
(Luego, en la fonda del pueblo, he comido los huevos fritos con judías que mi padre siempre pedía; los he disfrutado en su nombre y en el mío propio, así como «patates farcides», deliciosas patatas rebozadas y con carne picada en su interior, especialidad culinaria de la comarca. Y pan, mucho pan -como papá hubiera querido, pero no en cambio el vino tinto de la casa: he optado por un Raimat Abadía al aceptable precio de 10 euros).