Barcelona está ciertamente frondosa. ¡Y cuánto se agradece en un agosto tan tórrido!
Es fruto de las lluvias que vinieron tras el confinamiento en marzo, quizá precisamente por el descenso en la contaminación atmosférica.
Luego en julio hemos tenido algunas tormentas gratificantes que han refrescado.
En resumen: la ciudad está más limpia y los pájaros canturrean de manera inusual.
(Ojalá que de esta pandemia se derive una Barcelona más pulcra, en que pájaros y ciudadanos sintamos el goce perdido de respirar el aire urbano).