El plurilingüismo al límite

Independentistas encerrados en un parking de Barcelona por negarse a hablar en español

Un simple malfuncionamiento en la barrera de salida se convirtió en un episodio de tensión lingüística entre unos usuarios y la operadora de asistencia

Sucedió hace un tiempoLa escena comenzó como un contratiempo banal, de esos que cualquiera puede vivir en un aparcamiento público: la barrera de salida se niega a levantarse y los conductores se ven atrapados dentro, obligados a pulsar el botón de asistencia.

Ocurrió hace apenas unos días en Barcelona y lo que parecía un incidente menor terminó convertido en la enésima disputa lingüística, un reflejo de hasta dónde puede arrastrarnos el debate sobre el plurilingüismo llevado al extremo.

Los ocupantes de un vehículo, todos catalanes, contactaron con la central de asistencia tras comprobar que la barrera seguía bloqueada. La voz femenina que atendía al otro lado de la línea los escuchó con atención, pero pronto comenzó la fricción: los usuarios insistían en hablar en catalán, mientras la operaria repetía, con aparente cordialidad, que no los comprendía del todo y les pedía que se expresaran en español.

“Por favor, no les entiendo”, llegó a implorar la trabajadora mientras trataban de dictarle el número de matrícula en catalán. La situación escaló. Desde el coche, una segunda persona intervino para reforzar la postura de hablar únicamente en catalán. Desde la central, la asistente insistía en español, intentando mantener el protocolo de comunicación y buscando claridad para poder abrir la barrera.

Lejos de solucionarse, el pulso se prolongó en un bucle incómodo donde nadie cedía.

Finalmente, la operadora, cumpliendo las normas de su puesto, decidió dar por terminada la conversación, pero lo hizo siguiendo el manual: despedida amable y un tono respetuoso, aunque la tensión flotara en el ambiente.

El coche seguía encerrado, los ocupantes exasperados y la sensación de absurdo permanecía intacta. Lo que pudo ser un trámite de segundos se transformó en una muestra más del enconado choque entre lenguas y sensibilidades, un callejón sin salida donde los verdaderos perjudicados son los ciudadanos atrapados, no ya por una barrera física, sino por la imposibilidad de entenderse.

La anécdota, que corre como pólvora en Barcelona, no es solo una curiosidad local: es otro recordatorio de que en la convivencia diaria la lengua puede convertirse en un muro más alto que el de cualquier estacionamiento automático.

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