Un diálogo entre el hidalgo manchego Alonso Quijano y el cura alcarreño Pedro Pérez

Un diálogo entre el hidalgo manchego Alonso Quijano y el cura alcarreño Pedro Pérez

UN DIÁLOGO
ENTRE EL HIDALGO MANCHEGO ALONSO QUIJANO Y EL CURA ALCARREÑO PEDRO PÉREZ,

sacerdote de su lugar, sobre un tal Miguel de Cervantes y otros autores de quienes les va llegando noticia, llamados Camilo José Cela y Antonio Buero Vallejo

por Juan Pablo Mañueco

Capítulo I. Del lugar exacto donde estos hechos ocurrieron

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”…

Un complemento circunstancial de lugar abre y sitúa, para toda la eternidad de los siglos, el emplazamiento, el espacio y los andurriales por donde van a acontecer las peripecias nunca oídas, los sucedidos antes no escuchados y las aventuras sin cuento y sin parangón jamás atendidos por ser humano alguno hasta el presente.

Andanzas y hazañas que vienen, galopan, cabalgan y nunca se desbocan a los lomos, a los espinazos y a las espaldas de una pluma prodigiosa en trazar rasgos, describir parajes, esbozar caracteres, plantear diálogos y en sugerir y perfilar los eventos, las situaciones, los episodios, las correrías y los lances más sorprendentes que se han contado nunca en la lengua que, por motivo harto comprensible, ha dado en llamarse la lengua de Cervantes.

Rincón y Cortado en los campos de Alcudia

“En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía, un día de los calurosos del verano, se hallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo y las medias de carne”…

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué es esto…? ¿Qué música de los cielos ha descendido hasta los hombres para llenar de armonía su oído, de cadencia su gusto, de suave musicalidad su tacto, de concierto y afinación su vista, y de seres y paisajes seductores para impregnar de aromas, fragancias, perfumes y sensaciones todos cuantos le es posible llevar a cada sílaba del idioma castellano…?

“En la venta del Molinillo… un día de los calurosos del verano”

Otro circunstancial que nos ubica en una tierra y en un momento abre “Rinconete y Cortadillo”. Un aquí y un ahora que nos mueve a ir a conocer el lugar y a embebernos de aquel tiempo y aquel paraje que se nos rotula, ilumina y describe como si lo estuviéramos viendo…

Porque estas líneas más parecen situarse en un idílico todo lugar y en un apolíneo y perfecto todo tiempo, acabadamente percibidos, que se han puesto y han llegado hasta los fines más recónditos de nuestro cerebro, como vamos de nuestros recuerdos y lecturas a la belleza del idioma, un día y otro de los que nos ponemos a leerlo o a recordarlo mentalmente, expresada de forma que no puede superarse ya en modo alguno en esta lengua.

Nunca. En modo alguno.

“Dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados…”

El retrato literario, ¿puede alcanzar láminas mejores, cuadros más realistas, estampas más perceptibles, figuras más palpables, efigies de mejor rostro?

Sólo en Cervantes, sólo.

Ese Cervantes que recorre a menudo las tierras del antiguo reino de Toledo, mientras va y viene, desde pequeño, acompañando a su familia. Desde Alcalá o desde Madrid, desde Valladolid o Segovia… hasta Toledo, hasta Córdoba, hasta Sevilla.

¡Andariego Cervantes al que ya desde su mocedad se le iban los ojos detrás de las letras, detrás de los versos, detrás de los faranduleros, de los actores, de los títeres y de las tierras todas de España…! Más aún de la España central, acostumbrado como estaba desde su adolescencia a cruzarla, a admirarla, a hospedarse o a permanecer en ella.

Como haría luego, más adelante, cuando regresara de Lepanto y de su cautiverio de Argel. Primero, a su retorno, cruzaría estas tierras camino de Madrid, en busca de su familia.

Y después de nuevo otra vez, camino de Lisboa, en 1581, donde a la sazón se encontraba la corte de Felipe II.

Por los caminos de La Sagra

¡ANDARIEGO CERVANTES! EN 1584, lo tenemos de nuevo en estas tierras de Toledo para un acontecimiento señalado, bien que en su caso no fue feliz: el matrimonio.

Aunque a la postre resultaría duradero, pese a algunos periodos de separación.

Casó con Catalina de Salazar y Palacios, viuda muy joven, en Esquivias, en la comarca de la Sagra. Con hacienda propia, aunque no muy holgada ni libre de problemas para mantenerse.

Ello dotaba de una cierta estabilidad económica a un escritor en ciernes, recién retornado de la guerra y del cautiverio, e intentando abrirse paso en una tierra ingrata con quienes acostumbran a cantarla y a captarla mejor.

La retina de Cervantes iba tomando nota de todo ello, para sus posteriores escritos, para sus futuros personajes novelescos o teatrales.

La fuerza de Toledo

“Una noche de las calurosas del verano, volvían de recrearse del río en Toledo un anciano hidalgo con su mujer, un niño pequeño, una hija de edad de diez y seis años y una criada. La noche era clara; la hora, las once; el camino, solo, y el paso, tardo, por no pagar con cansancio la pensión que traen consigo las holguras que en el río o en la vega se toman en Toledo”.

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Otra vez esta música! ¡Cómo llamar prosa a lo que parece tocado por la gracia de los ángeles que aleteasen con toda su donosura sobre el alma de cada sílaba del idioma castellano!

Así comienza “La fuerza de la sangre”, del genio del castellano.

¡No importa tanto cuanto se nos cuente como el modo en que se nos narra la maravilla en palabras que se nos entrega para siempre!

Toledo y su vega, las cuestas y su camino solitario, el lento caminar del anciano hidalgo… quedando para siempre en toda su abundosa anchura descriptiva –inmarcesible e inabarcable- en la estrechez de unas líneas de prosa brillante y apretada.

El universo entero toledano: la ilustre Toledo

Y CUANDO NO ES UN HIDALGO ANCIANO que va a sufrir la afrenta de unos mozos nobles pero con espíritu de villanos y hechos reprensibles y delictuosos, es el palpitar entero de una ciudad, Toledo, esbozada a través de sus clases populares, de sus aguadores, de sus fiestas nocturnas, de sus calles y cuestas, de sus jóvenes y sus mayores, y de la algarabía y el vocerío de sus chiquillos.

El universo entero toledano se capta sutilmente a través de las andanzas de dos mocitos aventureros, Carriazo y Avendaño, que en “La ilustre fregona” dejan entrever un certero mundo novelesco, mientras recorren Burgos, Valladolid, Toledo, Andalucía, amontonando detalles de intriga e interés. Y lo hacen a la briba, a la bribona, a la picaresca…

Por si la estampa externa de la ciudad de Toledo no fuera suficiente, aun nos faltará por contemplar el retrato interno y el paisaje intrínseco e íntimo de un edificio toledano: la posada donde sirve Constanza, la ilustre fregona.

Por esta posada de Toledo vienen y van, en tráfago imparable, personajes de distinta catadura y moral, y en ella habitan, rebosantes de vida, de venturas y desgracias, criadas deseosas y huéspedes enamoradizos.

Pero todo esto, siendo mucho, ¿qué?

¡Le faltaba a la ilustre Toledo del XVII la música de Saavedra otra vez!, ¡y tuvo que ser el alcalaíno quien se la entonara para la eternidad, en letra y melodía, en signo y son, en caligrafía, ritmo y canto polifónico de caracteres impresos!

Le faltaba alcanzar esa transverberación final del lenguaje cervantino cuando se acerca a lo sagrado, y ello nos permite contemplar la exactitud sonora de lo perfecto escrito.

Faltaba ese idioma cervantino que nos guía para transitar por la firmeza, la belleza y la armonía de la tierra novelesca circundante.

Porque siempre es el narrador, la voz que nos va relatando los acontecimientos, Miguel de Cervantes Saavedra, el verdadero centro de esa constelación: universo, mundo, ciudad, venta, pícaros…

Y muchacha… El otro centro de la ilustre Toledo, en “La ilustre fregona”, es la muchacha, una adolescente de origen misterioso que sirve en la posada toledana, la fregona célebre.

Capítulo II. Pícaros de conveniencia y el humor cervantino

Pícaros por conveniencia: el humor cervantino.

EL HUMOR CERVANTINO, UNA DE LAS BASES y fundamentos sobre las que descansa su genialidad se deja sentir muy pronto, en cuanto los jóvenes pícaros entran en Toledo.

Resulta que Carriazo y Avendaño no están desesperados de su condición, sino que han escogido libremente su papel, puesto que se trata de hijos de caballeros principales a los que nadie maltrata y a los que no persigue ninguna maldición de sangre, como había dado a entender el Guzmán de Alfarache, en la refundación del género picaresco, pocos años atrás.

Estos pícaros por voluntad se acercan a Toledo por la villa de Illescas, donde, huidos ya de la familia, los jóvenes viajeros oyen el primer diálogo que se refiere en la novela: dos muleros andaluces hablan de la singular belleza y honestidad de la fregona de la posada del Sevillano, en Toledo.

A partir de ese dato, los jóvenes acuden a conocer a la muchacha y con ello, toda la vida de Toledo entra por las páginas de la novela cervantina, para sembrarse en el alma de los lectores de la misma y ya no abandonarla jamás.

Avendaño inicia su particular historia de amor con la ilustre Constanza, y Carriazo, por huir de las acometidas de alguna vampiresa de venta, tan impetuosa como poco atractiva, dará con sus huesos en el oficio de aguador de las riberas del Tajo.

A la riba y borde del Tajo, el tunante Carriazo perderá asnos, ganará colas, crecerá en fama, maldecirá su suerte, visitará calabozos y acabará recibiendo más golpes de los que necesitaba.

El Toledo popular a comienzos del XVII.

AL CUAL SE LE AÑADIRÁN, junto a escenas de amor idealista de Avendaño hacia Constanza, sabrosas aventuras picarescas por el lado de Carriazo, además de vivaces diálogos, malintencionados y jugosos versos, sucesos hilarantes y escenas costumbristas de fornidos aguadores, juicios prevaricadores y pícaros bailes nocturnos a la puerta concurrida de la venta.

La Gitanilla, también viaja por Toledo y La Mancha

OTRA DE LAS NOVELAS ITINERANTES CERVANTINAS que visita las tierras del Tajo y del Guadiana es la más extensa de todas, “La Gitanilla”.

En ella, un caballero joven, Juan de Cárcamo, se enamora de una chiquilla gitana de quince años de edad llamada Preciosa, tan bella como inteligente y honesta.

Preciosa exige a Cárcamo, el cual tomará en adelante el nombre de Andrés Caballero, que viva dos años en compañía de la tribu, cosa que éste acepta.

Después de viajar por Madrid, Toledo, la Mancha y el reino de Murcia, lo que da ocasión para que Cervantes refleje tales ambientes y paisajes, Cárcamo es acusado injustamente de robo, momento en que tiene que dar a conocer su verdadera personalidad.

Tampoco Preciosa resulta ser tal gitana, sino Constanza de Meneses, la hija de un corregidor, que había sido raptada cuando niña por una vieja de la tribu.

Capítulo III. Acercándonos al lugar y al Genio

La ingeniosa historia dialogada que un Genio nos narra por entre los lugares de la Mancha

PERO CUALQUIERA QUE SEA EL VALOR que demos a las “Novelas Ejemplares” cervantinas, todo ha de quedar empequeñecido ante “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.

Un hidalgo que frisa el medio siglo sobre un rocín viejo, de mala traza, basto y de poca alzada; en unión de un rústico labrador montado sobre un asno rucio, de color pardo claro, blanquecino y canoso, que marchan a su corto paso y tranco infinito, hacia el alma misma de la Literatura universal.

Y marcharán ya para siempre por las llanuras, por las prominencias, por los montículos bravíos y agrestes, por riberas de regatos y de arroyos, por las arboledas, por los bosques, por los sotos, por los altozanos, por las cuevas, por los peñascales y por los horizontes despejados, desembarazados y expeditos de la Mancha…

Para siempre construirán por ellas sus diálogos, luminosos y brillantes, en un castellano transparente y límpido que alcanza las mayores cotas de perfección que pueden atraparse y escalarse en este idioma.

Un lenguaje y un idioma que todo lo inmoviliza y lo sujeta, al tiempo que lo retorna y restituye grácil, aladamente:

Molinos de viento de la Mancha y del Campo de Criptana convertidos para siempre en inquietantes y desmedidos gigantes; sentimientos amorosos idealistas que hasta el final de los tiempos residirán en El Toboso, convocando cuantas donosuras pueden arracimarse en una dama.

Y lugares atrapados para siempre en un libro mágico, como de conjuros: Argamasilla de Alba, Villanueva de los Infantes, lagunas de Ruidera, cueva de Montesinos, ventas del camino donde los sueños quijotescos, utópicos y filantrópicos, contrastan con las realidades existenciales sanchopanzescas, faltas de idealidad, acomodaticias, avisadas y socarronas.

Barberos que huyen por los soleados caminos manchegos tras haber perdido en alta aventura libresca el rico tesoro del yelmo de Mambrino; cautivos liberados por un audaz caballero, al cual los expresidiarios le demuestran ser poco afectuosos, nada cordiales y menos agradecidos…

Espesuras de Sierra Morena donde las más altas concepciones de los amores idealizados se acompañan con los delirios caballerescos más peregrinos y azacanados.

Y luego, en la segunda parte, Quijote, Rocinante, Sancho y rucio transitarán las tierras, los aires y los ríos de Aragón, para hallar a lo último sobre las playas de Barcelona la dolorosa derrota que pondrá término a su cabalgada hacia el final de la locura…

Y a todo esto, un tercer personaje presente en todo momento, el principal personaje de la obra que todo lo impregna con su pluma, con su prosa y con su voz esplendorosa e invencible: la voz del narrador, la palabra de Miguel de Cervantes Saavedra, que eleva cuanto ocurre y cuanto se dice al territorio de lo sublime.

Por eso se podría decir, sin grave riesgo de equivocación, ni desliz, ni desacierto o yerro…

DON MIGUEL DE LA MANCHA
(En el IV CENTENARIO DE LA PUBLICACIÓN de la Segunda Parte del Quijote)

Quijote, acordarme no quiero, andante
caballero, de ti: avanza hacia el alba,
a Humanidad entera ayuda y salva.
Gana el lado del cielo más brillante.

Dulcinéate en tu dama. Al instante
sigue adentro por serrezuela calva,
lanza en ristre sobre la sombra malva
de tu locura, osada con gigante.

Por Mancha, Castilla, Aragón, España,
galope solitario hacia el fracaso
prosigue entre tu cabalgada huraña.

Aquí queda abriéndose, paso a paso,
entre letras pluma en ristre, en campaña,
Cervantes, que se adentra en el Parnaso.

Y proseguir declamando después, como quien ora ante la cumbre y cúspide máxima en que el idioma culmina, sin que haya lugar a más ápice ni altura entre las palabras castellanas…

CERVANTES, DIECISÉIS DOBLE (1616),
con acróstico
(Al cumplirse los 400 años de que entregara su alma quien se la dio a la prosa en castellano)

Ciervo alado del idioma, aguileño
En rostro, de alegres ojos y prosa
Risueña aún más y aún más hermosa.
Vibrante litoral cercano al sueño.

Antes blanca que morena y valiosa
No la tez, el hondo y ardiente leño
También de ese prodigio ribereño
Entrando en Parnaso, en que arte reposa.

Serán las barbas de plata en ocaso,
De las espaldas, quizá, algo cargadas,
Irán los pies ya no muy en ligero…

Estando prosa afuera del tintero,
Con todas sus voces ya entrelazadas…
Irá lumbre, en tu son, abriendo paso.

Soneto, igual, te debe el vaso
Estrambote: descriptivo,
Ingenioso y final, aguzado motivo.

Sin mejor remate para que tu pluma nunca llegue a ocaso.
DOBLE AÑO en que partiste, a reinar en el Parnaso.

Capítulo IV. La ciudad mitrada de Sigüenza en el Quijote y algunas liras que suenan por Cervantes

PERO NO SÓLO LA MANCHA sale en este libro asombroso, entre los tierras de nuestra región, sino que incluso en el primer capítulo alcanza a llegar la pluma de Cervantes a la mitrada ciudad de Sigüenza, de donde era el cura de su pueblo, con quien platicaba a menudo:

“Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Sigüenza— sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga”.

Y en verdad que en las largas pláticas, amplios coloquios y holgadas prédicas que se trajeron entre sí Alonso Quijano y el cura seguntino de su lugar, Pedro Pérez, es casi seguro que alguna vez saldría el tema de la belleza de la desusada, impar y única ciudad episcopal del Alto Henares.

Por lo que acaso, quizá, tal vez -es de suponer-, hablaran alguna que otra vez, de esta ciudad compendio de bellezas, de estilos, de atractivos y de épocas….

Sigüenza, Segontia, desde los tiempos de los castros celtíberos de los arévacos, que aún pueden distinguirse, por aquí y por allá, dentro de su extenso término urbano, pasando por la época romana en que el lugar celtíbero reforzó sus defensas muradas, en ese punto comunicado por la calzada del Henares, que enlazaba Emérita Augusta con Caesar Augusta.

Luego Segontia quedó unida para siempre a la Iglesia católica, desde que fue designada sede episcopal, en época visigoda.

Toda la potencia urbana y religiosa la recuperó Sigüenza con la reconquista cristiana del siglo XII y aún en estilo románico comenzaron a elevarse iglesias seguntinas, más la prodigiosa catedral fortaleza que hoy es orgullo del románico en nuestra región.

Pero el siglo XV, además de quedar fundada la Universidad seguntina, donde estudiaría doctamente el cura Pedro Pérez, llenó de primores góticos no sólo a la ciudad, también a numerosas capillas internas de la catedral seguntina.

Entre ellas, la capilla de los Vázquez de Arce, y en particular la escultura que marca el lugar de enterramiento de don Martín Vázquez de Arce, ese prodigioso conjunto funerario donde Martín no aparece yacente, sino recostado.

Es la imagen que quizá resume mejor toda la Edad Media española, con su eclosión y cumbre gótica última.

Martín, la sorprendente estatua recostada de Martín Vázquez de Arce, aparece enfrascado en la lectura de un libro, al tiempo que descansa del ejercicio militar con las piernas graciosamente cruzadas, aún protegidas por su armadura.

La figura de blanco alabastro –¡miradla, miradla y gozaos la vista!- luce la cruz de Santiago al pecho, pintada en rojo, y muestra el puño de una espada y un breve puñal en la cintura.

La cabeza cubierta al completo por un bonete y, a sus pies, un niño o paje apenado para siempre. Toda la obra imponente, policromada, incluidos los dos pajes que sujetan el escudo de armas del lector sedente.

Por eso, no sería de extrañar que Alonso Quijano, el hidalgo manchego enamorado de la caballeresca Edad Media y el cura seguntino de su lugar, de nombre Pedro Pérez, tuvieran prédica, alguna que otra vez, sobre Martín Vázquez de Arce, el caballero seguntino, ya que no doncel, de tan logrado y conseguido enterramiento.

Y aun hay quien dice, aunque no hay de esto memoria cierta en los Anales de la Mancha, que en determinada ocasión, a eso del mediodía, el cura del lugar de don Alonso, el antedicho, renombrado, docto y seguntino Pedro Pérez, presentó a don Alonso un soneto, para la consideración del hidalgo amante de la lectura y por ello entendido en estas materias…

El cual soneto versaba sobre su ciudad de origen y sobre el caballero Martín Vázquez de Arce, y que según algunas fuentes -sólo en parte confirmadas por este cronista- decía así:

EL DONCEL DE SIGÜENZA
(Soneto alcarreño, con acróstico)

Mientras lee Martín de tal manera y suerte,
Ante la que cabe esperar más armoniosa vida,
Resta algo aquí, tras haber restado, en una ya dormida
Transición de ésta a otra postrera a la propia muerte.

Incluso el menos piadoso, al ver la blanca y vestida,
Noble figura y armadura de alabastro, advierte
Vida tras esos ojos, que más vida inserte
A la batallada jornada en que descansa de su vida.

Záfase tanto del riesgo eterno de la muerte
Que Vázquez, el lector, parece en ésta, aún permanecida
Un aura de ella haber dejado asida,
En espera de que el dormido caballero se despierte.

Zona vivaz de grato reposo es la capilla gótica esculpida
DE modo tan bello y agradable que de Arce convierte,
Antes bien, entero, en jardín de belleza que aún oferte
Rango y promesa de nueva vida que añade a esta terrena vida,

Con murmullo de piedra sosegada en que se advierte
Estar la vida requiriendo en ella con voz leve nueva vida, vida, vida…

No dejó de encontrar algún regusto don Alonso Quijano en aquellos versos que le recitaba el cura Pedro Pérez.

Antes al contrario, le agradaron, así que, después de pensarlo un momento, determinó llevar a la práctica una cosa que acababa de pasársele por las entendederas de la imaginación.

De manera y suerte que, teniendo en cuenta que a él mismo, don Alonso, le había venido alguna vez el deseo de tomar la pluma para dar comienzo y fin al pie de la letra a alguno de los libros de caballerías a los que era tan aficionado, se entró don Alonso para su aposento, rogando le esperase el cura de su lugar.

Lo cual hizo Pedro Pérez sin desobediencia alguna, preguntándose qué misterio sería aquel que se guardaba el hidalgo, que tan reservadamente quería desvelarle.

A la que retornó Alonso Quijano adonde estaba el cura, llevaba en su mano diestra un papel doblado que, con mucho sigilo, abrió ante clérigo, el cual seguía atentamente las evoluciones de su anfitrión, sin osar interrumpirle en sus acciones.

De esta manera, suelta y desembarazada en el obrar, pero circunspecto y comedido en el gesto, fue como el hidalgo manchego desplegó ante el cura el papel que había traído.

Después, componiendo debidamente la figura, según a él le parecía que debía hacerse para el acto de recitar, y tosiendo levemente para limpiar la garganta y aclararse la voz, pronto comenzó a leer de aquel pedazo de papel que había traído y dio comienzo a declamar las siguientes palabras y razones:

VEINTE LIRAS SUENAN POR CERVANTES,
el genio insuperable de la prosa castellana

I. Recreador del idioma castellano

Entre prodigios claros
que alienta España por sus sumas glorias,
tus lumínicos faros
fuego son de memorias
inmortales, Miguel. No transitorias.

Creciendo cada día
a cotas de belleza y sentimiento,
y a más categoría.
Para ser alimento
de seres a que asombra tu talento.

Dichoso aquel otoño,
ciudad, país, año, siglo y Estado
que vio nacer retoño
de autor eximio, alzado
a idioma por él nuevo y recreado.

No lengua castellana
usaste en empleo extraordinario,
pues también el mañana
se unía al literario
tuyo. Un siglo… y te imitó el Diccionario.

Idioma recreabas,
aunque hubiese tocado cimas antes,
al tiempo que casabas
tus palabras brillantes.
¡Hoy hablamos la lengua de Cervantes!

II. Vida de soldado, viajero y cautivo

Por Alcalá de Henares,
niño fuiste vagando entre las calles.
Nutrido ya quedares
de lengua que atalayes
y harás bailar ciñéndola en sus talles.

Músico de los verbos
para cantar humanas aventuras,
con los sonidos siervos
a tus órdenes puras,
para crear mil distintas criaturas.

¿Y cómo pudiste tanto
tú, que Universidad nunca pisaste
y conociste el llanto
en cuanto que miraste,
en sesenta y nueve años en que obraste?

Estudios de Gramática
a los veinte años. Viaje presto a Italia
en corte aristocrática
y luego a la Tesalia
navegando hacia el Turco, en represalia.

Tu dolor en Lepanto,
herido en pecho y mano, arcabuzazo,
no alma dejó en quebranto.
Siguió tu arma en el brazo.
¡De vuelta, en Argel preso, cruento abrazo!

III. Obras menores

Con tus treinta y tres años,
otra vez en España, rescatado.
Y tantos desengaños
tras haber caminado
mares, tierras, cielos de sol ajado.

Luego, a los treinta y ocho,
publicaste pastoril Galatea.
Y sólo te reprocho
primera parte lea,
y no segunda, tenga quien desea.

Entremeses, comedias,
una tragedia espléndida: “Numancia”.
Y escritos entre medias,
angelical fragancia
de romance y sonetos de elegancia.

Bien dotado poeta
que en su modesto y humilde desvelo,
a sí mismo se objeta
no querer darle el cielo
la gracia con que sí remonta en vuelo.

Y máximo de España
dramaturgo, antes de Lope de Vega,
que irrumpe y tal su hazaña
que a todo el resto ciega
ante el resplandor que, con él, congrega.

IV. Las obras mayores

No tan menor Cervantes
en poesía y drama. Mas cualquiera
que fueran los bastantes
encomios que se diera,
ante llama en su prosa, pereciera.

Cada voz en su puesto.
Cada palabra armónica enlazada.
Cada frase en apuesto
orden, de una arrullada
lengua, a dulce belleza equilibrada.

Portento cada letra
que aleja la sombra de quien la lea.
Y al interior penetra,
por su forma e idea
que el clasicismo mesurado crea.

Acorde refinado
logró contigo lengua castellana;
jamás ya superado
podrá ni hoy ni mañana…
¡Alguien te iguale en fecha muy lejana!

Y, amén de ser tu genio,
responsable de tanta maravilla,
no todo fue tu Ingenio,
sí Trabajo el que brilla
domando, en versiones, lengua a Castilla.

V. Estrambote de las “Novelas ejemplares” y de “Don Quijote”

“En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines
de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía…”,
tus campos, floridos jardines
en prosa de la poesía,
como este comienzo de “Rinconete y Cortadillo”.
Cada párrafo es pasillo
por donde la prosa iría
a cantar al oído de Calíope, musa de la poesía.

Y, además, digo que, si tus doce “Novelas Ejemplares”,
desde la primera, “La Gitanilla”,
hasta la última, la que duodécima asentares,
esa final picaresca maravilla
de “El coloquio de los perros Cipión y Berganza”,
donde la narración picaresca cruza la orilla
de lo humano para hacerse entre los canes idéntica arcilla,

si esas doce Ejemplares hubieses finalmente hilado
haciendo, por ejemplo, que el perro Berganza,
mejor sin hasta el final haberlo declarado,
antes en todas las otras hubiese también estado
al servicio de los diversos amos
en cada una de las aventuras, lugares y tramos…

entonces digo, Miguel, si tal hecho al final hubieras revelado,
transformándolo todo en una sola narración que avanza,
las doce anteriores novelas
unidas e hiladas por el can Berganza…
en una gran polifonía transformasen esas narraciones gemelas.

Y hubiese sido también invento tuyo, amén del estrambote,
y de la novela dialogada moderna,
que introdujo tu “Don Quijote”,
hubieras dado origen ya en el XVII, no a relatos en miscelánea,
sino por tal hilazón interna…
a la novela del XXI y más allá, a la contemporánea.

Y sobre ese asombro continuo de la lengua, el Quijote,
Miguel, nada puedo añadir,
a tanto comentario hecho, que algo nuevo anote,
simplemente decir
que el único comentario válido y exacto, que refleja bien el Quijote
es aquel que comienza diciendo:

“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
no ha mucho tiempo que vivía…”,
y que concluye, al final de la segunda parte, escribiendo:
“Los libros de caballerías, que ya van tropezando,
y han de caer del todo sin duda alguna. VALE”

Por sí sola esa prosa, que loa al idioma castellano, está cantando.
Ella es el único comentario que otro cualquiera desarme.

No hay otro. Nada más vale.
Nada otro dé cuenta del libro ni lo avale.

Ni toneladas de tinta y letras y sones y comentarios e imágenes que lo iguale.
El Quijote sólo a sí mismo se vale, para ser verídicamente reseñado.

Capítulo V. Donde comienza lo más jugoso del diálogo entre Alonso Quijano y el cura Pedro Pérez

EL CURA PEDRO PÉREZ, de que vio a su amigo y convecino Alonso Quijano declamar con tanto donaire y entonar con tanta postura un tan encendido encomio y un tan vigoroso elogio de un poeta y prosista que a él, aunque le sonaba de haberlo oído nombrar en sus viajes a Madrid y a Toledo, no acababa de ubicar del todo, se quedó un buen rato de tiempo mirándole.

Y estaba Pedro Pérez confuso, revuelto y mezclado en su ánimo observando a su compañero de conversación, sin saber qué acción tomar ni qué verbo y palabra decirle, hasta que por fin pareció que le hubiese venido la inspiración del cielo, porque se le abrió de repente el discernimiento y se oyó a sí mismo diciendo.

-Este Cervantes a quien enaltecéis, ensalzáis y engrandecéis tanto, que parece que lo tengáis puesto en lo alto de una cima o montaña, señor hidalgo…

-No hay tal –replicó don Alonso-. Ni enaltezco, ni ensalzo, ni engrandezco ni mucho menos pongo en lo alto de una cima o montaña, de donde le costaría luego harto trabajo el bajar, sin ser este el propósito de mi voluntad, ni mi deseo, pues ello sería comportamiento con él irrespetuoso, indecoroso y censurable…

A lo que replicó Pedro Pérez, sabiendo que el genio de su feligrés era suficiente como, aun siendo llamado “el Bueno” en toda la comarca, para que también debiera tenerse cuidado con él cuando se le contrariaba en exceso:

-Bien, pues ese Cervantes del que habláis con alabanza, elogio y distinción.

-Las que se merece con total justeza, señor cura Pedro Pérez.

-Eso mismo digo, don Alonso, eso mismo digo. Un hombre digno de ser honrado por todos quienes han leído sus obras, seguramente.

-¿Cómo que “seguramente”? ¡Con toda seguridad!, ¿no os lo estoy diciendo yo, con palabras que son el abecé de las razonas literarias, como en cualquier foro en que fuese preciso defenderle yo le defendiera?

-¡El abecé de las razones literarias, sí, señor Quijano, no seré yo quien lo niegue! Más sosiéguese voacé, que no hay razón para iniciar aquí riña ni pendencia en una jornada que viene discurriendo de lo más relajadamente.

-Así me lo parece, a lo menos, y no creo ir muy descaminado en esta parte de mi juicio, como tampoco en el resto, que me tengo por hombre comedido, cabal, prudente y reflexivo.

-¿No será por ventura ese Miguel de Cervantes el mismo que ha hecho tan grandes elogios de Toledo en algunas de las que llaman sus “Novelas Ejemplares”, las cuales, aunque no están dadas a la estampa en estos días nuestros, sí circulan por Toledo y otros sitios?

-¿No están dadas a la estampa y sí circulan por Toledo y otros sitios?

-Así es, ciertamente. En forma de copias manuscritas que se venden y aún se cambian a unos precios muy razonables entre los amanuenses callejeros que se dedican a este noble oficio de escribientes.

-¿A esos pendolistas con más pinta de piratas que de hombres de bien llamáis noble oficio, señor cura?

-¿Por qué les consideráis piratas, señor Quijano, que no acierto ni se me alcanza el entenderos?

-Pues a que no siempre pagan sus correspondientes tasas y derechos al autor del manuscrito, todo hay que decirlo.

-Ya.

-Más bien habría que decir que casi nunca.

-Entiendo.

-Es oficio antiguo este del pirateo de las obras intelectuales, que como no son de piedra ni de ladrillo, no resulta excesivamente cansado el trasladarlas de un sitio a otro.

-Me voy haciendo idea.

-Por lo que intuyo, va a resultar harto difícil acabar con él en los tiempos venideros, y aún sería más probable que creciera y creciera este oficio delictivo, indefinidamente.

-Creo que ya comprendo vuestro disgusto.

-Pues esa vieja tradición de nuestro país a mí me recuerda en mucho a la que hacen los piratas ingleses cuando abordan nuestros galeones que vienen de las Indias Occidentales.

-En algo lo recuerda, efectivamente.

-En efecto, porque estos corsarios ingleses, hijos de la herejía y de sus pecados, dan de dentelladas codiciosas sobre la propiedad ajena, sin encomendarse a Dios ni a la Virgen, sino más bien al diablo.

-Bien decís en lo de los piratas ingleses, don Alonso, que deberían ser castigados por Nuestro Señor Jesucristo, sin esperar a que hagan justicia contra ellos los barcos de Guerra de Su Majestad, Felipe el Tercero.

-Pues bien digo que asimismo son piratas esos que copian sin permiso manuscritos de autores ajenos, los cuales con ello quedan corridos y a dos velas.

-Incluso me parecen muchas velas dos, las que puedan disponer nuestros autores literarios hoy, para alumbrarse.

-Alguno sé que hay que dispone de menor velaje de cera con que alumbrarse en las largas noches de insomnio cuando la mayoría de ellos escriben, después de que durante el día se dedican a los oficios diversos, de los que comen.

-Y no siempre mucho, ni bien, habría que añadir, don Alonso.

-Así es en verdad, señor cura.

-Pues coincido también con vuesa merced, señor Quijano, que disfrutan de más velas los corsarios ingleses para abordar los barcos de Su Majestad Felipe III que nuestros literatos para hacerse acompañar por las musas de la Literatura, por lo que es mérito que aún quede alguno.

-Incluso es posible que gocen de más velas esos piratas amanuenses que el autor que consagró sus desvelos a sus originales creaciones.

-También puede darse ese caso entre las velas del velaje literario, que es extraño y anómalo sobremanera.

-Por eso defendía yo a ese Miguel de Cervantes, como autor que produce más de lo que percibe, casi seguro. Y lo digo y hago, aún sin conocerle personalmente.

-Pues siendo el mismo Miguel de Cervantes Saavedra al que ambos nos referimos, debo deciros que en mi último viaje a Toledo compré yo una “Novela Ejemplar”, manuscrita debo confesarlo, de este perspicaz prosista que me cita…

-¿Ah sí? ¿Y de qué trata la novela?

-Pues hace mención de las bellezas de nuestra singular ciudad de Toledo, y a la vista y sugerencia de lo que en ella leí redacté yo unas coplillas sobre la imperial ciudad, sobre sus monumentos y paisajes…

-Sí, algo había oído de que sois aficionado a componer rimas en vuestras horas libres.

-Pues esas coplillas llevo yo conmigo en estos momentos y si queréis que os lea las que dediqué a la ciudad de Toledo, puedo hacerlo si es ése vuestro gusto.

-Sea en buena hora, señor Pedro Pérez, que con agrado escucharé esos versos o coplillas que habéis tenido a bien dedicar a nuestra incomparable Toledo.

Pero no fue la lectura sin que antes, viendo don Alonso que la estancia del cura se alargaba y más que iba a alargarse con la lectura anunciada, y viendo que la hora de la comida se les echaba encima a los dos, mandó el hidalgo que se ocupasen de traerles alguna vianda.

Así se lo encargó al ama de llaves que se ocupaba de sus asuntos caseros, mujer que pasaba de los cuarenta años, y a su sobrina Antonia Quijana o Quijano, que sobre esto no hay acuerdo entre los historiadores acerca de su apellido.

De esta forma, servía para agasajo de su huésped y también para que él mismo le hiciese los honores y le acompañara a la mesa, mientras escuchaba lo que tuviera a bien leerle.

Ordenado lo cual, dio permiso nuestro hidalgo a su convidado para que empezase su lectura cuando quisiera, pues ya todo estaba dispuesto para pasar una grata tertulia de lectura de los textos que se avecinaban.

Capítulo VI. Unas coplillas de Pedro Pérez a la ciudad de Toledo

ASÍ LO HIZO EL CURA Pedro Pérez, que se sacó del regazo de la sotana unos pliegos de papel que, como su nombre indica, traía en ella doblados por la mitad y, a poco que se lo propuso, y con menos miramientos y composturas de los que había usado antes don Alonso, se manifestó de este modo, diciendo e incluso declamando, con buen estilo y voz, a ratos:

SEGUIDILLAS DE TOLEDO

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

La grieta plateada
por donde luna
a la corriente baja…
es que se suma

al río y a la cárcava;
y quizá resuma
que el cielo, arriba y abajo,
por ti rezuma.

Toledo, eres hermana
de magia en punta,
sobre el cauce del Tajo
tu encanto abruma.

¡El cielo y el foso, la luna y el Torno
del Tajo bailando, tu cintura en torno,
ciudad soñada te nombro!

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

Por tu río mojada
casi en redondo.
¡Quién se tomó el trabajo
de hacer tal foso!

¿O siempre esta atalaya
tuvo en su entorno
el abrazo encajado
que llaman Torno?

¡Qué pasión pronunciada
por ver tu rostro
el acombado río
lleva en su asombro!

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

¡La colina y las atalayas y el Torno
del Tajo bailando, tu cintura en torno,
ciudad soñada te nombro!

Es Toledo corona
en latina habla
que su altura pregona
¡Piedras que engasta!

La mayor es la gótica
catedral blanca,
iglesia que fue goda
y musulmana.

Segunda, sobre roca
-peña más alta-
romana y visigoda
ciudadela alza,

luego alcazaba mora
y castellana.
El nombre que la nombra
es el de Alcázar.

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

¡La catedral, el alcázar y el Torno
del Tajo bailando, tu cintura en torno,
ciudad soñada te nombro!

Pero sepas me roba
la voluntad
más la abadía gótica,
la de San Juan.

Que sobre el río asoma
para augurar
-pico y nieve- la alondra
que alzó Juan Guas.

¡Qué giro el de las gotas
que en Tajo van
para mirar tus joyas,
regio San Juan!

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

¡La abadía y el caserío y el Torno
del Tajo bailando, tu cintura en torno,
ciudad soñada te nombro!

Luego por ver tus aguas
y sus antojos,
¡bello puente de Alcántara
cruzo tus ojos!

Dos veces puente clamas,
por ser un “puente”
y por serlo de “alcántara”,
doble arco riente.

Dos puertas fuertes
a ambos lados. Rastrillo
que más guarece.

Al pie, castillo breve
de San Servando,
protege más la sierpe
de agua del Tajo.

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

Después las sinagogas
y las mezquitas,
los Grecos, que son obras
de Toledo hijas.

Las huellas visigodas
en su basílica,
concilios y coronas,
joyas votivas…

¡Visigodos, judíos, moros y el Torno
del Tajo bailando, tu cintura en torno,
ciudad soñada te nombro!

Puertas por las que asoma,
presta la luna,
que a la encumbrada loma
su falda suba.

La grieta plateada
es que se suma
-a las bóvedas albas
que rige- luna.

Toledo, eres labrada
sobre colina
en el centro del agua,
que te camina.

Ya sobre ti, la luna
mientras que mira
recuerda su fortuna;
y, al par, camina.

-¡No se os da mal, no se os da mal esa descripción que habéis hecho de la ciudad imperial, señor Pedro Pérez, mi buen capellán!

-Gracia que me hacéis, señor hidalgo.

-Y aún diría que alguna cosa que habéis leído es digna de elogio y que procuraré retener en la memoria o incluso pediros que me dejéis copiar, para leer en posteriores ocasiones, porque el ritmo que le habéis puesto es endiablado y se va metiendo en los huesos al par que se vislumbra ciertamente la ciudad de Toledo.

-Seguidillas son, como habéis podido notar.

-Y de las alegres y animadas, escogidas de entre las que llenan de alborozo risueño y jaranero el ánimo de quien las escucha.

-Os quedó muy agradecido, don Alonso, por las razones que me dais acerca de mis composiciones, y más viniendo de la alta persona que las formula.

Capítulo VII. Una comida de las que marcan tendencia en la cocina y bodega regional

CON ESTAS Y OTRAS PLÁTICAS SEMEJANTES estaban pasando bien a gusto el hidalgo manchego y el cura seguntino los tiempos y momentos de la comida, pues ya tanto el ama de llaves como la sobrina de don Alonso les habían puesto el rico condumio a la mesa.

Los cuales alimentos eran, sucintamente nombrados, como también concisas y someras habían sido las cantidades de las viandas que ambas mujeres les habían traído –casi para sólo probar con los labios y no entrar más allá-, los siguientes:

Su poco de duelos y quebrantos, que es como en ciertas partes de Castilla se llama a lo que en otras se denomina huevos con tocino.

Su algo de olla con más vaca que carnero, porque la economía del hidalgo, sin ser sofocada, tampoco era tan desahogada como para excederse en lo segundo.

Su pellizco de salpicón en plato aparte, por ir haciendo acompañamiento y variedad de sabores, que el salpicón, aun siendo como sabemos partes sobrantes de la carne de vaca, estando bien picado y aderezado con cebollas, vinagre, pimienta y sal… no hay paladar que no guste ni cielo de boca que no toque, alcance y vuele.

Su apenas nada de lentejas en potaje, acompañadas con ajo, cebolla y alguna hierba, al sólo objeto de probarlas para seguir adelante.

Su pellizco de palomino de añadidura como si fuera domingo, aunque aquel día no lo fuera, pero el huésped y la conversación bien que lo mereciese.

Su pizca de gachas, compuestas por harina tostada y cocida con agua, elaborada con almortas, panceta de cerdo, ajos, pimentón, aceite y sal.

Su chispa y casi nonada -salvo para mojar un poco- de ricos gazpachos manchegos, con su aquel de guiso caldoso, con su torta cenceña manchega troceada, acompañado por carne de piezas menores como el conejo, liebre, pollo y perdiz, coronado por setas de cardo o níscalos.

Su apículo de pipirrana o ensalada con cebolla, tomate, pimiento verde y pepino.

Su insignificancia de migas de pastor sobre las que relucían los albares o rojizos montes de las uvas.

Notábase también su cumbre de cochifrito con carne de carne de cordero o cabrito, aunque algunas otras fuentes de esta verdadera historia apuntan a que quizá fuese elaborado con carne de cerdo o cochinillo.

Su pico de ajo pringue, provisto de hígado y pan.

Su remate de pisto manchego proveniente de una fritada de diversas verduras, de entre las que estaban más de temporada en la huerta.

A la hora de la repostería tampoco se anduvieron con remilgos las dos mujeres, sino que ama y doncella sacaron para los dos comensales:

Su acaso de almendrados y mazapanes.

Su tal vez de amarguillos hechos también con almendras, más los huevos y los almendrucos correspondientes, que no pueden faltar en la gastronomía regional.

Su quizá de arroz con leche al que le habían espolvoreado algo de canela y de vainilla.

Su poco más o menos de bizcochos borrachos, que parecían recién traídos de la Alcarria, aunque tanto la masa de repostería puesta en remojo como el licor mareante habían sido emborrachados en el lugar de don Alonso Quijano y de Pedro Pérez, pues de tan lejos como quedaba la Alcarria no hubieran llegado los bizcochos sino dando muchos tumbos y sorbitos a los licores.

Había luego una muestra de la masa de harina frita en abundante aceite que llaman buñuelos.

Y también se apreciaban unos breves pestiños pasados por miel, a los que daban remate unos signos e indicios de flores fritas con cuantioso huevo, miguelitos de fino hojaldre y algún que otro alajú en forma de torta, con almendras, pan rallado, especias finas y miel bien cocida.

Pero lo más asombroso del conjunto de viandas dignas del más pantagruélico de los banquetes es que no lo era, sino sólo variado, porque las cantidades estaban tan en su punto, sazón y razón que habiendo evidencia y exposición de todo, no había demasía ni colmo de nada.

De modo que pareciese que el principal ingrediente del refrigerio y ágape hubiese sido la medida, la ponderación y el tacto para que nada se echase en falta y todo estuviese en su tono y punto.

Alabaron tanto Alonso Quijano como Pedro Pérez el buen gusto y la prodigalidad en el esmero de los que habían hecho gala el ama y la sobrina, en diversas ocasiones del yantar.

Y más lo hicieron cuando aquélla regó suficientemente los vasos de los dos comensales con el rico vino tinto de la tierra, que era el más apropiado para dar debida cuenta de lo que tenían delante de los ojos, encima de la mesa y dentro del paladar.

Todo esto hacían y daban en el gusto de llevarse a la boca, mientras se sucedían hidalgo y cura en el recitarse mutuamente composiciones propias literarias diversas, cuando aprovechó el docto Pedro Pérez para decir:

-Verdaderamente, uno de los atractivos turísticos de la región, que no se anda a la zaga de los artísticos y naturales, es el de la variada gastronomía que puede disfrutarse en ella.

-Así mesmo pienso yo, señor abate –repuso don Alonso, tornando a un castellano antiguo que no sabría decirse si era hijo de su entendimiento o hijo del caldo cárdeno que más adentro del gaznate ya tenía-.

-Y es cosa de agradecer a Dios Nuestro Señor que haya colmado de bienaventuranzas como ésta a nuestra tierra, en tan grado sumo como lo ha hecho –prosiguió el cura su bien trabado sermón-.

-Amén –asintió don Quijote, mientras se llevaba a los labios un poco más del buen vino de la tierra con que se acompañaban-.

-Nuestro Señor debe ser alabado por ello y otras cosas semejantes con las que tiene la generosidad de obsequiarnos, regalarnos y honrarnos –concluyó el cura de este modo la homilía que se traía en aquellos momentos entre garganta y el cielo de la boca-.

El cual cielo, como se sabe, siempre ha solido ser para el clero una parte del cielo más general y azulado que todos podemos ver cuando miramos hacia arriba, así como también una parte del cielo ideal con el que soñamos, estando éste al que nos referimos mucho mejor localizable que los restantes: concretamente, en el principio de los adentros del cuerpo.

-Amén –volvió a asentir don Alonso, el cual por disposición genética no había forma de que cogiera peso, pese a que, de cuando en vez, acostumbraba a regalar a los amigos de la forma que aquí se está viendo que les acompañaba-.

A lo que continuó Pedro Pérez, cambiando el tercio, la fracción y la parte de la conversación, al tiempo que se echaba sobre el plato otro cuarto de arroz con leche y otro cuartillo de vino al vaso.

Aunque, por decir toda la verdad, no pasó de un quinto de cuartillo lo que se puso de su parte, porque el recipiente que debía cobrarlo no era de tanta capacidad como para alojar cuartillos, salvo que fueran de nada.

En este último caso, sí, siendo de este citado material lo que aceptase el cuenco, el cáliz de aquel receptáculo daba para quintos, para duplos y para cuádruples de cuanto se le echase. Pero de vino no daba para más capacidad de la que se le había puesto, y, aun así, tanto el cáliz como el cura estaban profusos.

Y bien que se hubiese echado algo más de vinillo tinto el bueno del cura Pedro Pérez, que ya se sabe que a la hora de cobrar, tomar y admitir estas piezas, y más si se trata de una casa ajena, de las que no cuestan cuartos, es muy dado el clero hispano a obsequiarse con estas riquezas para el cuerpo que, asimismo, son saludables para la salud y bienestar del alma.

De modo que Pedro Pérez, ya bastante alegre, risueño y sonriente con lo de la pitanza y, más aun, con el elixir, zumo, líquido y néctar de la tierra que le tenía embriagado el ánimo y no poco satisfecha, asimismo, la totalidad del organismo por lo que se estaba echando al coleto, decidió cambiar, en efecto, el tercio en lo que se refiere a la plática, y duplicó la conversación parlando de esta manera:

Capítulo VIII. Tras el condumio y la alegre bebida, algunos cantos regionales

-Honrar quisiese ahora yo a vuesa merced con otro más de los atractivos de esta región, que son los cantos tradicionales, con que suelen rematarse las buenas comidas por mi tierra.

-Por la tierra de vuesa merced, señor cura, y también por ésta, que en dicho punto y cuestión no hay diferencia alguna entre entrambas.

-Ni entre entrambas ni entre las dos.

-Eso mismo he dicho yo, señor cura, ¿o es que no lo habedes escuchado?

-Sí que lo he escuchado, señor Quijano. ¡No lo había de escuchar!

-Pues entonces, ¿a qué viene repetir dos veces lo que ya está dicho en la primera?

-Discúlpeme el señor Quijano, pero ha de saber que a mí, cuando el licor y zumo fermentado de la uva, se me sube, si no a la cabeza, que ésta siempre la mantengo a raya, dada mi natural prudencia, cautela y moderación, pero sí me escala y trepa hasta la cota del ánimo y de la alegría…

-Cuando tal cosa ocurre, ¿qué?, señor cura.

-Pues que cuando me embriaga la satisfacción con el jugo de la uva yo nunca me vuelvo beodo, señor Quijano.

-Es una alegría para mí saberlo.

-Por la sensatez y ponderación que ha de suponerse y desearse en un ministro del Señor.

-Efectivamente, cabe suponerse y desearse todo eso que me dice.

-En consecuencia, nunca me volveré beodo en ningún sitio y tampoco en su casa, señor Quijano.

-Así lo espero por bien de todos, que no veáis dos, y menos en mi casa, señor Pedro Pérez. Pero no veo el misterio de lo que me estáis explicando…

-Pues el misterio está en que sí me da por duplicar otra cosa.

-¿Cómo decís? ¿Qué es lo que os da por duplicar, que ya me estáis inquietando con eso de las duplicaciones?

-Lo que oigo.

-¿Queréis decir que os hacéis eco de las conversaciones y las relatáis a otras personas posteriormente, cuando la cháchara y palique original ya ha terminado?

-No, por cierto, que eso sería como desvelar un secreto de confesión y sería suceso poco deseable en un sacerdote y hasta motivo de que fuese suspendido en su ministerio.

-Pues, entonces, ¿qué es lo que oís que luego os da por duplicar, señor cura? –y lo acompañó el hidalgo, pues estaba llegando al colmo de su paciencia, con un sonoro-: ¡Demontre!

-Las palabras. Duplico las palabras que acaban de decirse.

-¡Acabáramos! De forma que por eso habéis dicho “entre las dos” cuando yo he dicho “entrambas”.

-Por eso mismo, sí… Pero os he entendido a la perfección que cuando habéis pronunciado “entrambas” habéis querido decir “en una y en otra”.

-¡Pues estoy empezando a creer que habedes bebido más de la cuenta, señor cura, porque una palabra tan sencilla de entender como “entrambas”, ya no es que la hayáis duplicado, sino que acabáis de triplicarla y tresdoblarla!

-¿Tresdoblarla decís? ¿Doblarla por tres veces? –preguntó el señor cura, mostrando con ello que, en efecto, era bueno el vinillo de la tierra, pues alegraba el entendimiento sin nublarlo ni oscurecerlo en modo alguno, pero causaba el efecto que el sacerdote había dicho, palmariamente-.

-Sí, tresdoblarla he dicho, ¡y añadiré que hasta parece que la queréis mandar a servir al rey a los propios tercios de Flandes!

-No he querido multiplicar las dobleces de una palabra por voluntad propia, señor Quijano, sino por efecto que ya le he dicho que causa en mí el jugo de la uva.

-Pues séale disculpa ello, pero no cambie de sitio una tan bella palabra de nuestra lengua como “entrambas”.

-No lo haré, en adelante, o al menos procuraré no hacerlo.

-Ni ha de hacerse con esa fermosa palabra de nuestra más que preciosa, lozana y radiante lengua, que en realidad parece estar hecha con el material de la propia fermosura –concluyó don Alonso Quijano, muy seguro de lo que decía-.

-Pues en nuestra hermosa y fermosa lengua habéis de saber, señor Quijano, que soy experto en villancicos de mi tierra chica, que como conocéis a la perfección, son las tierras de Guadalajara.

-¿En villancicos sois experto, señor cura?

-¿Os extraña?

-No por cierto; antes al contrario, digo que me holgaré en escuchar alguno de ellos de vuestra boca.

-Y yo me holgaré en hacerlo.

-No se me ocurre mejor remate a esta pitanza y condumio que el día nos ha deparado que oír las cantigas tradicionales de vuestra tierra chica, que en gran medida también es la mía.

-Voy con las cantigas y los cantos navideños, ya que me los solicitáis con tanta vehemencia –respondió alegremente Pedro Pérez-. Además que no desdicen en absoluto de mi condición eclesiástica.

-Un villancico en boca de un religioso. ¡Nada más natural! E incluso diría que, aunque se trate de villancico y no de canto sacro latino, no es nada patán ni rústico, antes bien levítico, infanzón, patricio y hasta caballeresco.

-Eso mismo pienso yo, que todo este poder tiene Dios Nuestro Señor, como es el de transformar y transmutar la condición de lo que se canta según la persona y la intención con la que se entone lo que se canta.

-Pues cantad, cantad, señor cura, que ya veo perfectamente que estáis entonado a las mil maravillas.

De esta guisa y con tales comentarios, dio comienzo el clérigo al cántico del primero de ellos, que, en la voz y con la entonación casi perfecta del señor cura, Pedro Pérez, decía precisamente, sin falta de coma ni sobra de añadido, de este modo:

ALCARREÑOS BESOS (Villancico de Reyes)

Ya vienen los reyes,
ya vienen andando,
camellos y bueyes
se estaban cansando.

Jaras y romero,
tomillo y cantueso,
con salvia y espliego,
¡alcarreños besos!

Ya vienen los Reyes,
vienen por las Cruces,
ved todas las gentes
cómo lucen luces.

Jaras y romero,
tomillo y cantueso,
con salvia y espliego,
¡alcarreños besos!

Ya hasta las estatuas
se van arrimando,
¡Fáñez, Santillana
vienen cabalgando!

Pinar, sabinar,
hayedo, encinar,
acebo, olivar
en Guada y jaral.

Y Buero Vallejo
se une al cortejo
siguiendo consejo
de algún zagalejo.

Sabinar, pinar,
hayedo, encinar,
acebo, olivar
en Guada y jaral.

Traen muchos regalos,
a buenos y malos,
traen muchos regalos,
llenas traen las manos.

Y también los pajes,
en sus atalajes,
traen llenos los trajes,
llenos sus ropajes.

Jaras y romero,
tomillo y cantueso,
con salvia y espliego,
¡alcarreños besos!

Vente a que pidamos,
también los regalos…
Junto al Niño estamos
con Él nos quedamos.

¡Con romero y jara
tomillo y cantueso,
alcarreños besos
en Guadalajara!

Que recibáis, alcarreños,
el obsequio que os trae
Juan Pablo Mañueco.

Capítulo IX. En que comienzan a llegar noticias de Antonio Buero Vallejo y se sigue cantando alegremente

-¡Pues me place, me place y me complace y hasta me agrada sobremanera lo que he escuchado! –exclamó alborozado don Alonso Quijano, al fin de la recitación, casi cantada y por poco no bendecida ni sacramentada, del cura del lugar-. Lo único que no he entendido es uno de los nombres que aparece en el texto, Buero Vallejo, creo que habéis dicho. ¿Quién es esta persona?

-Es un destacado dramaturgo de mi tierra, Antonio Buero Vallejo, por nombre completo, famoso por la profundidad de las obras que escribe, tragedias esperanzadas, las llama él.

-¡Ah! ¡Tragedias esperanzadas!

-Si queréis, más tarde os hablo de él, porque hay mucho que contar sobre su figura, aunque, según se ve, su fama y nombradía aún no ha llegado hasta el lugar en que nos encontramos.

-Con mucho gusto oiré eso, porque si ya figura en villancicos de su tierra es que ha alcanzado un notorio renombre y celebridad en ella.

-Es una forma de triunfar y trascender, sin duda.

-Y decidme ¿sabéis algún villancico más propio de vuestro lugar de nacimiento?

-Desde luego. ¿Queréis escuchar otro…?

-Os lo ruego

A lo que el cura del lugar de don Alonso Quijano replicó simplemente, entonando con el buen tono, vigor y nervio de los que gozaba en aquellos momentos:

SI HASTA GUADALAJARA VIENES

-Si hasta Guadalajara vienes,
Niño de Dios, Niño de bienes,
Dime a quién buscas, di a quienes,
Dime Niño, dime a qué vienes.

-Si vengo a Guadalajara,
no es a verla, sino a verte,
que del cielo la mirara
si no quisiera quererte.

Si hasta Guadalajara vienes,
Niño de Dios, que a fe conviertes.
Dime a quién buscas, dime a quiénes.
Dime Niño, dime a qué vienes.

-Si vengo a Guadalajara
vengo a buscar inocentes
que en el cielo los entrara
tendiéndoles yo los puentes.

-Si hasta Guadalajara vienes
Niño de Dios, tendiendo puentes.
Dime a quién buscas, dime a quiénes.
Dime Niño, dime si a reyes.

-Si vengo a Guadalajara,
yo no busco a los reyes
que yo sólo me sobrara
para ser, sólo, mil reyes.

-Si hasta Guadalajara vienes,
Niño de Dios, siendo mil reyes,
dime a quién buscas, dime a quiénes,
Dime, Niño, dime si a fuertes.

-Si vengo a Guadalajara,
yo no busco a los más fuertes,
que yo sólo me bastara
contra cien mil dirigentes.

-Si hasta Guadalajara vienes,
Niño de Dios, no por los fuertes,
dime a quién buscas, dime a quiénes.
Dime, Niño, dime a quiénes.

-Si vengo a Guadalajara
yo, aquí, por quien preguntara
será por todas sus gentes
las más varias, diferentes,
ancianos y adolescentes,

los tristes y sonrientes,
presentes y los ausentes,
los sabios y los corrientes,
afligidos, resplandecientes,
los ricos, los indigentes,

prosaicos y trascendentes,
los torpes, clarividentes,
beatos e irreverentes,
ortodoxos y divergentes,

los lentos y diligentes,
incrédulos y creyentes,
dubitativos y persistentes,
voluntariosos e indolentes.

Si vengo a Guadalajara
a quienes tengo más presentes,
es a los débiles e inocentes
a quien quiero tender puentes.

Y tengo como escriba cierto
de mi voluntad aquí escrita,
al escriba Juan Pablo Mañueco
que en mi voluntad medita
cada vez que a Guadalajara
mi voluntad se encamina.

-Éste me ha parecido más denso y con más contenido, pero igualmente aceptable, si bien menos agradable, a fuer de seros del todo sincero, señor cura.

-¿Voy con el tercero y con esto lo dejamos?

-¿Ya queréis dejarlo con lo alegre que se os ve y la buena modulación de energía, aliento y colorido que denota vuestra voz?

-Sí quiero, pues aunque el repertorio de villancicos de mi tierra que me sé es abundante y copioso, corriera peligro de reducirse nuestra conversación sólo a los alegres cánticos navideños, cuando es así que nos resta hablar aún de tantas cosas.

-Vayamos al tercero y último, y con verdadero gusto, en incluso con algo de pena por ser aquí donde terminan las razones que me traéis de vuestro terruño.

De modo que Pedro Pérez no se hizo esperar, sino que de modo inmediato rompió a cantar la tercera de las tonadas navideñas propias de la Alcarria:

VILLANCICO DE “Castañas en Guadalajara”

Arriba en calle Mayor
hay un puesto de castañas
de las brasas aledañas,
doradas, qué buen color.

Navidad arriacense,
castañas en Navidad
en mi mano yo las prense
por sentir la Navidad.

Pero al lado de castañas
hay un pobre de rodillas
las castañas amarillas
calor darán a mis entrañas.

Navidad arriacense,
castañas en Navidad
en mi mano yo las prense
por sentir la Navidad.

Al pobre le doy castañas
que sus manos le calientan,
qué bien en su mano asientan
esas asadas montañas.

Navidad arriacense,
castañas en Navidad
en mi mano yo las prense
por sentir la Navidad.

Que ya no está de rodillas
sino que en pie se ha puesto
y las comemos contentos
las castañas amarillas.

¡Navidad arriacense,
castañas en Navidad
en mi mano yo las prense
por sentir la Navidad!

El rimador de este sueño
delicioso y navideño
tiene por nombre Juan Pablo
por apellido Mañueco.

-¡Qué cosa tan alegre, sonriente y risueña, por mi fe!

-Así lo pienso yo también, señor Quijano.

-¡Y eso que parte de una situación previa harto penosa y triste, pero el autor ha sabido resolver el asunto de un modo grácil, ágil, festivo e incluso jaranero, lo que no es poco tratándose de un villancico!

-Yo también lo juzgo de ese mismo modo, por eso los he memorizado y los canto en cuanto alguien me lo solicita o se acercan las fechas de diciembre apropiadas para ello –corroboró Pedro Pérez-.

-Y ese Juan Pablo Mañueco cuyo nombre viene incluido en los tres villancicos, ¿puede saber quién es?

-Nadie, en realidad. Ni tiene por qué salir en este relato.

-Pero nadie es nadie, en realidad. Alguien tendrá que ser.

-Nadie, en concreto –repitió muy convencido el sacerdote-. E incluso hay quien dice que no existe…

-¡Vaya, eso sí que habéis dicho sí que es extraño, señor cura!

-No tanto.

-¿Podéis explicarme cómo es eso? Porque ahora sí que me habéis intrigado.

-Pues no es nadie de especial relevancia.

-Eso ya está claro. Digo lo de que, además de no ser nadie, no exista.

-Pues ello se debe a que hay incluso quien dice que, como “Homero”, también este otro nombre pudiera ser, a su irrelevante nivel en este caso, el pseudónimo colectivo de varios autores de diferentes épocas.

-Sigo sin comprender lo que me estáis diciendo.

-Pues que este Juan Pablo Mañueco, en su pequeña valía y competencia, asimismo podría ser el pseudónimo común de diversos escritores, a tenor del número de novelas, obras y obritas de teatro, poemas, libros de historia en verso y en prosa y artículos que ha dado a la estampa en los últimos tiempos.

-¿Todos de escaso valor?

-De casi ninguno.

-Ya.

-Bueno…

-Bueno, ¿qué?, ¿hay algo más que pueda decirse en su descargo?

-En su descargo, no, desde luego. Que es cargo de conciencia el meterse a escribir novelas sin saber lo que se trae entre manos, sino a lo que salga y por donde salte la liebre.

-Pero… Porque veo que alguna cosa más queréis añadir a lo ya dicho.

-Pues digo, si no estuviera mal el decirlo…

-Decid, por Dios, lo que hayáis de decir, ¡pues, si no, nos van a dar las doce y hasta el abrazo y el beso que suele darse cuando cambia el año!

-Que algunas de sus páginas tienen algo de buena invención, proponen algo y no concluyen nada de lo que prometieron.

-Entiendo.

-Habrá que esperar a que publique cosas de más enjundia, que con esa enmienda a lo mejor alcance la misericordia que a la fecha de hoy se le niega.

Capítulo X. Cuando Antonio Buero Vallejo pasa a ser el centro del diálogo y se produce un conato de rebelión entre los lectores, que es sofocado inmediatamente

CONCLUIDA ADECUADAMENTE LA CUESTIÓN, siguió en el uso de la palabra el hidalgo manchego, y lo hizo del siguiente modo que ahora se relata:

-Bien se ve, que no es nadie que deba interrumpir nuestro coloquio, señor cura. ¿Podéis decidme, pues, con más profundidad quién es este Antonio Buero Vallejo que habéis citado en el primero de los villancicos?

-¡Ahí sí podemos detenernos cuanto queráis, señor hidalgo, que habéis pronunciado nombre cimero de entre los de mi tierra y llamado a sonar mucho más fuerte a medida que pase el tiempo!

-Pero con todo eso no me aclaráis quién sea.

-El más grande autor de teatro de mi tierra, y aún diría que de toda la reciente Historia de España, y de toda su historia en general, en compañía de muy pocos.

A lo que añadió:

-Yo mismo, incluso, pese a mi modestia, en los ratos libres en que me deja el altar y la atención a los feligreses, le he dedicado alguna composición propia, en atención a su vida, a su obra y a su genialidad.

-¿Vos, señor Pedro Pérez?

-Así es.

-¿Y podría saberse en qué consiste esa composición que le habéis dedicado?

-Sí, por cierto, que mi memoria es buena y mi disposición de ánimo, diligente.

Dicho lo cual, recitó la siguiente composición el señor cura, sin encomendarse a Dios ni al diablo ni a ninguna de las nueve musas de Grecia.

-¿Ni a Calíope, ni a Clío, ni a Erato, ni a Euterpe, ni a Melpómene, ni a Polimnia, ni a Talía, ni a Terpsicore, ni a Urania siquiera? –inquirió una voz misteriosa y como embrujada, desde lejos-.

-A ninguna de las nueve, ya se ha dicho que no… Por lo que no es procedente interrumpir con lo que ya se ha expuesto, en total y absoluta claridad.

-Perdone usted, señor, no volverá a ocurrir.

-Por cierto, usted que ha formulado esa pregunta tan improcedente, ¿quién es?

-Soy uno de los lectores de esta narración que, ante la aseveración rotunda que usted acaba de formular, me ha asaltado dicha idea, y por este motivo no he resistido la tentación de intervenir en la misma.

-¡Ah, no! Rebeliones de lectores en busca de pasar a la posteridad colándose en las narraciones ajenas no he de consentir. ¡Búsquese, señor lector, autor y vida por otra parte, no en esta historia donde no tiene arte ni parte!

-Ya le he pedido perdón y disculpas, otra cosa no puedo hacer.

-Sí puede… ¡Callar, por ejemplo!, y volverse por donde ha venido para de este modo dejarme que yo prosiga con mi tarea.

-Así voy a hacerlo inmediatamente…

-Muchas gracias, muy amable.

-Pero le advierto que usted, quien está interviniendo en este momento para dialogar conmigo, tampoco se sabe muy bien quién es…

-¿Eh?

-Lo que he dicho, con todas sus letras.

-¡Ni hace falta que se sepa, al menos en este momento!

-¿Por qué no hace falta que se sepa, si puede saberse, y le está permitido a un lector formular dicha pregunta? Los lectores también tenemos nuestro corazoncito y nuestra curiosidad, y a veces nos planteamos dudas en medio de nuestra lectura. ¡No somos máquinas!

-No he dicho que usted lo sea. Discúlpeme si le he ofendido.

-Pues sí, me ha ofendido. Ha de saber usted que a los lectores nos asaltan dudas en el curso de una narración. Si no dudas existenciales, que eso podría ser hasta grave, sí al menos dudas sobre este o aquel punto de la narración.

-Comprendo y comparto lo que dice.

-Pues eso me ha ocurrido al leer lo de las nueve musas de Grecia. ¡Una duda narrativa!

-Que ya le he aclarado. Y luego la otra…

-Sí, hablando en este nuevo nivel narrativo también me ha surgido la duda de saber o, mejor dicho, de no saber quién es usted.

-Ya le he dicho que no le voy a contestar, señor lector.

-¿Por qué?

-Porque si declarara quién soy le estaría haciendo el juego a usted, amigo mío, y se produciría una inversión de papeles que no sabemos hasta dónde ni hacia dónde nos conduciría, en el espacio y en el tiempo.

-¿A la revolución, por ejemplo?

-Por ejemplo, podríamos llegar hasta a eso. Al menos, en el plano narrativo. Lo cual, desde luego, daría origen a un distinto relato.

-¡Pero alguien tendrá que ser, digo yo! –insistió la voz impertinente que había intervenido, sin que nadie se lo requiriese-.

-En esta narración: yo soy el que soy.

-¿Y eso qué quiere decir?, ¡porque simplemente ha pronunciado usted una tautología, una frase que se repite a sí misma, sin avanzar ni un milímetro!

-¡Vaya que es usted impertinente, señor lector!, ¿le parece poca frase la que pronunció la zarza ardiente ante los sentidos asombrados del postrado Moisés?

-No, no me parece poca frase.

-Pues ahí lo tiene usted: es la frase más rotunda y reveladora que dijo Dios al pueblo amado. ¡Así que no querrá que sea yo más explícito con usted en este momento, cuando apenas si le conozco!

-No, no pretendo que mejore esa frase.

-Imposible.

-¡Cómo me va a parecer poca frase, si está dotada de tales antecedentes!

-Por eso.

-Lo que digo es que no aclara nada.

-Y yo le repito que ni la frase ni mi identidad son cuestiones que deban aclararse; al menos, por ahora.

-Tan sólo he expresado una opinión

-Pues sepa, porque es cuanto puedo decirle, que soy el autor o la autora de la narración, porque toda obra necesita una causa que la haya causado y yo soy quien es causa necesaria de esta narración.

-Ya.

-Pero ni voy a darle más voz ni voy a aclararle más quién soy, ni siquiera mi sexo, si es que lo tuviese. Ni ningún otro de mis atributos.

-Entiendo.

-Todo esto forma parte del misterio de esta narración y se revelará en el último momento; si procede hacerlo, no antes.

Aclarado u obscurecido lo cual, ambas voces callaron, incluida la del narrador que, aunque no se la perciba, siempre está por encima de los acontecimientos…

Fue este momento el que aprovechó Pedro Pérez, el cura seguntino del lugar de don Alonso Quijano, para recitar la siguiente composición, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo ni a ninguna de las nueve musas de Grecia…

A ANTONIO BUERO VALLEJO,
DRAMATURGO Y PINTOR DE ESPAÑA

LA GUERRA INCIVIL

Arrimo luz a tu verbal ventana,
Nativo de la Alcarria hombre del drama.
Tanto traje de fusil guerra clama
Ocaso de un joven en guerra hermana.

LA CÁRCEL

Naciente generación que en la llama
Incineró su suerte más temprana.
Ondeó el dolor y crueldad humana,
Bebió después, presa, esa edad en rama.

TU AMARGURA

Un cierto pesimismo entre tus obras
Está siempre visible en el sollozo,
Resto acaso mental del calabozo
Oclusor de alegría, que recobras

LA ESCALERA IGUAL

Viviste en escaleras de vecinos,
Ante las que el progreso nunca pasa.
La gente nueva, sí, pero fracasa
La intención de encontrar otros caminos.

ENTRE PINTORES

Entre pintores, veo grandes obras.
Junto a Velázquez, Goya… Y tu obra, daña,
Osado Buero, tu aguafuerte: España

DRAMATURGO trágico, aunque nadie muera,
PINTOR del dolor en tu obra: nunca queda afuera.
ESPAÑA Y GUADALAJARA, cuando por lluvia de otros granizos
YA CAMINAN, recuerdan aquellos retratos tuyos de tiempos enfermizos.

-Algo me habéis aclarado sobre Antonio Buero Vallejo, señor Pedro Pérez -dijo el hidalgo manchego, cuando salió de su asombro-. Y algo me habéis hecho poner en duda también sobre lo que relatabais, porque muchas de las cosas de vuestra narración, no me suenan.

-Es natural, se trata de un nombre y autor que no habíais escuchado antes.

-Y los versos más me llenan de sombras oscuras que de claridades notorias.

-Suele ocurrir con los versos.

-No siempre.

-No siempre, no. Y en este caso, más son versos didácticos que confusos.

-Entonces, ¿por qué apenas los he entendido?

A lo que el cura Pedro Pérez, replicó, muy seguro de lo que decía:

-No me extraña, son cosas relativas a mi tierra, que ahora me sería muy largo y prolijo el relatar con mayor detalle.

Capítulo XI. A la que el cura Pedro Pérez da rienda suelta a su melancólica morriña por su tierra

NO LE QUEDÓ DEL TODO CLARO a Alonso Quijano el sentido de los versos que le había recitado el cura de su lugar; pero, con todo y con eso, se conformó, así que le dijo a su convidado:

-Está bien, sea como decís, señor cura. Pero contadme, tenéis alguna otra composición propia sobre Guadalajara, ya que os habéis revelado como un amante de la pluma y experto en el arte de Calíope.

-No diría yo tanto, don Alonso; pero, si queréis, os recito otra composición sobre Guadalajara, que os puede traer mi tierra a las mientes, y ya con ella concluyo.

-Hacedlo sin dilación, que eso de que me pongáis en las mientes vuestra cuna y procedencia es algo que me agradada y satisface, cuanto más que no habiendo tierra mala en España, me ha parecido siempre Guadalajara, que por lo que tengo oído se llamó en otro tiempo Arriaca…

-Arriaca se llamó, señor Quijano, así es en efecto. Nombre ibero, de los de antes de la llegada de los romanos a nuestra patria.

-Pues tengo oído que esa vuestra Guadalajara o Arriaca, señor mío, es custodia de la amabilidad, posada de los foráneos, enfermería de los afligidos de ánimo por la belleza, abundancia y cuidado de sus parques, jardines y arboledas, linaje de los más antiguos de España, emplazamiento amable por la gentileza de sus gentes y reciprocidad proporcional para la forja de profundas amistades, cuajadas en el cultivo de la tranquilidad y el sosiego que proporcionan sus calles, casas y plazas, tan humanas como gratamente paseables.

-¿Y no la conocéis, cuando la describís de un tan exacto como afectuoso y atento modo?

-No, no la conozco; y es cosa que pienso remediar pronto, porque me está rondando por la cabeza desde hace algún tiempo el hacer determinados viajes no sólo por los contornos del pueblo, sino también por otros parajes y lugares más alejados y, entre ellos, estoy tentado de incluir Guadalajara.

-Caed, caed en esa tentación, señor Alonso Quijano, que mi cuna, abolengo y patria os será de gran agrado, y más si soy yo quien os la muestro, si me lo permitís, cosa que haré gustosamente, según pueda hacer coincidir mis fechas con las que vos os propongáis para el periplo citado.

-Ya hablaremos de ello, señor cura, en instante más apropiado. Avanzad ahora por el camino de las musas, que ya sabéis que soy buen amante de la poesía, y más si está hecha por paisanos y amigos.

A lo que el cura Pedro Pérez respondió de la siguiente forma, tras preparar un poco la voz para estar a tono con la declamación heroica que ahora se le requería, por parte de su anfitrión:

¡OH ARRIACA, OH TIERRA, OH CIELO,
OH PIEDRA, OH AGUA!

¡Oh, Arriaca, oh tierra, oh agua, oh piedra, oh cielo, oh clara
urbe entre Henares y un monte erigida!,
¡Oh, Henares de heno fértil y de vida
pleno, debajo de esta Alcarria en ara!

¡Oh vega, oh huerta, oh prado, oh riba, oh fluida
pendiente en desliz de Guadalajara,
curvo cauce de arroyos de almenara!
¡Oh piedras de corriente siempre en ida!

Allí donde Alcarria y Campiña juntan
tierras altas y bajas en abrazo
uniéndose una y otra su regazo
entreverándose venas y puntas.

¡Oh, Arriaca, oh tierra, oh agua, oh piedra, oh clara
maravilla en beldades todas juntas,
entre tus torres y casonas hay adjuntas
hojas de vida en ti, oh, Guadalajara!

Que nadie me apartara,
oh patria de mis padres, oh mi Castilla en jara,
oh trozo de mi España y de mi Europa
que, tanto como a ella yo, ella me amara,
es cuanto deseara.

¡Pues si soy yo mi propio proel, conmigo vais ya siempre en popa!

-¡No está mal, no está mal, para ser un aprendiz de versificador, señor Pedro Pérez!

Y tan alborozado estaba con el recitado que acababa de oír, que prosiguió:

-Otro día tenéis que recitarme alguna otra composición sobre vuestra tierra, porque, efectivamente, ya me está apeteciendo a mí mismo efectuar algún viaje a la Alcarria.

Capítulo XII. Donde la nostalgia de Pedro Pérez, se transforma en noticia sobre un libro que hay indicios y revelaciones se haya publicado, llamado “Viaje a la Alcarria” de un tal Camilo José Cela.

SE SORPRENDIÓ UN POCO el cura Pedro Pérez cuando oyó terminar su intervención al hidalgo manchego con aquella expresión tan nítida y clara, toda vez que le recordó el título de un libro que hacía referencia a su tierra, del cual le habían llegado noticias.

Así que mirando hacia su compañero de conversación, le dijo:

-“Viaje a la Alcarria” es el título de un libro que alude a los encantos y bellezas que adornan los paisajes y pueblos de mi tierra.

-¿Y quién es su autor?

-Camilo José Cela –replicó el cura Pedro Pérez- . Es un autor gallego.

-No me suena su nombre, ni figura ese título ni ninguno otro de ese escritor en mi biblioteca –replicó Alonso Quijano, contrariado, insatisfecho y apenado-.

Gustaba estar al tanto nuestro hidalgo de cuanto se publicase en el país, para lo cual había llegado a vender incluso algunas fanegas de tierra, con tal de adquirir nuevos libros para su casa y anaqueles.

-Debe de ser que no se trata de ningún libro de caballerías o de caballeros andantes –completó sus pensamientos Alonso Quijano, después de meditarlo un momento-.

-Pues ¡hombre!, don Alonso –respondió Pero Pérez con no poca sorna y algo de retranca y socarronería popular, que no le faltaba dados sus orígenes humildes, aunque hubiese llegado a sacerdote doctorado en la Universidad de Sigüenza-. Un caballero andante sí que hay en ella.

-¡Ah, sí! Decidme quién es, pues en tal caso es casi seguro que tenga oída de él alguna fazaña o proeza digna de mención y alabanza.

-Es un caballero andante de otros tiempos.

-No hay inconveniente en ello, señor cura. La orden de los caballeros andantes se pierde en la noche de los siglos.

-Es que me resultaría prolijo explicar ahora mismo la diferencia existente entre caballero andante y caballero caminante o viajero por los caminos y rutas de la Alcarria.

-Ni ha lugar a que tal cosa fagáis en aqueste momento –repuso don Alonso, volviendo a usar su castellano añejo, en el que a veces se envolvía, dada su afición a leer libros antiguos de pasados siglos y épocas-.

Para añadir casi inmediatamente:

-Con que me fagáis saber alguna de sus frases famosas es casi seguro que sabré con exactitud de qué andante se trata.

-“La Alcarria es un bello país al que a la gente no le da la gana de ir”.

-No reparo en qué caballero me decís –repuso don Alonso, tras pensárselo unos segundos-. Debe de ser cosa de encantamiento que se me haya borrado de la memoria una frase tan memorable de caballero andante, el cual, si tal dijo, ha de ser recordado, ciertamente.

-Como hombre de iglesia, he de creer en misterios y casos de encantamiento, pues asisto a circunstancias milagrosas casi todos los días.

-¿Y me aseguráis que vuestra tierra es hermosa, señor Pedro Pérez?

-Así lo digo yo y así se lee en ese libro que le comento, el cual efectúa un recorrido muy amplio y abundante por ella.

-¿Qué ciudades, villas y lugares son las que visita en esa ruta o periplo por la Alcarria?

-Ciudades, sólo Guadalajara; pero villas, pueblos y lugares transita también por Taracena, Torija, Brihuega, Cifuentes, Gárgoles de Arriba y de Abajo, Trillo, Viana, Chillarón del Rey, Durón, Budia –donde dio con sus huesos en el calabozo, por razones oscuras-…

-¡Vaya por Dios! ¡Un desdichado galeote forzado por la justicia, que es cosa que mi sentido de la libertad no puede soportar ni siquiera oír hablar dello!

-Y continúa luego por El Olivar, Pareja, Córcoles, Sacedón, Tendilla, Pastrana y Zorita de los Canes.

-Nombres sonoros todos ellos que prometen mucho, auguran bastante, presagian suficiente, vaticinan asaz, predicen notables sensaciones y pronostican bellezas, lindezas y placeres sólo con nombrarlos, cuanto más será con recorrerlos y visitarlos.

-Así lo creo yo también, que la Alcarria es tierra de las que hacen patria, mueven a linaje y forjan cuna y afición a un país, a un paisaje y a un paisanaje.

-Bien estáis poniendo el libro y la ruta del “Viaje a la Alcarria”, señor Pedro Pérez.

A lo que añadió:

-Y me estáis abriendo las ganas de que, cuando vayáis a Toledo, me acerquéis un ejemplar de ese “Viaje a la Alcarria” que tanto ponderáis, si es que en las librerías de Toledo creéis que pueda hallarse.

-¡No ha de hallarse en las librerías de Toledo! Ya lo creo que sí.

Y como le pareciese al sacerdote poco lo dicho, completó su frase:

-Y aún en las de Ciudad Real, Almagro, Albacete, Hellín, Cuenca, Tarancón, Priego y Huete, por no hablar de las de la propia Guadalajara.

-Inclusive estará, pues, en las de Talavera de la Reina –dedujo don Alonso-, pues siendo ciudad fluvial, que presume de río holgado, de rica vega y del carácter industrioso y cultivado de sus gentes, apuesto cuanto queráis a que también lo tienen.

-Sin duda, sin duda que también estará entre los libreros y tenedores de libros de Talavera de la Reina, que es una de las mejores ciudades de Castilla.

Después para no quedarse corto, continuó ampliando su radio de acción:

-Y aun en las de medio mundo, que no en balde se ha hecho archiconocido, archifamoso y archimundial en las lenguas más variadas del planeta.

-Casi lo estáis poniendo como más archiconocido que el Preste Juan de las Indias, cuyo lejano reino cristiano no hay lugar en toda la Cristiandad en el que no se haya oído hablar de él.

-Pues casi tan conocido es el libro que os digo, o casi os diría que más.

-En verdad, no dejéis de traédmelo en cuanto consigáis un ejemplar y aún os aseguro y os confirmo que es mucho mi deseo de conocer vuestra tierra alcarreña.

Efectuó un gesto de afirmación con la mano diestra sobre la mesa, para dar más realce a lo que decía, con lo que podemos, dejando a don Alonso en semejante rotunda actitud, dar por concluido el capítulo.

Capítulo XIII. Cuando el hidalgo Alonso Quijano determina salirse a conocer mundo a la menor ocasión que se le presente y se recitan algunos ovillejos en honor de su creador, Miguel de Cervantes

HABÍASE QUEDADO DON ALONSO Quijano con el ánimo en el aire y como suspendido etéreamente en sus ensoñaciones, cuando, retornando de la cavilación profunda en la que estuviese, regresó adonde su compañero de tertulia estaba y allí se ratificó en lo que acababa de exponerle, ratificando y sosteniendo:

-En cuanto mis obligaciones y ciertas ideas que me han venido a las mientes para el futuro se me concreten y me lo permitan y propicien… es muy posible que yo haga viajes por los campos de España. Al menos, así lo espero.

Y volvió a quedarse mirando al vacío, con un cierto aire fijo. De esta forma es como escuchó a su contertulio, el cual en dicho momento le decía:

-Así os prometo hacerlo en lo que se refiere al libro, señor hidalgo. E incuso he de hacer una cosa más, como es recitaros una composición que tengo hecha en honor de ese autor y de esa obra que acabo de mencionaros.

-Venga, pues, la composición, señor Pedro Pérez. Y además digo que ya me estáis pareciendo un pozo de sorpresas, por vuestro amor a las letras humanas, que desconocía hasta este momento, aunque en las letras divinas ya sé que sois muy versado, puesto que os doctorasteis en la de Sigüenza.

-Pues allá va, señor hidalgo, ya que queréis oírla:

Ovillejo de Camilo José Cela
(Encelándose Cela, se enceló de la Alcarria)

¿Quién escribió esa novela?
Cela.
¿Qué en ella pasa y se cuela?
Cela.
¿Y a quién sigue la novela?
Tras Cela.
Siendo Cela quien modela
“Viaje a la Alcarria” al completo
más un elenco secreto
que le ve pasar la suela.

Cela a Cela, y más tras Cela
pasa la Alcarria viajera.
Cela en la Alcarria se encela
¡A ese amor yo le siguiera!

¿A quién la Alcarria no amartela?
¡Como toda… Guadalajara… entera!

-¡Vaya que con esto señor Pero Pérez –dijo por toda respuesta y comentario el hidalgo manchego-, me habéis traído a la memoria la estrofa llamada “ovillejo”, que debemos a la creatividad de un autor de alguna fama en nuestros días, pero con menos de la que mereciera, a mi modesto entender: Miguel de Cervantes Saavedra!

-Así es efecto, señor Quijano, que yo también sé que el ovillejo es creación de ese autor que dice.

-Lo suponía, señor cura, puesto que veo que lo utilizáis, y que escribís vuestros propios ovillejos.

-Y también opino que el señor Cervantes mereciese más crédito y consideración de la que tiene en nuestra época, estando seguro que la alcanzará algún día.

-Así es verdad, que yo mesmo soy de la opinión que el gozo de sus escritos ha de granjearle y merecerle mayor fama y notoriedad de la que hasta ahora se le va dando.

-Brindo por lo que habéis dicho, señor hidalgo –y según lo decía el cura se regó el gaznate con un moje de vino de la tierra, que era de tan buena cepa que parecía nacido directamente de las manos de Baco, a la cual divinidad, como se sabe, desde siempre hásele tributado un culto especial por tierras de la Mancha, como deidad liberadora de la alegría, la música y la danza y hasta del éxtasis y bienestar general de los sentidos-.

-Pues en honor de nuestro escritor y poeta, admirado en común, Miguel de Cervantes Saavedra, y en gracia a su sonoro, fácil y agradable ovillejo, voy a leeros algunos que yo mismo he compuesto en su honor.

-¿Vuesa merced también cultiva el género de la poesía, señor Quijano, sin conformarse con pergeñar, hilvanar y proseguir prosas heroicas de carácter narrativo, como antes ha apostillado en el curso de nuestra conversación?

-También pergeño e hilvano algún ovillejo que otro, pues me parece estrofa agradable al oído, alegre al ritmo, complaciente al gusto y seductora al entendimiento, si se sabe hacer con discernimiento y buen tino.

-Pues coincido con vos en cuanto decís, señor Quijano, y noto que os sentís muy próximo a la obra de Cervantes e incluso a su persona.

-Profeso por el señor Cervantes un afecto grande, desinteresado y generoso, justo es reconocerlo.

-Bien se os nota, señor Quijano –corroboró el cura mientras se acercaba a la boca unas gotas más del dionisiaco elixir báquico de la cepa manchega, de tan honda raíz como exquisito cielo de paladar y sapidez general en donde penetra-.

-Pues os recitaré mis propios ovillejos, si cuento con vuestra aprobación personal para hacerlo, señor Pedro Pérez.

-Ya lo creo que contáis con ella, señor hidalgo –expuso el cura sin dudarlo ni un momento, y, mientras don Alonso entraba de nuevo a su aposento donde sin duda guardaba las cuartillas en que había escrito los ovillejos, el cura de quedó contemplando y acariciando al galgo corredor propiedad de don Alonso, que como un habitante más de la casa, allí mismo, muy cerca de ellos mansamente se encontraba-.

Retornó don Alonso y ni fue dilatado ni tampoco espacioso ni prolijo en hacerse esperar, sino que apenas llegó a su asiento, tomó los papeles que había traído consigo y, poniéndoselos delanteros a los ojos, los pregonó primeramente de este modo:

-Aquí va el primero de los ovillejos que yo, Alonso Quijano, natural de este lugar, me he atrevido a escribir, emulando, desde mi modestia, al más grande escritor que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros.

-Casi no habría ni que mencionar su nombre con la evocación que le habéis hecho.

-Pero lo menciono, porque aún habrá quien lo dude, que envidiosos ha habido que dijesen “de los escritores ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote”.

-A ciertos escritores del círculo de Lope de Vega he oído yo decir eso, efectivamente.

-Pues sin embargo, aquí mismo declaro yo que no ha habido otro más alto escritor en lengua castellana que Cervantes y que, si no fuese yo pacífico hidalgo lugareño sino armado caballero andante por esos campos de España, lanceara con toda la fuerte acometida de mi brazo a quien dijese lo contrario.

-No he de ser yo quien os lleve la contraria en eso, señor Alonso, así que sosiéguese y léame vuesa merced lo que tuviese a gala de leerme.

-A ello voy, inmediatamente.

-Pues vaya en buena hora, que se me están haciendo los dedos huéspedes de los instantes agradables que se me da a mí que voy a gozar al escuchároslos declamar, como ya espero que me los declame.

Capítulo XIV. Otros ovillejos cervantinos, cuya autor confiesa ser el hidalgo Alonso Quijano, recitados por él mismo.

CON LO CUAL ACABADO DE EXPONER, el hidalgo manchego, sin más dilación ni tardanza, expuso de este modo:

OVILLEJO I de la Nieve

¿Qué inmaculada agua no llueve?
La nieve.
¿De dónde el frío es gobierno?
Del invierno.
Cuando a licuarse se atreve…
Se bebe.
Así que es cierto el relieve
que este primor, si conserva
formando monte en la hierba,
dicho blancor lo remueve.

La nieve del invierno se bebe.

-No acaba de convencerse el resultado, don Alonso, sepa disculparme vuesa merced –dijo Pedro Pérez, cuando acabó de leer el hidalgo-, aunque la estrofa tiene mérito y utilidad, qué duda cabe… Pero considero que no le habéis encontrado el tono a esta estrofa creada por Cervantes.

-No pretendo siquiera acercarme… Miguel de Cervantes es más grande poeta de lo que él gusta de afirmar, por su natural modestia, e incluso como autor teatral no ha habido otro de su valía en toda España, hasta la irrupción de ese potro desbocado que llamamos Lope de Vega, que con su modo nuevo de hacer comedias ha arrinconado a cuantos se han puesto a su paso.

-Proseguid con la lectura de vuestros ovillejos, señor Quijano, si lo tenéis a bien, aunque el primero de ellos no me haya parecido que merezca el cielo.

De manera que el hidalgo tornó la vista al papel que sostenía entre las manos para decir:

OVILLEJO II DE LA NIEBLA

¿Quién baja blanca tiniebla?
La niebla.
Descubre la niebla o encubre
Cubre.
¿De dónde las nieblas entrañas?
Montañas.
De las nieblas desentrañas
El paisaje lentamente,
porque el paisaje siguiente
de la niebla desempañas.

La niebla cubre montañas.

-¡Vaya! Este me ha parecido de mayor mérito y calidad. Si tuviéramos que ir haciendo en esta casa algún escrutinio de composiciones literarias, digo que ya estoy esperando el tercero de los ovillejos de don Alonso Quijano, a tenor de cómo ha sido el segundo.

-Pues aquí podréis escuchar el que estáis pidiendo.

Enunciado lo cual, el hidalgo recitó:

OVILLEJO III, EN MEDIO ESTÁ LA VIRTUD
(IN MEDIO, VIRTUS)

¿En dónde virtud su predio?
En medio.
Cristo y la Filosofía lo dijo, y Buda.
¡No hay duda!
Valor, bondad y salud.
Está virtud.
Término medio actitud
que se adecúa a la vida,
de moderación vestida,
la vía a la rectitud.

En medio, ¡no hay duda!, está virtud.

-Filosófico estáis, don Alonso, y esta vez no puede decirse que sea porque no comemos, sino que las viandas con que nos han obsequiado vuestra sobrina y vuestra ama son abundantes, copiosas y colmadas de bendiciones y sabores.

-¿Sigo adelante con un ovillejo más?

-Por mí, estando tan bien servida la mesa de condumios corporales como el alma lo esté de versos, podéis seguir indefinidamente.

A lo que el hidalgo, que un poco de descaro sí que había notado en la respuesta de su huésped y convidado, lo que no dejó de molestarle ligeramente, determinó plegarse y acceder, continuando del siguiente modo, pero ya sin hacer otra pausa que la necesaria para respirar un poco desahogadamente, entre ovillejo y ovillejo

Ovillejo IV. Tocar techo y cima

¿Quién marca un después y un antes?
Cervantes.
¿Quién litografió en la piedra?
Saavedra.
¿Quien firmó el mejor papel?
Fue Miguel.
Así que el idioma ya es fiel
a quien lo ascendió a la cima
que nada haya por encima.
Cervantes, Saavedra, Miguel.

Ovillejo V. Acercarse quizá, superarla nunca.

¿Quién mejorará su obra?
Zozobra.
¿Quién alcanzará su altura?
Clausura.
¿Se acercará alguien un día?
Podría.
Será una inútil porfía
sobrepasar esa cumbre,
no otra el castellano alumbre.
Volcar, sellar, distaría.

Ovillejo VI. Valía de su teatro y poesía

¿Quién tiene la mejor prosa?
Preciosa.
¿Quién teatro y verso erguía?
Valía.
¿Qué en Cervantes no sorprende?
Que asciende.
De manera que se aprende
prosa, drama y poesía,
Cervantes todo lo henchía.
Verso y teatro. Lo asciende.

OVILLEJO Final

¿Escritor de más diamantes?
Es Cervantes
Escritor de más ingenio.
Es el Genio
Lo fue. Lo será. Y lo es.
Antes y después.
De nuestro idioma, por siempre;
así que habrá atinado
quien que alto haya proclamado
algo que sí es evidente.

Es Cervantes. Es el Genio. Antes y después.
Lo fue. Lo será. Y lo es.

Terminada la cual lectura, el hidalgo Quijano y el cura Pedro Pérez, cerraron el capítulo de conversación sobre asuntos literarios, que no habían sido pocos ni escasos los temas tratados.

Pero iniciaron y dieron cauce abierto a distintas otras cuestiones relativas a diferentes aspectos de carácter turístico de la región, con su bastante de cultura, su mucho de arte, su cuantioso de usos y costumbres, su copioso folklore, su pródigo patrimonio, su pingüe gastronomía y sus grandiosas rutas e itinerarios, que será de otro capítulo el relatar, porque el hidalgo manchego las tenía ya en su mente el recorrer.

Juan Pablo Mañueco.
Periodista Digital
19-12-2016

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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