Es 20 de diciembre del año 2175. Los hombres siguen dominando el conjunto del globo terráqueo… o lo que queda de él. Ya no quedan apenas árboles, ni animales. Nuestro inalienable afán destructivo, nuestra ilimitada capacidad para arrasar con todo cuanto nos rodea, ha hecho que ya no nos rodee nada. Ya no existen los libros. Todas las ideologías han muerto. El dinero, el vil metal al que le dimos un infinito poder que por su naturaleza no tenía, ha acabado con el pensamiento.
Ya no existen las naciones ni los gobiernos; sólo las empresas. En un mundo sin fe, sin alma, aún pervive lo más oscuro de la esencia humana. A pesar de la muerte de las ideas… aún nos desangran las guerras. El dinero, su causante, es el que jamás morirá, mientras permanezca un solo hombre sobre la faz de la tierra.
Al amanecer, en una ciudad cualquiera, estalla una bomba que mata a 100.000 personas. Las bombas ya no son las de antes. Ahora, con el triunfo definitivo de la más alta tecnología, la capacidad de matar es mucho mayor. Éste es el gran logro de esta sociedad en la que ya no hay escuelas. Ya no hacen falta. No hay fe, no hay ideas; sólo dinero. Los que han puesto la bomba no lo han hecho por ningún Dios, por ninguna patria. Ya no existen ninguno de los dos…
Entonces, ¿por qué lo han hecho? Nadie lo sabe, porque ya nadie piensa. Será mejor que se lo preguntemos al dinero, aquel ente mayestático, insuperable, intocable, que es el que ha movido la Historia de la Humanidad… aunque en sí mismo sólo vale lo que nosotros hemos querido que valga.