Pese a que ya había estado anteriormente, no fue hasta mi última visita cuando me di cuenta del detalle. Me refiero a la Basílica de la Virgen de los Desamparados, en Valencia. Y me refiero al busto de Alejandro VI que hay justo delante de la imagen de María.

Alejandro VI, Rodrigo de Borja, fue el Papa número 214 de la Iglesia, extendiéndose su reinado entre 1492 y 1503. Para quien no le conozca (pese a todo lo dicho y escrito sobre él), fue un personaje nefasto. Sus “logros” más importantes se redujeron al ámbito de lo político. Instigador de varias guerras, sus bulas sobre la división del recién descubierto territorio americano fueron lo más destacado de su “carrera” sobre el poder de un Estado, el Pontificio. En lo espiritual fue un crápula, un hipócrita y un desvergonzado completamente amoral. Siguiendo una práctica habitual en la época, se dedicó a tener hijos con distintas mujeres y a trazar estrategias políticas con los matrimonios de sus vástagos. Eso en lo oficial, sin entrar en detalles sobre las relaciones con sus hijos Lucrecia y César y los innumerables comentarios populares sobre la negrura de su ser.

Dicho esto, entiendo que el conocido como Papa Borgia era valenciano. Y me parecería lógico que la ciudad estuviera orgullosísima de haber tenido todo un Sumo Pontífice de la Iglesia. Pero, ¿cómo presumir de uno de los peores Papas de toda la Historia? En la parte oscura de la vida de la Iglesia figura, en mayúsculas, el apellido Borgia. Significa nepotismo, aprovechamiento de la religión, manipulación, mentira. Ver su busto ante la Virgen, en el templo mariano por excelencia de Valencia, me hizo sentir repugnancia. Y mucho más cuando estaba representado con un gesto beatífico, como hechizado de gozo ante la Madre de Dios.

Por respeto a los fieles, una iglesia no puede ceder un espacio de honor a la figura de uno de los personajes que más se han lucrado con un supuesto servicio a Jesús de Nazaret, quien se hizo pobre entre los pobres. Duele a la vista… y al corazón.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA