No me dirijo a la minoría de católicos españoles (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) que rezan a quien para ellos es San Francisco Franco. Con ellos, me temo, no hay nada que hacer… Me dirijo a la mayoría del Pueblo de Dios que habita en España y que, a escasas horas de que el dictador sea exhumado del Valle de los Caídos, se felicitan por ello.
Porque estoy convencido de que la exhumación de Franco es una oportunidad para la Iglesia en España. Cuarenta años de nacionalcatolicismo, de ser la Iglesia un instrumento de poder en una dictadura, ofreciéndose como nutriente espiritual e ideológico de la misma, no se borraron con la valiente actuación que empezó antes de la muerte del dictador.
Impulsados por Pablo VI y por el Concilio Vaticano II, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos se implicaron por la llegada de la democracia. Lo que les costó el ataque visceral del régimen. Luego, en la Transición, el cardenal Tarancón fue un agente de cambio fundamental a la hora de liderar el cambio desde el ámbito eclesial. Pero prácticamente nada de eso lo conoce hoy nuestra sociedad… La realidad, en 2019, es que mucha gente (no solo los jóvenes) sigue equiparando la Iglesia al franquismo. ¿Cómo acabar con eso? Insisto, la exhumación de Franco lo facilita, es una oportunidad…
Mi propuesta: la Iglesia española ha de volcarse con la Ley de Memoria Histórica. Daría esperanza que muchos sacerdotes dedicaran una parte de sus homilías de este domingo para, aprovechando la coyuntura histórica (como tantas otras veces hacen), pedir por todas las víctimas de la Guerra Civil y clamar para que se identifique a todos los asesinados del bando republicano enterrados en cunetas y fosas comunes.
Es Evangelio puro ensalzar la memoria de hermanos nuestros, compatriotas de todos los signos e ideas que, 83 años después, continúan enterrados como perros en cunetas y fosas comunes, muchísimos de ellos sin identificar. La Iglesia debe volcarse en esa causa justa. Ya no vale el argumento de que “hay que olvidar y no reabrir heridas”. Somos una sociedad madura. Lo que no se pudo hacer en plena catarsis, al morir el dictador y estar la democracia incipiente siempre con la guillotina sobre su nuca, hay que hacerlo ahora. Con determinación y espíritu siempre generoso.
Por último, tenemos también la oportunidad de proponer, desde la Iglesia, un nuevo Valle de los Caídos, símbolo de verdad de una España reconciliada. ¿Cómo? Con una placa monumental en la entrada en la que figuren los nombres de todos los enterrados allí, republicanos incluidos. El gran símbolo en este nuevo Valle de los Caídos sería que, en el altar, ya sin Franco y con José Antonio desplazado a una capilla lateral, ocuparan las tumbas dos soldados rasos: uno del bando nacional y otro del bando republicano. Así, al fin, sí sería al fin el Valle de los Caídos… El de todos.
¿Apuesta la Iglesia española por la reconciliación? Pues esta es la oportunidad de demostrarlo. La mayor desde la muerte de Franco y la defensa de los valores democráticos en la Transición. Aprovechémosla…
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA