César San Martín Castro, el juez que sentenció a Fujimori

César San Martín Castro, el juez que sentenció a Fujimori

(Paul Monzón).- Dice el refrán popular que «A cada cerdo le llega su San Martín», e ironías de la vida, a Alberto Fujimori, otrora dictador de Perú, lo sentenció a 25 años de prisión un juez con apellido «San Martín». San Martín no sólo se las ha visto con «El Chino», como le llaman cariñosamente al sentenciado, sino también con terroristas de Sendero Luminoso a quienes envió a la cárcel sin contemplaciones, medida por la cual fue mil y una veces amenazado de muerte. Conozca un poco más de César San Martín Castro, reputado profesor de Derecho penal, en un reporte publicado en el suplemento Domingo del Diario La República de Lima.

Por María Elena Hidalgo

El vocal César San Martín Castro debe haber tomado a broma el comentario que hizo el legislador Santiago Fujimori al enterarse de la sentencia de 25 años de prisión que el tribunal impuso a su hermano Alberto: “La condena es un triunfo para Sendero Luminoso”. San Martín debe haber recordado las condenas que aplicó con rigor a varios subversivos procesados cuando él era presidente de la Sala de Terrorismo. Entre fines de los años 80 y comienzos de los 90, en uno de los peores episodios de la guerra interna, San Martín condenó a varios cabecillas. Los terroristas no solo intentaron matarlo a él sino también a su esposa, María del Rosario Escudero, a quien, siendo jueza del Callao, le tocó enviar a la cárcel a varios subversivos. San Martín se debe haber reído con la ocurrencia de Santiago Fujimori.

“Era un juez bajo fuego”, recuerda el ex magistrado y ex procurador Luis Vargas Valdivia, íntimo amigo de San Martín desde que se conocieron hace 30 años en el Poder Judicial: “Desde que lo conozco, siempre ha enfrentado los desafíos más difíciles”.

Nacido en Lima el 30 de diciembre de 1955, César Eugenio San Martín Castro destacó como estudiante de derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En las aulas se convirtió en el alumno predilecto del reputado penalista José Hurtado Pozo, quien reveló sus cualidades para administrar justicia y dictar cátedra. No obstante los pergaminos académicos, San Martín inició su carrera desde abajo porque quería experimentar todas las etapas.

“Arrancó como practicante en el Poder Judicial”, dice el ex procurador José Ugaz Sánchez Moreno, otro de sus cercanos amigos: “Luego consiguió un puesto como relator de la Sala Civil de la Corte Superior del Callao. A continuación, fue designado juez de paz letrado de Lima y al poco tiempo ocupó la posición de relator de la Sala Penal de la Corte Suprema. Seguidamente fue nombrado titular del 21º Juzgado Penal de Lima, en el segundo gobierno de Fernando Belaunde (1980-85). Allí estaba en su mundo. Paralelamente, enseñaba en la Pontificia Universidad Católica, donde comenzó como asistente hasta conseguir la titularidad como catedrático. A donde iba, destacaba”.

Los momentos más duros los enfrentó cuando, en plena escalada senderista, San Martín asumió la presidencia de la Sala de Terrorismo de la Corte Superior de Lima. Los subversivos lo tenían en la mira porque aplicaba severamente la ley, pero también militares y policías lo miraban con desconfianza porque ordenaba la excarcelación de detenidos contra los que no había pruebas o se había fabricado las evidencias.

“César San Martín y yo éramos parte de la Sala de Terrorismo, entre 1989 y 1992, cuando todavía había jueces con rostro”, explicó Vargas Valdivia: “Él era el presidente y yo tercer vocal. Juzgamos a los dirigentes de Sendero y el MRTA. Nos tocaron momentos muy difíciles. En 1991, por ejemplo, nos invitaron a dictar una conferencia en Ayacucho sobre el recién promulgado Código Penal. Los terroristas nos recibieron, como era de esperarse, con bombas y apagones. Allí nos dimos cuenta en dónde nos habíamos metido”.

Uno de los episodios más complicados que enfrentó San Martín como presidente de la Sala de Terrorismo fue cuando declaró fundado un hábeas corpus a favor de un sacerdote que había sido detenido por la policía antiterrorista, que le atribuía pertenencia a la agrupación sediciosa. “Estudió a fondo el caso y con mucho valor, en un momento en que el país reclamaba mano dura contra el terrorismo, otorgó el hábeas corpus al sacerdote. Lo que pasó fue que los terroristas dinamitaron la casa del religioso y los policías lo encontraron allí y lo sindicaron como colaborador. Pero no había pruebas. No había sido detenido en flagrante delito.

Fue un fallo histórico”, dijo Vargas Valdivia: “Se trataba de un acto injusto. Sin embargo, el ministro del Interior de entonces (el almirante Juan Soria Díaz, a fines del gobierno aprista), presentó una denuncia por prevaricato contra San Martín. Pero fue desestimada. Le dieron la razón a él. Había actuado conforme a ley”.

Lector voraz, con especial predilección por la filosofía, César San Martín también es un aficionado al fútbol y llegó a vestir la camiseta de San Marcos. Se casó con una compañera de la universidad, María del Rosario Escudero, con quien tiene dos hijos varones. Ella también debió enfrentar a los terroristas.

“Cuando era presidente de la Sala de Terrorismo, atacaron a su esposa. Un grupo de aniquilamiento la emboscó, pero a último momento al terrorista que tenía que dispararle se le atascó el arma, lo que aprovechó la seguridad de la jueza para rechazar el ataque”, relata José Ugaz. “Debido a esta situación, continúa Ugaz, César San Martín y su esposa se fueron a estudiar a España.

Pero cuando regresaron Fujimori lo destituyó. Entonces él y su esposa decidieron volver a salir al extranjero. Finalmente regresaron en 1994. Es entonces que le pedí, por su experiencia como penalista, que se integre a nuestro estudio”.

Laboró como abogado del Estudio Benites, De las Casas, Forno & Ugaz hasta el año 2000, a partir de ese momento se convirtió en socio, pero solo hasta 2004. Sintió el llamado de los tribunales. “En el estudio estuvo a cargo de los casos más importantes. Fue un referente académico y teórico para todos. Los abogados del estudio consultábamos permanentemente con él. Definitivamente, fue una pieza clave en la organización del estudio. Pero cuando se convocó a concurso de vocales de la Corte Suprema, San Martín nos manifestó su interés de dejar el estudio para postular”, refiere Ugaz: “Nos dijo que si había ingresado al estudio era porque había sido injustamente cesado en el Poder Judicial. Se fue el 2004”.

Al ser extraditado Alberto Fujimori, a San Martín le correspondió ventilar un caso de corrupción. Se acusaba al ex presidente de haber favorecido con un decreto supremo a la compañía “Mobetek”, de propiedad del israelí Moshe Rothschild Chassin, quien le había vendido helicópteros al Ejército. Para quienes no lo sabían, en ese caso San Martín absolvió a Fujimori porque no se acreditaron evidencias del favoritismo. Cuando el ex jefe de Estado escuchó la lectura de su sentencia, debió recordar ese fallo porque San Martín se tomó la molestia de anotarlo como referencia.

Si algo lamenta Luis Vargas Valdivia es que desde que asumió el caso de Barrios Altos y La Cantuta, dejó de frecuentar al presidente de la Sala Especial Penal de la Corte Suprema que se dedicó a ventilar justamente los casos de Barrios Altos y La Cantuta.
“Desde ese momento dejamos de almorzar ocasionalmente. Nos juntábamos para burlarnos de los amigos, no para hablar de trabajo. Pero dejamos de hacerlo para evitar que los fujimoristas digan barbaridades, como la que he escuchado recientemente: que los ex procuradores redactaron la sentencia. Una estupidez, por supuesto”, afirmó Vargas Valdivia.

Estudioso empedernido, en los años 80, formó parte del Instituto Justicia y Cambio, que se propuso la reforma del Poder Judicial y la lucha contra la corrupción. Entre los integrantes se contaban juristas de prestigio, como Carlos Ernesto Giusti –fallecido durante el rescate de la residencia del embajador japonés–, Clodomiro Chávez, Felipe Villavicencio, Jorge Pacheco y Luis Vargas Valdivia.

“Nos gusta mucho la música, pero no bailamos. Nuestras esposas, que son grandes amigas, perdieron en ese aspecto”, anota Vargas Valdivia: “San Martín es un hombre modesto, muy didáctico al hablar, pero sobre todo es justo y valiente. Es un magistrado a la antigua. No es de los que dan entrevistas. Prefiere que sus sentencias hablen por él”.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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