Qué ver y hacer en Bilbao en tres días

Qué ver y hacer en Bilbao en tres días

La ciudad requiere su tiempo. Verla desde las alturas nos da una idea de la complejidad de una villa que nació y creció en torno a una Ría, para ser un puerto y que con el paso del tiempo se transformó en un gran centro industrial y de servicios. Las montañas la envuelven y Bilbao termina creciendo en sus laderas. Pero Bizkaia envuelve la villa y no se entiende esta ciudad sin acercarse al mar.

La Ría nos muestra el camino a seguir, y por ella nos acercamos a uno de los más conocidos monumentos de todo el país, el Puente Bizkaia, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Primer día

Por la mañana: Artxanda, Campo Volantín, Paseo de Uribitarte y Guggenheim

Nos dirigimos a la Plaza del Funicular situada en el centro del castizo barrio de Castaños, justo detrás del Campo Volantín. Esta plaza recibe su nombre del Funicular de Artxanda que es más que un medio de transporte, es parte del corazón de Bilbao y de sus gentes.

Nos subimos a este funicular para llegar a las alturas y encontrarnos lejos y cerca de Bilbao. El mirador de Artxanda se asoma al “botxo” y desde aquí distinguimos lo nuevo y lo viejo; los montes que lo rodean y la Ría que lo surca. Bilbao a nuestros pies y Bizkaia en el horizonte.

Una escultura nos habla de contiendas pasadas, y un entorno de parques y jardines invita a pasear y disfrutar. Restaurantes, txakolis y bares nos abren sus puertas para que hagamos un alto en el camino y nos imbuyamos, poco a poco, de la cultura gastronómica de estas tierras.

Tras pasear y disfrutar de Artxanda tomamos de nuevo el funicular para atravesar el barrio de Castaños y encontrarnos con la Ría y el Zubi Zuri en el Campo Volantín. Cruzamos el puente y ascendemos bajo la mirada de las Torres de Isozaki (Isozaki Atea) para ver el Palacio de Ibaigane, ejemplo de la arquitectura residencial neovasca, donde se respira la historia y solera de Bilbao y el Athletic. Por la Alameda Mazarredo llegamos al Puente de la Salve donde nos recibe Puppy a las puertas del Guggenheim.

Arte fuera y arte dentro; arte en continente y contenido. En el exterior y en el interior de este museo, todo nos habla de la imaginación y el buen hacer.

A mediodía: Guggenheim

Tras visitar el Museo Guggenheim nos espera la cocina, otro arte con mayúsculas en esta tierra, entre los vascos. En los alrededores encontramos por doquier lugares donde sentarnos a una buena mesa y disfrutar con todos los sentidos.

Por la tarde: Paseo de Abandoibarra, Ribera de Botica Vieja, Ensanche y Azkuna Zentroa

El Paseo de Abandoibarra nos acompaña para hacer la sobremesa más agradable: arte y Ría. La memoria siempre presente. Atravesamos el último puente construido en Bilbao, Puente Pedro Arrupe, de madera y acero para llegar a la Universidad de Deusto: historia y sabiduría hechas piedra en Bilbao para los vascos y para el mundo.

Encontramos edificios de la universidad entre jardines, en el barrio de Deusto, antigua anteiglesia, que también da nombre al puente, Puente de Deusto que espera a los barcos para levantarse y dejarlos pasar. Ribera de Botica Vieja entre paseos y la Ría. Un tigre nos contempla desde las alturas y ya vemos el Puente Euskalduna y la grúa, la «Carola».

Cruzamos el puente para acercarnos al Museo Marítimo y a los diques donde reposan sus barcos. Recuerdos del antiguo Astillero Euskalduna, historia tangible de una ciudad que mira más allá de sus fronteras. Tras el puente, el Palacio Euskalduna, barco a medio terminar en los astilleros, cargado de música y teatro; lugar de encuentro y comunicación.

Cruzando la Plaza del Sagrado Corazón vemos los Jardines de la Misericordia; que hablan de otra época y otra sociedad. Atravesamos Sabino Arana y en las calles Licenciado Poza, Rodríguez Arias o Alameda Urquijo disfrutamos del ambiente de una tarde en Bilbao. Los bares nos invitan a descansar y los negocios a entrar en ellos. Los grandes edificios del Ensanche nos acompañan recordándonos el lugar donde creció Bilbao.

Tiendas y restaurantes, bares y pubs. La elección de dónde disfrutar del tiempo no es fácil en el centro de la capital. Todos nos reciben con los brazos abiertos, la ciudad es joven.

Segundo día

Por la mañana: Begoña, Ayuntamiento y Jardines del Arenal

Nuestro segundo día en la Villa de Don Diego López de Haro comienza a la sombra de la Amatxu, de la Virgen de Begoña. Su templo se encuentra sobre Bilbao, en el barrio de Begoña. Una basílica tardogótica, uno de los referentes de Bilbao y de Bizkaia entera, centro de peregrinación y devociones. Desde sus alturas parece proteger el Casco viejo y el Ensanche, lugares de nuestra visita.

Delante de la basílica la calle que lleva el nombre de la Virgen nos conduce, suavemente, hacia los Campos de Mallona, antiguo cementerio de Bilbao y al Parque Etxebarria, con su chimenea de ladrillo monumental como recuerdo de lo que allí estuvo: una de las grandes factorías de la ciudad, Echevarria. La siderurgia fue el motor y olvidarlo es olvidarnos un poco de nosotros mismos.

Por el Parque Etxebarria bajamos a la plaza Quintana para salir al Ayuntamiento. La Casa de la Villa mira a la Ría, mira al Ensanche desde la otra orilla; parece que quiere cruzar y no se decide. Heraldos y maceros son su séquito, y en su frente, en sus ventanas superiores, se asoman ilustres bilbaínos. La escultura “Variante ovoide de la desocupación de la esfera” de Jorge Oteiza permite ver Bilbao a través de ella: acero y vida.

La calle Sendeja y el arenal sirven de antesala al Casco Viejo. Como dice la bilbainada:

Árboles del Arenal,
unos altos y otros bajos…
se asoman a la Ría.

Donde antes trabajaban los estibadores y sirgueras hoy se pasea, se disfruta de la ciudad y su Ría.

A mediodía: Casco Viejo

Una iglesia, la de San Nicolás, por la calle Fueros nos indica el camino hacia la Plaza Nueva, un lugar perfecto para tomar un tentempié: un txakoli y un pintxo. Espacio neoclásico donde se mezcla Bilbao.

Salimos de esta plaza reposados y descansados para disfrutar del Casco Viejo, de las Siete Calles, entre bares y tiendas. Visitamos iglesias como los Santos Juanes, San Antón o la Catedral de Santiago; nos paramos en sus estrechas calles para sentir los siglos que nos preceden; buscamos donde comer entre la amplia oferta, amplia y tentadora; nos dejamos seducir por los escaparates que invitan a entrar en las tiendas. No podemos dejar de acercarnos al Mercado de la Ribera, repleto de puestos y productos frescos llegados de la tierra y del mar.

Por la tarde: Ensanche

Buscamos el Teatro Arriaga para despedimos del Casco Viejo. Su fachada nos acompaña mientras cruzamos el Puente del Arenal hacia la Estación de Santander, “La Concordia”, y pasamos bajo la monumental fachada de la Sociedad Bilbaina en la calle Navarra, camino de Don Diego López de Haro, que nos espera en la Plaza Circular sobre su pedestal.

Estamos en el Ensanche; donde Bilbao creció fuera de las estrecheces, fuera de las luces y sombras del Casco Viejo. La Gran Vía lo atraviesa y por ella caminamos entre tiendas y bancos, entre gente. Un “fosterito» (entrada del metro) parece llamarnos, nos indica el camino de un nuevo Bilbao, de un metro de luz.

Por la calle Berástegui los Jardines de Albia, donde buscamos la iglesia de San Vicente, antigua parroquia de la Anteiglesia de Abando. La Alameda Mazarredo nos conduce a la Gran Vía y a la Alameda Urquijo donde encontramos la Residencia de los Jesuitas, la iglesia del Sagrado Corazón, neogótica y neobizantina, templo levantado por la Compañía de Jesús tras su retorno a Bilbao.

Un poco más adelante Correos, arquitectura fascista, ejemplo de una época; tras este edificio, en la calle Bertendona, un teatro, el Campos Elíseos, art noveau, coqueto y elegante, más de otras latitudes que de Bilbao.

Volviendo por Bertendona hacia Gardoqui nos dirigimos hacia la calle Diputación, donde encontramos buenos sitios para descansar. La trasera del Palacio Foral compite en espectacularidad con la moderna Biblioteca Foral. A su cobijo terrazas de bares que bien nos sirven para reposar y retomar fuerzas.

El Palacio Foral mira a la Gran Vía rodeado de lo más granado de los negocios de Bilbao; pleno centro de comercio y de vida. Por la Gran Vía llegamos a la Plaza Moyua. Parterres y fuente crean un remanso de tranquilidad entre los edificios que los rodean: Palacio Chavarri, Hotel Carlton, La Aurora, Hacienda Estatal o la Casa Montero; siendo un compendio de los estilos que hicieron del ensanche bilbaíno un ejemplo de arquitectura en aquel cambio del siglo XIX al siglo XX: eclecticismo francés o neoflamenco, modernismo, racionalismo o arquitectura fascista.

La calle Elcano hacia la Plaza Euskadi nos conduce a un Bilbao que se reinventó a sí mismo. En ella nos espera el Museo de Bellas Artes, inmenso en sus fondos y exquisito en sus formas, donde es obligado perderse en sus salas. Y tras esta jornada no hay mejor colofón que descansar junto a un lago, en medio de un bosque, en el Parque de Doña Casilda Iturrizar.

Elegir un lugar para cenar en Bilbao no es fácil. La ciudad ofrece una amplia variedad de opciones y los visitantes se mezclan con los bilbaínos en locales que nos hacen disfrutar de la buena cocina y el saber hacer. Una ciudad y una cultura que hace del comer un arte, también hace del buen beber un culto; buscamos uno de tantos bares en Bilbao para poder disfrutar de una copa o un café acompañados de una buena conversación, ya sea en el propio local o en alguna de las terrazas que se abren en sus calles.

Tercer día

Por la mañana: Portugalete, Puente Colgante y Las Arenas

Esta mañana nos dirigimos al mar. El cauce de la Ría nos conduce al Abra donde disfrutar de ambas márgenes, de ambos mundos. El metro y sus bocas se han convertido en muy poco tiempo en un elemento de orgullo para Bilbao. El arquitecto que lo diseñó, Norman Foster, terminó dando su nombre a estas entradas del suburbano, “los fosteritos”, y por una de ellas bajamos a las entrañas de la ciudad. Este metro que es luz nos acerca en alguno de sus modernos trenes hasta Portugalete, localidad fundada por la Señora de Bizkaia, Doña María Díaz de Haro “la buena”, la que ratificó la fundación de la Villa de Bilbao.

Sus estrechas calles en cuesta, de Santa María, Víctor Chávarri y Coscojales nos conducen a través de la Basílica de Santa María y la Torre de Salazar, testigos del transcurrir de la Ría, hasta la Plaza del Solar. Esta plaza que se mira en la Ría con su kiosco es coqueta y elegante. A ella se asoma la villa y el Ayuntamiento; un poco más adelante la Antigua Estación de Ferrocarril que comunicaba Bilbao y Portugalete, las minas de hierro y el puerto.

El Puente Bizkaia asombra desde su altura. Cuatro torres y una pasarela ancladas a tierra por grandes cables de acero. Ese sueño de Alberto Palacios se hizo hierro para comunicar dos márgenes y dos mundos: la vieja villa, nacida para vigilar y comerciar en el Abra, y el nuevo y rutilante balneario que los Aguirre habían hecho construir en una inmensa playa, en las Arenas.

Subimos a la pasarela y nos detenemos sobre la Ría; disfrutamos de unas vistas únicas desde este puente Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO que no descansa ningún día del año, ni de noche ni de día. El transbordador continúa su devenir bajo nuestros pies y los barcos pasan camino del Abra, del mar, o de Bilbao.

Las Arenas es la heredera de aquel balneario que incluso acogió a reyes; pero las obras de acondicionamiento del puerto hicieron desaparecer la playa y con ella los veraneantes. Paseando por los muelles a la orilla de la Ría nos acercamos al monumento a Evaristo Churruca, que como un faro vigila su obra, el puerto, y el mar.

A su vera la pequeña playa que quedó cuando desaparecieron los grandes arenales de las Arenas, y a continuación un muelle, un paseo: el de las Grandes Villas. Grandes mansiones que se asoman al mar, testimonio de una burguesía enriquecida. Los paneles explicativos nos acompañan todo el trayecto hasta la Casa de Náufragos de Arriluze, sobre el mar y de estilo neovasco, sirve de entrada al Puerto deportivo, desde mucho antes de que éste existiera. Los locales de restauración miran a los barcos que se mecen o a los grandes cruceros que llegan desde otros mares para descargar sus pasajeros entre nosotros.

Por el mediodía: Ereaga Y Puerto Viejo de Algorta

La Playa de Ereaga se abre al mar y en su centro se encuentra el hotel Igeretxe, antigua casa de baños, memoria de visitantes de otras latitudes que vinieron a disfrutar de nuestro mar o a sanar de alguna enfermedad en sus aguas.

Al fondo, el Puerto Viejo de Algorta. Lo vemos en la distancia escondido de los vientos que lo maltratan, y cuando nos acercamos apreciamos como se recoge en si mismo. El puerto mantiene su espíritu pescador y bohemio; las escaleras que nacen sobre los muelles nos llevan hasta Erriberamune y la Etxetxu para poder tener las mejores vistas del Abra, como tantos marinos que esperaban la llegada de los barcos desde esta atalaya.

Frente a nosotros Santurtzi, famosa por su canción y la Villa de Portugalete que ya hemos dejado atrás. En el corazón del Puerto Viejo encontramos bares y restaurantes donde se nos muestra el fruto del trabajo de los pescadores de nuestros puertos y donde comer es disfrutar.

Por la tarde: Ibarrekolanda y Deusto

Dejamos atrás el Puerto Viejo para dirigirnos al centro del barrio de Algorta. Cualquier calle de las que ascienden nos lleva a la Plaza de San Nicolás, donde está la iglesia neoclásica del mismo nombre. Continuamos por la avenida Algorta hasta la calle Telletxe para llegar a la boca del metro, allí donde esta calle se transforma en plaza. Volvemos a Bilbao.

Salimos del suburbano en la Estación de Sarriko y ascendemos bajo una bóveda de cristal para salir frente al Conservatorio de Música, otro magnífico ejemplo de arquitectura contemporánea que podemos visitar en Bilbao.

Al otro lado de la Avenida Lehendakari Agirre , se encuentra el Parque de Sarriko, jardines, hoy públicos, de una magnífica villa en un promontorio sobre las huertas de la Ribera de Deusto y los muelles de Olabeaga. Caminamos entre sus árboles buscando pequeños tesoros en piedra de otra época y otra manera de vivir. Por la Avenida Lehendakari Agirre nos dirigimos a Deusto para desviarnos hacia la Ría por la calle Sagrada Familia y encontrar la iglesia de San Felicísimo, con su moderna e inmensa bóveda de cañón. Caminamos por la Avenida Madariaga hasta la calle Iruña para ver sobre la Ría el Puente Euskalduna, y el palacio del mismo nombre.

Acercándonos a este puente veremos los Jardines de la Ribera de Botica Vieja que bullen de vida. Paseamos bordeando la Ría bajo la atenta mirada del “Tigre”, que parece esperar su momento para saltar a la otra orilla. Los grandes edificios de Abandoibarra se asoman como nosotros a esta Ría.

Seguimos bajo el Puente de Deusto para encontrar la Universidad de Deusto, y frente a ella la pasarela Pedro Arrupe nos invita a cruzar a la otra orilla para volver al centro de Bilbao. Abandoibarra nos acoge al atardecer después de habernos acercado al mar y disfrutado de un pedazo de Bizkaia.

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