La yihad viñetesca

La yihad viñetesca

«Jihad de viñeta» era el título de una muestra del conocido viñetista americano Daryl Cagle publicada el 10 de enero, en la que advertía de la explosión que se avecinaba. El término es acuñado desde entonces en todo el mundo, especialmente en una serie de investigaciones del diario alemán Der Spiegel.

Afirma Walid Phares, profesor de Estudios de Oriente Medio y experto en el islam político y la jihad, qu el término en sí mismo es un revés a la campaña de movilización de los críticos de las viñetas.

Mientras que grupos y gobiernos islámicos han escalado sus protestas, muchas de las cuales han tenido formas violentas, y acusaban a los «autores materiales caricaturistas» de emprender una guerra cultural contra el islam, artistas y partidarios respondieron diseminando las caricaturas iniciales y dibujando más.

Lo segundo afirma que se está emprendiendo una guerra por los jihadistas contra la democracia cultural, y que el terror jihadista se está llevando a cabo contra los medios. En al Jazira, comentaristas e invitados acusan ahora a todo Occidente de lanzar una «cruzada» total contra todo lo islámico, mientras que a su vez, los críticos de la jihad acusan al movimiento ideológico mundial de estar detrás de todas las intifadas urbanas contra Occidente, no sólo de la violencia por las viñetas danesas.

En la prensa italiana y por todo el continente, se están uniendo los puntos entre la sublevación en Francia, el asesinato en Holanda, la denominada intifada de la juventud francesa, los combates en las playas australianas y otras «maniobras» dentro de Occidente.

Día a día emergen fracturas entre los dos bandos y se apilan conclusiones no mencionadas. De aquí a unos años, los historiadores bien podrían darse cuenta de que los dibujos de Dinamarca sólo fueron la paja que rompió la espalda del dromedario entre dos mundos ideológicos: la Democracia Pluralista y el Fundamentalismo Islámico.

Pero mientras Europa y el mundo atestiguan la ampliación de la jihad de las viñetas y su mutación a niveles múltiples de acciones y actividades diplomáticas, políticas, intelectuales, militantes y terroristas, la investigación del tema principal todavía está en marcha:

¿Qué es lo que violaron realmente los viñetistas daneses? ¿Dónde está la línea roja dentro del islam y bajo cuya responsabilidad se enmarca la protesta? ¿Cuál es el verdadero objetivo de «los manifestantes»?, y ¿son un grupo o más? ¿Está respondiendo adecuadamente Occidente al tema, y está realmente unificado en la materia?

Múltiples cuestiones que intentaré tratar, a medida que interactúo con legisladores europeos, expertos y organizaciones de Viena, Bruselas, Londres y París.

El trasfondo hoy es la imagen general, y no esos dibujitos. El consenso no puede estar más claro con respeto a los principios clave: La libertad de expresión no puede ser invertida por ninguna ideología que no crea en el valor de la primera.

Y al mismo tiempo, herir los sentimientos de cualquier religión, islam incluido, es aceptable según los estándares de la coexistencia. Pero la pregunta es ésta: ¿Se trata propiamente de las viñetas, o [queda] entre los dibujantes de las viñetas y los redactores de la fatwa? Examinemos esto.

La cuestión teológica
Según la sharia, la ley sagrada del islam, ni Alá ni Su Mensajero el Profeta Mahoma pueden ser dibujados por los musulmanes (al Rassm). Es parte de una restricción anti idolatría (ibadat al asnaam) por parte del islam. La aplicación estricta de este requisito significa que no se permite ninguna representación gráfica (y por tanto ni fotos ni simulaciones computerizadas).

De esta prescripción deben tratarse tres temas; uno, las invenciones modernas: si las manos musulmanas del siglo VII tuvieron prohibido dibujar a la divinidad y a su enviado directamente, ¿pueden simular los ordenadores del siglo XXI las representaciones? Los teólogos dictaron en contra de ello, y las puertas aún están abiertas.

Dos, ¿hay castigo para los musulmanes que estén involucrados en dibujos de Alá o de Mahoma? Aparentemente, depende de la elección de los clérigos. En lo que respecta a cualquier asunto de religión, y en ausencia de un Califato, la autoridad más alta del estado islámico, los académicos (al Ulama’a), dictará sentencia, y su instrumento es la fatwa.

Así que de acuerdo con uno y dos, queda estrictamente prohibido a los musulmanes hacer representaciones gráficas de Alá y de todos los profetas, no solamente de Mahoma. Y decidir las sanciones queda en manos de los jeques.

La tercera cuestión es del interés directo de la crisis euro-islámica. ¿Los dictámenes de arriba se aplican a los musulmanes? Cualquier respuesta podría romper las relaciones internacionales tal como las conocemos. Y éste ha sido el tema menos conocido tanto para occidentales como para los públicos musulmanes. Ambos ignoraron los dos extremos de la ecuación.

Para todos los occidentales, es natural que las leyes musulmanas no se les apliquen a ellos, dentro de sus propios países. Para la mayor parte de los musulmanes, el tema no está claro.

Mientras que los gobiernos musulmanes corrientes y los académicos moderados aseguran garantizar que cumplen primero el derecho internacional y la sharia en segundo lugar, los líderes islamistas afirmar lo contrario: para los salafistas sunníes y los jomeinistas chi’íes, el mundo se divide en dos partes: dar el islam, donde impera el estado islámico, y dar el Harb, donde el Califato queda al margen de la esfera pública.

Por tanto, los fundamentalistas islámicos saben bien que la ley sharia no se puede implementar en dar el Harb, incluyendo Dinamarca, Francia, Gran Bretaña o Alemania, por poner algunos nombres.

Así que, indiscutiblemente, si los no musulmanes residentes en un país no musulmán dibujan o esculpen una figura de la lista prohibida del islam, sin ningún carácter ofensivo, ¿habrá motivos para que las autoridades islámicas afronten y sancionen el hecho? El tema no es fácil ni simple.

Por principio, si los no musulmanes vulneran la sharia dentro de dar al islam, se encuentran bajo la ley y las sanciones islámicas: los coptos egipcios, los cristianos de Siria, los hindúes de Afganistán, los caldoasirios de Irak, nubianos de Sudán, etc.

Pero si los no musulmanes no siguen las restricciones dentro del mundo dar al Harb, no existe autoridad islámica para hacer pagar a «la ofensa».

Ello se encontraría dentro del ámbito de la relación con esa potencia infiel.

Pasaría a ser completamente político: las autoridades representantes de la umma (nación) musulmana tendrán que tomar el tema bajo sus auspicios. ¿Intervendría el Imperio Otomano con las monarquías europeas para eliminar los dibujos de escultores realizados por sus propios ciudadanos?

¿Y harían lo mismo la Liga Árabe de hoy y la Organización de Estados Musulmanes con las democracias del mundo? De nuevo, la resolución sólo puede afrontarse políticamente: lo que signifiquen esas ofensas hechas al islam en Occidente no puede afrontarse bajo la ley islámica, sino por los musulmanes dentro de Occidente y bajo lo que el sistema legal de ese país particular pueda y deba ordenar de manera natural a las autoridades de ese país anfitrión.

No existe entidad legal internacional en el islam hoy que pueda tratar temas de nivel superior al derecho nacional o internacional con respecto a temas islámicos. Los musulmanes moderados entienden eso.

Pero surgen otros dos temas: la obligación de los musulmanes occidentales y el papel del fundamentalismo islámico este respecto.

Musulmanes en Occidente
Los musulmanes residentes en Occidente o en el mundo no musulmán, inmigrantes y conversos por igual, son desafinados por la elección teórica de la filiación legal.

La práctica realista y más extendida, la aceptada por la mayor parte de los gobiernos musulmanes en público, ha sido animar a sus sujetos a aceptar el conjunto de normas vigentes en los países no musulmanes, basándose en la reciprocidad de las relaciones internacionales.

Pero los fundamentalistas islámicos de todas las escuelas han colocado más presión sobre los musulmanes en «tierras infieles» con el fin de que confronten una elección difícil.

En muchas sesiones del programa de al Jazira al Sharia wal Hayat (Código islámico y vida) entre el 2002 y el 2005, el jeque Yussuf al Qaradawi afirma claramente que «los musulmanes residentes fuera de tierras islámicas, o bien deben volver a sus patrias cuando su viaje, trabajo o misión haya culminado, o deben luchar para quedarse como ciudadanos y extender la religión».

El líder de la Unión Mundial del Ulema coloca por tanto a los musulmanes residentes en Europa y Occidente bajo presiones tremendas. Según sus puntos de vista, un status permanente de «vida islámica relajada» está prohibido.

«Los musulmanes en Occidente y en las restantes áreas deben luchar para extender la religión e insertar la presencia en el espacio nacional legal, político y económico». Otros y él añaden que estas comunidades tienen «la misión especial», que es Iqamatu el dine, el establecimiento de la religión.

«No es una elección que deban tomar, es un deber». Por tanto, las comunidades conversas, exiliadas o expatriadas escuchan constantemente una voz prevaleciente, aunque vivan como ciudadanos comunes en todo el mundo.

Esa voz «prevaleciente», difundida por predicadores, emisiones, internet y en prensa, también es expresada por una creciente oleada de organizaciones que incitan al grupo en campañas «para garantizar la mejor representación de la cultura y la religión en el sistema occidental».

A primera vista, el «activismo» exigido por estos «militantes vigorosos y destacados» sería natural, especialmente en sociedades multiculturales. Pero ése no es el objetivo de los radicales.

Fundamentalistas islámicos
Las diversas corrientes de islamistas, salafistas, wahabíes, jomeinistas y demás convergen en una ola en lo que se refiere a movilizar a los musulmanes de Occidente en general y de Europa en particular: encontrar e identificar las zonas «de reclamación» y transformarlas en «lucha».

En ausencia de la activación de estos «casos» por parte de los islamistas, la interacción natural entre sociedad civil y comunidad musulmana absorbería y solucionaría gradualmente estos asuntos.

Pero los islamistas eligieron deliberadamente estos temas en particular y los transformaron en crisis. Para abreviar, avivan estos «temas candentes».

Porque gracias a ellos, los islamistas se convierten en la directiva de las comunidades, se convierten en los negociadores en representación con los gobiernos y terminan siendo «los socios» de los poderes públicos en esos países.

Esta estrategia es fácil de entender: los islamistas (y los jihadistas de su entorno) empujan a la comunidad a un hecho contra un segmento de la sociedad o contra el gobierno.

Extender el conflicto a nivel nacional, y a nivel mundial, arrastrar a los gobiernos musulmanes y presentarse a sí mismos (los islamistas) como las fuentes de la solución. Los objetivos finales son fáciles de adivinar:

1. Impulsar «el aislamiento» político y social de la comunidad tanto como sea posible. A partir de ahí, prepararla para la siguiente etapa de «la lucha».
2. Y al mismo tiempo, aislar a los elementos moderados de la comunidad y controlar aún más su dirección.
3. Establecer consultas con los gobiernos basadas en la intimidación, permitiéndoles influenciar futuras políticas tanto nacionales como exteriores.

Uno se preguntaría en primera instancia si «las reacciones espontáneas» hacia «temas centrales sensibles» están «organizadas» realmente. De hecho, las emociones populares en cada uno de estos temas son reales. Pero la manipulación de la sincronización, la agenda, y el resultado final son simplemente políticos y son conducidos con firmeza por las manos de los islamistas.

Precedentes
En Estados Unidos son de destacar dos casos. Uno fue planteado por el Council on American Islamic Relations (CAIR) hace dos años, cuando el grupo de presión política tomó medidas para eliminar la cara de la estatua del profeta Mahoma a la entrada de el Tribunal Supremo de Estados Unidos.

El profeta musulmán, junto con una docena de inspiradores de legislaciones mundiales, era honrado en escultura según los estándares americanos. La denuncia de CAIR no trataba del hecho de que la expresión artística fuera «ofensiva» (como el caso de las viñetas de Dinamarca), sino de que en principio no se aceptan. La justicia norteamericana rechazó la denuncia en aquella época.

Un año después, el viñetista ganador de un Pulitzer Doug Marlette, del Tallahassee Democrat, fue presionado por CAIR por dibujar una viñeta con el epígrafe «¿Qué conduciría Mahoma?».

Al contrario que en el caso del Tribunal Supremo norteamericano, la imagen (causando tensión evidentemente entre los musulmanes devotos) tenía que ver con una cultura popular en América (y ahora en Europa) que lucha por comprender la relación entre el terrorismo y las ideologías islámicas que lo predican.

El resultado de este combate mental se manifiesta en las viñetas, pero las raíces de la crisis intelectual residen en la confusión generada por los fundamentalistas islámicos. He aquí el porqué:

El núcleo del problema
La opinión pública occidental no conoce bien el islam, ni como religión ni como política. Y lo que complica las cosas es el hecho de que en el islam, religión y estado son uno: din wal dawla wahid. Por tanto, dar forma a la percepción occidental del fenómeno islámico depende o bien de instructores occidentales o de representantes musulmanes.

Por ejemplo, los cristianos de Oriente Medio o que no residen bajo regímenes islámicos en África o Asia lo comprenden mejor, (en ocasiones pagando un elevado precio) y de ahí que raramente se involucren en «ofensas teológicas».

Conocen los diversos límites, tanto los que son puramente religiosos como esos límites a ser violados después por los jihadistas (ver entrevista en el Der Standaard belga).

De modo que el corazón del problema tiene dos vertientes: la elite académica occidental ha hecho un mal trabajo a la hora de educar a su público acerca de la amenaza del jihadismo, y al público musulmán se le dejaron pocas opciones al margen de que los islamistas y los jihadistas les representasen y les dirigiesen en estos temas.

Cuando el primer ministro de Dinamarca Anders Rasmussen afirmaba recientemente que «los extremistas están obstruyendo la estabilización de la crisis», la Secretario de Estado norteamericana declaraba que «Siria e Irán están incitando los sentimientos», y el primer ministro musulmán del Líbano acusaba al régimen sirio – y a Hezboláh indirectamente – de «utilizar el tema para agitar el Líbano a través de manifestaciones violentas», la ecuación se despeja a sí misma:

No hay intención cultural en Occidente de herir los sentimientos de los musulmanes. Pero existe confusión entre el público occidental acerca de quiénes son los jihadistas. Por otra parte, existe una percepción general entre el público musulmán de que Occidente está camino de la guerra contra el islam, una percepción alimentada por los jihadistas.

Conclusión:

• El público occidental fue privado del conocimiento real de la religión del islam por una parte, abriendo la puerta a la caricaturización y posiblemente a más manipulación de las sensibilidades musulmanas. Pero por la otra parte, a este público se le negó la información acerca de la naturaleza del movimiento jihadista y sus diversas tácticas. Así que, al tiempo que pretendía manifestarse subconscientemente contra los jihadistas a causa de su terror, los artistas liberales acertaron en el blanco de los musulmanes devotos, abriendo el camino a que los islamistas emprendiesen su campaña.

• Las masas musulmanas, o su mayoría, han sido mantenidas bajo la presión de las madrazas, páginas web, redes islamistas y objeto del punto de vista de al Jazira y al Manar durante años. Cuando explotó la crisis de las viñetas de Dinamarca, los radicales se hicieron a la calle precipitando las manifestaciones en violencia.

• Los gobiernos occidentales se tomaron su tiempo antes de unirse contra la violencia jihadista. Cada rama ejecutiva quiso «tener fama política» para sus propias relaciones con el mundo árabe musulmán, antes de darse cuenta enseguida que la «ofensiva» de las viñetas se está convirtiendo en una ofensiva a por todas por parte de los radicales.

• Los gobiernos árabes musulmanes se dividen en dos grupos: los que estaban encabezando las manifestaciones «con el fin de caldear los ánimos en la calle», al tiempo que se daban cuenta de que su ánimo «de inspiración radical» pronto se volvería contra ellos. Y los restantes regímenes, tales como Siria o Irán, que alimentaron las protestas anti danesas intentando convertirlo en una jihad anti-occidental total.

Mientras tanto, y una vez más, los islamistas y jihadistas se aventuran en otro hecho más de flaco servicio al mundo musulmán. Mientras que la crisis de las viñetas podría haberse resuelto dentro de las fronteras danesas a través del diálogo y dentro del sistema legal, los radicales saltaron más allá de la soberanía de la pequeña nación humanista, secular y liberal.

Si los líderes moderados de la comunidad hubieran mantenido el tema siendo danés, se habrían ganado probablemente la simpatía entre los daneses. Pero las «redes» llevaron el tema al mundo árabe y musulmán en general. En respuesta, los euro-viñetistas pasaron el tema al nivel continental. Los jihadistas secuestraron la reclamación musulmana por diversos continentes.

A su vez, muchos en todo el mundo se identificaron con los daneses. Teherán y Damasco esperaron a «la oportunidad» de desarticular el consenso internacional entorno a su implicación en el terror y la amenaza nuclear (ver entrevistas en la BBC el 7 y 9 de febrero del 2006).

Pero al final, las cifras de los radicales no están creciendo en el mundo musulmán como algunos creen, sino que crecen sus designios. Los moderados y los demócratas pagan el precio. Ellos están siendo testigos de cómo el mundo en general contempla las escenas de incendio y destrucción y lee cuidadosamente las señales que llevan a los extremistas de Londres a Yakarta.

Informar al público occidental de que no sabe tanto, de modo que su comprensión del islam sea más compleja va a requerir un esfuerzo significativo. Y educar al público musulmán con respecto a los objetivos de aquellos que afirman representarles en la guerra y en la paz, y especialmente en la defensa de su religión, va a requerir un esfuerzo mayor.

La crisis de las viñetas de Dinamarca ha generado violencia tanto material como física, pero bien podría contribuir a un crecimiento del poder entre las fuerzas de ambas partes.

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