La plutocracia de Wall Street pone contra las cuerdas a Obama

La plutocracia de Wall Street pone contra las cuerdas a Obama

(David Ignatius).- Mucho se ha especulado en torno a si Barack Obama puede ser o no otro Roosevelt, pero yo dudo que estemos hablando del Roosevelt bueno. A la hora de solucionar la crisis financiera, Obama podría utilizar una dosis menor de la tendencia de Roosevelt por el gigantismo económico, y una dosis algo mayor del celo de Roosevelt en perseguir los monopolios.

El rescate suplementario de 30.000 millones de dólares de esta semana, destinado a la mastodóntica aseguradora AIG es un ejemplo. Mantener con vida a este monstruo insolvente no tiene sentido. La compañía debió haber sido desmantelada cuando la crisis arreció por primera vez el año pasado, cuando allá por entonces los departamentos saneados se podrían haber vendido a un precio decente. El Tesoro afirma que tras este rescate más reciente, AIG debería remodelarse y seccionarse en unidades de negocio más reducidas. Más vale tarde que nunca, supongo.

Hasta AIG sabe que es demasiado grande. «La estructura del conglomerado de AIG es demasiado compleja, intrincada y opaca,» decía Edward Liddy, el nuevo jefe ejecutivo de la compañía que se incorporó el pasado otoño para intentar rescatar algo de los escombros. La tragedia es que esto era evidente hace unos cuantos años, y nadie hizo nada al respecto. Un antiguo regulador recuerda que las transacciones de AIG eran tan enrevesadas e incomprensibles que no pudo cuadrar sus balances a tiempo — y aún así a nadie se le ocurrió pedir un receso.

Los funcionarios del Tesoro y la Reserva Federal han seguido operando bajo la premisa de que en el mundo de las finanzas, el tamaño importa — y es más seguro. La defensa de estas colosales y diversificadas instituciones financieras ha consistido en que al reunir tipos diferentes de riesgo, serían capaces de incrementar la estabilidad total. Ese análisis ayudó a generar la monstruosidad llamada Citigroup. Era igual que la defensa de la titularización de las hipotecas de riesgo — reúna las suficientes en un paquete y el riesgo de descubierto será inferior. No es que haya salido muy bien.

Y aún así las autoridades han seguido actuando como si un tamaño mayor proporcionara una estabilidad mayor. Esa fue la razón para empujar a un saneado Banco de América a adquirir el pasado otoño un enfermo Merrill Lynch. Un tratamiento mejor a la enfermedad de Merrill habría consistido en extirpar los activos tóxicos y a continuación estimular una desintegración ordenada de la firma de arbitraje; ya era demasiado grande.

Un estudio de referencia para los reguladores de hoy es la respuesta del Presidente Theodore Roosevelt a las trampas financieras de 1902, cuando los barones del ferrocarril intentaron fusionar los trayectos de la Great Northern y la Northern Pacific en una enorme sociedad llamada Northern Securities Co. Roosevelt quiso interponer una demanda por monopolio para impedir la fusión. Los financieros amenazaron diciendo que la demanda provocaría un episodio de pánico en Wall Street, a lo que el fiscal general de Roosevelt, Philander G. Knox, respondió memorablemente: «En el Ministerio de Justicia no hay tablón de cotizaciones.”

Cuando Roosevelt ignoró las amenazas y abrió el proceso antimonopolio, recibió una visita precipitada de J. Pierpont Morgan, el titán financiero reinante. «Si hemos hecho algo mal, que su hombre se reúna con mi hombre y podemos arreglarlo,» ofreció Morgan. Roosevelt no dio su brazo a torcer, «Eso no se puede hacer.”

Es triste decirlo, pero desde que arrancara esta crisis el año pasado, los funcionarios de la Reserva y el Tesoro se han dedicado a «que su hombre se reúna con mi hombre» y arreglar las cosas en acuerdos informales de fin de semana organizados con precipitación. Las grandes sociedades financieras de nuestros días han venido amenazando a los reguladores con la ruina, y los reguladores se han rendido. No quieren más Lehman Brothers. Pero las autoridades deberían haber explorado si, como alternativa a la quiebra, se podría desmantelar a los gigantes en unidades más pequeñas y gestionables capaces de alcanzar la solvencia.

El historiador Walter Lord, en su libro de 1960 «Los buenos tiempos,» decía de Morgan y los demás plutócratas: «Estos hombres no eran intrigantes por naturaleza. No tenían ninguna intención perversa. Pero habían perdido el contacto con la realidad. El alcance de las operaciones, la complejidad de sus estructuras corporativas les distanciaba de sus plantillas y de la gente a la que atendían.” Esa es una descripción perfecta de los ejecutivos de Citigroup, AIG y los demás mamotretos que cernieron sobre nuestras cabezas la crisis financiera.

El equipo Obama ha sido elogiado por emular la respuesta franca de Franklin Roosevelt a la Gran Depresión de los años 30. Y conforme cobran fuerza los llamamientos a la nacionalización de Citi y los demás grandes bancos, podría verse tentado de llegar hasta donde Roosevelt temió aventurarse. Pero el gigantismo financiero — privado o público — no es la respuesta. El desafío es cómo reconstruir nuestro arruinado sistema financiero. Dejemos descansar un poco a Franklin, y reflexionemos sobre la filosofía progresista de Teddy: en lo que respecta a la economía, lo pequeño es realmente mono.

© 2009, Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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