NO VALGO PARA ECHAR TABAS A UN CORRO
UN INÚTIL TOTAL DEMUESTRO SER
Ignoro las veces que le escuché decir a mi afable padre, Eusebio (qué intuición tuvo quien eligió para él dicho nombre de pila, pues, en su caso, cuadraba o encajaba, como alianza en el dedo anular, el significado de dicha voz en griego clásico, piadoso, con su actitud o proceder habitual), que la experiencia era madre y maestra de ciencia y de conciencia. Aunque él no era, sensu stricto, un científico, conjeturo que nadie, estando en su sano juicio, osará poner en duda su aserto, que, en puridad, no era suyo, por supuesto, quiero decir de su exclusiva propiedad y uso, ya que luego lo he escuchado aducir a estas, esas o aquellas personas, allí, ahí y aquí, o sea, a cualquier quídam y por doquier. Así que es lógico y normal que lo catalogue como un latiguillo o muletilla generalizada.
Como cuanto me dispongo a contar a continuación carece, por completo, de absoluto rigor científico, le ruego encarecidamente al atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, ora sea o se sienta no binario) de estos renglones torcidos que no le dé excesivo valor al conjunto de los parágrafos que contenga este texto, para que no se lleve luego un chasco morrocotudo, es decir, se sienta defraudado con lo agavillado por servidor.
Tengo para mí, sin haber invertido un tiempo sensato, prudente, en estudiar, de manera concienzuda, las experiencias que he tenido, aunque estas ocurrieran mientras servidor se hallaba durmiendo y soñando en los mullidos brazos de Hipnos, que el consciente y el inconsciente (al menos, los míos) tienden a compensarse, a mantenerse en perfecto equilibrio. Esta conclusión contradice, en todo o en parte, la inconcusa existencia física de la entropía, o sea, el evidente grado de desorden en cualesquiera sistemas; ahora bien, como no sigo a rajatabla el método científico en mi estudio, puedo estar equivocado (que no es algo malo en sí mismo, si más tarde aprendes de tus errores) y, si soy extenso, acopiar o coleccionar desaciertos a tutiplén.
He comprobado, de un tiempo a esta parte, lo obvio, que, como cada día tengo más tablas, esto es, la certeza de que escribo mejor (pues, sin ninguna hesitación, eso es lo que defiende y sostiene mi yo consciente), mi inconsciente, que suele ir por libre, a su antojo, que funciona o procede como si no hubiera límites ni barrenas, se encarga (sí, qué ironía o paradoja) de que ponga los pies en el suelo y no vuele, como las alas de mi fértil imaginación me empuja e incita a que haga, de cuando en vez o de vez en cuando. Como no hay mejor maestro que fray Ejemplo, pondré uno, clarificador. Durante muchos años, los fines de semana y meses de verano trabajé de barman o camarero en una veintena de bares y cafeterías de Navarra y La Rioja, sobre todo. Coronar las tareas asignadas a dichos oficios me permitió poder iniciar la carrera de Medicina y terminar la de Filosofía y Letras (Filología Hispánica) en la Universidad de Zaragoza, pues, a pesar de recibir la beca correspondiente, este menda pertenecía a una familia humilde, de escasos posibles o recursos y, además, numerosa. Recuerdo el noventa y nueve por ciento de los nombres de esos locales de hostelería. El uno por ciento restante lo he olvidado. Suelo argumentar que, si eso sucedió, por algún motivo o razón fue.
Bueno, pues, últimamente, han sido muchas las ocasiones en las que he soñado que me comporto como un tardo o lerdo de tomo y lomo; como si servidor, a quien siempre le gustó dar lo mejor de sí mismo en todo aquello que realizaba, es decir, ser competente y competitivo y exquisito en sus modos de hacer y actuar, tras haber culminado cientos, miles y aun cientos de miles de cafés, no supiera cómo hacer ahora uno bueno, en condiciones. Tengo la sensación onírica, dentro del sueño, de ser un impostor, de andar perdido, desubicado, desasistido y desnortado, cuando ni siquiera, in illo tempore, en mis inicios (torpes, pues nadie nació enseñado), esa nunca fue la realidad, porque jamás aconteció así. Si repetí, año tras año, en tantos (más de media docena de locales) establecimientos fue por esta doble razón de peso, porque trabajaba a gusto en ellos (aunque currara mucho, más que en otros sitios), y, asimismo, porque mis jefes quedaban contentos con el trabajo que había llevado a cabo este menda.
¿Por qué, entonces, en numerosos sueños constato que no doy pie con bola? Insisto en mi tesis (escasamente científica, sí, lo itero aquí, en el último párrafo de este escrito, una vez más); para compensar que cada día escribo mejor (como verifica mi yo consciente), tengo que soportar que a mi inconsciente le dé por elaborar estas dos pesadillas repetitivas: una, que no valgo para echar tabas a un corro como camarero; y dos, que no sé si me produce todavía más ansiedad y estrés, que aún me queda por aprobar una asignatura para acabar la carrera.
Ángel Sáez García