Pacos

Paco Sande

Gajes del oficio

Leo en una revista, que recibo adjunta con el periódico, la queja de una madre, cuyo hijo es miembro de nuestras “Fuerzas Armadas”, sobre la muerte de otro soldado, otro joven, que ha perecido en Afganistán.
Se queja ella del mutismo y secretismo que “nuestro Gobierno saliente” ha hecho gala sobre la verdadera realidad de la guerra, tanto en Afganistán, como donde quiera que nuestros soldados hayan sido destinados, de lo que realmente hacen allí –ni repartiendo caramelos, ni labor humanitaria, precisamente- y de lo mal preparadas que están nuestras tropas y, se teme, que el Gobierno entrante, en estas cuestiones, no vaya a ser mucho mejor.
Matiza, además, que su hijo, destacado en Afganistán, no está allí de forma voluntaria, precisamente.
(…)
Esta clase de quejas, de madres de hijos desempeñando la carrera militar, no es algo nuevo; recuerdo el caso, no hace mucho, de una señora americana que amenazaba con demandar al Presidente Bush, porque su hijo había muerto en la guerra.
Que vaya por delante que yo comprendo el dolor que cualquier madre pueda sentir ante la pérdida de un hijo, haya muerto este en una guerra, en un accidente de tráfico o como consecuencia de una pulmonía.
Pero también tenemos que comprender, cuando tomamos un trabajo, los riesgos que este conlleva, o lo que vulgarmente se conoce como: gajes del oficio.
Si alguien se pasa media vida al volante de un coche y se calza al año 100.000 kilómetros –cosa que hace el autor de este blog- tiene una muy alta posibilidad de acabar despanzurrado en alguna curva de una carretera cualquiera.
Si ese alguien trabaja como albañil, sus posibilidades de despanzurrarse siguen siendo bastante altas pero, en vez de partirse los cuernos contra una columna de hormigón de la autopista o un poste de la luz, esta vez será cayéndose de un andamio.
Y si uno decide meterse a minero… aquí, además de poder despanzurrarse con la dinamita, también corre el peligro quedarse enterrado.
Y ya no hablemos de un marinero que, además del peligro constante que el mar representa, últimamente tienen el añadido de tener que lidiar con los piratas, especialmente en el Océano Indico.
Así que, cuando uno se hace soldado… ¿…? Pues eso.
El soldado está para ir a las guerras en las que intervenga su país, sean estas en defensa de ese país o como aliado de otro u otros –caso de España, como miembro de la OTAN-
Pero la gran diferencia es que,, mientras en los trabajos que he mencionados arriba, todo está dispuesto de tal forma que evite en lo posible cualquier tipo de tragedia que acabe en muerte, en la guerra sucede todo lo contrario, allí se va a matar y cuantos más mejor.
Y no importa que a tu enemigo, aquel que está disparando desde la trinchera de enfrente, no lo hayas visto nunca o que, a lo mejor, de él poder explicarte el por qué de su lucha, hubieses estado de acuerdo con sus ideas.
No importa…

Lo que importa es que tú le piques el billete a él antes que él te lo pique a ti, así de simple y así de complicado.
La guerra es el único lugar en donde el matar a un semejante se considera una heroicidad en vez de un delito.
Y eso es algo que todo el mundo debe tener en cuenta cuando decide tomar la carrera militar.
El ser soldado puede ser algo muy vistoso, heroico y gallardo. Algo de lo que tus padres van sentirse orgullosos.
Y, además, te enseñan un oficio, te dan curro con derecho a comida y cama y te dan la oportunidad de conocer mundo.
Pero no se puede olvidar el hecho de que, mientras el morirse desempeñando cualquier otro oficio se considera un accidente, en el arte de la guerra, donde el producto base es la sangre, el morirse no pasa de incidente.

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