Cantaba Vainica Doble: En el coto de Doñana/ se ha envenenao un pajarito/ en el Coto de Doñana/ de la noche a la mañana/ su mare lo llora a gritos.

Lo mismo en Tenerife pero por partida doble.

Y como siempre, intentaremos decir algo que nos consuele a nosotros que lo decimos, porque consolar a esa madre no nos ha sido dado a los mortales. A esa madre y a esa familia rota no les queda sino lo ya conocido: enterrar y callar. Todo lo más andar gritando que a ese demonio alguien lo debió matar antes de que se mostrara como en el fondo era, un chulo engreído, poseído de su buen aspecto, de sus buceos y de sus andanzas náuticas, bajo la apariencia de un buen padre cuyas hijas preciosas uno las creía seguras por lo preciosas y alegres que eran, como fueron nuestras hijas, como hoy son nuestras nietas…

Es la escuela de Bretón, una estirpe de malnacidos en el más exacto sentido del término: nacidos para nuestro mal, para amargarnos la vida en los peores términos, para avergonzarnos de ser humanos como ellos.

Ojalá esté muerto por su mano y nos ahorre así el deseo de matarlo a manos nuestras. Ese que ha roto igualmente a su familia, a su desdichada madre, a su atribulado padre, a sus amigos… El que ha sembrado de sal su entorno donde ya no crecerá nada estimable. Ha ennegrecido un mundo que antes era sólo complicado pero no lúgubre y doliente como lo es ahora.

Mil metros de agua oscura acogieron a la pequeña, lejos de su hermana más pequeña aún. No habrá mil metros de lava bullente que acaben con cualquier vestigio del verdugo. Aunque no exista el infierno como nos lo contaron, que el fuego se cierna sobre él y ese humo y ese flujo incandescente nos recuerde este día para nuestro mal pero, también, para el mezquino consuelo de que no habremos de verlo nunca más. 

¿Cómo decir a esa madre lo que uno siente, todo el bien que le deseamos? Mejor será el silencio. Todo lo más, llorar apartados del mundo hasta que se nos pase y nos acostumbremos a vivir sin las pequeñas.