El túmulo de Verónica Forqué, tan cubierto de flores que no parecía un túmulo, ha hecho buena la tercera acepción de la RAE: montecillo artificial con que en algunos pueblos antiguos era costumbre cubrir una sepultura. Así que hemos vuelto a ser decididamente antiguos. Como el arroz de las bodas, un canto a la fertilidad, han tapado nuestra pena con flores. Para que si no vemos el cajón que nos espera no le demos más vueltas a lo irremediable. Aquí no ha pasado nada.
Las columnas de las que pendía el cordón que separa el mundo de los vivos de ese otro mundo abismal que nos aterra lucían rematados con lámparas piramidales de formas redondeadas como destellos flamígeros, versión actualizada de las cuatro velas de siempre.
He visto, por recordarla como la quise, cuatro escenas de sus obras. Lo que Carmen Maura propone dubitativa (“Con la polla…”) ella, que hacía de putilla, lo convirtió en una pregunta: “¿Con la polla?” Sin las miradas que se cruzan ni la duda ni la pregunta tienen sentido alguno. Hay que verlas. La Vanguardia las ofrece como el mejor homenaje a una mujer que ya no está pero sí está en una lista interminable de buenos ratos que pasamos juntos. Por eso la queríamos tanto. Y ahora nosotros estamos vivos y ella no.
Se habla mucho de MasterChef al hilo de lo suyo. Al revés de lo que hace mi gran amiga Rosa Belmonte, que de la televisión se ve hasta la carta de ajuste, nunca he visto MasterChef, como tampoco vi Juego de Tronos ni la televisión en general más allá de telediarios y películas. Puede que fuera un intento bienintencionado pero ha acabado como adoquín para pavimentar el infierno. O eso dicen. Qué más da.
Veintitrés años he pasado explicando la autolisis – queda mejor, ¿no?- desde el punto de vista del Código penal. No le den vueltas, decía a mis alumnos, hay gente que sufre tanto que ya no puede más y corta. ¿Por qué ha de ser más presentable en sociedad que te atropelle un coche que atropellarte tú mismo? Desdramaticen si pueden y nunca pasen por alto los signos precursores, todos ellos integrados en la esencia misma del sufrimiento. La vida es una lucha, no una danza. Ayuden si pueden y avisen siempre. No descuiden a ningún humano que les pille cerca y hagan como Chinaski, no jueguen con la muerte porque la muerte no juega.
A Verónica Forqué le echaré el alboroque, como decimos en Murcia: a la vuelta del cementerio se para en una venta y se bebe a la memoria del que hemos dejado allí, a solas con Bécquer. Y al cabo vienen las risas, como me pasa con el recuerdo de mi padre, al que cerré los ojos y besé la noble calavera, le organicé el entierro, elegí el cajón, le compuse la esquela en la que siempre falta alguien y acabada la faena me fui a la barra más cercana y me tomé un gintonic. Tardé poco en aprender a sonreír cada vez que lo recuerdo, que es cada día. Con Verónica haré lo mismo. Y seguirá ella, a través de nosotros, repartiendo sonrisas por el mundo.
Lo siento, lo siento mucho, chiquilla. Un solo disgusto a cambio de tan buenos ratos.
Me quedaré con las risas y el disgusto se me pasará.