EL REY DE BUTAN

Alguna vez ustedes habrán oído hablar de Bután, supongo. Yo mucho no, la verdad. Este reino del Himalaya ha llegado en los últimos días a los periódicos porque el que ha sido hasta ahora rey absoluto parece querer convertirse a la Democracia y está preparando una nueva Constitución, cuyo borrador acaba de ser presentado en público hace dos fines de semana, aprovechando que “las estrellas y los elementos convergen favorablemente para crear un ambiente de armonía y éxito». Textual, oiga.
A mí siempre me han atraído las noticias sobre estos lejanos y extraños países y su diferente concepto sobre las cosas de la vida. Tengo una ingenua tendencia a pensar que vivir en esos lugares implica vivir una vida sencilla en armonía con los ritmos de la Naturaleza, sin presiones, sin prisas, sin coches, sin jefes que te estén pisando los callos todo el día, algo próximo al nirvana. Un edén entre montañas de ocho mil metros, vaya.
Lo que más me ha atraído de las noticias sobre este país no es que la televisión haya estado prohibida hasta 1999, con ser algo genial, probablemente el único país del mundo mundial donde esto se haya dado. Nada de censura sobre los programas, nada de controles sobre la publicidad, nada de nada. Sin tele hasta 1999, y a otra cosa, súbditos. Y ni Gran Hermano, ni Operación Triunfo, ni Crónicas Marranas. Y el presupuesto, para hacer hospitales. Ni siquiera me ha resultado suficientemente llamativo que sólo haya un periódico en todo el país (En Madrid sólo hay dos: El País y todos los demás), o que la venta de tabaco esté prohibida, que, miren, tal como van las cosas son unos adelantados respecto a Occidente. Y si no, al tiempo, fumadores.
Tampoco me parece especialmente estridente que no hayan tenido teléfonos móviles hasta 2003, que se entiende que determinadas moderneces están frontalmente reñidas con lugares tan idílicos, que si estás contemplando el sol del atardecer dorando las cumbres de las montañas nevadas y en esas te suena el aparatejo para llamarte a una reunión, te deben entrar unas inmensas ganas de mandar a Alexander Grahan Bell a pacer a otros prados menos apacibles.
Hombre, un poco extravagante sí es el hecho de que todos los ciudadanos estén obligados por ley a vestir cotidianamente su traje regional, que la cosa se las trae… Que es que ya vayas al súper, al dentista, a la oficina de objetos perdidos o pases en ca la vecina por una pizca de sal, te encuentras en todas partes con el mismo traje, que uno se puede liar y no saber con quién está hablando. Pues no, tampoco es eso lo que más me ha sorprendido al leer las referencias sobre tan ajeno país.
Miren ustedes, la cosa más sugestiva que venía en la nota de la agencia es que su majestad el rey Jigme Singye Wangchuck está casado con cuatro hermanas. Sí, hermanas. Y sí, cuatro. Qué quieren que les diga, a mí me da pena. Mal está que un señor se case con cuatro señoras a la vez, sea rey, jeque petrolero o simple ciudadano metido a la cosa esa de la poligamia, que para todo hay gustos. Pero allá él, que el tiempo le dará mañas para saber defenderse y componérselas contra las cuatro a la vez. Pero si encima son hermanas…
Ahí la cosa empieza a no tener solución, ahí el hombrico, por muy majestuoso que sea, va perdido. Contra cuatro hermanas sólo se puede echar a correr y esperar que la suerte corra también a tu lado. No puedo evitar imaginármelas cuchicheando en corrillo y riéndose a sus espaldas de cómo huelen los majestuosos pies, de la real inutilidad para arreglar un grifo o del real gatillazo de la otra noche. O aliándose para entretenerle mientras ellas buscan con quién entretenerse.
¿Ventajas? Una sola suegra, eso sí. Y probablemente ninguna cuñada, claro.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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