Pues me alegro de que le hayan metido seis a Maradona

Pues sí, yo me alegro de que le hayan metido seis a Maradona. Sé que está mal alegrarse del dolor ajeno, sé que como columnista debería ser neutral o al menos intentarlo, pero qué le voy a hacer si no puedo aguantar a Diego “Armario” Maradona. Es un personaje que desde hace unos años me ha resultado insoportable, perdón.

El caso es que una selección humilde, de un país tercermundista en el que los futbolistas son poco más que serios aficionados, le ha colocado seis goles como seis soles a la selección súper profesional de Argentina. Viva Bolivia. Ah, y que viva Argentina, también, que a mí los argentinos me han caído siempre bien, menos Videla y sus conmilitones, claro. Y, en otro plano, Maradona. Un país, sobre todo un país tan grande como Argentina, no puede ser juzgado por sus líderes (menos aún si son unos dictadores asesinos) ni por sus deportistas; un país como Argentina siempre está por encima de unos y otros, ni siquiera es la suma de todos ellos, la dignidad de un país está por encima de sus miembros más conocidos.

Así que Diego habrá sido siempre un futbolista genial, supongo. No soy yo el más adecuado para criticar su trayectoria deportiva, ni lo pretendo, allá él y los que le hayan admirado. Le podemos adjudicar ya mismo el más alto título deportivo que el lector desee. Para mí este célebre personaje dejó de ser un ídolo el día que se creyó Dios, que creyó que su mano era la mano de Dios y que todo valía si lo hacía él. Pretender engañarnos tan desconsideradamente era una muestra de egolatría, egocentrismo y egomanía descomunales. Tamaño ego no cabía en ser humano alguno y le desbordó, el que había sido genial futbolista no supo ser genial persona y se dejó arrastrar por las drogas, ofreciendo al mundo un ejemplo lamentable del deterioro y abandono de una persona.

Recuerdo que en aquella época titulé “Pobre niño tonto” la columna que escribía entonces. Nadie debería ganar una cantidad de dinero que no estuviese preparado para administrar. Y tantos millones le venían demasiado grandes al pibe. El dios de la mano larga, falsa y traicionera tenía los pies de barro. Y se derrumbó.

Pero no se derrumbó su soberbia y su altanería, ninguna muestra de humildad, sólo una barriga cada vez más enorme, una cabeza más orgullosa y una mirada más envanecida cada día. Empujado por la presión familiar y social hizo una machada y con grandes esfuerzos, dignos de alabanza que yo no le niego, consiguió curarse de su adicción. Volvía el dios… ¿pero ya para qué? Para alabar el comunismo y para recibir seis goles de una selección de tercera regional.

Las dictaduras se parecen hasta extremos insospechados; vista una, vistas todas. Unas te encarcelan en nombre de la patria, otras en nombre del proletariado, pero las cárceles son las mismas. Las dictaduras son gotas de agua que se confunden al caer sobre ti, da igual que te torture un fascista argentino que un comunista cubano, da igual si te impiden pensar y escribir en nombre de las clases medias que en nombre de los parias de la tierra. En eso Diego Armando debería haber aprendido de la historia de Argentina y haber sacado conclusiones. Bueno, a un futbolista nunca se le exigió saber pensar, bastaba con correr más y mejor que los rivales y para eso se usan los pies. La cabeza… para rematar. Y si no se llega con ella se usa la mano de dios… aunque sea trampa.

Y Diego Armando, el de los seis goles de Bolivia, no llega a entender que las dictaduras son malas, para él las dictaduras son malas… si no son las de sus amigos; las de sus amigos son buenas y sanas porque… son sus amigos. Por eso Maradona es un declarado defensor de la dictadura cubana de los Castro. Lejos de sacar conclusiones tras los años sangrientos de los militarones argentinos él apoya a los militarones… cubanos.

Vivan las dictaduras… si son de los míos.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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