El irresistible atractivo de lo chabacano

El irresistible atractivo de lo chabacano

(BBC Mundo).- La idea: concebir un hijo -que es la forma fina de decir fornicar- con un extraño y frente a las cámaras de televisión. El lugar: un plató como el de Gran Hermano. El premio: 175.000 dólares. Las filas que se formaron frente a las oficinas de la productora que anunció el nuevo programa: larguísimas.

Bautizaron el proyecto «Vamos a hacer un bebé» y se trataba de una broma, urdida por los genios de la BBC, pero los aspirantes no lo sabían.

Que tanta gente se presentase voluntaria para algo tan chabacano, desquiciado y de mal gusto obliga a algunas reflexiones.

Todo comenzó con un desafío: inventarse el peor reality show para poner a prueba las fronteras del formato.

la realidad es que en sólo ocho semanas y ante el exitazo de público, «Vamos a hacer un bebé» estuvo a punto de convertirse en un programa de verdad.

Cientos de aspirantes colapsaron las líneas telefónicas apenas se insertó el anuncio, invitando a los interesados en procrear en público a presentar solicitudes. Lo asombroso es que hubo canales de televisión de todas partes del mundo haciendo cola y ofreciendo sumas descomunales de dinero para asegurarse los derechos de la serie.

«Nunca nos imaginamos que llegaríamos tan lejos con tan poco esfuerzo«, dice asombrada la productora y directora del proyecto, Helen Sage.

Casa de fertilidad

El experimento clandestino iba a formar parte de una serie de la BBC que se llama «Diabluras» (Mischief).

La intención de los realizadores del programa, el eje del proyecto, fue elegir la idea de más mal gusto y la moralmente más detestable que se les ocurriera, crear una compañía productora falsa y tratar de venderla. A los ciudadanos de a pie y a los profesionales de la televisión.

«Vamos a hacer un bebé» consistiría en encerrar a los concursantes -que no se conocían entre sí-, en una «casa de fertilidad«. Cada semana, al estilo de Gran Hermano, la audiencia expulsaría de la casa al menos atractivo.

Una vez hecha «selección natural«, las dos parejas finalistas competirían para ver cual de las dos concebía primero un hijo. La que se quedase primero «embarazada» recibiría como premio US$175.000 por persona.

Se hicieron sondeos previos y hasta sesudas encuestas y siempre, el resultado, la respuesta d elos ciudadanos, fue que era algo «moralmente cuestionable». Paradójicamente, los mismos que censuraban la idea, confesaban que mirarían con atención la panatalla en cuanto el programa comenzara a emitirse.

Más de 200 personas, incluso un gay que afirmo estar decidido a romper una lanza intentanto tener relaciones sexuales con una mujer, se postularon. A ninguno se le dijo que el programa no se iba a hacer. Y cuando fueron informados, al final, se quedaron de piedra. Muchos de ellos, enfadados, porque querían «concursar«.

Como parte de la investigación, hasta se organizó una fiesta en la mayor feria de ventas de televisión de Europa –Cannes– para proponer la falsa idea a canales de televisión de todo el mundo. Para deleite de los falsos productores, recibieron ofertas a puñados:

«Como productora de TV, me interesaba mucho saber cuán bajo podía llegar la industria con tal de atraer al público y la respuesta es: realmente muy bajo».

Un programa «repugnante»

El profesor David Wilson, quien renunció a su puesto como asesor del programa «Gran Hermano» por razones éticas, afirma que la premisa de «Vamos a hacer un bebé» es moralmente repugnante y que resta valor a la vida humana, pero no se soprende de que despertara tanto interés:

«La telerealidad no sólo está reinventando los espectáculos de monstruos, se trata de morbosidad. Son el equivalente de detenerse para ver mejor un accidente, es querer ver la miseria de otra gente».

«Los participantes son considerados gente rara, pero son sólo el producto de una sociedad que enarbola la bandera de la fama sobre cualquier otro valor».

«Todos los puntos de referencia cultural están ahora fundados en conseguir la fama en vez de estar vinculados a tener una habilidad intrínseca».

Wilson sugiere que debería haber un oprganismo independiente para regular los reality shows.

Alan Hayling, director de documentales de la BBC, sostiene que el precio de atraer grandes audiencias y la oportunidad de conseguir una buena suma de dinero parece desactivar la escala de valores de alguna gente:

«Gente muy inteligente está operando dentro de un vacío moral. La moraleja de ‘Vamos a hacer un bebé’ es que es terriblemente fácil demostrar en sólo ocho semanas qué tan bajo puede caer la telerealidad».

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