Sir Winston Churchill, uno de los personajes más grandes del siglo XX, de vivir en España, estaría en la cárcel. Le dijo a Lady Astor que era fea. Si en algo no era del todo inglés, fue por su afición al buen comer y al mejor “Armagnac” en la sobremesa.
Sir Winston visitaba todos los restaurantes que se inauguraban en el devastado Londres de la posguerra. Y le llegó el turno a un local francés “Le Cocq D´Or”que sobrevivió hasta finales de los noventa.
Acudió el nuevo restaurante, y el propietario, al término del condumio y el bebercio le pidió su opinión. “Bueno, le voy a ser sincero. Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, el vino hubiera sido tan viejo como el pavo, y el pavo hubiera tenido la pechuga de la camarera, mi opinión sería muy favorable”.
Después de comer en el Brooks& Woodles, un gran club londinense, se presentó Sir Winston en el Parlamento algo errado de muslos, tambaleante, y con la voz estropajosa.
En resumen, con una castaña de campeonato. Y Lady Astor, inteligentísima e irónica, su gran contrincante, consideró que había llegado la hora de la venganza.
En aquellos tiempos, como posteriormente sucedió en España , las niñas de familias bien que salían feas, se hacían de izquierdas. Y Lady Nancy Astor, se dirigió a Sir Winston: “Ya sabe, Señoría, que ni Vuestra Gracia ni yo coincidimos en las ideas. Pero a pesar de ello, es Su Señoría un héroe del Reino Unido. Y me duele que mi héroe, sea en realidad un borracho.
En esas condiciones etílicas no se puede acudir al Parlamento”. Churchill replicó: “De acuerdo, Lady Astor. Estoy ligeramente beodo, pero usted es fea. Mi problema termina con la siesta. El suyo, no tiene solución”.
Era ella más dura que una piedra de corindón, y volvió a la carga: “Señor Churchill, si yo fuera su mujer, mañana en el desayuno le pondría cianuro en el café”. Y Churchill la remató: “Y si yo fuera su marido, me lo bebería”.
No existía en el Reino Unido un Ministerio de Igualdad y Obsesiones Sexuales como el de esa criatura absurda que convive con el creador de moños. Y Churchill no era, por tanto, un delincuente.
Que con 53.000 muertos, 19.000 de ellos escondidos en la desvergüenza del Gobierno, con una economía en ruina, con la peor gestión mundial de la Pandemia, con un Gobierno de España sostenido por separatistas y terroristas, exista ese ministerio, rebosado de asesoras fundamentalistas de pitos y de huchitas, resulta estremecedor.
El hombre no puede mirar a la mujer por si la mujer interpreta deseos pecaminosos. Irene Montero está convirtiendo al Padre Astete y al Padre Ripalda en peligrosos libertinos.
Pero el problema no está en la majadería de la ministra, sus asesoras y su Ministerio. Está en lo que cuestan esas majaderías sumadas a las de decenas de cargos a dedo que no hacen otra cosa en el día que regodearse en sus pajitas mentales. Talleres femeninos de masturbación, ediciones de ultrafeminismo y demás gansadas.
El varón no puede mirar más que a las feas, si ellas así se consideran, que no todas se han apercibido todavía.
La riquísima Duquesa de Predios Jerónimos, muy fea de nacimiento, heredó de una tía una inconmensurable fortuna. Cumplió el medio siglo de vida más pura que una azucena. Cumplidos 52, recibió una apasionada declaración de amor de su chófer, Cipriano Henares. Casó con el. Pero le prohibió las relaciones sexuales.
“Mira Cipri, que no soy tonta. Soy un adefesio”. Al fallecer ella, don Cipriano se sintió dueño de aquella fortuna que tanto había merecido poseer.
El notario se lo desmintió. “Le ha dejado todo a obras de caridad. Y a usted, el Topolino”.
Cosas que suceden cuando se roza la delincuencia sexual. Eso sí, azotar a latigazos a una mujer hasta que su espalda sangre, está muy bien, es chulísimo.