El culebrón de Ponferrada sigue presente, aunque en menor medida que en jornadas anteriores, en los espacios de opinión de la prensa de papel española. No es el caso, por supuesto, de El País, ese medio donde sus columnistas de contraportada están siempre atentas para denunciar la más mínima muestra de machismo en la política española… siempre que el caso no salpique al PSOE. Quien más columnas acapara este 13 de marzo de 2013 es, sin embargo, José Blanco, ese mismo al que tanto le gustaba acusar y al que cada vez se le ponen las cosas más cuesta arriba ante la Justicia. Pero hay más cuestiones, algunas de ellas comentadas de forma muy entretenida.
Van pasando una tras otra las columnistas de la contraportada de El País, y ninguna se anima a acusar a los responsables del PSOE por aliarse con un acosador sexual condenado. Apesta demasiado el asunto como para tratar de justificarlo o culpar de alguna forma a alguien que no sean los propios socialistas. Si un día una de ellas decide hablar sobre la elección del nuevo papa, en esta ocasión Elvira Lindo decide escribir sobre los chollo que para muchos políticos han supuesto las cajas de ahorros. Ese es el tema de su artículo Forrrarse:
Es irónico que algunos políticos designados para participar en las obras sociales de las cajas se hayan forrado por su simple asistencia a las reuniones. No puede haber otro verbo que el de «forrarse» para una asistencia en la que el participante intervenía poco o nada y se llevaba por una hora de reunión 2.000 euros. Si, además, quien organizaba la convocatoria tenía la astucia de ventilar dos reuniones en una mañana, la compensación económica se multiplicaba por dos.
Recuerda que era lo que ocurría en Caja Navarra, ya puestos a señalar, todos sabemos que era lo que ocurría en todas y cada una de las cajas de ahorro de España. Y i no todas, sí su inmensa mayoría.
Dada la irritación ciudadana, la presidenta de Navarra, Yolanda Barcina, ha decidido devolver los 68.500 euros que ganó, recordando que se trataba de una práctica legal por cuanto no se puede comparar con casos de enriquecimiento ilícito, pero finalmente pidiendo disculpas por un sistema que debería haber sido reformado hace tiempo.
Concluye:
La devolución y las disculpas son dos respuestas encomiables en un país en el que escasea el perdón por los errores, pero dado que el sistema se hubiera mantenido de no haber sido expuesto a la luz, una cree sinceramente que lo que España necesitaría es que esta clase política se jubilara y se incorporara otra no contaminada. Pero, ¿dónde está esa generación brillante y honrada que quiere protagonizar un cambio radical?
Este humilde lector de columnas lamenta discrepar con Elvira Lindo en una cosa –Es una broma, no hay lamento alguno por no estar de acuerdo con la citada columnista–. Pensar que con la incorporación a la política de una generación «no contaminada» se arreglaría todo es de una inocencia pasmosa. Lo que se necesita es cambiar a fondo el sistema, reduciendo el poder de los políticos y su capacidad para influir de forma directa en una gran cantidad de sectores. Mientras eso siga así, los incentivos para la corrupción y para los comportamientos legales pero inmorales seguirán ahí.
Pasamos ahora a ABC, donde nos encontramos un artículo de Melchor Miralles titulado La risita de Montoro, donde no deja precisamente en buen lugar al ministro de Hacienda. Claro que este último se ha ganado a pulso que le pongan a caldo.
Cristóbal Montoro lleva varias semanas comportándose como un dirigente de un país totalitario. Resulta intolerable en un país democrático que el ministro de Hacienda viole normas esenciales de comportamiento político e institucional y se cargue algo tan inviolable como la seguridad jurídica. Primero advirtió Montoro a la oposición, en tono amenazante. La emprendió después contra actrices y actores críticos. Y la semana pasada contra periodistas discrepantes. En general, ha hecho uso inaceptable de la información de que dispone para, genéricamente, sembrar una sospecha injusta sobre miles de ciudadanos.
Insiste:
La deriva tabernaria, muy de tugurio, del ministro Cristóbal Montoro permite deducir que utiliza la Agencia Tributaria como arma de venganza personal, suya o de su partido, todo ello violando, además, su obligación de atenerse estrictamente a la Ley General Tributaria y la Ley de Protección de Datos. Y Cristóbal Montoro, encima, se descojona cada vez que actúa de este modo con una risita que no se sabe si es nerviosa, sardónica o simplemente fruto de una maldad patológica.
Concluye:
El día menos pensado se presenta en el Congreso en chándal. Descojonándose, pero en chándal. Como Maduro, el sucesor de Chávez. Alguien debe pararle los pies a Montoro. Por civismo. Por respeto a las reglas de la democracia. Y el único que puede hacerlo es Rajoy, el presidente. Pero me temo que es quien le ha dado el visto bueno. Qué triste asediar al discrepante que cumple con sus obligaciones cuando uno vive de un partido que se financia de los impuestos y de donaciones interesadas y a quienes los complacientes banqueros les condonan los créditos. Y qué totalitarios. Montoro. Y los demás.
Y mientras Miralles arrea en ABC al ‘exprimidor en jefe’ que padecemos los españoles, en ese mismo diario José María Carrascal apunta su artillería contra el PSOE partiendo del asunto de Ponferrada. Lo hace en El socialismo actual:
La mayor grosería en el grosero caso Ponferrada no es la de ese huidizo mandado que se alzó con la alcaldía a hombros de un acosador sexual, sino la de quien estaba tras él, Óscar López, secretario de Organización del PSOE, que consintió la sinvergonzonería, si no la urdió.
No se traga que Rubalcaba no estuviera al tanto de lo que ocurría:
Esto no podía ni puede quedar en una intriga local, y aunque Óscar López haya aceptado -a medias, como hemos visto- la responsabilidad de lo ocurrido, no puede detenerse en él por dos razones. La primera, porque un enjuague de tales dimensiones tenía que contar con el visto bueno del secretario general. Y si no contaba, casi peor, pues confirmaría que Rubalcaba no se entera de lo que se teje ante sus narices. La segunda, porque no ha aceptado la dimisión presentada por López tras reconocer su «error», que no culpa.
Pasa a hablar de la izquierda española en general:
Aunque lo hemos dicho mil veces, hay que seguir diciéndolo hasta que se enteren quienes no quieren enterarse: hoy, la izquierda española no es otra cosa que la caricatura de la derecha más cutre. Vive más en el pasado que en el presente, por no hablar del futuro, que sólo ve como la tierra prometida de sus profetas y no como la tierra quemada que deja siempre al gobernar. Se mantiene gracias al papanatismo de los ignorantes, al rencor de los resentidos, al clientelismo de los ventajistas, a la mentira como programa y a la trampa como atajo hacia el poder.
Concluye:
Ya en él, lo único que sabe hacer [la izquierda española] es malgastar lo mucho o poco que encuentra en las arcas públicas, y fuera de él, se dedica a dar fórmulas para resolver los problemas que ella misma había creado. En resumen, la izquierda española, que presume de ética, ni siquiera llega a estética, como antes, quedándose en estática. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, ya lo ven ustedes.
Pasamos ahora a La Razón, donde el protagonista es José Blanco. Alfonso Merlos le dedica su artículo. En esta ocasión no pone un título que parece sacado de una película de Andrés Pajares y Fernando Esteso. En esta ocasión es el nombre de una cinta de Stallone, Acorralado, claro que su protagonista es mucho menos heroico que aquel soldado de operaciones espaciales del que su antiguo oficial decía a los policías aquello de: «No vengo a salvar a Rambo de ustedes, sino a ustedes de él». Claro que como se confirmen los presuntos delitos que se imputan a Blanco, los españoles tendremos que salvar de él y las corruptelas que le atribuyen.
Arranca Merlos:
Contra las cuerdas, noqueado, tocado asalto a asalto por el oponente con el que se ha encontrado sobre la lona, que no ha sido otro que la Justicia, la Policía, el Estado de Derecho y todos los rudimentos que tienen que ser puestos en marcha cuando el sistema detecta que un delincuente se ha subido al cuadrilátero. Ése es el caso de Blanco. No hay manía persecutoria que valga, ni obsesión.
Se dirige directamente al político socialista:
Ha perdido la ocasión de demostrar que los políticos son como el resto de los mortales. Que pueden ser investigados y vigilados de suyo como uno más. Sigue enrocado. Continúa usted buscando la protección de artificiales murallas, enredado en mecanismos de los que disponen el puñado de privilegiados que se dedican a hacer política, sea para mejorar o para arruinar la vida de aquellos sobre los que gobiernan.
Concluye:
Hasta ahora ha ido demasiado despacio. Y de repente acelera el paso. ¿A qué viene relatar en unas memorias su experiencia peripatética en relación a la presunción de inocencia? Obras son amores. Menos lamentos, menos victimismo. Tenga lo que hay que tener. Cuente aquello que estamos esperando conocer. No quede reducido a una caricatura, a Gasoliño. Todavía dispone de tiempo. Pero se le está agotando.
Toni Bolaño habla sobre el mismo político en Dimisión en diferido:
Hoy Blanco tenía que haber presentado su dimisión. No haciéndolo ha desperdiciado una oportunidad de oro para defender su inocencia y para defender la honorabilidad de la política. Hoy, su dimisión hubiera entrado como un vendaval de aire fresco en un escenario político altamente contaminado. Pero no. Ha preferido dar largas.
Dice que Blanco se ha sumado a la «doctrina Mas», que predica que el político no ha de dimitir hasta que comience el jucio oral. Añade, a modo de conclusión:
Artur Mas la planteó con el claro objetivo de dar cobertura a la inminente, y más que probable, imputación del secretario general de la formación nacionalista, Oriol Pujol.La doctrina Mas, esta suerte de «dimisión en diferido», va a dar un balón de oxígeno a dos presuntos implicados de categoría. A Blanco, por el «caso Campeón», y a Pujol, por el «caso ITV», el pariente catalán de «Campeón». Lo que son las cosas.
Cambiamos de periódico, pasamos a El Mundo, y de articulista, pero no de protagonista. Manuel Jabois le otorga al hombre ‘conceto’ el título de Un hombre singular:
No ha sido nunca otra cosa, y ha cobrado más por lo singular que por lo político; en un país decente sería una buena noticia. Blanco tuvo que elegir entre el Derecho y el PSOE y eligió el PSOE. Esto que lo hace hoy un juez tranquilamente, lo hizo Blanco en tercero de carrera, lo cual tiene más mérito.
El joven Blanco podría haber dicho: «Mis ideas son importantes, pero más lo es un despacho por cuenta propia». No lo hizo. Pudiendo haber sido abogado, Blanco hubo de conformarse con el Ministerio de Fomento, y esto que parece un fracaso no lo es en absoluto.
Concluye:
Ha caído en un asunto del que siempre he pensado que es demasiado listo como para ser culpable y demasiado tonto como para no parecerlo. Ayer defendió la presunción de inocencia que no respetó en sus rivales y ante la incoherencia anunció un libro de no ficción. Estas salidas de tono son de político total y absoluto, una inteligencia muy pulcra que ha de conservarse. Blanco es muy político; hasta llegó a hacerse una cara de político. Pero nadie, hoy en día, sabe qué significa eso. Ni para qué vale.
Tras leer a Jabois, la primera idea que se le ha pasado a este humilde lector de columnas ha sido: «Pero que jeta la de este tío, que tras no terminar derecho y siempre haber dado por hecho que sus rivales políticos eran culpables, ahora anuncia que va a escribir un ensayo sobre la presunción de inocencia como si de un catedrático de Derecho Penal se tratara». Claro que, para algunos, su palabra vale más bien poco y no hay que descartar que el libro no vaya a existir jamás.
Terminamos este repaso diario a los artículos de opinión con uno de Carmen Rigalt, que lleva por título Comisionistas. No da nombres concretos, pero cuando se lee completo el artículo a uno le dan ganas de buscar en Google Maps cierto palacete situado dentro del recinto de la Zarzuela.
Rigalt hace una confesión nada deshonrosa:
Me gusta el dinero, sí. Como a todo el mundo, por otra parte. No sé de nadie que aspire a estar tieso. A lo mejor existe, pero no me consta.
A pesar de eso:
Entre los amantes del dinero, los que peor me caen son los comisionistas.
Cobrar una comisión no es delito, aunque a mí siempre me ha parecido una actividad apestosa.
Concluye:
No es más apestoso el que más cobra, porque la codicia no está sujeta a proporciones. La misma ansiedad tiene el que le soba el lomo a un malayo que quien asiste de pajarita a una cena donde se juega la adjudicación del tren de alta velocidad. Ahora, en el comisionismo de nivel, triunfan las mujeres. Muchas mujeres están aprendiendo árabe, ruso y chino. Pero antes ya sabían latín. Y francés.
No me dirá usted, querido lector, que la alusión a ese último idioma no es una forma muy elegante de hablar de cierto tema que tratado de otra manera resultaría sumamente vulgar.