Cuando apenas resta una semana para llegar a la fecha límite para entregar la declaración del IRPF, da la impresión de que la cabeza de muchos columnistas está más centrada en cuadrar las cuentas con el fisco –y hacer como que se creen el falso lema de que ‘Hacienda somos todos’– que en sus obligaciones como articulistas. Por supuesto que encontramos excepciones y siempre hay alguien que escribe algo digno de ser reseñado. En los espacios de opinión de la prensa de papel española encontramos el 24 de junio de 2013 muchas referencias a la corrupción, al gasto público, a la Familia Real y hasta una comparación con el nazismo en uno de esos periódicos que se quejan de que otros comparen a los suyos con los nacionalsocialistas.
Empecemos con esta última cuestión. El diario del conde de Godó y Grande de España metido a independentista publica un artículo del jesuita catalán José Ignacio González Faus titulado Nazismo económico. Dice cosas como las que siguen:
Por tanto, si la iniciativa privada no puede o no sabe crear empleo, recae sobre los gobernantes la obligación grave de satisfacer esos derechos. Si no, ¿para qué gobiernan?
Pues nada, que nos hagan a todos funcionarios por decreto.¿Qué no se puede pagar? Da igual. No, la función de los gobernantes debería ser eliminar todos las trabas que la política pone a la creación de empleo en el sector público, que son infinitas.
Los bancos se hicieron para el hombre, no el hombre para los banqueros.
Aunque suene bonito y hasta teológico (en realidad es una mala copia del principio tanto judío como cristiano de «el shabbat se hizo para el hombre, no el hombre para el shabbat»), la frase anterior es una auténtica tontería. Los bancos, como cualquier otra empresa, se hicieron para que sus propietarios ganaran dinero. Y esto es legítimo, lo que no es legítimo son algunas técnicas que han utilizado algunas de estas entidades para lograr dicho objetivo.
Si [los bancos] quieren negociar con ese dinero ajeno y les sale mal, es problema suyo; pero eso no les autoriza a dejar de dar créditos.
Hombre, uno de los problemas es que se ha prestado muchísimo dinero a muchísimas personas que no tenían capacidad para devolverlo. Y sobre eso tienen mucho que decir los bancos centrales y los gobiernos, que han favorecido y hasta impulsado esa concesión irresponsable de créditos. ¿Queremos que se sigan repitiendo esos errores?
Un sistema montado para satisfacer los caprichos de unos pocos y no las necesidades de todos es puro nazismo económico, tan intolerable como fue antaño el nazismo racial. Europa puede imponernos una reducción sensata y justa de nuestra deuda. Pero no puede exigir que esa reducción se haga precisamente recortando gastos sociales y derechos primarios, sobre todo cuando nosotros no hemos elegido a esos poderes. Menos aún debe alabar tales atrocidades como si pensara que los destinatarios de esos recortes no son personas sino una raza infrahumana (son PIGS, cerdos, y es sabido que del cerdo se aprovecha todo).
Sin una revisión muy seria de nuestra moral de la propiedad, no habrá salida para este mundo. Por supuesto, lo dicho vale también, y primariamente, para la Iglesia, las órdenes religiosas y para mí.
O González Faus no tiene ni idea de los principios económicos del nazismo o la verdad no le importa en absoluto, lo que resulta muy preocupante en un religioso. El nacionalsocialismo es una ideología profundamente contraria al capitalismo –que es ese sistema, según nuestro jesuita articulista de La Vanguadia, ese sistema «montado para satisfacer los caprichos de unos pacos y no las necesidades de todos»– y, por lo tanto, a la propiedad privada. Es cierto que nominalmente se respetó esta última en la Alemania Nazi, pero sólo nominalmente.
La propiedad sólo se respetaba para quienes el régimen de Hitler consideraba digno de poseerla (alemanes «arios», a los judíos y a los extranjeros se les quitó o se les podía quitar en cualquier momento) y siempre supeditada al «interés del pueblo». Y lo era hasta el punto de que el Gobierno podía imponer a las industrias nominalmente privadas las líneas y las cantidades de producción de sus productos.
La «revisión moral de la propiedad» ya se ha hecho en varias ocasiones. Este humilde lector de columnas quiere ofrecer un breve listado con algunos de quienes la han puesto en marcha: Lenin y Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot, Hitler, Mussolini, Fidel Castro, Ciaucescu, Hoxa… No hace falta explicar en qué consistió su revisión. Libertad y propiedad van unidas necesariamente, por eso no hay nada más alejado de un sistema nazi, o un sistema comunista, que uno que garantice el derecho de la propiedad.
Por cierto, resulta curioso que La Vanguardia, donde es normal leer artículos quejándose (con razón) de las comparaciones que algunos hacen del nacionalismo catalán con el nazismo, publique un artículo en el que se banaliza de forma tan burda (y como siguiendo un manual publicado en la URSS) el nazismo para atacar el capitalismo.
Pasamos ahora a El País, donde Almudena Grandes nos ofrece en la contraportada una columna titulada Fantasmas:
Los españoles no somos malos, pero somos muy incultos. Si cada dos por tres, un diputado usa el adjetivo incierto cuando quiere decir falso, y hay periodistas que confunden a diario lo posible con lo plausible, como si la posibilidad y la admisibilidad de un hecho fueran la misma cosa… ¿Qué errores no seremos capaces de cometer con los números por medio?
La afirma inicial viene a colación por el follón con el DNI de la Infanta Cristina. Dice que para la poseedora del documento número 14 sería fácil poner «fin a un esperpento que está dañando a las instituciones del Estado»:
Bastaría con que hiciera públicas sus declaraciones del IRPF de los años correspondientes. Ese simple gesto convertiría la presunta equivocación de la Agencia Tributaria en una intrascendente anécdota.
Concluye:
Si este inexplicable error permaneciera inexplicado, podríamos acabar pensando que su origen está en una declaración fraudulenta de transacciones ficticias, destinadas a crear un millón y medio de euros blanqueados para pagar un palacio en Barcelona. De esta malévola hipótesis podría nacer un fantasma capaz de volar muy alto, pues no solo tendría la virtud de ser, en sí misma, una explicación, sino que resultaría además verosímil para los contribuyentes que jamás hemos padecido errores de este calibre. Hay que tener en cuenta en qué país vivimos. Después de que Bárcenas se inventara a Miguel Crisantemo, el abogado inexistente que, según él, avalaba la legalidad de los sobresueldos del PP, nadie puede reprocharnos que creamos en los fantasmas.
Y puesto que ya ha salido el nombre del ex tesorero del PP, veamos qué dice sobre este último Ignacio Camacho en ABC bajo el título de Carbono 14. Sostiene sobre los 47 millones que Bárcenas tenía en Suiza:
Esa fortuna no la pudo lograr sólo con sisas al PP ni con comisiones de Correa y sus amigotes. Así que, descartados los atracos, sólo quedan dos posibilidades: que tuviese a su nombre un chiringuito financiero, una gestora de dineros evadidos por gente diversa… o que sus cuentas fuesen en realidad un fondo de saco del PP, una caja opaca de mordidas a salvo del fisco español puesta a su nombre para evitar sorpresas.
Añade:
Bárcenas tiene que declarar este jueves ante el juez Ruz, y lleva semanas enviando mensajes de presión sotto voce. Muestra en privado papeles con notas de pagos supuestamente comprometedoras para la nomenclatura popular, en especial la del aznarismo, cuya autenticidad certifica «a prueba del carbono 14». Está empezando a dar muestras de nerviosismo al ver que nadie le echa los cables que esperaba.
Continúa:
Lo que la investigación judicial está dejando cada vez más claro es que el volumen de negocio de Bárcenas lo dibuja como una figura mucho más relevante que una simple pieza de la trama Gürtel. Más bien empieza a parecer lo contrario: que Gürtel podría ser una parte de la trama Bárcenas.
Concluye:
Bárcenas intenta hacer ver que, con verdades o con mentiras, o con medias verdades y medias mentiras, tiene el poder de desatar una gigantesca tormenta política. Pero sus mensajes rebotan contra la piel de rinoceronte de un Rajoy convencido de que, en el peor de los casos, ningún escándalo afectará al actual núcleo dirigente del poder en España. Se aseguró de eso al formar el Gobierno: aunque se declarase un incendio en Génova, las llamas no alcanzarían a Moncloa. Y una vez arrancada la maquinaria judicial, Bárcenas no puede construirse con sus propios papeles un cortafuegos.
También en el diario madrileño de Vocento, con Melancolía en julio Gabriel Albiac se mete en la cabeza de un ciudadano cualquiera que está preparando su declaración de la renta, tal vez él mismo.
Da vueltas. Pero no cabe arreglo. Hace cálculos. Llega a la conclusión de que más de un tercio de sus modestos ingresos se lo queda el Estado. Calculando por lo bajo. Y sabe que ningún gobierno -ninguno- renunciará a esa exacción brutal, para cumplir con la cual hace ya mucho que renunció a las vacaciones de verano.
Añade:
No se queja, sin embargo. No, al menos, de pagar impuestos. Esos impuestos -él lo sabe- son condición para que una sociedad evite derrumbarse. Hay que pagar colectivamente por cosas muy elementales y, sin embargo, no al alcance de todos. Una enseñanza pública decente, una sanidad pública bien dotada, un paro mínimamente cubierto, una garantía de jubilaciones que no sean demasiado indignas… Sabe eso, y está contento de pagarlo. Aunque él hace ya mucho que se paga por su cuenta la atención médica. Aunque él invirtió hasta el último céntimo del sueldo en adquirir para sus hijos una enseñanza que los librara del horrible deterioro en que malviven los centros públicos. Aunque una parte no despreciable de sus ingresos esté yendo, desde hace muchos años, al plan de pensiones que no le haga temer una vejez humillante…
Concluye:
No hay ni siquiera manera de conocer -en un país en el cual Hacienda atina hasta en el último céntimo infaliblemente- el número exacto de aquellos a los cuales, bien a su pesar, él mantiene con su sueldo. Y que no son precisamente los más necesitados. ¿Cuántos cargos electos? ¿Cuántos «cargos de confianza» y asesores múltiples designados a dedo? ¿Cuántos «liberados sindicales» de diverso grado? ¿Cuántos «funcionarios» (es un decir) de partido? ¿Cuántas reduplicadas y superpuestas administraciones? ¿Cuántas carísimas televisiones autonómicas? ¿Cuántas sicavs, cuantas subvenciones -nombre respetable del robo-, cuánto, cuantísimo parásito?
No, no pretende reducir un céntimo en el pago de impuestos que le corresponde. Pero piensa que un ciudadano -y más, un ciudadano libre- debería recibir como contrapartida, en el momento mismo de abonar ese tercio de sus ingresos a Hacienda, un informe detallado de las partidas exactas en que el Estado se gasta su dinero. De todas. Sin excepción. Que pueda, al menos, ponerle nombre y cifra a cada sinvergüenza.
Amén.
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos publica Sociopobres, sociotontos:
Rubalcaba, uno de los verdugos de la enseñanza pública en España, ha inaugurado su pacto con Rajoy atacando la modesta reforma de Wert en lo menos discutible: una media de 6,5 en las becas universitarias. Ahora basta el 5 para que todos sigamos pagando los estudios de unos chicos mal preparados y cuyo esfuerzo es el mínimo para aprobar. El resultado es que los títulos universitarios españoles no valen nada, porque es tal la cantidad de licenciados y tan escaso el valor concedido al mérito y al conocimiento que en ningún país del mundo vale nada un título español.
Añade:
Rubalcaba -niño bien, como todos los verdugos de la enseñanza pública- denuncia que al que saque un 5 le quitarán la beca, mientras que si es rico seguirá estudiando. Piensa que los que nacimos pobres somos más tontos y más vagos que los ricos; y que hay que abaratar becas, aprobados y títulos, hasta no valer nada, porque el pobre es tonto sin remedio.
Concluye:
El País -del señoritingo Cebrián- rizaba ayer el rizo del sectarismo en un reportaje sobre el mejor alumno madrileño de la selectividad de este año, que sólo ha aprobado un 92% de los presentados: durísima. El gran mérito del chico es vestir la camiseta verde de los fanáticos de la enseñanza pública. Como la ganadora del año pasado -qué casualidad-, es de un instituto izquierdista. La entrevista, claro, idéntica: la excelencia de ambos se usa contra el Bachillerato de Excelencia -media de 8 para entrar- y como prueba de lo buena que es la educación pública. ¿De qué se quejan, entonces? ¿De que alguien quiera mejorar? Dice el listísimo de este año que «no le importaría ser político». Del género Rubalcaba, ya lo es.
No sólo El País hacía un reportaje sobre el chico en cuestión. También el diario El Mundo publicó un artículo sobre ese joven, y en él también afirmaba que no le importaría ser político.
Por no salir del diario de Unidad Editorial, nuestro (por lo general) admirado Santiago González asume todas las tesis de la Casa del Rey para explicar las Pitadas reales.
¿Será por las trapacerías del yerno? No digo que no, pero cuesta trabajo imaginar una pitada a Messi en el Camp Nou, por los cuatro millones presuntamente escaqueados a la Hacienda Pública. Por comentar. Los del PSOE se han puesto críticos con la Familia Real: no ha sabido adecuarse a tiempos de crisis y, claro, la gente se rebota. Va a tener que trabajar duro para recuperar la confianza de los españoles. «No como nosotros», podrían haber añadido, pero, ¿sería esto verdad? ¿Es la Reina la miembro de la familia más adecuada para cargar sobre ella la protesta?
Defiende con especial firmeza a Doña Sofía:
ecordemos que cuando la crisis era una realidad que sólo negaba el PSOE, la Reina viajaba a Londres en low cost mientras el entonces presidente viajaba con su familia a la misma ciudad en Falcon 900, el avión de la Fuerza Aérea con el que los ministros iban a mítines de partido. Quizá abucheen a la Reina porque es la que más se prodiga en actos públicos.
Concluye:
La Casa Real asume que esto viene de la crisis y del deterioro general de las instituciones y piensa seleccionar mejor las comparecencias. ¿Quien evita la ocasión evita el peligro? No importa la falta de racionalidad y de mesura con que se manifiesta este fervor republicano, ni que no tengamos a lo largo de nuestra Historia ni una sola experiencia comparable a nuestra Monarquía Constitucional. Y menos que ninguna, nuestras performances republicanas.
Terminamos en esta ocasión con La Razón, donde Alfonso Merlos publica Fariseísmo y oscurantismo, dedicado al PSOE y al apparatchik que creyó que siendo secretario general se convertiría en un líder socialista.
Una cosa es predicar y otra, dar trigo. El PSOE tiene un problema serio. Está en su ADN. Está en la historia más reciente de la democracia española. Y su jefe de filas, el señor Rubalcaba, lo conoce a la perfección. Se llama opacidad, doble rasero y titubeos o trampas de casi toda índole cuando de lo que se trata es, simplemente, de darle explicaciones a los españoles sobre los sitios de los que saca el dinero y los lugares en los que lo gasta.
Añade:
Después del escándalo de la Fundación Ideas, después de la que se ha liado con los chanchullos o algo más del tesorero Cornide, en un momento en el que no hay compatriota que no exija que nuestros políticos tengan los bolsillos de cristal, aparece un partido que se jacta de representar a casi diez millones de votantes manteniendo el silencio administrativo sobre sus dineros.
Intolerable. Incongruente. Lamentable. Insultante. Como acaba de quedar patente en algunas de las líneas-fuerza del muy pertinente manifiesto contra la corrupción que está promoviendo LA RAZÓN, es esencial que nuestros representantes tengan en cuenta que somos sus jefes, que somos quienes no tenemos escaño -la inmensísima mayoría- aquellos a los que deben rendir cuentas. Es así.
Concluye:
En España no hay sitio ya para el fraude, ni para los juegos de manos. No debe. O los socialistas se retratan o quedarán retratados. Todo el que no lucha por la transparencia es cómplice de la antidemocrática falta de transparencia. Y no puede quedar impune. ¿Se entiende?
No le falta razón a Merlos al exigir transparencia al PSOE, pero eso mismo hay que ampliarlo al PP, IU, CiU y la práctica totalidad de los partidos (por no hablar de los sindicatos y la patronal). Otra cosa, el manifiesto promovido por La Razón al que hace referencia el columnista es una cosa muy sosa, demasiado —Contra la corrupción, en defensa de la política–. Se trata de algo demasiado generalista, le falta entrar a fondo. Es tan suave que cualquiera podría firmarlo. Y destacamos esta falta de firmeza con pena, pues entre sus firmantes hay personas por las que sentimos una gran admiración y respeto, cuando no algunas a las que este humilde lector de columnas cuenta entre sus amistades.
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