OPINIÓN / Afilando columnas

Misil de ABC al cineasta de El País por su defensa del ‘pobre’ Wyoming

Merlos: "Estos amateurs de la agitación bolivariana deben hacer todavía grandes ingestas de cereales para subirse a las barbas de España y de los españoles"

Carrascal: "Los líderes de la izquierda y los dirigentes sindicales viven demasiado bien a costa del sistema que tanto critican para ponerlo en peligro"

Con la bajada de temperaturas que se vive en España en este final de marzo de 2014, parece que las musas que trabajan para la mayor parte de los articulistas de la prensa de papel española han corrido en busca de abrigo y han dejado solos a aquellos a los que deben inspirar. Encontramos algún texto digno de destacar, excelente incluso, y de eso dejaremos constancia. Pero no es la tónica general de la jornada. Aún así, nos hemos puesto el disfraz de minero y hemos escarbado en los diarios madrileños y barceloneses en busca de esas buenas excepciones siempre existentes aún en los días más aburridos para un lector de los espacios de opinión.

VERDAD O MENTIRA: VOTE LA FRASE DE DAVID TRUEBA

Hacemos sonar nuestra armónica de afilador y pasamos a dejar constancia de nuestros hallazgos.

Comenzamos en el auto proclamado ‘diario de la Catalunya real’. En El Periódico nos encontramos un artículo de Ernest Folch, columnista que puso su esperanza en que un ‘San Jordi’ librara a los catalanes de un ‘dragón’ llamado Pedrojota Ramírez –su destitución como director de El Mundo le ha debido de dejar vacío, pues una de sus prácticas habituales era criticar ya atacar al ya ex director del rotativo de Unidad Editorial– o llegó a acusar a 13Tv de alentar un genocidio en Cataluña. En esta ocasión celebra la sentencia del Tribunal Constitucional contra la declaración soberanista del Parlamento catalán, por considerar que así los ciudadanos y las autoridades de Cataluña se van a chotear todavía más de la Constitución y la leyes españolas:

Tiene también su lado positivo. El resultado de este festival es que en Catalunya el pobre tribunal se empieza a parecer al loco del pueblo del que se ríe todo el mundo y al que nadie escucha. Y es que ninguna escuela pública acatará jamás ninguna de sus delirantes sentencias lingüísticas, de la misma manera que ningún partido va a dejar de decir en sede parlamentaria lo que ya expresó con la declaración de soberanía. Como suele pasar con las actitudes represivas, se ha conseguido el efecto matemáticamente contrario: en Catalunya la palabra ‘inconstitucional’ es en estos momentos sinónimo de guay. Cada vez hay más gente fuera de la ley y deseosa de estarlo. Gracias a los magistrados constitucionales, transgredir vuelve a ser excitante y está de moda. Como en los viejos tiempos.

El afilador de columnas se pregunta si a Folch le parecería igual de divertido que alguien se pasara por el arco del triunfo las leyes autonómicas catalanas. Nos da la impresión de que, por ejemplo, no celebraría que gran parte de los comercios de alguna localidad decidieran rotular tan sólo en castellano.

Tomamos el puente aéreo y nada más aterrizar en la capital de España nos asomamos a ABC. Ignacio Camacho escribe sobre Artur Mar, con el título de Como lo es.

Ahora no sabe cómo salir del atolladero y ni siquiera se atreve a defender en el Congreso su aventura secesionista. «Yo no soy Ibarretxe», dice, y acierta: Ibarretxe estaba igual de enajenado pero en su ofuscación conservaba un arresto frontal de vasco que da la cara. Si Mas no quiere exponerse a un varapalo parlamentario en la sede de la -única- soberanía popular estaba de sobra en ella durante las exequias de Suárez, donde ha desafinado con su desairada descortesía ventajista. La sentencia del Constitucional, con su rotunda y unánime declaración de principios, ya le llegará por correo certificado.

Si, como destacaba eufórico Folch, lo ‘guay’ en Cataluña es estar fuera de la Ley, es normal que a Mas no le apetezca enfrentarse al Congreso de los Diputados. Presentar ahí su proyecto sería reconocer que es ahí donde está representada la soberanía nacional.

Sin salir del diario madrileño de Vocento cambiamos radicalmente de tema. Álvaro Martínez replica a la defensa que un día antes hizo David Trueba de El Gran Wyoming después de que ABC contara el inmenso patrimonio inmobiliario que posee —David Trueba califica el reportaje de ABC sobre la fortuna de Wyoming de «ataque para desactivarlo»–. Titula Vivir es fácil sin mirarse al espejo.

Sostiene Trueba -al que sin duda se le dan mejor las películas que los análisis- que la intención última de la información publicada aquí es amordazar a Wyoming al grito de «Calla, rico», para lo cual el cineasta regresa al viejo complejo de la izquierda acaudalada a la que parece que le da vergüenza tener mucho dinero y prefiere que no se airee mucho el asunto no se vaya a desinflar el discurso. En realidad, Trueba llega tarde al orfeón porque otros medios de ese espectro ideológico le han tomado la delantera en la teoría y rápidamente incluyeron el reportaje de «Don Piso» (como ya es conocido Wyoming) en una presunta campaña contra el presentador, el único habilitado al parecer para ejercer la crítica universal sin que a él se le pueda decir ni mu.

Concluye:

Argumenta Monzón que «la cuenta corriente no está en relación directa con la conciencia». Sin duda, pero sí ofrece algunas pistas concluyentes sobre la robustez de los discursos de cada cual, dado que no resulta muy cabal acaudillar la cruzada contra los poderosos cuando uno necesita Ikea y medio para amueblar sus casas. Pues sí, vivir es fácil con los ojos cerrados, pero más sencillo aún es hacerlo sin mirarse al espejo.

Este humilde lector de columnas no va a poner en duda la legitimidad del patrimonio de el Gran Wyoming siempre que lo haya obtenido de forma legítima (y no parece que lo haya logrado de forma ilícita, por muy de mal gusto que pueda resultar muchas veces su modo de actuar), pero lo cierto es que su discurso anti-ricos chirría bastante cuando él es uno de ellos. Nos preguntamos si celebraría que se le expropiara alguno de sus muchos pisos en el caso de que se quedara vacío. O si, si alguno de ellos lo tiene alquilado, permitiera que los inquilinos siguieran viviendo en el después de un año sin pagar la renta. ¿O es de esos de la propiedad privada es mala, excepto cuando es mía?

De la mano del hombre que lució las corbatas más llamativas de la historia televisiva española, entramos en una cuestión diferente: la violencia en las manifestaciones y el silencio de buena parte de la izquierda ante esto. José María Carrascal pide que se llame Las cosas por su nombre.

Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre en esta España de bien entrado siglo XXI donde quedan todavía demasiados restos del XX e incluso del XIX. Me refiero a las dos Españas que se miran más como enemigas que como parte de la misma nación. La crisis ha despertado nuestros peores instintos, la izquierda proclama que «hay que parar a la derecha como sea», emulando a Largo Caballero, y los nacionalistas actúan como si todo fuera lícito contra España como nación y como Estado. No es la primera vez que ocurre. Ha sido el ambiente reinante en vísperas de nuestras grandes tragedias.

No estoy diciendo que corramos el riesgo de otra guerra civil. Los líderes de la izquierda y los dirigentes sindicales viven demasiado bien a costa del sistema que tanto critican para ponerlo en peligro. A ellos no les afecta la crisis. Pero me temo que estén llevando demasiado lejos su oposición y sus ganas de ocupar el gobierno.

Es cierto que algunos dirigentes de los partidos de izquierdas y de los sindicatos viven demasiado bien, pero también lo es que cada vez surge con más fuerza una izquierda populista y radical que ansía tumbar y darle la vuelta al sistema. Y la tentación de ir a su lado es fuerte para algunos, pensando que pueden manejarlos. Y la experiencia histórica demuestra que quienes intentan utilizar a los más radicales en beneficio propio terminan siendo los tontos útiles de los ultras.

Sobre esa misma violencia política, pero centrado más en lo ocurrido en las universidades del 26 de mayo que en la manifestación del 22-M, escribe Alfonso Merlos en La Razón. Titula Indoctos y maleantes:

No es que haya llegado la hora de poner líneas rojas. Ya están delimitadas por las leyes. Es la hora de penalizar y golpear con toda la dureza a estos bolcheviques de medio pelo, a estos desgarramantas ayunos de escrúpulos y de lecturas, a estos amateurs de la agitación bolivariana, a estos adversarios de las bibliotecas. Para que escarmienten. Con métodos democráticos. Pero ya. Son un puñado de mequetrefes. Y deben hacer todavía grandes ingestas de cereales para subirse a las barbas de España y de los españoles.

Si ha llegado la hora de ‘golpear y penalizar’ con métodos democráticos a esos vándalos de ultraizquierda es porque no se hace todavía. Y eso es responsabilidad, en buena medida, del Gobierno de Mariano Rajoy. La sonrisa más blanca de los informativos de 13Tv debería destacarlo, a ver si el registrador de la propiedad que creíamos metido a gobernante y el ministro del Interior que vive convencido de que fue la Virgen de Fátima la que tumbó el Muro de Berlín le hacen a él más caso que al resto.

Pasamos ahora a El País, en cuya contraportada encontramos un excelente artículo de Jorge M. Reverte dedicado al que ejerció de portavoz de la manifestación del 22-M y defensor del castro-bolivarismo. Titula No Willy, no:

Toledo ha apoyado públicamente la dictadura de Raúl Castro en Cuba, país donde la libertad de expresión no existe y donde estar en la oposición puede llevar (y lleva) a muchos cubanos a la cárcel. Y apoya públicamente, con un lenguaje chulesco y retador, la retórica amenazante y la práctica violenta de un personaje tan siniestro como Nicolás Maduro, que reprime a tiros en las calles a los venezolanos y cierra sus periódicos.

Willy Toledo me representa menos que Rajoy, porque no sé cómo se le quita.

Desde aquí hemos de aplaudir que un columnista de izquierdas, nada sospechoso de simpatizar con el Gobierno de Rajoy, haga una denuncia tan clara de quién es Willy Toledo, ese personaje que ha llegado a lucir camisetas con la cara del genocida comunista Pol Pot. Y tiene razón en que el actor le representa, a él y al resto de los españoles, menos que Rajoy. Pero es que a Toledo lo que le gusta es precisamente el tipo de Gobernante al que resulta imposible quitar por ser dictadores, siempre que sean de izquierdas, claro está.

Y terminamos en El Mundo, con un Salvador Sostres al que le ha salido la vena sensible después de ver la película Ocho apellidos vascos. Titula Reconciliación.

Aunque su tema podría parecer que son las tensiones entre distintos pueblos de España, es una película sobre la reconciliación. No hay recelo ni temor que se resista al amor. No hay localismo que no sea hortera, y eso tiene que formar parte de la gracia de las personas y no de su sufrimiento.

Concluye:

Siempre es estéril el tiempo que pasamos odiando, y es de cobardes tratar de pisotear la diferencia. Es más fácil acumular agravios, pero también más bajo, y la rabia y el resentimiento te acaban convirtiendo en un ser despreciable. Intentar convivir es pagar un precio, y suele tener sus primeras dificultades; y a veces es agotador el fascinante ejercicio de comprender a los demás. Pero poco a poco la alegría ocupa el espacio que el odio va dejando y la generosidad es la gran divisa de la Humanidad.

Ocho apellidos vascos es una película y es un abrazo, es una comedia porque sus protagonistas son buena gente; pero sugiere también lo que, por la pobre calidad de algunos corazones, podría fácilmente convertirse en una irreconciliable tragedia.

Resulta inquietante Salvador Sostres. Unos días es capaz de escribir las mayores astracanadas y salidas de tono y en otros llama a la reconciliación apelando a los sentimientos más nobles, rozando incluso la cursilería.

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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