El discurso populista acaba de asumir la idea de patria en su reinvención del lenguaje
Las criticas a los saltos ideológicos de Podemos que ahora no sólo enarbolan la bandera de la socialdemocracia, sino que ahora también hacen suya la palabra España como si la hubiesen inventado ellos, es una de las cuestiones que podrán leer este 12 de junio de 2016 en las tribunas de opinión de la prensa de papel.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que pone de vuelta y media los giros ideológicos de un Pablo Iglesias que hoy se siente socialdemócrata y un patriota español. Lo curioso es que en 2013 iba de comunista guay y de un profesor que no podía decir la palabra España:
Un significante en discusión. Así respondió el oráculo cuando le preguntaron por Dios en una entrevista. En tiempos de Aznar, Felipe le llamaba a eso solemnizar lo obvio: una perífrasis no menos solemne para definir la pedantería. Si te preguntan si crees en Dios puedes decir que sí, que no, que no estás seguro o que la fe es un asunto privado; pero Pablo Iglesias se siente en la obligación de decir algo interesante y como no se le ocurre opta por un engolado circunloquio de apariencia oscura y sin embargo simple y antiguo como una cuerda de esparto. Contestar que el concepto de Dios resulta objeto de debate equivale a descubrir con mucha prosopopeya el Mediterráneo.
Detalla que:
En ese proceso adánico de autorrevelación con que Podemos pretende refundar el Estado, el discurso populista acaba de asumir la idea de patria en su reinvención del lenguaje. Como se trata de una noción polémica para la izquierda, en cuya sensibilidad convencional suena a rancio, parece necesario improvisar una definición situacionista que adapte ese «significante en discusión» -o discutido y discutible, que decía Zapatero refiriéndose al país que gobernaba- al marco políticamente correcto de la emotividad primordial que sustenta la propuesta caudillista. La patria es la gente, reza su flamante consigna importada de la retórica bolivariana. Chávez con su uniforme de camuflaje pasado por Ernesto Laclau. De la socialdemocracia de atrezzo al patriotismo de Ikea. Diccionario de Humpty Dumpty: las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen. En cada momento, además. Y en cada sitio también. Porque ayer, en Barcelona, el concepto había desaparecido oportunamente de la arenga de propaganda. En su lugar afloraban voces mejor adaptadas a las tendencias del sentimentalismo local: «el pueblo» y «la nación catalana». Y promesas de referendos de autodeterminación para delimitar a gusto del consumidor los ambiguos contornos de esa emoción llamada patria.
Es la ventaja del estado de gracia. De la amnesia colectiva con que una cuarta parte del electorado indulta cualquier clase de contradicción, por desfachatada que sea, ante su propio ímpetu de revancha. La patria es esa España cuyo nombre no podía Iglesias pronunciar en voz alta. Hay vídeos. 2013: «Yo no puedo decir la palabra España, no puedo usar la bandera rojigualda». Política desmontable: un modelo deconstruido con la voluntad del jefe -caudillo- como manual de instrucciones para armar en casa.
Y remacha:
En su biografía del doctor Samuel Johnson, James Boswell aclara el sentido de una de los aforismos más citados del sabio inglés. Se refería, dice, «a ese falso patriotismo que tantos, en toda época y lugar, han exhibido en defensa de sus propios intereses». La durísima frase, escrita dos siglos y medio antes de que apareciese Podemos, sentencia que el patriotismo es el último refugio de los canallas.
Jon Juaristi le pide a los socialistas que no miren hacia otro lado buscando quien ha destrozado a su partido. Les dice que busquen las explicaciones en la época de José Luis Rodríguez Zapatero:
Salvando las distancias, las protestas que ha levantado Pablo Iglesias en el PSOE al presentarse como socialdemócrata me recuerdan las que provocaban los etarras cuando se definían como «izquierda abertzale». Los abertzales, decían los progres, no pueden ser de izquierdas, y lo ha repetido hace unos días esa lumbrera llamada Pedro Sánchez, sin darse por enterado de que, ya en 1994, los socialistas del País Vasco, encabezados entonces por Ramón Jáuregui, cambiaron de murga e invitaron a Herri Batasuna a integrarse en la Casa Común de la Izquierda, vale decir en el PSOE, por entender que la izquierda abertzale era más de izquierda que abertzale.
Aquí, en España, el primero que tuvo redaños en reclamar para sí el marbete de socialdemócrata fue Dionisio Ridruejo, con su segunda banda juvenil (los Pablo Martí Zaro, Ignacio Sotelo, Miguel SánchezMazas…), pero mucho más con la tercera (la de los Lasuén Sancho, Chueca Goitia, Benet Goitia y otros Goitias). A mí me explicó el proyecto de convertir esa tercera banda en un partido socialdemócrata Antonio García López, su futuro secretario general, una noche de 1970, en un pasillo del expreso MadridSevilla, y me invitó seguidamente a afiliarme, porque, a pesar de tanto Goitia, necesitaban un vasco autóctono, como cualquier partido que se precie de español.
Para la izquierda entonces clandestina, los de Ridruejo eran todos de la CIA. Socialdemócrata fue sinónimo estricto de esbirro imperialista en la jerga progre hasta que Felipe González reivindicó el título en 1979. Desde entonces se puso de moda, como equivalente sobrevenido de antifranquista democrático, una rarísima especie bajo el franquismo que crecería desmesuradamente en los años ochenta. Xabier Arzalluz dijo haberlo sido desde su juventud berlinesa, e incluso Iñaki Esnaola, dirigente de HB, declaró a Hans Magnus Enzensberger que su organización era un partido inspirado en la socialdemocracia sueca. Uno de los maestros reconocidos por Pablo Iglesias Turrión, el nacionalcomunista Jorge Verstrynge, ha definido al mentor político de sus años mozos, Manuel Fraga Iribarne, como un socialdemócrata bajo camuflaje conservador. De modo que, como poco, el asunto no está ni medio claro, y las aportaciones eruditas de los intérpretes canónicos del felipismo (la apelación al «equilibrio presupuestario escandinavo», por ejemplo) no las entiende ni Pedro Sánchez, que insiste en que él es el auténtico socialdemócrata de la película porque su padre fue socialista y su abuelo también. Así que la socialdemocracia es cuestión de genes. Y este tipo espera todavía ganar las elecciones.
Y sentencia:
La culpa, no se engañen los socialistas, la han tenido ellos y sus últimos dirigentes, que se han portado como las destrozonas del viejo carnaval madrileño, disfrazándose de no se sabe qué y arreando escobazos frenéticos a todo lo que veían mantenerse en pie a su alrededor. Zapatero pretendió encarnar la socialdemocracia platónica mientras se proclamaba rojo y antiyanqui y convocaba a los fantasmas de la guerra civil. El resultado fue la insurrección de los resentidos, la marea populista que suscitó el PSOE, el 12 y 13 de marzo de 2004, al lanzar a sus huestes al asalto de las sedes del PP. Masas que se bolchevizarían definitivamente en 2010, cuando, urgido por la crisis, el gobierno socialista se replegó a la ortodoxia del «equilibrio presupuestario». Ahora, la izquierda mayoritaria sigue a unos payasos rojos, antiamericanos a la manera chavista y deseosos de convertir España en un videojuego donde puedan ganar la guerra civil de sus abuelitos. Y a todo eso Pablo Iglesias, como un Rodríguez Zapatero reversible, lo llama socialdemocracia.
Antonio Burgos habla sobre el adelantamiento que le han hecho al PSOE por toda la izquierda y sobre el ‘sorpasso’ de Podemos a Sánchez, aunque él prefiere usar otro término del español con idéntica validez al ‘palabra italiano’.
La encuesta del CIS ha sido como esas fotos que vienen con las multas de Tráfico, en las que han retratado a tu coche cuando hace un adelantamiento por la izquierda, pero en raya continua. Así ha sido para el PSOE la última encuesta del CIS: cuestión de adelantamiento por la izquierda. Como han podido comprobar hasta ahora, me niego a usar la palabra que ha sustituido al «postureo» en las tertulias, y que si cito es como el coleccionista pincha una mariposa sobre un panel de corcho: «sorpasso». Un aventajado alumno de mi curso de Tertulianés a Distancia me escribe dándome un dato que demuestra cuál no será el éxito de esa mamarrachati italianini de palabrati. Me comenta que ha escuchado a un «verbolari» de las tertulias pronunciar el verbo «sorpasar». No «sobrepasar», no: «sorpasar». Menos mal que no lo he escuchado en directo. Lo llego a oír en una tertulia, y me pregunto a mí mismo:
-Esta Sor Pasar, ¿será una nueva Monja Jartible, otra argentina paisana de Echenique, que han buscado como refuerzo de campaña?
Se responde:
No, Sor Pasar no es una monja, ni jartible ni no jartible. Si es por pasar, diré algo que también es frase clásica del Tertulianés: se están «pasando tres pueblos» con el desprecio a la lengua española con esto de que Unidos Podemos sobrepase en votos y en escaños al PSOE de toda la vida y de todos los ERE. ¡Pues sí que han emergido los emergentes! ¡Arriba el periscopio! Como aquí nadie tiene memoria, no se subraya que en menos de dos años, de las elecciones europeas de mayo de 2014 a hoy, estos señores que adelantan por la izquierda al Partido de los ERE han pasado de la nada más absoluta, de las tiendas Quechua de los acampados el 15-M en la Puerta del Sol, a rebañar casi seis millones de votos, como dicen que sacarán los comunistas de la nueva observancia coaligados con los de la vieja: los comunistas calzados junto con los comunistas descalzos de la chancla, la camisa arremangada, la coleta y el horror al champú. Punto en el que desmiento la «leyenda urbana» que afirma que en Podemos suspenden de militancia al que le puedan demostrar que se ha lavado la cabeza y cambiado de muda la semana pasada.
Aclara que:
A mí esto de sobrepasar me suena a antiguo. Tela antiguo. A ración de moralina en película de Alfredo Landa por lo menos. Cuando una señora de buen ver era requebrada y luego pretendida de manoseo por un satirón, al punto la pacata le decía: -No vaya usted a sobrepasarse conmigo, ¿eh? Cuando estaba deseandito que se sobrepasaran con ella… Pues queramos o no, se están sobrepasando lo que les da la gana con la estabilidad de la democracia. Con la Patria. Porque esta es otra: el uso en campaña en la palabra «Patria». Si un señor del PP dice «Patria», es directamente un facha. Pero si Podemos dice «Patria», es como lo del Comandante Fidel, el colega dictador de todas sus complacencias: «Patria o muerte, venceremos». ¡Lagarto, lagarto! Malo cuando se saca a la Patria a pasear, como a un animal de compañía, en vísperas de elecciones. Los que no quieren que a la puerta de lo cuarteles ponga «Todo por la Patria» la usan en beneficio electorero propio.
Y concluye:
En resumen: un peligro, de cuya gravedad muchos no se dan cuenta. Según el almanaque del canguelo, de la jindama, del pavor, calculo que estamos a la altura de enero de 1936. Y como he empezado comentando palabras, remataré con otra: «Popular». Me importa un bledo que Podemos adelante al PSOE o no. A mí lo que me preocupa es lo «Popular». Si aun ganando el Partido Popular vuelve a fracasar, nos espera un Frente Popular. ¡Puñeta con lo Popular! Tres P en vez de dos: PPP, Pacto Popular de Perdedores. Cuando se levante al martillo (y la hoz) no el «sorpasso», sino el paso del 26-J, para hacerlo avanzar, el capataz de la izquierda dirá como sus colegas sevillanos: «¡Venga de Frente!». De Frente Popular, claro…
En El Mundo, Fernando Sánchez Dragó reconoce su hastío ante las elecciones, que a él esos temas no le interesan, pero opina que mucho votante, ante la amenaza populista, acabará eligiendo opciones más sensatas:
Creo que dentro de un par de domingos hay elecciones. No estoy seguro. Ya sé que parece imposible, pero es verdad. Tecleo estas líneas en el mostrador de una taberna. En esos lugares suele haber algarabía. Desde su fondo, abriéndose paso en la banda sonora del bullicio, llega hasta mí la voz tronante de un parroquiano. Cuenta un chiste, esa válvula de desahogo característica de mis paisanos (y de los suyos, lector). En otros lugares del mundo, a excepción de Italia, apenas los hay. El chascarrillo, que es viejo y estuvo protagonizado en su versión inicial por Curro Romero, trata de un individuo iracundo que exclama a gritos en el mostrador de otra taberna, como si aquello fuese el Speakers’ Corner de Hyde Park: «¡A Rajoy lo va a votar su puta madre!». Pausa. Expectación en el auditorio. El parlanchín añade: «¡Y yo!».
¿Será eso lo que piense y haga el pueblo, que al fin y al cabo es quien inventa los chistes? Podría ser. Lo lógico es que ante la amenaza del huracán extremista el caracol-col-col de los votantes sensatos saque los cuernos de su voto al sol de las urnas en vez de retraerlos para esconderse en la concha de la abstención. A mayor porcentaje de votos, menor posibilidad de que el sentido común se infrinja, o no, pues de una ciudadanía tan errátil, emotiva y caprichosa como la nuestra cabe esperar cualquier desatino. Pienso en ello mientras me tomo una clara y vuelvo a lo que dije al empezar esta columna. Tiene que ver con otra frase que me alcanza serpenteando entre las mil voces que se cruzan. Su autor se queja de que todo es política, de que pones la tele y hablan de política, de que enchufas la radio y hablan de política, de que abres un periódico y habla de política, de que coges un taxi y el chófer habla de política, de que quedas con los amigos y hablan de política…
Y finaliza:
Yo apuro la clara e interpelo al del chiste: «Perdone, amigo… ¿Cuándo son esas elecciones de las que también usted habla?». Me mira, incrédulo. «¿De verdad que no lo sabe?». «Le doy mi palabra». Se rasca la cabeza. «¿No ve usted la tele?». «No, no la veo». «¿No escucha la radio?». «Tampoco». «¿No lee…?». «Sólo libros, y si son clásicos, mejor». «¿No va a votar?». «¡Pero si ya le he dicho que no sé cuándo se vota!». Parece imposible, ya lo dije, pero… Voy a cumplir ochenta años. ¿Alguien cree que a mi edad importan tales cosas?
Arcadi Espada se parte la caja con la esencia ikeizada del programa de Podemos:
Debo felicitarte. El catálogo al modo de Ikea que habéis utilizado para envolver vuestra nada es una maravilla. Aunque no me parece simpático ni correcto que en estos días tan socialdemócratas hayáis ninguneado la inspiración de vuestra obra, que está en este viejo párrafo mío: «Ikea es la consumación de una utopía: el buen gusto de los pobres (…) La socialdemocracia ha dejado, al menos, unos almacenes». Pero a mí no me duelen prendas: es el mejor programa electoral que se ha hecho en España.
El primer acierto es el de llevar hasta el extremo una frase hecha del lenguaje político y, especialmente, electoral: Un catálogo de medidas. Se advierte una sutil ironía sobre la mercantilización de la política, pero sobre todo una muestra más de vuestro gusto por el entrismo. Colonizadas las televisiones, habéis llegado al corazón de una multinacional. Si algún día llegáis a La Moncloa, el entrismo se habrá completado. No, como pensáis, porque vosotros entréis en la Moncloa; sino porque la Moncloa entrará en vosotros. Preguntad al penetrado Tsipras, para más info. Es falso que este sea el primer programa electoral que vaya a leerse. Pero sí será el primero que se ojee. Admiro también el encaje de forma y fondo. Vuestra política es de santos y no de letra y el catálogo sintetiza la gramática de fotonovela con que os exhibís ante el mundo. Luego, esta idea de convertir a la militancia podémica en figurantes, imitando el modo como Ikea presenta a sus modelos publicitarios, da una poderosa impresión de nosotros y contrarresta el caudillaje al que tendéis. Este nosotros, además, no tiene que explicarse ni razonar, verbos que siempre os ponen en un momento delicado. El pseudónimo Posemos, en fin, con el que González suele acogeros en su prosa se hace de pronto foto viva.
Añade que:
Es probable que la idea haya surgido de la masticación de esa frase catálogo de medidas. Estos hallazgos surgen menos de la conspiración que del relámpago. Sin embargo, la génesis no impide las interpretaciones y que la razón le haga un bonito traje al instinto. Las 195 páginas del catálogo se han de encarar con las imágenes que han ilustrado vuestra utopía: las del desabastecimiento y la ruina chavista. El catálogo propone exactamente su antípoda. Si utopía es, desde la raíz, un nolugar, casa es el extremo contrario. La república independiente de mi casa. Sólo me ha faltado descubrir, vagando, lo que topia significa en castellano: «Cada una de las tres piedras que forman el fogón y sobre las que se coloca la olla cuando se cocina con leña». El fuego de mi hogar. Así es como el catálogo cambia la cara del populismo: de la calle incendiada a la casa caldeada; de los estantes vacíos de Caracas al confort sostenible de Estocolmo. La marca está bien elegida: Ikea es más interclasista que El Corte Inglés y más moderno; y tan transversal como Zara, pero con el prestigio añadido del kilómetro sentimental: Amancio Ortega sale demasiado y demasiado arriba en Forbes, pero casi nadie sabe quién es Ingvar Kamprad, antiguo, ma non troppo, simpatizante nazi que paga en Suiza sus impuestos de Suecia.
Recalca que:
La elección por parte de un partido político de una marca comercial no deja de ser una interesante fuente de problemas. Si te atrevieras a leer a nuestro apasionante Federico ya sabrías que desde el último viernes ha dejado de comprar «una sola astilla» en Ikea. Secuelas del conflicto que estalla cuando topan una marca y una visión del mundo. Aún recuerdo aquel tiempo en que la mitad de Cataluña dejó de beber leche Parmalat, porque patrocinaba al Real Madrid, aunque la empresa no notó nada gracias a mi reacción. En casos como ese la empresa toma un riesgo comercial, por un acuerdo previo. Pero en esta maniobra de propaganda no lo ha habido e Ikea habrá de evaluar si el afecto ampliado de los compradores podémicos compensa la furiosa destrucción anunciada -¡no quedó ni una astilla!- de los federicos. Se ve bien aquí una asimetría. Si una empresa utiliza políticos para sus propagandas -Ryanair, por ejemplo- ha de afrontar la censura social e incluso posibles querellas en razón del derecho de imagen. Por lo tanto ahora debería abrirse un debate sobre el derecho a la imagen corporativa, porque una cosa es que los podémicos compren en Ikea y otra venenosamente distinta que Ikea vote al partido Podemos.
Apunta que:
La carta va de bajada y ya estoy advirtiendo tu reacción airada. Ni un solo comentario sobre las 168 medidas del programa. ¡Sólo banalidades y amaneramientos formales! No los esperes, libe. Uno de los grandes méritos del catálogo es que asume con descaro que ningún programa se hace para ser leído. Lo asume, lo traduce a lo real, y solo por este rasgo de ingenio y de franqueza ya habría que felicitaros. La prosa podémica constata su lugar en el mundo, como el periodista gato viejo que sabe que escribía en el espacio libre de anuncios. (Fue ayer: hoy ya no hay formato ni anuncios, desapariciones completamente relacionadas.) De hasta qué glorioso punto el partido Podemos asume su insustancialidad es ejemplo cumbre la propuesta de gobierno número 143. Reza sucintamente: «Inteligencia emocional». No sólo eso. Inteligencia emocional y una gran foto de la joven Irene Montero, del gabinete del secretario general.
Remata:
El catálogo es una advertencia importante para el resto de partidos. Otra vez me viene un ejemplo de mi oficio a la cabeza, qué vachaché. Hay periodistas que creen que la verdad no necesita sintaxis. Que la gracia y la belleza son asunto de la ficción. Y que los hechos se escriben solos. Graso error. No sólo con mentiras se desprestigia la verdad: también con la mediocridad, la rutina y el descuido formal. Este partido Podemos es todo él ficción peligrosa. Y su programa es una joya de la comunicación política contemporánea. Combinadas, las dos resultan ser la peor noticia posible para la verdad de la democracia.