Difícil, más bien imposible y, desde luego, desaconsejable, resulta gobernar atendiendo a la veleta de la opinión pública
A algunos detenidos se les aplica la aberrante ‘pena de telediario’, consistente en mostrarlos cuando son conducidos esposados y humillados a los juzgados, incluso antes de que hayan sido declarados formalmente culpables.
Al ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, algunos/as le aplican la ‘pena de tertulia’ y de columna, consistente en achacarle casi todos los males -que no son pocos- que ocurren en el mundo mundial en relación con este país nuestro: si la señora Haidar muere, «la asesina será España», reprodujeron algunas radios y periódicos la frase de Bachir Lefjani, compañero de la saharaui Aminatu Haidar.
Y algunos comentaristas actuaron en consecuencia: en efecto, la culpable será España si al activista en huelga de hambre fallece.
Todo vale para descalificar la actuación de la diplomacia española y, por extensión, la del presidente Zapatero.
Y no: me parece que la crítica a las acciones del Ejecutivo, algunas de ellas por cierto bien criticables, deben estar más fundamentadas cuando de cuestiones de Estado tan delicadas se trata.
Pero la estrategia, que a veces es actitud inconsciente, del palo y tentetieso se aplica en este campo de las relaciones internacionales más que en ningún otro, evidenciando una vez más el escaso sentido del Estado de que hacemos gala los españoles.
Si los cooperantes han sido secuestrados en Mauritania por Al Qaeda, los principales culpables han sido, cómo no, el Gobierno en general y la «debilidad» de Moratinos frente al islamismo en particular.
Como esa misma debilidad, con respecto a Marruecos, ha sido la causante de los problemas con la militante saharaui en radical huelga de hambre.
O de la misma manera que la tan mentada debilidad pareció provocar -¿recuerdan lo que dijeron algunos tertulianos, y hasta ciertos políticos, sobre los buques con bandera española?- el secuestro del ‘Alakrana’ por piratas somalíes.
Y lo mismo, por poner otro ejemplo, en relación a Gibraltar, con motivo de la retención de cuatro guardias civiles que perseguían una lancha de presuntos narcotraficantes.
No quisiera yo, en fin, ser Miguel Angel Moratinos en estos días.
Los frentes exteriores se le multiplican, mientras el frente interior aprovecha para dispararle desde las trincheras fuego presuntamente amigo con cartuchos de sal gorda.
Sin duda, el Gobierno -de la mano personalísima de Zapatero, con actuaciones que muchas veces han tenido que ser resignadamente refrendadas por los profesionales de la diplomacia, con Moratinos al frente- ha cometido no pocos errores en su política exterior en el pasado.
Pero esos errores no son generalmente achacables, me parece, a la actuación, en el presente, del señor Moratinos, a quien se pide unas veces que pague el rescate por los marineros secuestrados y otras, que no lo pague.
Que alimente forzosamente a la señora Haidar y que no lo haga. Que negocie la liberación de los cooperantes con los terroristas de Al Qaeda y que no la negocie.
Difícil, más bien imposible y, desde luego, desaconsejable, resulta gobernar atendiendo a la veleta de la opinión pública -y hasta publicada, reconozcámoslo- cuando de materias de seguridad, y hasta de humanidad, se trata.
Aun criticando las numerosas torpezas del Gobierno en no pocos asuntos, los ciudadanos no tenemos otro remedio, creo, que confiar en los políticos a los que hemos votado cuando de la vida en peligro de personas concretas se trata: es de suponer -así lo espero, al menos- que el Gobierno tenga más datos que el común de la ciudadanía en asuntos como las relaciones ‘de verdad’ con Marruecos, las andanzas de los terroristas más o menos cercanos a Al Qaeda o el ocasionalmente azaroso cumplimiento del deber al que se ven sometidos los tantas veces heroicos guardias civiles en el Estrecho.
Para eso pagamos a los servicios de inteligencia, a las fuerzas de seguridad, a los expertos juristas del Estado y a los funcionarios diplomáticos: apoyándolos para que sean ellos quienes se responsabilicen de que las cosas salgan bien.
Luego, si salen mal, será el momento de repartir coronas de espinas. Pero, de momento, pienso que los culpables del secuestro de nuestros cooperantes son los delincuentes de Al Qaeda, como es el régimen semidespótico de Marruecos, y no la oscilante política española en este tema, quien impone el suplicio de la falta de libertad a los saharauis.
Despachar soluciones desde los micrófonos, o desde algunas columnas periodísticas, resulta bastante sencillo, como lidiar los toros desde el tendido del siete; lo fácil es también atenerse de manera permanente al ‘piove, porco Governo’. Pero resulta no pocas veces injusto. Y, sobre todo, siempre ineficaz y ocasionalmente contraproducente.