Nuestros soldados mueren en Afganistán mientras ZP es rehén del «pacifismo flower-power»

Soldado muerto en Afganistán
Soldado muerto en Afganistán

El Gobierno debería atreverse a dejar de mentir respecto de Afganistán. Pero lo que sucede es que ZP es cautivo del repliegue electoralista, del ¡No a la guerra! en la solapa, de las tardes echadas detrás de una pancarta, de la ocurrencia de la Alianza de Civilizaciones, del flower-power, el gandhismo y el pacifismo de bolsillo.

Está maniatado -como escribe David Gistau en El Mundo- por el denuesto de Azores, aquel precio que Aznar estuvo dispuesto a pagar para ubicar a España en la jerarquía global y contra el cual el actual presidente reaccionó con una equidistancia flower-power convertida en principio vertebral de su mandato. Es por ello que a Zetapé le cuesta resolver la contradicción del Irak no pero Afganistán sí.

Es cierto que el escenario de Irak tiene menos brillo moral, pues lo forzó Bush por pulsiones indignas entre las cuales no hay que descartar la demencia y la codicia. Pero, a estas alturas, en ambos territorios se trata exactamente de lo mismo: estabilizar un limes a la romana, una primera línea de defensa contra el terrorismo islámico.

Y como Zetapé no puede superar la contradicción, se ampara, como en tantas otras ocasiones, en la mentira: somos repartidores de magdalenas para un pueblo que nos ama y recibe con confeti. Y entonces, ¿por qué los muertos? ¿Por qué el asesinato de esos soldados que a buen seguro no comparten la idea aerofágica de Bono de que en la milicia es preferible morir a matar?

El problema político radica en el cambio de discurso. De la paz a la guerra, del atentado a la batalla, de la defensa al contraataque. Los terroristas que asolan Afganistán no pretenden simplemente atacar a las tropas multinacionales. Lo que buscan es el poder en Afganistán. Pretenden derrocar a Karzai con la OTAN de por medio y conseguir así recuperar el control total del régimen de Kabul. Así le expresa Ángel Expósito en la Tercera de ABC:

Hay que coger el toro por los cuernos y reconocer que aquello es una guerra con todo el horror que conlleva. España no debe quedar al margen de aquel desastre porque tenemos que ganar la batalla. A la vez, y aunque lleguemos tarde, tendremos que acometer por fin la formación de nuestra sociedad en la auténtica asignatura de Cultura de la Defensa. Ya está bien de mantener vivos los complejos posfranquistas, de no honrar a los muertos como se merecen y de no llamar a las cosas por su nombre.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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