En pleno mes de junio de 2025, el clima político en España está lejos de la calma.
Alberto Núñez Feijóo ha intensificado su estrategia de oposición con un doble movimiento: primero, sacando músculo en las calles con una manifestación multitudinaria en Madrid; después, trasladando la presión al Congreso con una ofensiva sin precedentes tanto contra el Gobierno Sánchez como contra sus socios parlamentarios.
La protesta del domingo, bajo el lema “Mafia o democracia”, fue un termómetro del descontento popular.
Feijóo arengó a los asistentes con un mensaje directo: “Ha llegado el momento de que la mayoría de los españoles reaccionemos a lo que está en juego”, refiriéndose a los casos de corrupción que salpican al entorno del presidente del Gobierno y que, según el líder popular, “confirman una operación urdida en el corazón de Ferraz para atacar a la Guardia Civil y a jueces y fiscales” con el objetivo de proteger a Sánchez y su círculo más cercano.
No faltaron las proclamas grandilocuentes ni las alusiones a la decencia perdida.
Feijóo insistió en que “España merece un presidente mejor” y prometió “mandar a Sánchez a la oposición”, advirtiendo incluso con cierto humor ácido que, después, habría que ver “dónde le manda su propio partido”. La plaza madrileña se convirtió así en escenario de una suerte de juicio popular, donde el PP buscó erigirse como única alternativa legítima frente al actual Ejecutivo.
De la calle al escaño: presión sobre Sánchez y sus aliados
La movilización fue solo el preludio de una semana clave.
El Partido Popular (PP) ha registrado para la próxima sesión de control una pregunta demoledora: “¿Cree que España se merece tener un presidente del Gobierno como usted?”. Es la primera vez que Feijóo podrá interrogar directamente a Sánchez sobre los últimos escándalos y lo hará con toda la artillería dialéctica disponible.
El líder del PP no se limita a cargar contra Sánchez. Ha dirigido sus dardos también hacia los socios habituales del Gobierno —entre ellos PNV y Junts— por su negativa a apoyar una moción de censura. Feijóo reprocha su “actitud permisiva ante los casos de corrupción” y les acusa abiertamente de complicidad por mantener su respaldo al Ejecutivo pese al deterioro ético que, según él, afecta al país.
Es aquí donde entra en juego la cuestión estratégica: aunque Feijóo ha reiterado su disposición para presentar una moción de censura, reconoce que sin el apoyo de estos partidos es inviable. Sin embargo, utiliza esta falta de respaldo como argumento para redoblar su ofensiva política y mediática. La táctica pasa por dejar claro ante la opinión pública quiénes son, según los populares, los responsables últimos de la continuidad del Gobierno: no solo Sánchez, sino quienes le sostienen parlamentariamente.
¿España se merece un presidente como usted?: el nuevo mantra popular
La pregunta registrada por Feijóo en el Congreso se ha convertido ya en un eslogan viral entre las filas populares. No es casualidad. Alude directamente al sentir de parte del electorado conservador —y busca captar descontentos más allá— tras semanas marcadas por filtraciones comprometedoras. Entre ellas, los audios atribuidos a Leire Díez (exmilitante socialista) sobre presuntas maniobras para ofrecer tratos desde la Administración a cambio de información sensible sobre miembros destacados de la Guardia Civil.
El PP insiste en que España necesita “una revolución de la decencia” desde las calles hasta las urnas. Feijóo ha hecho hincapié en su papel como adalid del cambio institucional: “Cada español tiene que tomar partido entre ser cómplice o plantar cara”. Con este mensaje busca aglutinar bajo su paraguas tanto a votantes propios como a desencantados con otros partidos o incluso con los socios nacionalistas del Gobierno.
El difícil encaje parlamentario: aliados incómodos y moción imposible
Mientras tanto, el bloque gubernamental tampoco atraviesa sus mejores días. Las tensiones internas afloran —sobre todo tras las críticas por contratos con Israel o el aumento del gasto en defensa— y algunos socios han dejado clara su incomodidad. Pero ni por esas parece probable que apoyen una moción promovida por el PP.
La estrategia popular tampoco ayuda a tender puentes: desde hace semanas han bloqueado iniciativas como la oficialización de lenguas cooficiales en instituciones europeas o su uso en foros institucionales nacionales. Esto complica cualquier acercamiento real con formaciones como PNV o Junts, imprescindibles para armar una mayoría alternativa.
Por eso, Feijóo opta ahora por convertir esa imposibilidad aritmética en munición política: acusa públicamente a estos partidos —y especialmente al PNV— de ser “cómplices necesarios” del deterioro institucional denunciado desde Génova.
Curiosidades, datos y algún apunte irónico
- La manifestación del domingo ha sido descrita internamente por Génova como “la madre de todas las protestas”, aunque varios asistentes recordaban otras épocas donde lo multitudinario no siempre garantizaba éxitos electorales.
- El eslogan viralizado —“¿España se merece un presidente como usted?”— recuerda poderosamente al famoso “¿Usted sabe lo que vale un café?” que popularizó Mariano Rajoy hace ya casi dos décadas… pero ahora los cafés parecen más caros y las preguntas más afiladas.
- Las últimas elecciones generales fueron hace menos de dos años; sin embargo, el clima preelectoral es constante desde entonces. En estas elecciones el PP fue el más votado pero no logró sumar apoyos suficientes para gobernar.
- Pese al tono dramático, Feijóo quiso subrayar ante sus bases: “A mí no me sobra ningún español”. Un guiño inclusivo poco habitual en tiempos de trincheras políticas.
- Las redes sociales han amplificado hasta el infinito los vídeos e intervenciones del domingo; algunos memes han bautizado la manifestación como “el festival anual anti-Ferraz”.
- Según fuentes internas populares, ya hay quien estudia nuevas movilizaciones antes del verano si no se producen cambios sustanciales en La Moncloa.
En definitiva, el PP ha elevado todos los decibelios posibles tanto fuera como dentro del Congreso. La batalla política entra en una fase acelerada y crispada donde lo simbólico (la pregunta viral) es tan importante como lo numérico (la mayoría imposible). España asiste así —entre indignación real y cierta ironía colectiva— a otro episodio más del eterno pulso entre gobierno y oposición.