Luis del Val – Señora presidenta.


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

El principio científico que asegura que lo más parecido a un tonto de izquierdas es un tonto de derechas se puede proyectar a otros campos antagónicos, como el de blancos y negros, o el de mujeres y hombres. Barack Obama fue el primer presidente negro de Estados Unidos y ha demostrado que puede ser igual de mediocre que un presidente blanco, de la misma manera que hay presidentas como Margaret Tatcher, ganadora de tres elecciones consecutivas, que demostró que abandonando las demagogias de algunas ayudas sociales y siendo coherente con el neoliberalismo se puede sacar a un país del hoyo, y presidentas como Cristina Kirchner que son la prueba fehaciente de que una mujer gobernante puede ser más corrupta, más autoritaria y más trapacera que un hombre.
Hillary Clinton ha demostrado su valía política en la secretaría de Estado -lo que aquí denominaríamos ministra de Asuntos Exteriores- y luchó ya por ser candidata a la presidencia frente a Barack Obama. El hecho de que el ya presidente electo la llevara al gobierno, demuestra que las reglas de la política anglosajona son algo menos cainitas y de mayor altura que las mediterráneas. Sí, sí, ya sé que Zapatero nombró a su rival Bono ministro de Defensa, pero siempre dudaré si fue un acto de grandeza o la posibilidad de cesarle al día siguiente, porque como presidente de Castilla-La Mancha nunca lo hubiera podido hacer.
El problema de Hillary Clinton es que estuvo casada con un presidente de Estados Unidos, que pasó a la historia por una anécdota, que sustituyó a la categoría. Bill Clinton dejó la Casa Blanca con un superávit de casi 600.000 millones de dólares, y una aprobación a su gestión que rondaba el 80%, la más alta de cualquier otro presidente, después de la II Guerra Mundial. Sin embargo, el asunto con la becaria Mónica Lewinski se apoderó de cualquier otra luz. Y ahí, Hillary actuó con sentido de Estado, aceptó el desliz, tragó con el mal trago, que a la becaria no le parecía despreciable, y no reclamó porque la becaria se hubiera llevado lo que, al menos, eran bienes gananciales. Eso, fue una muestra de que en situaciones extremas no pierde la serenidad… o de que su ambición ya estaba puesta en convertir a su marido, presidente, en presidente consorte.

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