Arde París y arde la fe en Europa,
arden las iglesias y los altares,
se ven por todas partes lupanares,
y se alegra la satánica tropa.
El enemigo avanza viento en popa,
y tras haber destruido miles de hogares,
asalta audazmente santos lugares
y ya casi tiene llena su copa.
Mas Notre Dame y su grandiosidad
no es la Iglesia, es solamente un templo
que precisamente no es un ejemplo
de pobreza, de amor y de humildad.
Donde Cristo tiene su real mansión
es en el medio de tu corazón.
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Por Salvador Freixedo
Último libro del autor:
«IGLESIA, ¡DESPIERTA!»
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