OPINIÓN

F. A. Juan Mata Hernández: «Ya están felices y contentos»

F. A. Juan Mata Hernández: "Ya están felices y contentos"

«Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada» (León Tolstói)

Ya está meridianamente claro que el nuevo profeta socialista pretende erigirse en el gran paladín del progresismo. Para llegar a esa meta, desprecia las voces de indignación de los ilustres líderes que dieron vida y prestigio a un partido confuso, para elevarlo a ser referencia en la etapa más próspera que ha vivido España en más de dos siglos. Pero hoy el socialismo regente ha antepuesto el culto de la persona al interés general, y rinde pleitesía a su líder cual si de un nuevo caudillo se tratase. La última hazaña, el destierro del español como lengua vehicular, se ha forjado entre bambalinas, en un pacto sin rubor con separatistas y filo etarras. Sin embargo se diría que no han roto un plato, pues parecen felices y contentos con el resultado.

En un sistema democrático tan singular como el nuestro donde la mayoría de diputados son desconocidos para quienes les votamos, las políticas impopulares suelen aceptarse porque los regidores no tienen más voz que la de aquel que los colocó en su lista, y muchos de ellos no han hecho otro mérito que ganar voluntades para entrar entre los elegidos. Por ello no es de extrañar que sea excepción la defensa del ciudadano frente al interés del jefe. El resultado son pactos vomitivos y sin rubor para votar leyes injustas o destructivas. Sirva de ejemplo la eliminación del español como lengua vehicular que incorpora la llamada Ley Celaá. Cabe preguntarse si un sistema democrático que consiente esta práctica es realmente legítimo, porque permite legislar de espaldas y con engaño al pueblo. ¿Eso es todo? Pues miren, en mi opinión no, la deriva que está tomando la política nacional dudo que se vaya a detener ahí.

¿Vamos hacia una república federal o llegaremos a una federación de partidos regionales?

Pocos ponen ya en duda que el profeta está gestando, sin que su conciencia le atormente por ello, la transformación de nuestro país en una República que le corone como Caudillo indiscutible; algo al estilo de la Rusia de Putin o la Venezuela de Nicolás Maduro. Probablemente esa vía fracturaría definitivamente la sociedad si antes no nos despierta tanta miseria. Porque afortunadamente hay socialistas sensatos, muchos de los que un día ayudaron a forjar nuestra democracia.

¿Pueden enfrentarse al líder? Pues pienso que sí porque la ética aún tiene valedores, y ante el riesgo de ver aumentar los desequilibrios regionales, darán al fin un golpe valiente de timón. Ya es hora de que cada cual respalde en el Congreso los intereses de su comunidad. Extremadura, las dos Castillas, Asturias, Baleares, Valencia, la Rioja, Aragón, Andalucía, o Navarra no quedarán sin voz. Se romperá el socialismo en partidos confederados, cada cual en su comunidad, para defender al más puro estilo del “Teruel existe”, los intereses regionales que hoy se canalizan hacia quienes como en Cantabria, Canarias, Cataluña, País Vasco, Galicia, o el antedicho Teruel, han descubierto las ventajas de esa fórmula.

¿Es el idioma español un castellano rebautizado?

En España, el artículo 3 de nuestra Constitución señala expresamente que el español es el idioma oficial de toda la nación, y coincidirá con las lenguas regionales, que serán cooficiales en sus respectivos territorios. Esto significa, señora Celaá, que el español es la lengua vehicular por excelencia. Ni en la nefasta II República que tanto añoran algunos, se atrevieron a tanto. Pero es que, además, parece olvidarse que el español, no el castellano, nació como resultado de un proceso de koineización, en un crisol de intercambio entre las diferentes lenguas peninsulares que les impedía comunicarse adecuadamente. Por ello, pretender eliminar ese concepto, sería similar a intentar absurdamente volver al Medioevo.

Vean ustedes, el español es hoy en día la segunda lengua más hablada del mundo con un colectivo capaz de comunicarse en nuestra lengua superior a 600 millones de personas, entre ellos 437 millones la tenemos como lengua materna. Pero no pretendo sólo resaltar su valor, pues no es ese el camino que la humanidad debería recorrer. Si tenemos en cuenta que de los 7.117 idiomas vivos que estima Ethnologue, Un políglota atrevido que llegara a dominar las diez lenguas más habladas: chino, 1.284; español, 437; inglés, 372; árabe, 295; hindú, 260; bengalí, 242; portugués, 219; ruso, 154, japonés, 128; y panyaví, 119, tras tan ímprobo esfuerzo apenas podría conversar con el 45% de la población mundial. Quiero decir con esto que nadie en su sano juicio debería tratar de potenciar aún más esa barrera comunicativa. No olvidemos cómo la confusión de lenguas, y la consiguiente dificultad para entenderse, fue el castigo divino contra la soberbia humana en el intento fallido de construir la gran Torre de Babel. Hoy el gobierno español, en el afán por mantener un difícil equilibrio de poder, pretende con esa ley impedir el derecho de nuestros hijos a estudiar en la lengua de sus padres.

Sabemos que el ser humano no puede vivir sin comunicarse y que para ello precisa de una lengua con la que expresar sus opiniones y deseos. Y también conocemos la gran dificultad que supone aprenderla, cuanto más, llegar a dominar esos 10 que nos permitirían hablar con menos de la mitad del mundo. Así pues, lo absurdo es que en este mundo con cada vez mayor necesidad de estar en constante comunicación, los pueblos tengan gobiernos que potencien la división y la dificultad para que sus ciudadanos se entiendan entre sí. No vemos otra solución que la de invertir cuanto antes el sentido de la ley que se acaba de aprobar en las Cortes españolas.

¿Cuál es el camino que llevará a la humanidad a entenderse?

Una lengua común es la respuesta inmediata, y para ello necesitamos un nuevo Coiné, como el que gestó el español en la edad Media. Una lengua común consensuada entre las naciones, que resulte de la unificación de los principales idiomas. Muchos pueden pensar que esto es una utopía similar a la que supuso la creación del esperanto a mediados del siglo XX, pero esa lengua, planificada o construida como fruto de la pasión pangeista de un médico polaco, no es aún una reliquia. En estas fechas hay millones de alumnos inscritos para estudiar esperanto como segunda lengua por todo el mundo. Es un movimiento que se incrementa desde que en 2015 se retomó su enseñanza, y se estima que dos millones de personas lo tienen como segundo idioma.

La humanidad, desde sus orígenes, ha mostrado el más vivo afán por comunicarse y compartir su cultura con los demás pueblos. El hombre necesita cada vez más la comunicación como vía fundamental de su existencia. Una lengua común será fundamental para unir pensamientos, esfuerzos y proyectos, que logren en un futuro ahuyentar la muerte, distribuir y potenciar los recursos, y ser por ende feliz.

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