Me da mí que El Emérito,
Con tantos apremios debe estar perplejo;
Fuera o dentro de su séquito,
Solamente con dar crédito
A uno por segundo, fijo que el pellejo
Se le secaría sin menguarle el rédito;
No da un paso sin el peso
De una cruz por sus pecados, que son muchos,
Haya sido por un beso,
O por dárnoslas con queso:
Guerras en las que aún le quedan cartuchos
Para presto disparar con la sin hueso;
No cabe duda, que a veces,
El callar hasta el momento oportuno
De airear ajenas heces,
Tanto o más, más soeces
Que los Carcomas del Reino, uno a uno,
Cagándose en Dios, las convierten en preces;
Con tal de hablar mal del Rey,
El hecho de volver a España tan pancho,
Cual miembro del Opus Dei,
O cual a su establo el buey,
Tras haber arado malamente el Rancho,
Vociferan que no es oro de ley;
En tan molesto vaivén,
Si cada cual, del Emérito el tren
Lo detiene en su andén,
Para ponerlo fetén,
Puede que, cansado de tanto desdén,
Se tire en marcha con un amén: … ¡Qué les den!.