Si hay un país en el que las vísperas de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca están dando pie a todo tipo de cábalas es Méjico. En los medios todo son conjeturas acerca de qué puede pasar y qué pueden esperar los mejicanos del nuevo presidente de los EE.UU. sabidas las amenazas y barbaridades lanzadas contra los emigrantes en general y los mejicanos en particular.
Se preguntan en qué quedará la anunciada deportación de quienes entraron ilegalmente en el país (se calculan por millones) y también, si llevará a termino la cacareada construcción del muro. Trump es imprevisible. No tiene experiencia política y hasta ahora lo que hizo fue proclamar sus prejuicios. O los de sus nuevos colaboradores. Algunos de ellos señalados por sus ideas racistas y xenófobas. Los emigrantes y el muro no fueron las únicas obsesiones desplegadas durante la campaña.
Trump también cargó contra el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) firmado entre los EE.UU. Canadá y Méjico que establece una zona de comercio libre con un coste reducido en el intercambio de bienes entre los tres países. Entró en vigor en 1994. A pesar de que el dólar es la única moneda que rige los intercambios y eso coloca al peso en situación ancilar, para la economía mejicana sería un golpe muy duro la liquidación del acuerdo. Todo lo que rodea la llegada de Trump es incertidumbre.
Otro tanto sucede en orden a las relaciones con Cuba que son parte del legado de Barack Obama. Trump concretó su amenaza de liquidar el acuerdo: «Si Cuba no se muestra dispuesta a ofrecer un mejor acuerdo para los cubanos, los cubanoamericanos y para el pueblo estadounidense en general» -son las palabras de un tuit suyo tras conocer la muerte de Fidel Castro-. Los optimistas confían en que la condición de empresario del futuro presidente le lleve a moderar sus posiciones optando por soluciones guiadas por el pragmatismo. Quizá sea mucho esperar. Nunca se había visto con tanta intranquilidad el relevo en la Casa Blanca.