Ignacio Camacho

Los escombros del PSOE

La actual zozobra del PSOE no es tanto culpa de la ambición de Susana Díaz como de la gestión catastrófica de Sánchez

Los escombros del PSOE
Ignacio Camacho. PD

EL año en que Pedro Sánchez quiso gobernar lo va a cerrar el PSOE con una estimación de 70 diputados. Convaleciente de una seria fractura interna, descabezado y envuelto en un conflicto de poder orgánico.

Ese es el balance de un dirigente que antepuso su proyecto personal a la consolidación de su liderazgo.

Para ser presidente en España no hace falta ganar elecciones, pero hacerlo adelanta mucho el trabajo. Sánchez despreció ese trámite y se enfrentó a toda la nomenclatura socialista hasta aislarse en un delirio solitario.

En las últimas semanas, los líderes históricos del partido -Gonzaléz, Zapatero, Rubalcaba- han revelado con detalles y por turnos el momento en que perdieron la confianza en él y dejaron de hablarse; con los actuales barones tenía desde hace tiempo todos los puentes volados.

La actual zozobra del PSOE no es tanto culpa de la ambición de Susana Díaz como de la gestión catastrófica del sanchismo.

En vez de ampliar sus apoyos tras ganar las primarias como candidato delegado, se saltó a los dirigentes territoriales y le hizo la pirula a una mentora que si algo tiene demostrado es su dominio conspirativo.

Con su torpeza le regaló a Díaz medio partido, el de los descontentos, el de los relegados, el de los excluidos. Y luego cometió el mayor error, que fue su doble porfía por presidir un Gobierno multipartito.

Si hubiese consentido la investidura de Rajoy en enero habría sido el verdadero referente de una legislatura a su arbitrio.

Sólo logró perder votos, escaños y al final su propio cargo, que acaso todavía sueñe con recuperar porque es un político acostumbrado a cegarse con espejismos. Tal vez lo que intente con su campaña sea evitar el paseo triunfal de su enemiga, forzar la tensión para propiciar el surgimiento de un aspirante tercerista.

A Patxi López le gustaría postularse, pero se ve perdedor frente a un que controla la mitad de la organización en España y el ochenta por ciento en Andalucía.

Por ahí anda Ramón Jáuregui, con Rubalcaba detrás y más dispuesto de lo que en público reconoce; sería un lujo para el país y para la socialdemocracia, que quizá no esté en condiciones de merecérselo.

Cualquier vía de consenso requiere que Díaz dé un paso atrás, y sus rivales están intentando intimidarla, restarle seguridad, crearle dudas, provocarle titubeos. Para tratar de disuadirla le van a plantear una solución de unidad agarrándose a su propio discurso sobre la necesidad de coser los desgarros.

La cuestión es que ella se considera mejor costurera que cualquier adversario. Si se decide a afrontar unas primarias las ganará, pero todo el mundo sabe que prefiere la aclamación y trabaja en una candidatura sin competidores -como sugiere Fernández Vara- aunque no encuentre unanimidad en el entusiasmo.

La suya es una apuesta fuerte: entrar en las ruinas de Ferraz pisando los escombros bajo palio.

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