«Así será el principio y el fin de vuestras vidas, si esta sociedad de progreso y avances tecnológicos nunca vistos sigue asentada en un egoísmo atroz»
Maltrato en una residencia de ancianos. No es la primera vez, ni será la última.
Niños de tres meses enviados a las guarderías donde permanecen más horas que las que sus padres trabajan. Es habitual.
En estas vacaciones de Semana Santa las guarderías, las residencias y los abuelos esclavos han registrado «overbooking» en acogimiento de niños y ancianos.
Esta sociedad de «progreso» que nos depara un futuro de robot, un estallido taumatúrgico de tecnología que hará de los hombres un informe montón atados y hacinados sobre la pira de las nuevas tecnologías para ser inmolados en nombre de la ciencia; da la bienvenida a la vida de cada nuevo nacido metiéndolo en una guardería donde permanecerá años y en horarios que superan los del trabajo de sus padres. A los ancianos les reserva el abandono en residencias – algunas de mala muerte – donde permanecerán hasta el fin de sus días preguntándose, que es lo que han hecho para merecer semejante trato de sus hijos, por los que trabajaron y se sacrificaron años y años.
Momo es un libro escrito por Michael Ende y publicado en 1973. En él, el autor relata como unos hombres malvados roban el tiempo a los hombres y, sobre todo, a los niños. A esos malignos se les conoce con el nombre de «los hombres grises». ¿Somos todos los hombres y mujeres de la segunda mitad del siglo XX y todo lo que llevamos del XXI, seres grises que robamos el tiempo a nuestros niños desde que nacen y más tarde a nuestros ancianos cuando ya no se valen por sí mismos? Parece ser que sí
Hoy, nadie quiere dedicar tiempo a sus niños que representan un contratiempo en las vidas de los adultos. Uno se pregunta muchas veces: ¿por qué tienen niños? Hoy nadie quiere dedicar tiempo a sus ancianos. Este mundo de progreso tecnológico hasta la náusea, de relojes y demás artilugios inteligentes, ha dejado de progresar sociológicamente. En este mundo de cosas raras, de personas baratas, de valores en rebajas y de sentimientos en demolición; no entra en el desarrollo de su progreso, el progreso de la relación entre los seres humanos, del cariño a nuestros niños, del respeto a nuestros ancianos. Un hedonismo y un egoísmo brutal es la característica común a todos los ciudadanos y ese hedonismo y ese egoísmo son sus señas de identidad. ¿Quiénes pagan por este progreso mecanicista y tecnológico ausente de todo sentimiento humano? Como siempre los más débiles: los niños y los ancianos que no pueden defenderse.
Antes, los niños formaban parte de la familia, así como los ancianos. Todos convivíamos en los avatares de la vida; todos nos sentíamos arropados, todos disfrutábamos el tiempo, ese tiempo que ahora se les roba a los niños aparcándolos en una guardería y a los ancianos abandonándolos en esas residencias que parecen gulag donde los solitarios ancianos esperan que la muerte les libre de su cautiverio.
Lo curioso de este aparcar niños y este abandonar ancianos es que, el niño que es hoy aparcado en una guardería será el adulto que abandonará a quien le aparcó. Siendo abandonado más tarde en la residencia por los niños que él aparcó en la guardería Y así en un bucle diabólico de esta sociedad de «progreso»