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Carlos Dávila: «Sánchez e Iglesias son dos narcisistas patológicos»

No van a acudir, como sería recomendable a psiquiatra alguno, pero seguro que tendrán que hacer otras visitas, comparecencias en los tribunales para ser juzgados por las tropelías, las mentiras y la chulería

Carlos Dávila: "Sánchez e Iglesias son dos narcisistas patológicos"
Pablo Iglesias (PODEMOS) y Pedro Sánchez (PSOE). PD

Varios psiquiatras ya han expuesto sin ambages su diagnóstico sobre la personalidad del aún presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Alguno, o algunos muy atrevidos (será porque no trabajan en la Sanidad Pública) le creen un “psicópata narcisista”, una definición que cada día afinan más otros especialistas.

Uno de ellos, que tiene vínculos familiares muy estrechos con un antiguo dirigente del PSOE, viene ahora a sugerir que Sánchez observa un comportamiento exterior compatible, según la expresión típicamente clínica, con un “narcisismo patológico” y otro psiquiatra, profesor de Universidad que pide reiteradamente confidencialidad, asegura que el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, concuerda básicamente con Sánchez sobre todo en sus características psicológicas, o más bien psicopatológicas.

El arriba firmante sólo añadirá que según los técnicos este tipo de personas tienen un ego descomunal que acarrea un trastorno mental con un sentido desmesurado de su propia importancia, y una carencia de empatía con los demás muy asentada. Más o menos les sucede que necesitan fundamentalmente el apoyo y la loa de sus alrededores y, cuando carecen de ésta, se muestran infelices porque se creen merecedores de ella.

Frecuentemente -refieren los especialistas- son mitómanos, o sea, mantienen una clara tendencia a la mentira que puede a veces hacerse crónica, desorbitante, y convertirse en un trastorno permanente de sus actuaciones. Lo que según los psiquiatras y, desde los escritos de su colega alemán Kurt Schneider, muerto en 1967, se denomina científicamente “mal estático de la ideación”. ¿Les suena?

Uno de estos psiquiatras consultados insiste en que no se trata de un enfermo, sino de un individuo con esta muy singular forma de ser.

Algo distinta, pero coincidente en lo esencial, es sin embargo la opinión que los dos expertos mantienen sobre la conducta social y política de Iglesias al que uno de ellos define como “una personalidad casi paranoide con ideas tergiversadas y personales”.

Viene a indicar, además, creo, que la impronta de su herencia familiar altera sus percepciones de la realidad: su canto a un comunismo trasnochado y asesino, y su aversión a todo lo que se asemeje a liberalismo o capitalismo.

Bien: aquí termino con el relato de lo que apuntan estos psiquiatras. Curiosamente, estas determinaciones han subido de tono, digamos que se han reafirmado, tras la conducta de ambos protagonistas en la última semana en el Parlamento.

Las respectivas sobreactuaciones de Sánchez: “¡Viva el 8-M”, y de Iglesias: “¡Cierre la puerta al salir!” dirigida al parlamentario de Vox Iván Espinosa, indican -esto ya lo dicen así los políticos de la oposición- una alteración de las posturas políticas del presidente y vicepresidente del Gobierno.

Un periodista que siguió al segundo aquella Comisión Ejecutiva del PSOE de 2016 en la que sus compañeros de partido defenestraron a Sánchez, cuenta la conducta del hoy presidente incluso en los momentos en que él y sus conmilitones procedieron a pegar un pucherazo en toda regla:

“En ese rifirrafe infame algunos socialistas lloraban, otros gritaban como demonios, otros intentaban que Sánchez no se quedara con las tajadas del partido. Llegado el momento en que los monaguillos del que hasta el momento era secretario general intentaron colocar, en medio de un escándalo descomunal, una urna tras una cortina que envolvía una trampa; pues bien, él se quedó sentado en su silla y sólo dijo literalmente: “¿Qué? ¿votamos?”.

Ese es Pedro Sánchez. En aquella escena de Puerto Urraco quedó reflejada su personalidad.

La trampa y la mentira. Desde luego la más grave es la que él y su equipo, Illa y el pobre descamisado “Doctor Muerte”, Pedro Simón, vienen perpetrando desde hace tres meses.

El miércoles, llegaban al colmo de la figuración: por un lado, informaban de que se habían producido nueve muertos en siete días, y por otro se corregían a sí mismos y declaraban 63. Pero es que, apenas veinticuatro horas después, este jueves, situaban el dato de los fallecimientos en únicamente 5 y los contagios en 56.

O sea, ¿en siete días consecutivos 63 infectados y al día siguiente 56?

No hay por dónde coger esta trapisonda. Si no fuera porque estamos hablando de humanos que han dejado de existir, el caso sería chusco, cómico; así es más que patético, es cruel.

Propio o de desalmados o de personajes que no están bien de la chaveta. Los casos de los jefes de Illa y Simón, Sánchez e Iglesias, se pueden entender acudiendo a un manual de Psiquiatría -que hay muchos y muy buenos- pero el del filósofo, metido a dictador, Salvador Illa, y el de un científico, antes reputado, Pedro Simón, que se ha cargado en noventa días toda su credibilidad profesional, son admisibles?

Sólo se explican porque ambos se han atenido a la obediencia debida a un jefe claramente mitómano, ambicioso en grado sumo, que utiliza cualquier medio con tal de lograr sus propósitos, y que pasa por encima de lo que sea y de quien sea. En esta peripecia incluso por encima de sus propios colaboradores.

Seguro que Iglesias y Sánchez no van a acudir, como sería recomendable a psiquiatra alguno, pero seguro que tendrán que hacer otras visitas, comparecencias en los tribunales (ya hay una cincuentena de causas abiertas) para ser juzgados por las tropelías, las mentiras y la chulería con la que han gobernado estos tres meses de secuestro político que ellos llaman “confinamiento”.

Si esto no sucede es que, efectivamente y como ellos desean, han liquidado la democracia en España. Esto no tiene tratamiento psiquiátrico alguno. No es el nosódromo la institución adecuada, es la que se encuadra en la Administración Penitenciaria.

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