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Un poeta indio escribió que “en la mirada del animal silencioso hay un discurso que sólo el alma del sabio puede comprender verdaderamente”.
En los ojos de los animales he visto la escurridiza mirada de la mala conciencia, esa que por no mirar directamente, delata. Y he visto también reflejado el miedo, la tristeza y la alegría, la cobardía y la valentía, la lujuria… He visto en la mirada de los animales la avaricia, la soberbia y la humildad, la ternura; la bondad y la maldad, la nobleza y la fidelidad… el agradecimiento; y a veces, también algo parecido a la lealtad.
He visto la rabia y la violencia; los celos, el odio… el rencor; y también, en ocasiones, el amor.
Creo que nuestra relación con el resto de los seres vivos, criaturas de Dios, ha llegado a un grado de prepotencia tal que tan solo es superado por nuestro nivel de frívola y cruel superficialidad.
Que no hemos sido capaces de convertir el Mundo en un paraíso para la especie humana, a la vista está; mientras medio mundo pasa hambre e intenta comer para vivir, el otro medio tiene problemas de sobrepeso y parece que vive para comer.
No, no hemos sido capaces de hacer del Mundo un paraíso para la especie humana; pero lo que sí que hemos sido capaces es de convertirlo en un infierno, en una casa de los horrores, para el resto de los seres vivos. Un mundo donde en un arranque de hedonismo desbocado, arrancamos las crías de los pechos de sus madres y las devoramos, y no para sobrevivir, sino para satisfacer nuestra insaciable gula, adobada con las lágrimas cursis de aquellos que tras engullir una cría de mamífero, de esas que llaman ´lechal´, sentencian aquello de ´estaba tan exquisito que me ha hecho llorar…´
Yo sí que te iba a hacer llorar sin parar, payaso.