Antes del 23 J

Estoy en paz con mi alma

La calma en el ojo del huracán

Estoy en paz con mi alma

Si el sátrapa piensa que me he olvidado de él, lo tiene claro. De aquí al 23 J, ya tendrá ocasión de comprobarlo. Mientras tanto, yo a lo mío. Así,  mientras él prepara los ´manidos shows´, a los que nos tiene acostumbrados  cada vez que entramos en época electoral, yo voy a hablar de Dios. Del auténtico, no de aquellos ´narcisos´que se creen Dios. Hablemos pues.

¿Por qué Dios permite el dolor en el mundo? La eterna cuestión.

En 1871 un abogado de Chicago llamado Horatio Spafford, pierde a su único hijo varón. En ese mismo año, pierde todos sus ahorros al quebrar la compañía donde los había invertido. Pasan unos meses, y el gran incendio que asoló Chicago en 1871, destruye su casa y lo poco que le quedaba.

Con el lacerante dolor por el fallecimiento de su hijo de cuatro años, completamente arruinado, y sin ya un techo bajo el que cobijarse, Horatio decide buscar, en el viejo continente, una oportunidad para reconstruir su destrozada vida. A duras penas reúne el dinero necesario para adquirir los pasajes de barco que le llevará a él, a su esposa y sus tres hijas, hasta Europa, pero en el último momento surgen problemas imprevistos, como si ya no tuviese bastantes, y tiene que posponer su partida.

Así de este modo, su familia embarca sin él, en el trasatlántico “SS Ville du Havre”. Durante la travesía del Atlántico, el barco en el que viajaban sus seres queridos es embestido por el buque inglés Lorchean, hundiéndose en apenas 12 minutos. Su mujer logra salvarse, pero sus tres hijas son tragadas por el océano.

Enterado de la tragedia, un abatido Horatio Spafford embarca rumbo a Europa para reunirse con su esposa. Una vez a bordo, hace partícipe al capitán del buque en el que viaja, de la desgracia sucedida, rogándole que le avise cuando estén pasando sobre el lugar del naufragio.

Y así lo hizo el capitán. Llegados al punto de la tragedia, avisó al desconsolado Horatio. Éste se quedó apoyado en la borda contemplando el oscuro abismo azul; la fría tumba de sus hijas.

Seguramente el capitán en algún momento pensó que el atribulado padre iba a saltar al mar, pero en esos momentos Horatio ya había alzado su mirada al cielo. Y así permaneció durante un buen rato hasta que finalmente bajó a su camarote, cogió pluma y papel y escribió una poesía, un canto de alabanza a Dios; un himno cristiano que habría de ser, a partir de entonces, símbolo de consuelo para muchos creyentes, en su amarga travesía por los mares de la aflicción.

Fue el compositor Philip Bliss, quien puso música a la poesía de Horatio Spafford, dando lugar al himno “ESTOY EN PAZ CON MI ALMA” [“It is well with my soul”].

«Si de paz está inundada mi senda, o si por el contrario es cubierta por un mar de aflicción, poco importa; cualquiera que sea mi suerte, diré: Estoy bien… tengo paz; gloria a Dios». Así comienza este emotivo himno cristiano titulado “Estoy en paz con mi alma” [“It is well with my soul”].

A veces el milagro no estriba en eliminar del Mundo la aciaga desgracia, sino en conceder la fuerza necesaria para sobrellevarla, a aquel que la ha padecido. Esa fuerza se llama fe.

El error viene dado por creer que la fe forma parte del ´pack´ de gracias que conlleva el sacramento del bautismo, y las cosas no son así. La fe no es ´café para todos´.

El bautismo no es un ´pack´ en el que la fe va incluida como parte del lote. De ello pueden dar testimonio muchos ateos que en su momento recibieron dicho sacramento y que ahora están a lo que están.

La fe es un don, una gracia, un regalo que Dios otorga a quien le da la gana, cuando le da la gana, y cómo le da la gana, con tan solo una condición: que ese regalo sea pedido; que sea deseado.

Y es que Dios no puede dar la fe a quien no la desea, porque una cosa es que Dios sea Todopoderoso y otra muy distinta que sea contradictorio.

Dios no puede crear al hombre y dotarlo de libre albedrío, para luego violentar su libertad, obligándole a tomar aquello que no desea. Eso sería una contradicción, un absurdo; y contradictorios y absurdos somos los hombres, no Dios.

¿Por qué Dios permite el dolor en el mundo? Juzgamos a Dios con lógica humana, y en eso nos quedamos. Pensamos como hombres, y exigimos que Dios razone y actúe con mentalidad y lógica humana.

«Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”. Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”». Mateo, 16: 21-23.

¿Qué le vamos a contar a Jesucristo del dolor? ¿Qué le vamos a contar a Jesucristo de lo buenos que somos y las injusticias que sufrimos? ¿De verdad hemos comprendido el Evangelio?

Pidamos a Dios que nos ayude en nuestros problemas, pero sobre todo que nos de la fuerza necesaria para sobrellevarlos. Y Él la da. De ello puedo dar fe, y la doy.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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