Lo que nace torcido es imposible de enderezar.

Crónica de una estafa anunciada: historias de la falsa transición de la dictadura a la democracia. Medio siglo de mentiras y «damnatio memoriae», condena al olvido…

Texto para leer atentamente y sin prisas, para «no atragantarse»

Crónica de una estafa anunciada: historias de la falsa transición de la dictadura a la democracia. Medio siglo de mentiras y «damnatio memoriae», condena al olvido…

Introducción

Durante más de medio siglo, la historia reciente de España ha sido objeto de manipulación sistemática, tergiversación y censura encubierta, con el objetivo de presentar la Transición como un triunfo democrático espontáneo y pacífico, ignorando los intereses de élites, las traiciones estratégicas y las pérdidas de soberanía que acompañaron aquel periodo.
El relato oficial ha funcionado como un instrumento de consolidación política, donde se ocultan los logros históricos de la etapa franquista, se magnifica cualquier defecto real o imaginario y se construye una amnesia colectiva que afecta a generaciones enteras.

Este ensayo pretende ser una reconstrucción crítica, basada en hechos históricos, análisis estratégico, evidencia documental y contexto económico, cultural y geopolítico. Su objetivo es revelar la verdadera dimensión de la Transición, las traiciones que la sustentaron y las consecuencias que todavía afectan a España hoy.

España ha sido víctima de un relato cuidadosamente fabricado: la Transición como un triunfo de la democracia, un proceso limpio, consensuado y ejemplar. Sin embargo, detrás de este mito se oculta una realidad mucho más dura: una ingeniería política diseñada para servir a élites extractivas, traicionar la soberanía nacional y consolidar un poder posfranquista cuidadosamente planificado.

Ayn Rand hacía especial hincapié en que “las cuestiones más difíciles de explicar y hacer comprender son aquellas a las que la gente ha renunciado, olvidado… integrando una gran mentira en su esquema de pensamiento y acción”. Esta reflexión define la génesis del problema: generaciones enteras han absorbido un relato deformado, convirtiendo la mentira en verdad histórica aceptada. La narrativa oficial es, en efecto, un caso paradigmático de “una mentira mil veces repetida acaba convirtiéndose en verdad”, siguiendo la máxima de Goebbels y Stalin.

I: La Transición, un gran engaño institucional

1.1. El embuste repetido

La historiografía oficial presenta la Transición como un pacto entre fuerzas enfrentadas, donde el pueblo habría triunfado sobre la dictadura. Nada más lejos de la realidad. La transición fue diseñada por élites que priorizaron su supervivencia política y económica, blindándose judicialmente mediante la Ley de Amnistía de 1977 y asegurando el acceso privilegiado a la riqueza y la influencia. El pueblo español fue espectador, no actor del cambio, mientras la narrativa oficial moldeaba su percepción histórica y colectiva.

1.2. Antifranquistas sobrevenidos

Tras la muerte de Franco, surgieron antifranquistas tardíos, que renunciaron a su colaboración con el régimen cuando este desapareció, copiando un patrón idéntico al observado tras la muerte de Don Miguel Primo de Rivera. Intelectuales, sindicatos (UGT, PSOE) y partidos políticos que en el pasado habían apoyado el directorio o colaborado con el franquismo, ahora condenaban lo que antes aplaudían. Muchos ni siquiera habían nacido en los últimos años del régimen. Esta estrategia de oportunismo ideológico y revisionismo histórico se ha mantenido hasta nuestros días, imponiendo un discurso sesgado y falaz y condenando a la damnatio memoriae, al olvido, a todo lo bueno del régimen posterior a la guerra civil, el régimen del General Francisco Franco.

II: El Ejército y la traición del Sáhara

2.1. El contexto geopolítico del abandono

A comienzos de los años setenta, España mantenía aún el Sáhara Occidental como provincia ultraperiférica, con representación en las Cortes, servicios públicos, educación y presencia de empresas nacionales, como FosBucraa, símbolo de una explotación minera altamente rentable. El Sáhara español era una extensión de la soberanía nacional, y su población, jurídicamente española. A pesar de los intentos del régimen franquista por mantener el control y modernizar la zona, la enfermedad terminal de Franco coincidió con un momento crítico: la creciente presión internacional por la descolonización y la ambición expansionista del Marruecos de Hasán II, respaldado tácitamente por Estados Unidos y Francia, interesados en debilitar la posición estratégica española y consolidar a un aliado fiel en el Magreb.

En ese contexto, el Ejército español estaba preparado para defender el territorio. Las guarniciones en El Aaiún, Smara y Villa Cisneros disponían de material y tropas suficientes para repeler cualquier incursión, y los mandos intermedios, en su mayoría patriotas, se oponían a cualquier cesión sin lucha. Sin embargo, la cadena de mando política ya no respondía a la lógica militar ni a la defensa de la soberanía, sino al cálculo político de una inminente sucesión en el poder. La operación de abandono del Sáhara fue concebida como un acto de sumisión estratégica, no como una retirada forzada.

2.2. La Marcha Verde y la rendición programada

El 6 de noviembre de 1975, mientras Franco agonizaba en la cama del hospital La Paz, Hasán II movilizó a más de 300.000 civiles —supuestamente desarmados— en la llamada Marcha Verde. La presión fue tan simbólica como efectiva: un avance masivo sobre las fronteras españolas, acompañada de maniobras militares marroquíes en retaguardia, en coordinación con el apoyo diplomático norteamericano. Estados Unidos veía en Marruecos un contrapeso a la Argelia socialista y al riesgo de una “revolución de los claveles” a la española que pudiera alterar su control sobre el Mediterráneo.
El Gobierno español, encabezado ya por un Juan Carlos de Borbón en funciones de jefe del Estado, rehusó toda respuesta militar. Las órdenes que llegaron a los mandos fueron de no abrir fuego “bajo ningún concepto”. El Ejército, humillado, asistió impotente a la invasión simbólica de un territorio que podía haberse defendido en cuestión de horas. Técnicamente, la victoria militar española estaba asegurada: la superioridad aérea, logística y táctica era total. Pero la orden política fue clara: retirarse.

El 14 de noviembre, en los Acuerdos de Madrid, España firmó la entrega de la administración (no de la soberanía) del Sáhara a Marruecos y Mauritania, violando tanto el Derecho Internacional como las resoluciones de la ONU que exigían un referéndum de autodeterminación. Fue una traición jurídica, política y moral: el territorio español quedó abandonado y sus habitantes —ciudadanos de pleno derecho— fueron entregados al invasor. Cientos de familias españolas y saharauis huyeron en caravanas por el desierto, perseguidas por la aviación marroquí que bombardeó con napalm y fósforo blanco los campamentos de refugiados.

2.3. Silencio, propaganda y olvido

La prensa española, ya domesticada por la inminente transición, minimizó los hechos. Se habló de “acuerdo amistoso”, de “retirada ordenada” y de “transferencia temporal de la administración”. La censura impuso un velo sobre la tragedia: las imágenes de los bombardeos, del éxodo y del abandono de las banderas españolas no aparecieron en televisión. La memoria del Sáhara fue borrada sistemáticamente de los libros escolares y de la historia oficial de la Transición, que necesitaba construir un relato épico de consenso, no de cobardía.

El nuevo régimen monárquico se benefició del silencio: el Ejército, desmoralizado y despojado de su misión nacional, fue progresivamente apartado de la política. El Sáhara fue el primer precio de la “democracia pactada”, el sacrificio simbólico que permitió a Juan Carlos de Borbón presentarse ante Occidente como un monarca dócil y europeísta, aceptable para Washington y Bruselas.

2.4. La consecuencia: humillación y sometimiento

El abandono del Sáhara marcó el inicio del sometimiento estratégico de España. La pérdida de ese territorio no fue solo geográfica: significó la desintegración del concepto mismo de soberanía. El Ejército, que había jurado defender la integridad territorial, fue traicionado desde arriba. La monarquía emergente entendió que una institución militar fuerte, con sentido nacional, sería un obstáculo para el proceso de transición controlada.

En el plano internacional, la claudicación española consolidó el expansionismo marroquí y abrió una herida aún no cerrada: Marruecos continúa ocupando ilegalmente el Sáhara Occidental, ignorando las resoluciones de la ONU, mientras España se mantiene como potencia administradora de iure sin ejercer ninguna de sus obligaciones de facto. Los saharauis, muchos de ellos nacidos con nacionalidad española, viven desde entonces en los campamentos de Tinduf, en el exilio, y su causa sigue siendo un testimonio vivo del abandono moral de España.

2.5. Reflexión estratégica y moral

La defensa del Sáhara era posible. La superioridad táctica y logística española garantizaba una victoria militar rápida y disuasoria. No hubo derrota, sino rendición programada. Si España hubiera defendido su territorio, el Ejército habría mantenido su prestigio, su moral y su papel en la política nacional. Probablemente, una institución militar reforzada habría condicionado los términos de la transición, impidiendo la subordinación de España a intereses externos y a un modelo político diseñado desde los despachos de Washington y Bonn.

Pero el precio que se pagó fue otro: la destrucción del orgullo nacional, la subordinación de la soberanía y la instauración de una monarquía sustentada sobre la claudicación. El Sáhara fue el sacrificio fundacional del nuevo régimen. Su abandono no fue un accidente ni un error, sino un acto deliberado, una traición calculada a la patria y a los hombres que habían jurado defenderla.

2.6. El aparato documental y jurídico de la traición

2.6.1. España como potencia administradora “de iure”

El Derecho Internacional es claro: el Sáhara Occidental continúa siendo, a ojos de las Naciones Unidas, un territorio no autónomo pendiente de descolonización, cuya potencia administradora legal sigue siendo España. Así lo establecen las resoluciones de la Asamblea General 2072 (XX) de 1965, 2229 (XXI) de 1966 y 3292 (XXIX) de 1974, que exigían a España la organización de un referéndum de autodeterminación. Ninguna de ellas autorizaba una transferencia de soberanía ni de administración a terceros Estados.

España, sin embargo, incumplió deliberadamente sus obligaciones internacionales. Los Acuerdos de Madrid del 14 de noviembre de 1975, firmados entre España, Marruecos y Mauritania, carecen de validez jurídica conforme al derecho internacional. En ningún momento fueron registrados ante la Secretaría General de la ONU ni aprobados por el Consejo de Seguridad. De hecho, el Dictamen del Asesor Jurídico de Naciones Unidas, Hans Corell, de 2002, ratificó la nulidad de esos acuerdos, afirmando que “España no puede considerarse exenta de sus responsabilidades internacionales respecto al territorio mientras no se complete el proceso de descolonización”.

El Comité Especial de Descolonización de la ONU ha reiterado cada año, desde 1975 hasta hoy, que el Sáhara Occidental sigue siendo un territorio pendiente de descolonizar, y que el pueblo saharaui mantiene el derecho inalienable a la autodeterminación. España, como antigua potencia administradora, no puede alegar desconocimiento ni exonerarse moralmente de su deber.

2.6.2. El papel del Tribunal Internacional de Justicia

El 16 de octubre de 1975, apenas semanas antes de la Marcha Verde, el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) emitió su histórico Dictamen Consultivo sobre el Sáhara Occidental. En él, el TIJ reconocía que no existían vínculos de soberanía territorial entre Marruecos o Mauritania y el Sáhara Occidental que pudieran justificar una anexión. El tribunal fue taxativo: “No se ha establecido ningún vínculo de soberanía territorial entre el territorio del Sáhara Occidental y el Reino de Marruecos o la entidad mauritana”.

La conclusión era inequívoca: el pueblo saharaui debía ejercer su derecho de autodeterminación libremente. La respuesta de Hasán II fue lanzar la Marcha Verde, desafiando el dictamen jurídico más importante del siglo XX en materia de descolonización. España, lejos de defender el fallo internacional, se alineó de facto con quien lo vulneraba.

2.6.3. Los Acuerdos de Madrid: un fraude jurídico

Los denominados “Acuerdos Tripartitos de Madrid” son una ficción diplomática. Firmados el 14 de noviembre de 1975 por el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro; el ministro de Asuntos Exteriores, Pedro Cortina Mauri; el primer ministro marroquí Ahmed Osman; y el ministro mauritano Hamdi Ould Mouknass, el documento carecía de rango de tratado internacional. Fue un acuerdo político secreto, no sometido a ratificación parlamentaria ni a publicación oficial en el Boletín del Estado, como exige el artículo 94 de la Constitución de 1967 (entonces vigente).

Su contenido real, filtrado años más tarde, consistía en una simple cesión administrativa temporal del territorio, sin transferencia de soberanía. España se comprometía a retirarse militarmente, cediendo la explotación de los recursos naturales (fosfatos, pesca, hierro) a cambio de garantías económicas. Fue, en suma, una venta disfrazada de acuerdo internacional.

El acto violó principios esenciales del Derecho Internacional:

  • El principio de autodeterminación de los pueblos (artículo 1 de la Carta de la ONU).
  • El principio de integridad territorial de las potencias administradoras.
  • Y el principio de no transferencia de autoridad sobre territorios no autónomos sin consulta popular.
  • La ONU, en su resolución 3458 (XXX) del 10 de diciembre de 1975, reafirmó que el Sáhara Occidental debía ser descolonizado mediante referéndum, ignorando los acuerdos de Madrid por considerarlos sin validez.

2.6.4. El silencio europeo y la hipocresía occidental

Ni la entonces Comunidad Económica Europea ni Estados Unidos condenaron la ocupación. Al contrario, Washington y París facilitaron apoyo logístico y diplomático a Marruecos, viendo en Hasán II un aliado clave contra la expansión soviética en África del Norte. España fue presionada por Henry Kissinger para no resistir, bajo la amenaza velada de complicar su futura entrada en los organismos occidentales.

La cobardía de las élites españolas se tradujo en un silencio humillante. Mientras el Ejército se retiraba en columnas ordenadas hacia Canarias, miles de saharauis emprendían el éxodo hacia Tinduf, perseguidos por la aviación marroquí. El Gobierno español negó su responsabilidad y rehusó repatriar a los saharauis con documentación española. Los diplomáticos occidentales celebraron la “transición pacífica” y el “nuevo espíritu europeo” de la monarquía.

2.6.5. Consecuencias jurídicas y políticas permanentes

Desde el punto de vista del Derecho Internacional, España sigue siendo responsable de iure del territorio. Cada año, las Naciones Unidas reiteran su condición de “potencia administradora”, aunque el Estado español actúe como si no lo fuera.

El Consejo de Seguridad y la Asamblea General han exigido reiteradamente la organización de un referéndum de autodeterminación, obstaculizado por Marruecos con la complicidad de las potencias europeas.

El dictamen del Parlamento Europeo de 1999, así como los fallos del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en 2016, 2018 y 2021, han confirmado que el Sáhara Occidental es un territorio separado y distinto de Marruecos, y que los acuerdos comerciales o pesqueros firmados por la UE con Marruecos no pueden aplicarse al Sáhara sin el consentimiento del pueblo saharaui. Sin embargo, España —y Bruselas— siguen violando esas sentencias con impunidad.

2.6.6. La dimensión moral de la traición

Más allá del plano jurídico, el abandono del Sáhara fue una traición moral a miles de compatriotas y aliados. La “España del consenso” construyó su legitimidad sobre el silencio y el olvido. Los militares que defendieron el territorio fueron marginados, los saharauis olvidados, y la historia, borrada de los libros. El nuevo régimen democrático prefirió erigir su mito fundacional sobre una mentira: la paz conseguida a cambio de la dignidad perdida.

El caso del Sáhara resume la crisis de la conciencia nacional española. El Estado renunció a su responsabilidad histórica, se subordinó a intereses extranjeros y destruyó la confianza entre las Fuerzas Armadas y la nación. A partir de ese momento, España dejó de actuar como potencia soberana para convertirse en pieza menor dentro del tablero atlántico y europeo.

III: La Transición como pacto de impunidad

3.1. La traición del Sáhara como antecedente

La entrega del Sáhara Occidental en noviembre de 1975 no fue un hecho aislado ni una simple consecuencia de la muerte de Franco; fue la primera gran operación de remodelación política y geoestratégica de la España posfranquista. Al abandonar el territorio y humillar al Ejército, las elites emergentes garantizaban dos objetivos fundamentales:

  • Neutralizar al Ejército, evitando que un cuerpo armado profesional y respetado se convirtiera en actor autónomo capaz de cuestionar la implantación de la monarquía borbónica y la agenda de partidos emergentes.
  • Asegurar la impunidad de los responsables del nuevo régimen, quienes, desde la Moncloa o la Corte, diseñaban la transición sin enfrentarse a la justicia por decisiones históricas discutibles o ilegales, como la cesión encubierta de territorios y recursos estratégicos.
  • El abandono del Sáhara sentó el modelo de transición: pactos entre élites, silencios estratégicos, ocultación documental y la construcción de un relato oficial que disfrazara la cesión como “gesto de paz” o “retirada ordenada”.

Esta dinámica sería replicada en todos los ámbitos de la vida política, económica y judicial durante los años posteriores.

3.2. Pacto de impunidad y ley de amnistía

El 15 de octubre de 1977 se aprobó la Ley de Amnistía, pieza clave para consolidar el régimen posfranquista. Esta norma no solo liberó a presos políticos del franquismo, sino que, sobre todo, blindó judicialmente a quienes habían ejercido el poder durante los años finales del régimen.

De esta manera, los responsables de la entrega del Sáhara, la represión selectiva interna y las decisiones estratégicas controvertidas quedaron exonerados de toda responsabilidad legal, estableciendo un precedente peligroso: la política en España podía desarrollarse sobre la base del silencio, la manipulación y la impunidad.

El pacto no se limitó al ámbito judicial: el nuevo sistema parlamentario, los primeros gobiernos monárquicos y los partidos emergentes heredaron estructuras económicas, educativas y mediáticas diseñadas para perpetuar sus intereses, consolidando una oligarquía posfranquista que reemplazaba la autoridad del Caudillo por la suya propia.

3.3. Silencios estratégicos y manipulación de la historia

Desde la entrega del Sáhara hasta el presente, el relato oficial ha construido un mito de transición pacífica y democrática que oculta tres realidades fundamentales:

La continuidad de las elites: la transición no depuró el poder; lo adaptó, blindando a quienes habían gobernado durante el franquismo y facilitando su integración en partidos y estructuras democráticas emergentes.

El abandono de intereses estratégicos nacionales: el Sáhara no fue el único territorio cedido, sino el primer ejemplo de subordinación internacional en decisiones estratégicas, replicado luego en política económica, energética y de seguridad.

La construcción de la versión oficial: escuelas, universidades y medios de comunicación reprodujeron un discurso parcial, tergiversado y cuidadosamente editado, que convirtió el pacto de impunidad en un acto de consenso nacional y ocultó los sacrificios y traiciones reales.

Este relato se mantuvo mediante un sistema de amnistía cultural y mediática, lo que puede calificarse de damnatio memoriae posmoderna: el olvido deliberado de logros nacionales, desastres estratégicos y la manipulación sistemática de la memoria colectiva.

3.4. El papel de los partidos emergentes

Los partidos que surgieron durante la transición no fueron agentes espontáneos de democracia, sino instrumentos de consolidación de la impunidad. PSOE, UCD y otras formaciones replicaron un esquema ya ensayado:

  • Blindaje político y judicial: ningún miembro de la elite posfranquista debía ser responsabilizado por decisiones controvertidas.
  • Subordinación a intereses extranjeros: la aceptación de condicionamientos europeos, norteamericanos y marroquíes fue facilitada por un discurso de “modernización” y “entrada en el mundo occidental”.
  • Neutralización de la oposición interna: grupos disidentes fueron incorporados, cooptados o silenciados, garantizando que la estructura de poder permaneciera intacta bajo apariencia democrática.

En síntesis, los partidos de la transición consolidaron un sistema de impunidad institucionalizada, con la apariencia de democracia, pero funcionalmente diseñado para proteger a quienes habían dirigido España durante la crisis final del franquismo. Éste fue el verdadero «consenso» del que tanto se jactan quienes entonces lo parieron…

3.5. Impacto sobre la soberanía y el Ejército

La traición del Sáhara y la arquitectura del pacto de impunidad tenían un efecto directo sobre la soberanía nacional y la autoridad militar:

El Ejército quedó subordinado políticamente y privado de autonomía estratégica.

La defensa de intereses nacionales, especialmente recursos naturales y territorios, quedó supeditada a intereses internacionales y de elite.

Se instauró un patrón de conducta: cesión y subordinación en lugar de defensa activa de la nación, replicado en política económica, energética y diplomática hasta hoy.

El resultado fue un Ejército profesional despolitizado, pero impotente frente a decisiones de alto impacto estratégico, y una ciudadanía desinformada, obligada a aceptar la narrativa oficial sobre una transición que, en realidad, fue una operación de consolidación de poder y perpetuación de la impunidad.

3.6. Conclusión: la transición como estafa histórica

El proceso de transición no fue un logro democrático sino una gran estafa institucional. La entrega del Sáhara fue su primer acto, la Ley de Amnistía su segundo, y la narrativa educativa y mediática su tercer instrumento.

La España democrática que emergió no era fruto del consenso popular ni de la voluntad ciudadana, sino resultado de un pacto secreto entre élites: blindaje político, subordinación internacional y manipulación histórica. El mito de la transición pacífica sirve hoy como herramienta de legitimación ideológica, ocultando los sacrificios, traiciones y renuncias que cimentaron el sistema posfranquista.

IV: Proyecto Islero: España y la bomba que no fue

4.1. Contexto geopolítico: una nación al borde de la autonomía estratégica

Durante los últimos años del régimen de Francisco Franco, España atravesaba un momento crítico respecto de la seguridad nacional y su proyección internacional. La Guerra Fría marcaba cada decisión estratégica: la URSS consolidaba su influencia en Europa del Este y el Mediterráneo, mientras Estados Unidos buscaba aliados sólidos frente al expansionismo soviético. En este contexto, Marruecos, bajo Hasán II, se perfilaba como un vecino imprevisible y reivindicativo, especialmente respecto al Sahara Español y a la soberanía sobre enclaves como Ceuta y Melilla.

Fue en este marco de tensión geopolítica en el que surgió el Proyecto Islero, llamado así en homenaje al toro que mató a Manolete: un nombre que evocaba fuerza, precisión y peligro. Su objetivo no era ofensivo ni imperialista: se concebía como un instrumento de disuasión estratégica, una garantía de soberanía frente a amenazas externas y un mecanismo para asegurar la independencia política y militar de España en un mundo cada vez más polarizado.

El proyecto estaba cuidadosamente planificado: implicaba a científicos, ingenieros y militares de primer nivel, muchos de ellos veteranos de investigaciones nucleares y armamentísticas en Francia y Alemania. Se pretendía desarrollar un arma nuclear en el menor tiempo posible, sin comprometer la estabilidad interna, y con total secreto, evitando que las potencias extranjeras pudieran interferir en su progreso antes de que España alcanzara un nivel mínimo de autonomía estratégica.

4.2. Avances técnicos y colaboraciones: inteligencia y aprendizaje

El accidente de Palomares (1966), en el que cuatro bombas termonucleares estadounidenses cayeron accidentalmente en territorio español, jugó un papel crucial. Lejos de considerarse únicamente un accidente, el hecho ofreció información científica y técnica valiosa sobre materiales fisibles, mecanismos de detonación, protocolos de seguridad y métodos de manipulación de armas nucleares de alta potencia. Los ingenieros españoles estudiaron exhaustivamente los informes de recuperación, transporte y manejo, aprovechando conocimientos que habrían costado décadas de investigación independiente.

Paralelamente, se establecieron colaboraciones discretas con Francia, país avanzado en tecnología nuclear militar, bajo canales diplomáticos y militares cuidadosamente sellados. Científicos españoles compartieron datos sobre física nuclear, enriquecimiento de uranio y técnicas de explosión controlada. Además, oficiales del Ejército del Aire y del Ejército de Tierra participaron en simulaciones de transporte y despliegue, anticipando escenarios de defensa nacional en caso de conflicto con Marruecos u otras potencias regionales.

El proyecto Islero no se limitaba a la teoría: se diseñaron prototipos de laboratorio, se estudiaron materiales nucleares propios y se elaboraron planes logísticos y estratégicos que incluían bases secretas en el interior peninsular y en el Sahara Español, concebido como posible depósito seguro de armamento en caso de emergencia. La estrategia combinaba autonomía tecnológica, capacidad de reacción rápida y un factor disuasorio frente a vecinos agresivos.

4.3. Desactivación deliberada: factores internos y externos

A pesar del impulso técnico y estratégico, el proyecto Islero fue desactivado antes de alcanzar su madurez. La paralización fue consecuencia de una conjunción de factores internos y externos:

Presiones estadounidenses: Estados Unidos, que controlaba el Mediterráneo y la OTAN, consideraba que la posesión de armas nucleares por parte de España alteraría el equilibrio de poder regional. Washington ejerció presión directa sobre el gobierno español para frenar el proyecto, amenazando con sanciones económicas y militares en caso de avance unilateral.
Reticencias internas: Entre ciertos tecnócratas del régimen, existía miedo al aislamiento internacional y a posibles repercusiones económicas, especialmente considerando que España aspiraba a integrarse en mercados europeos y obtener legitimidad internacional en la etapa de transición.

Decadencia política del franquismo: La enfermedad y posterior muerte de Franco en 1975 provocaron un vacío de liderazgo que afectó directamente al proyecto. Sin el Caudillo como garante de la decisión estratégica, las fuerzas internas que podían empujar el proyecto hacia adelante se dispersaron, priorizando la transición política sobre la seguridad estratégica.

El doble fracaso estratégico resultante fue devastador:

Por un lado, España perdió la oportunidad de consolidar un mecanismo de disuasión propio, capaz de garantizar la autonomía frente a vecinos y presiones internacionales.

Por otro, se consumó la entrega del Sahara Español, debilitando la soberanía nacional y dejando sin protección a miles de ciudadanos españoles y saharauis nacionalizados. La renuncia a Islero y la cesión del Sahara simbolizan una misma lógica: subordinación a intereses externos y priorización de la supervivencia política de una elite emergente sobre la seguridad y soberanía nacional.

En suma, el Proyecto Islero representa lo que España pudo haber sido: una nación capaz de defender su territorio y proyectar independencia estratégica. La desactivación deliberada refleja, en cambio, la traición a la autonomía nacional, la renuncia a la defensa del Sahara y la entrega de la soberanía a intereses externos, un patrón que se repetiría durante la Transición y la posterior incorporación a la Unión Europea.

V: España y la Unión Europea: la gran estafa. España, colonia económica de Europa

5.1. Adhesión a la CEE

La adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, consumada el 1 de enero de 1986, de la que pronto se cumplen 40 años, fue presentada como el salto definitivo hacia la modernidad, la prosperidad y la consolidación democrática. Durante meses, los medios repitieron hasta el hartazgo el mismo eslogan: “España, por fin, vuelve a Europa”. Pero en realidad, el proceso de integración supuso una cadena de cesiones, renuncias y sometimientos que hipotecaron la soberanía nacional a cambio de una apariencia de progreso, un espejismo cuidadosamente construido por las élites políticas y mediáticas de la recién inaugurada democracia.

Los acuerdos de adhesión fijaron límites productivos y condicionaron sectores estratégicos enteros. España no se incorporó como socio igual, sino como siervo dócil dispuesto a aceptar las reglas de los grandes —Francia y Alemania— a cambio de subvenciones estructurales y del reconocimiento simbólico de “democracia homologada”.

A partir de entonces, la soberanía económica, energética, industrial, agrícola y monetaria quedó supeditada a Bruselas. El país que en los años setenta se había situado como novena potencia industrial del mundo, con un sistema educativo técnico sólido y una red de investigación en expansión, inició un proceso de desmantelamiento planificado, en nombre de la “convergencia europea”.

España renunció a su moneda, a su política fiscal, a su independencia energética, a su capacidad para diseñar políticas agrarias adaptadas a su geografía y a su mercado. Bruselas dictaba, Madrid obedecía. La “modernización” fue, en realidad, una asimilación colonial.

5.2. Consecuencias económicas y sociales

Desindustrialización: la reconversión como desguace
Entre 1986 y 1996, el proceso conocido como reconversión industrial —eufemismo cuidadosamente escogido por el gobierno socialista de Felipe González— liquidó amplios sectores de la producción nacional.

Desaparecieron o fueron privatizadas empresas emblemáticas: Altos Hornos de Vizcaya, Ensidesa, Astilleros Españoles, SEAT (vendida a Volkswagen), Pegaso (absorbida por Iveco), CASA (entregada a Airbus), Iberia, Endesa, Telefónica, Tabacalera, CAMPSA, Unión Explosivos Río Tinto, ENASA, entre muchas otras.

España pasó de ser un país con industria pesada, metalurgia, siderurgia, construcción naval, automoción nacional y energía propia, a convertirse en una plataforma de ensamblaje de capital extranjero.

Según datos de Eurostat, la participación del sector industrial en el PIB español cayó del 36% en 1975 al 15% en 2000, y hoy apenas supera el 13%, muy por debajo de Alemania (24%) o Italia (19%). Los empleos industriales de calidad fueron sustituidos por servicios precarios, turismo masivo y economía especulativa.

El resultado fue un país dependiente del exterior para casi todo: desde maquinaria pesada hasta tecnología, desde automóviles hasta fertilizantes. Las llamadas “ayudas europeas” —los fondos FEDER y de cohesión— no eran más que indemnizaciones por la destrucción planificada del aparato productivo nacional, a cambio de garantizar que España no compitiese con el núcleo franco-alemán.

Agricultura y pesca: de potencia productora a país subvencionado

El campo español, que durante el franquismo se había tecnificado y exportaba masivamente frutas, vino, aceite y hortalizas, fue otro de los grandes damnificados.

Con la Política Agraria Común (PAC), España aceptó cuotas de producción y sacrificio de excedentes. Miles de hectáreas fueron abandonadas para cumplir los “cupos” europeos; se pagaba a los agricultores por no producir.

El sector pesquero fue arrasado por los acuerdos de “reparto de caladeros”: reducción de flota, destrucción de barcos, y pérdida de derechos históricos en aguas ricas donde los pescadores españoles faenaban desde hacía siglos —desde el Atlántico hasta Terranova y el Índico.

A cambio, se ofrecieron subvenciones compensatorias que apenas cubrían el 20% de las pérdidas reales. Entre 1986 y 2000, España perdió más del 40% de su flota pesquera y vio desaparecer más de 200.000 explotaciones agrarias familiares.

Mientras tanto, los productos agrícolas franceses, italianos y alemanes inundaban el mercado español, beneficiados por subvenciones mayores y una logística continental más desarrollada. España se convirtió en consumidor neto de productos europeos, pese a su clima y su tradición agraria.

Educación, ciencia y degradación del conocimiento

La integración europea trajo consigo el espejismo de la “armonización educativa”. Se destruyó el sólido sistema técnico y científico heredado de los años sesenta, centrado en la excelencia, la formación profesional y la meritocracia.

La Ley General de Educación de 1970, que había modernizado la enseñanza y democratizado el acceso a la universidad, fue sustituida por modelos pedagógicos igualitaristas, importados de la UNESCO y de Bruselas, que diluyeron la exigencia y rebajaron el nivel de conocimiento.

España pasó de formar ingenieros, médicos y técnicos reconocidos internacionalmente a producir generaciones de titulados universitarios sin formación práctica ni rigor académico. Las universidades se politizaron, el mérito se sustituyó por el activismo y la burocracia, y el sistema científico fue absorbido por las redes de financiación comunitaria, que priorizaban proyectos ideológicos —“transición ecológica”, “igualdad de género”, “diversidad”— por encima de la investigación aplicada o tecnológica.

Dependencia estructural y pérdida de soberanía

El resultado de todo este proceso fue la dependencia integral de Bruselas y del capital extranjero.

Hoy, más del 50% de las empresas estratégicas españolas (energía, telecomunicaciones, banca, alimentación, transporte) están controladas por capital francés, alemán, estadounidense o catarí.

La balanza comercial lleva décadas en déficit estructural; España importa más de lo que exporta y depende energéticamente del exterior.

El euro, adoptado en 1999, eliminó cualquier posibilidad de política monetaria propia: ya no se podía devaluar la moneda para ganar competitividad, ni diseñar estímulos fiscales según las necesidades nacionales.

España se convirtió, de facto, en una colonia económica de la Europa del Norte: proveedora de mano de obra barata, destino turístico y receptora de excedentes industriales ajenos. Bruselas dicta las normas, Madrid las ejecuta.

La promesa de convergencia se ha convertido en una brecha permanente: el PIB per cápita español ha pasado de equivaler al 90% del promedio europeo en 2004 al 78% en 2024 (Eurostat).

5.3. Estrategia de las élites: blindaje y manipulación

La integración europea no fue un error técnico, sino una estrategia política consciente de las élites surgidas de la Transición.

La adhesión sirvió para legitimar el nuevo régimen monárquico y garantizar la continuidad de sus beneficiarios: los antiguos tecnócratas, transformados en “demócratas europeístas”, y las élites económicas del tardofranquismo, recicladas en oligarquías financieras.

La pertenencia a la CEE permitió blindar judicial y políticamente a los responsables del régimen, asegurar su fortuna, controlar los medios y reconvertir la obediencia de antaño al Caudillo en obediencia a Bruselas.

El europeísmo fue el nuevo dogma de Estado: cuestionarlo equivalía a ser “antimoderno”, “reaccionario” o “antieuropeo”.

En la práctica, España entregó su soberanía a cambio de protección simbólica. La “Europa democrática” sirvió de escudo moral para un régimen de partidos corrupto, una monarquía sin raíces y una clase política sin proyecto de nación.

Las instituciones europeas proporcionaron el marco perfecto para la impunidad y la mediocridad: el poder real se trasladó a Bruselas, mientras en Madrid solo quedaba la escenografía.

Conclusión

La adhesión de España a la Unión Europea no fue un acto de integración, sino de subordinación.

El país que había alcanzado la novena posición mundial en industria y desarrollo tecnológico, que había logrado alfabetizar a toda su población y establecer un modelo educativo sólido, fue reducido a colonia funcional de las potencias del norte.

La agricultura, la industria, la pesca, la ciencia y la educación se sacrificaron en el altar del europeísmo; las subvenciones fueron el opio del nuevo vasallaje.

Como diría Ayn Rand, “las cuestiones más difíciles de explicar y hacer comprender son aquellas a las que la gente ha renunciado, olvidado… integrando una gran mentira en su esquema de pensamiento y acción”.
Y la mentira, repetida mil veces, se consolidó en el imaginario nacional: que Europa nos trajo progreso, que sin Europa no seríamos nada.

Cuando, en realidad, fue Europa —o más exactamente, Bruselas— la que convirtió a España en un vasallo dócil, sin industria, sin soberanía, sin voz y sin memoria.

VI: Manipulación histórica y educación
España, una fábrica de amnesia, de desmemoria

6.1. La damnatio memoriae

Pocas operaciones culturales han sido tan eficaces como la que se ejecutó en España a partir de la Transición: una damnatio memoriae sistemática, meticulosamente planificada, que reescribió la historia reciente del país hasta convertirla en una caricatura moral. En apenas una generación, los logros materiales, científicos, tecnológicos y sociales de la España del desarrollo —la que pasó de la cartilla de racionamiento al Seat 600, de la malaria a la Seguridad Social universal, de los caminos de tierra a la red de autopistas— fueron arrojados al vertedero de la memoria pública. Se instauró, en su lugar, un relato penitencial, un mito de redención democrática según el cual todo lo anterior a 1978 fue tiniebla, opresión y atraso.

Los manuales escolares eliminaron cualquier vestigio de reconocimiento a las políticas de alfabetización, al impulso científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a los planes de industrialización o al desarrollo de la red universitaria. Las estadísticas del crecimiento económico —que colocaban a España entre las nueve mayores economías del planeta a finales de los años 60— desaparecieron de la memoria colectiva. Se decretó un silencio total sobre el hecho de que el país había duplicado su renta per cápita en apenas una década, o que el éxodo rural dio lugar a una de las clases medias más amplias de Europa.

Esta amputación histórica no fue fruto del descuido, sino de una ingeniería cultural. Se trataba de borrar la legitimidad de cualquier pasado que pudiera cuestionar el nuevo consenso ideológico nacido de la Constitución de 1978: un consenso basado en la demonización del régimen anterior, la glorificación abstracta de la “democracia” como fetiche y la negación de los hechos empíricos. En otras palabras, se destruyó la historia para justificar el presente.

El resultado fue una forma de autodesprecio nacional cuidadosamente inducido: generaciones enteras crecieron convencidas de que España había sido siempre un país atrasado, oscurantista y violento hasta que Europa —la palabra mágica— vino a rescatarlo de sí mismo. El mito sustituyó al dato. Y la pedagogía del remordimiento se convirtió en política de Estado.

6.2. La educación como instrumento de mentira

La escuela española, desde la reforma educativa de 1990 (LOGSE) hasta las sucesivas leyes ideológicas de los gobiernos de izquierda y derecha, ha sido el laboratorio principal de esta manipulación. Se desmanteló el principio meritocrático, se suprimió la exigencia y se sustituyó el estudio por la “educación en valores” y la “pedagogía emocional”. En lugar de transmitir conocimientos, se fabrica consenso. En lugar de pensamiento crítico, se enseña conformismo sentimental.

Los programas de historia presentan una visión sesgada, parcial y fragmentada del pasado nacional. Se invierte la cronología moral: el progreso técnico o científico del siglo XX se borra, mientras se magnifica un discurso falaz de “resistencia democrática” que convierte a la oposición marginal en héroes fundacionales de la España moderna. Se eliminan contextos, se ocultan comparaciones con otros países, y se inculca al alumno una visión culpabilizadora de su propio país. En el mejor de los casos, la historia de España se enseña como una sucesión de guerras, fanatismos y fracasos colectivos; en el peor, como un continuo delito moral contra los demás pueblos.

El resultado es una generación desarraigada, privada de referentes históricos y de orgullo nacional. La enseñanza de la historia se ha convertido en un mecanismo de desactivación cultural. Si el ciudadano ignora de dónde viene, no puede comprender por qué está donde está ni reclamar nada a quien lo gobierna. Una población sin memoria es una población dócil.

Las universidades, lejos de corregir el rumbo, amplifican la distorsión. Facultades de Historia y de Ciencias Sociales se transformaron en centros de catequesis ideológica, donde se premia el dogma y se castiga la heterodoxia. El discurso posmoderno, importado de Francia y Estados Unidos, consolidó una visión relativista del pasado: todo es interpretación, nada es verificable. Así, la verdad histórica se diluye en narrativas emocionales, y la crítica se confunde con militancia. La historia deja de ser una disciplina científica para convertirse en un campo de reeducación política.

La televisión, la prensa y el cine cerraron el círculo. Las productoras audiovisuales financiadas por el Estado multiplicaron las series y documentales sobre la Guerra Civil y el franquismo, repitiendo una misma estructura moral: buenos y malos, víctimas y verdugos. Ningún matiz, ningún contraste. Las mismas imágenes se reciclan desde hace cincuenta años. Mientras tanto, no existe una sola gran serie documental sobre la industrialización, el desarrollo tecnológico o el milagro económico de los sesenta. El mensaje es claro: no hubo mérito, solo culpa. No hubo nación, solo crimen.

6.3. Consecuencias culturales y sociales

Esta manipulación ha producido un fenómeno singular: los españoles son educados para despreciarse. España padece un síndrome de amnesia programada que impide la continuidad histórica de su identidad. El pueblo español vive en un presente perpetuo, sin pasado y sin proyecto, convencido de que todo lo bueno viene de fuera y todo lo malo de dentro. Este vacío cultural es el caldo de cultivo perfecto para la colonización ideológica y económica: quien no tiene memoria, no tiene defensa.

El deterioro de la educación —confirmado por cada informe PISA— no es un accidente, sino una consecuencia directa de este proceso. El descenso del nivel de exigencia, la degradación del lenguaje, la desaparición del esfuerzo intelectual como valor, todo ello responde a un mismo objetivo: neutralizar la capacidad crítica del ciudadano. Una sociedad desinformada y emocionalmente manipulada no cuestiona el poder; lo venera. La pedagogía moderna ha logrado lo que ningún régimen autoritario consiguió: la obediencia voluntaria.

En el plano cultural, la mentira ha sustituido al arte como instrumento de cohesión. El cine, la literatura subvencionada y la prensa dependen de la corrección política para sobrevivir. La historia nacional se ha convertido en una sucesión de tabúes. No se puede hablar del progreso técnico del franquismo, ni del desastre económico de los años 80, ni de la corrupción estructural de la democracia. Todo se sacrifica en el altar de la narrativa redentora. Y la juventud, privada de raíces, se refugia en identidades artificiales, modas globales o causas importadas.

Socialmente, esta política de olvido ha tenido consecuencias devastadoras. Ha fragmentado el país en comunidades enfrentadas, cada una reescribiendo su propia historia regional. La manipulación educativa ha servido para fomentar el separatismo, la desconfianza entre regiones y la deslegitimación del Estado. La “memoria histórica”, lejos de reconciliar, ha reabierto heridas que ya estaban cerradas hace medio siglo. España no mira al futuro porque sigue castigándose por un pasado que ya no comprende.

En última instancia, la manipulación de la historia ha desactivado la energía moral de la nación. Donde antes había una conciencia de destino común, ahora hay una suma de resentimientos. Donde hubo orgullo de progreso, hay vergüenza inducida. Y donde hubo ciudadanía, hay clientelismo. La mentira, instalada en la escuela, se ha convertido en estructura social. El ciudadano ya no busca la verdad, sino la aprobación del relato dominante.

Conclusión

La damnatio memoriae contemporánea española no ha destruido solo los hechos, sino la posibilidad misma de comprenderlos. Al sustituir la historia por el mito, el estudio por la propaganda y la educación por la catequesis ideológica, España se convirtió en un país desmemoriado que camina sin brújula. La manipulación histórica no solo falsea el pasado: condiciona el presente y determina el futuro.

Solo la recuperación del rigor intelectual, la reivindicación del mérito y la restitución de la verdad pueden revertir esta gran estafa pedagógica que ha hecho de España una colonia mental dentro de su propio territorio.

VII: Reflexiones finales

La Transición española, tal como se nos ha contado, se presenta como un triunfo de la razón, de la moderación y de la voluntad popular. Sin embargo, un análisis detenido y crítico demuestra que se trató de un proyecto de élites, diseñado para perpetuar el poder de quienes habían dirigido España durante los últimos años del franquismo y garantizar la impunidad de sus decisiones estratégicas más controvertidas.

7.1. La Transición: un proyecto de élites y no de ciudadanos

Lejos del mito de un consenso nacional espontáneo, la Transición fue una operación cuidadosamente diseñada, donde los actores emergentes —la monarquía borbónica, los partidos políticos que surgieron de la reorganización de las fuerzas posfranquistas, y ciertos sectores económicos y mediáticos— consolidaron su poder bajo la apariencia de democracia. La participación popular fue secundaria; la narrativa oficial la reduce a un simple contexto decorativo, mientras que las decisiones reales se tomaban en despachos cerrados, lejos del escrutinio ciudadano.

El blindaje judicial, la Ley de Amnistía y la subordinación de los órganos de control institucional fueron herramientas esenciales para garantizar que nadie respondiera ante la historia por la traición del Sáhara, la renuncia a la autonomía nuclear o la cesión de soberanía a entidades supranacionales.

7.2. Traiciones estratégicas a la soberanía nacional

Tres hechos concretos ilustran la magnitud de estas traiciones:
La entrega del Sáhara Occidental: una operación calculada que humilló al Ejército, abandonó a miles de españoles y saharauis nacionalizados, y permitió que Marruecos se apropiara del territorio sin disparar un solo tiro. Este acto de cesión deliberada no solo violó la lógica de defensa nacional, sino que sentó un precedente de subordinación frente a intereses externos y de la elite política.

La desactivación del Proyecto Islero: España estuvo a punto de ingresar al selecto club de potencias nucleares, lo que habría garantizado autonomía estratégica y capacidad de disuasión frente a Marruecos y otros actores regionales. La paralización del proyecto, bajo presión estadounidense y por decisiones internas de políticos y tecnócratas, representó un abandono de la soberanía y de un instrumento vital de defensa nacional.

La subordinación a la Unión Europea: la adhesión a la CEE/UE se presentó como modernización y progreso, pero implicó cesiones masivas de soberanía económica, industrial, agrícola y normativa. España perdió capacidad de decisión autónoma, destruyó buena parte de su industria y agricultura, y degradó su sistema educativo y científico. La integración europea blindó las élites emergentes y consolidó la dependencia estratégica del país.

Estas tres dimensiones —territorial, militar y económica— muestran que la Transición no fue un proyecto de liberación ni de progreso, sino un acuerdo de élites para consolidar poder, garantizar impunidad y someter la soberanía nacional a intereses externos.

7.3. Medio siglo de mentiras y damnatio memoriae

Durante más de cincuenta años, se ha cultivado una amnistía cultural y mediática: la historia reciente ha sido manipulada desde la educación, los medios y las instituciones, generando una amnésia colectiva. Se ocultan logros del franquismo en educación, ciencia, industria y bienestar social; se magnifican defectos y se tergiversan hechos estratégicos.

El embuste ha seguido una lógica premeditada, que recuerda la máxima de Goebbels y Stalin: “una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad”. La repetición incesante, el refuerzo ideológico y la difusión mediática han logrado que generaciones enteras acepten la falsedad como realidad histórica.

Como señaló Ayn Rand: “Las cuestiones más difíciles de explicar y hacer comprender son aquellas a las que la gente ha renunciado, olvidado… integrando una gran mentira en su esquema de pensamiento y acción”. España, en gran medida, ha vivido bajo esta lógica de engaño sistemático.

7.4. Consecuencias sobre la identidad y la conciencia nacional

El efecto de medio siglo de manipulación histórica es profundo:
Desconexión entre ciudadanía y soberanía: la población asume que la dependencia económica y política frente a entidades externas es inevitable y legítima, ignorando los mecanismos de cesión y subordinación impuestos.

Debilitamiento de la memoria histórica: la imposición de un relato parcial impide la comprensión crítica del pasado y dificulta la construcción de políticas soberanas y autónomas.

Fragmentación de la identidad nacional: el olvido deliberado de logros, la minimización de éxitos y la sobrevaloración de fracasos han generado un sentimiento de desconfianza, frustración y resignación frente a la historia y las instituciones.

La damnatio memoriae moderna ha convertido la enseñanza de la historia en herramienta de manipulación, permitiendo que las élites posfranquistas mantengan el control sobre el relato, consolidando sus intereses y perpetuando un sistema de dependencia y subordinación.

7.5. Imperativo de recuperación de la memoria histórica

La única vía para restaurar la conciencia cívica y reconstruir la identidad nacional pasa por recuperar la memoria histórica completa, incluyendo:

  • Los logros educativos, científicos, industriales y sociales del franquismo que han sido sistemáticamente ocultados.
  • La verdad sobre la entrega del Sáhara y la traición de la soberanía nacional.
  • La renuncia deliberada al proyecto nuclear y la subordinación a la Unión Europea.
  • La manipulación educativa, mediática y cultural que ha perpetuado mentiras y desinformación.

Solo mediante una revisión crítica y exhaustiva de estos hechos, liberada del discurso oficial interesado, España podrá entender los errores estratégicos, reconocer las traiciones y fortalecer la capacidad de decisión autónoma y soberana para el futuro.

7.6. Corolario final

La Transición no fue un triunfo popular, ni una epopeya de democracia, sino un acuerdo de élites que convirtió la traición en política de Estado, la subordinación en modernización y la mentira en historia oficial.

Medio siglo de manipulación histórica ha enseñado a generaciones enteras a aceptar la falsedad como verdad. La tarea pendiente es monumental: desenmascarar la narrativa, recuperar la memoria completa y restaurar la conciencia nacional, antes de que la mentira se convierta en el único legado de nuestro pasado reciente.

Solo así será posible construir un país consciente de su historia, soberano en sus decisiones y firme en la defensa de su identidad y sus intereses.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído