El general aunque impropiamente considerado jayán de popa de la cofradía ha pedido tregua. La cosa pinta mal, el tinglado empieza a derrumbarse o al menos a enseñar peligrosamente sus costuras, aunque cada tahúr tenga sus propias fazañas que tapar.
Los soplones barruntan que se busca sustituto. Acaso famoso por la sangrienta guerra de los Balcanes donde lució su gallardía y coraje en el heroico bombardeo de Belgrado.
Si dar el queo corchetes amigos a banda de la competencia para que salgan de naja es ya mucho inconveniente, lo de robar mantenencia a nuestros viejos sostenedores es fechoría para unos ciertos jaques no tan adelantados en el escalafón o con menos suerte. Pero no un bajamanero cualquiera, que ya decía el Guzmán de Alfarache:
- “quien se precie de ladrón procure serlo con honra, no bajamanero, hurtando de la tienda una cebolla y trompos a los muchachos”.
Ni fragute ni menos santiguador de bolsillos, cachuchero, gomarra, alcatifero, desmotador, murcigallero, mulciglero o murcio.
¿Piedad por el ahora descarriado?, ¿solidaridad entre compadres?
Uno muy levantisco en los zaguanes calla ahora, pío, tartufo y melindroso.
Caras serias. Manofina de Sevilla sentado a la diestra mano del principal. Una anciana seráfica cobertera a su zurda mano.
Hay que descartar que todo un excelentísimo señor devenga en aguilucho, pero el desocupado lector tendrá su propia opinión y no es cosa de cambiarla a estas alturas.
Sin embargo, sabido el ventor, quedan cosas aún por averiguar: ¿quién fuera el aliviador, azorero, caleta, palanquín?
Pero se abre un abismo para aquel otrora virtuoso y risueño joven de talante virginal, espíritu puro y pensamientos elevados. Ante él, la memoria histórica como visión de diabólico tentador despliega la carrera completa dentro de la cofradía: de jorgolino a trainel, luego a mandil o mandilandín si porta espada.
Aquí, el ameno y florido jardín se bifurca: la honesta aspiración a rufezno por un lado. La carrera de ciertas armas de otro. De ahí a espadachín. Luego, previa oportuna iniciación, a jaque. La naturaleza de esa iniciación varía. Se debe probar coraje y desenvoltura para la causa: ¿pelearse con otros matones?, ¿liquidar a un concejal, corchete o justicia? Y ya demostrada la valía el jaque puede devenir en jaquetón. O jayán: el que, según Quevedo, es respetado por todos los demás. Tal como cierto descuidero, comendador de bola según otros, que le escolta.
El futuro es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan. Ni el Emperador quiere retrato de conjunción astral.
Pero el conclave acabó, se fueron y no hubo nada.
Se relame satisfecho. No hay nada que un buen tunante no pueda resolver con el conveniente talante ¿O sí?