Fanáticos hay en todas partes; en política, fútbol y, por encima de todo, en Eurovisión. Ojito que esto últimos pueden ser muy peligrosos.
Hay mucho hype este año con Chanel Terrero. A ver, es lógico si en las últimas décadas ni nosotros mismos hemos confiado en nuestros representantes. Llevamos lustros admitiendo nuestra derrota en el festival. Siempre secondary.
Pero Chanel es distinta. Detesto la canción (sí, lo digo) pero verla a ella es un chute visual de primera. Es una bestia en el escenario. Obviamente no llevábamos nada así desde… Ni idea. Debo ser de los pocos gays del mundo que no mueren (o matan, que es peor) por el universo eurovisivo.
Que ojo, no voy a ser uno de esos señoros que desprecian el festival como algo banal e infantil. No, esto es un negocio muy rentable que, si te dedicas a comentar televisión (o simplemente tienes pelín de cultura) deberías respetar.
Dicho esto, lo que me preocupa ahora es otra cosa: el eurofan. Todos los años es lo mismo pero en este se ha duplicado la toxicidad. Cuánta más ilusión tienes, más radical parece que te haces.
Veo que a un periodista, uno que lleva más de una década cubriendo el certamen y todo un experto en la materia, le han linchado en redes sociales sólo por decir que es posible que Chanel no gane. No ha dicho que, dios le libre, no le guste su candidatura o que Terrero es un ser repulsivo. No, al contrario. Sólo dice que, dentro del engranaje general, nuestra representante lo tiene crudo.
Y ya han salido hordas de fans histéricos acusando al profesional (repito: PROFESIONAL) de romperles la ilusión. Le han insultado y amenazado. Y no uno ni dos; cientos de personas. ¿Somos conscientes de lo peligroso y bizarro que es esto?
Sentimientos tan originariamente buenos como la ilusión o la esperanza se convierten en agresividad y odio en cuanto se ven amenazados. Y es que tiene su lógica: soñar con algo que te puede hacer feliz es un futurible, no existe. Sólo la realidad nos puede joder nuestros deseos, por eso la rechazamos con tantísima virulencia.
No entiendo que las opiniones y los gustos de otros invaliden los míos. ¿Tan frágiles son mis ideas que necesito el beneplácito de los demás para reafirmarme? Sí es así, háztelo mirar.
Otro ejemplo: me he enamorado (mejor dicho, obsesionado) con ‘Heartstooper’ la serie de Netflix que, el otro día, un colega dijo que era una “pastelada insoportable”. Obviamente, mi primera reacción fue la de: ‘este tío no tiene ni puta idea de la vida’. Error mío. Que a alguien no le guste lo que a mí no implica que mi pasión mengue. No debería ser una amenaza.
Tendríamos que creer más en nuestras convicciones por lo que son: por ser nuestras y no de otros. No hace falta destrozar al ‘contrario’ sólo para reforzarnos a nosotros mismos. Y recordad: hablamos de gustos musicales o artísticos, no de ideología política o derechos humanos. Un pelín de perspectiva, por favor.
Lo que también me preocupa es si tanto fanatismo puede afectar a Chanel a partir de ahora. ¿Qué pasa si el sábado se da el batacazo en Turín? ¿ Sus devotos la desterrarán? ¿Será la Rosa López del 2022? Espero que no.
Quiero que gane Chanel como también quería que ganase Penélope Cruz el Oscar aunque detesté ‘Madres paralelas’. Puro orgullo patrio. Pero no voy a castigar a nadie si mi sueño no se cumple.
Yo sólo quiero ver el festival con amigos, disfrutar, emocionarme y a vivir felices. Que se supone que para eso está la música.